CAPITULO X
1. De aquella enfermedad me hiciste volver a la vida y salvaste al hijo de tu sierva para que pudiera más tarde recibir otra salud mucho mejor y más cierta. Y en Roma me juntaba yo todavía con aquellos santos falsos y engañadores y no sólo con los simples oyentes de cuyo número formaba parte el dueño de la casa en que estuve enfermo, sino que también oía y servía a los elegidos. Todavía pensaba yo que no somos nosotros los que pecamos, sino que peca en nosotros no sé que naturaleza distinta y mi soberbia sentía complacencia en no sentirse culpable ni confesarse tal cuando algo malo había yo hecho.
2. Porque todavía no habías tú puesto una guarda a mi boca ni puerta de comedimientoa mis labios para impedirme la palabra maliciosa y que mi corazón se excusara de los pecados junto con hombres obradores de la iniquidad (Sal 140 3-4); por eso seguía yo tratando con aquellos electos sin esperanza ya de aventajar en la secta, pues había determinado quedarme provisionalmente en ella mientras no diera con cosa mejor y su doctrina la retenía aún, pero cada vez con mayor tibieza y negligencia.
Me asaltó entonces la idea de que mucho más avisados habían sido aquellos filósofos que llamaban "académicos", que tienen por necesario dudar de todo y sostienen que nada puede el hombre conocer con certeza. Esta era la idea corriente sobre ellos y yo lo pensé así, pues no conocía entonces su verdadera posición.
3. Tampoco descuidé el reprender en mi huésped la desmedida confianza que veía yo en él sobre las fábulas de que están llenos los libros maniqueos; pero con todo, me ligaba a ellos una familiaridad que no tenía los ímpetus del principio; mas la familiaridad con ellos (de los cuales hay muchos ocultos en Roma) me hacía perezoso para indagar más allá. Y menos que en ninguna parte, Dios y Señor mío, creador de todas las cosas, me imaginaba yo encontrar la verdad en tu Iglesia, de la cual me habían ellos apartado.
Muy torpe cosa me parecía el creer que tú hubieras tomado una forma corporal ajustada a los lineamientos del cuerpo humano y, como cuando quería pensar en Dios, no podía pensarlo sino como una mole corporal, ya que era para mí imposible concebir la realidad de otra manera y en esto sólo estaba la causa inevitable de mi error.
4. De aquí que creyera yo con los maniqueos que tal es la sustancia del mal, que tenía o bien una mole negra, espesa y deforme que elos llaman "tierra", o bien una masa tenue y sutil como la del aire, una especie de espíritu maligno que según ellos rastrea sobre esa tierra. Y como la piedad más elemental me prohibía pensar que Dios hubiera creado ninguna cosa mala, ponía yo frente a frente dos moles o masas, infinitas las dos, pero amplia la buena y más angosta la mala y de este pestilencial principio se seguían los otros sacrilegios.
Así, cuando a veces me sentía movido a considerar con seriedad la fe católica me sentía por ella repelido, porque no la conocía yo como realmente es. ¡Oh Dios, cuyas misericordias confieso de corazón! Más piedad veía yo en creerte infinito en todas tus partes que no limitado y terminado por las dimensiones del cuerpo humano; aunque por el mero hecho de poner frente a ti una sustancia mala me veía obligado a pensarte finito, contenido y terminado en una forma humana.
5. Y mejor me parecía pensar que tú no habias creado ningún mal, por cuanto mi ignorancia concebía el mal como algo sustantivo y aún corpóreo; no podía mi mente concebirlo sino a manera de un cuerpo sutil que se difundiera por todos los lugares del espacio. Mejor me parecía esto que no pensar que procediera de ti lo que yo creía que era la naturaleza del mal. Y aun de nuestro salvador, hijo tuyo unigénito pensaba yo que emanaba de tu masa lucidísima y venía a nosotros para salvarnos y no creía de él que una naturaleza tan lúcida no podía nacer de la Virgen María sino mezclándose con la carne y no podía imaginarme semejante mezcla sin una contaminación. Me resistía a creer en un Cristo nacido, por no poder creer en un Cristo manchado por la carne. Tus amigos fieles se reirán de mí con amor y suavidad si llegan a leer estas confesiones. Pero así era yo.