CAPITULO I
1. Muerta ya mi mala y perversa adolescencia, entraba yo en la juventud. Estaba ya por los treinta y un años pero al crecer mi edad crecía al parejo mi vanidad, pues no podía concebir que existiera lo que no nos entra por los ojos. Es cierto, mi Señor, que no te pensaba concreto en una figura humana desde el día en que comencé a oír hablar de la sabiduría. Tal idea me repugnó siempre y mucho me alegré al enterarme de que igualmente la rechazaba la fe espiritual de nuestra santa Madre la Iglesia Católica; pero de todos modos, no se me ocurría cómo poder pensarte de otra manera. Te seguía pensando como a hombre; aunque un hombre tal, que al mismo tiempo fuera El solo, soberano y verdadero Dios. Creía también y con todas mis fuerzas que Dios es incorruptible, inviolable e inmutable; porque sin saber cómo ni por dónde, bien claro veía y por cierto tenía que lo corruptible es inferior a lo incorruptible; que lo inviolable es superior a lo que puede ser violado y lo inmutable, superior a lo que se puede mudar. Mi corazón clamaba con violencia contra todos mis fantasmas.
2.Habría querido con un solo golpe de la mano ahuyentar de mi alma toda aquella turba volátil de imágenes inmundas; pero apenas ahuyentada volvía a la carga, aumentada todavía y me obnubilaba la vista y así, aun cuando no te atribuía una figura humana, me sentía forzado a pensarte corpóreo, presente en los lugares, difundido en el mundo, por todo lo infinito, dentro y fuera del mundo. Sólo así podría yo concebir lo incorruptible, lo inviolable, lo inmutable que tan por encima ponía de todo lo que se corrompe, es violado o se muda. Y todo cuanto imaginara yo privado de esta situación en el espacio me parecía ser nada. Como si un cuerpo se retirara de un lugar y éste quedara vacío de todo lo que es térreo, aéreo, húmedo o celeste, la nada absoluta; algo tan absurdo como una nada que ocupara un lugar.
3. Así yo, embotado y lerdo de corazón y confuso para mí mismo, pensaba que no podía ser algo real lo que no se extendiera en algún espacio o se difundiera o se conglomerara o se hinchara en él; lo que no fuera capaz de contener alguna cosa o ser contenido en otra cosa. Mi mente iba siguiendo las imágenes de las formas que veían mis ojos y no comprendía que la actividad interior con la cual formaba yo esas imágenes no era como ellas, cosa vana, ni podría formarlas si no fuera ella misma algo real. Así pensaba yo pues, que tú, vida mía, eras algo muy grande que por infinitos espacios penetraba la mole toda del mundo y se extendía mucho más allá, en todas direcciones, por manera que estabas presente en la tierra, presente en el cielo, presente en todo y todo se terminaba en ti y tú mismo no tenías término.
4.. A la manera como el aire que hay sobre la tierra no es obstáculo para la luz del sol, pues ésta lo atraviesa y lo penetra sin rasgarlo ni despedazarlo, sino llenándolo todo, así pensaba yo que era penetrable la masa del cielo, del aire, del mar y aun de la tierra sólida; penetrable en todas sus partes, máximas y mínimas, pararecibir tu presencia y que es tu presencia la que con oculta inspiración gobierna por fuera y dirige por dentro a todo cuanto creaste. Falsa era esta idea, pero no podía entonces tener otra.
Según ella, la parte mayor de la tierra cogía una parte mayor de ti y la parte menor, una menor y de tal manera estarían las cosas llenas de ti, que más presencia tuya hubiera en el voluminoso cuerpo del elefante que en el diminuto de los pajaritos, teniendo así tu presencia que ocupar más o menos lugar. Con el resultado de que tú dividirías tu presencia en fragmentos; unos grandes para los cuerpos grandes y otros pequeños para los cuerpos pequeños.
Ahora bien, esto no es así. Pero tú no habías iluminado aún mis cerradas tinieblas.