CAPITULO X

1. Lo había yo pues encontrado en Roma y se adhirió a mí con fortísimo vínculo y se fue conmigo a Milán, pues no quería abandonarme y, además, para ejercer un poco el Derecho que había aprendido más por deseo de sus padres que por su propio deseo. Después de esto había llegado a ejercer el cargo de consiliario con una integridad que a todos admiraba y les servía de ejemplo, pues manifestaba suma extrañeza por los magistrados que estimaban más el dinero que la inocencia. También fue sometido a prueba su carácter, no sólo con los atractivos de la sensualidad, sino también por la presión del terror.

2. Alipio asesoraba entonces en Roma al administrador de los bienes imperiales. Y sucedió que había allí un senador muy poderoso que tenía sometidos a muchos o por hacerles beneficios o por la intimidación. Este señor confiando en su fuerza política pretendió una vez salirse con algo que estaba prohibido por la ley y Alipio le resistió. Se le hicieron promesas, pero las desechó con una sonrisa; le hicieron amenazas, pero él las despreció con gran admiración de todos, pues nadie estaba acostumbrado a ver semejante energía para enfrentarse a un hombre que se había hecho célebre por la fuerza que hacía a la gente y los grandes recursos con que contaba para favorecer o perjudicar; les parecía increíble que alguien ni quisiera ser amigo ni temiera ser enemigo de un hombre tan poderoso. El juez mismo de quien Alipio era consejero no quería plegarse a las demandas del senador, pero tampoco quería oponerse abiertamente; así que se descargó en Alipio, diciendo que no lo dejaba obrar. Lo cual, además, era cierto, pues de haber cedido el juez, Alipio habría dimitido.

Una sola tentación tuvo que combatir y fue la que le vino de su afición a las letras; pues de haber cedido a las demandas del senador, con la paga que éste le ofrecía, se habría podido procurar ciertos códices que deseaba poseer. Pero arendió a la justicia y rechazó la idea; pensaba que a la postre más útil le era la justicia que le cerraba el paso que no la influencia de un poderoso que todo se lo permitía.

Poca cosa era eso; pero el que es fiel en lo poco lo será también en lo mucho (Lc 16, 10); y nunca será vana la palabra de verdad que nos vino de ti cuando dijiste: Si no habéis sido fieles con la riqueza mal habida ¿quién os encomendará la riqueza verdadera? Y si no habéis sido fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo que es vuestro? (Lc 16, 11-12).

Tal era entonces Alipio, unido a mí por estrechísima amistad. Ambos estábamos en la perplejidad y ambos nos preguntábamos qué género de vida teníamos que llevar.

Nebridio, por su parte, había dejado su ciudad natal, cercana a Cartago y a Cartago misma que con frecuencia solía visitar; había dejado también su casa y renunciado a la herencia de un magnífico campo de su padre. Su madre no quiso seguirlo cuando él se vinoa Milán no por otra razón, sino porque quería vivir conmigo en el mismo fervoroso empeño por alzanzar la verdad y la sabiduría. Nebridio participaba en nuestras vacilaciones y ardoroso como era y escrutador acérrimo de las cuestiones más difíciles suspiraba a una con nosotros por la consecución de una vida feliz. Eramos tres indigentes con la boca llena de hambre, que mutuamente se comunicaban su pobreza y sus anhelos, en la esperanza de que tú les dieras el alimento en el tiempo oportuno (Sal 144, 15). Y en medio de la amargura que por misericordia tuya se producía de nuestra mundana manera de vivir, cuando considerábamos el fin que con todo ello nos proponíamos se abatían sobre nosotros las tinieblas. Nos volvíamos gimiendo hacia otra parte y decíamos: "¿Cuánto durará todo esto?". Así decíamos con mucha frecuencia; pero por mucho que lo dijéramos no nos resolvíamos a dejar nuestro modo de vida, pues no alcánzabamos a ver una luz cierta que dejándolo todo pudiéramos seguir.

Confesiones
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