CAPITULO XI
1. Por otra parte, me parecía que los puntos de la Escritura impugnados por los maniqueos no tenían defensa posible; pero en ocasiones me venía el pensamiento de conferir sobre ellos con algún varón muy docto, para conocer su sentir. Ya desde que enseñaba en Cartago me habían hecho impresión los sermones y discursos de un cierto Helvidio que hablaba y disertaba contra los maniqueos; pues decía sobre las Escrituras cosas que parecían irresistibles y contra las cuales me parecían débiles las respuestas de los maniqueos.
2. Tales respuestas, además, no las daban fácilmente en público; más bien nos decían a nosotros en secreto que los textos del Nuevo Testamento habían sido adulterados por no sé quién que estaba empeñado en introducir en la fe cristiana la ley de los judíos. Pero nunca mostraban para probarlo ningún texto incorrupto de las Escrituras. Por lo que a mí se refiere, siendo como era incapaz de concebir otras cosas que seres materiales, me sofocaban y oprimían con su pesada mole aquellas dos masas infinitas tras de las cuales anhelaba yo; pero no podía respirar el aire puro y delgado de tu verdad.