CAPITULO I
1. Durante un lapso de nueve años, desde mis diecinueve hasta mis veintiocho, era yo seducido y seductor; engañado, pero también, bajo el impulso de variados apetitos, engañaba yo abiertamente en la profesión de las llamadas disciplinas liberales que en lo oculto llevaban falsamente el nombre de religión. Soberbio aquí y supersticioso allá y vanidoso en todas partes; ávido de gloria popular, corría yo tras los aplausos del teatro y las bagatelas de los espectáculos, los certámenes poéticos y las luchas por aquellas coronas de hierba perecedera. Mas con todo eso pretendía yo purificarme de mis sórdidas intemperancias llevando a los que eran llamados justos y santos determinados manjares para que ellos en el laboratorio de su vientre me fabricaran ángeles y dioses que luego me liberaran. Es que entonces creía yo en tales aberraciones y las ponía en práctica con mis amigos a quienes había yo arrastrado en mi propio engaño.
2. Búrlense de mí y sea en hora buena esos arrogantes a quienes tú no has postrado todavía en saludable humillación; pero yo tengo que confesarte mis deshonras en alabanza de tu gloria. Ruégote me concedas recorrer ahora con el recuerdo todos los meandros de mis pasados yerros, ofreciéndote así un jubiloso sacrificio (Sal 26, 6). Pues, ¿qué soy yo sin ti para mí mismo sino un guía ciego que me lleva al precipicio? ¿O qué soy, cuando bien me va, sino un bebé que bebe la leche que tú le das y encuentra en ti un alimento incorruptible? ¿Y qué es y cuánto vale un hombre cualquiera sólo por ser hombre? Ríanse pues de mí los fuertes y los potentes; que yo, débil y pobre, me confieso ante ti.