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Turcotte miró la pila de papeles que alguien había colocado en el asiento del piloto. Encontró lo que buscaba: tres hojas con las instrucciones básicas para la propulsión atmosférica magnética de la nave nodriza.
El Majestic-12 había descubierto que debía pilotar la nave nodriza usando su propulsión magnética; simplemente no sabía que faltaba el núcleo de combustible para el viaje interestelar. Los especialistas en la nave nodriza habían colocado las instrucciones allí, a petición de Quinn. Al igual que los agitadores, el sistema de control de la nodriza era la esencia de la simplicidad. Turcotte se sentó en un asiento que era demasiado grande para la contextura de su cuerpo y miró los apuntes.
Satisfecho al comprobar que conocía lo suficiente de la tarea que tenía por delante, presionó la palma de la mano sobre una parte determinada de la consola.
—Ay, mierda, otra vez no —susurró Duncan cuando sintió que se le revolvía el estómago. Se dio vuelta y se arrodilló para vomitar cuando se encendió la transmisión magnética de la nave nodriza.
La nave nodriza se alzó del soporte que lo sostenía por segunda vez en un mes. Pero Turcotte la llevaría mucho más lejos que el metro veinte al que la habían elevado los miembros del Majestic a modo de prueba.
Su mano izquierda se deslizó por otra consola para dirigir la nave hacia arriba. En la pantalla curva que tenía delante de los ojos apareció una vista panorámica de la montaña Groom a medida que ganaba altura.
Lisa Duncan no podía dejar de mirar la enorme nave mientras se elevaba, sin palabras. En el Área 51, todos dejaron de trabajar para observar cómo la nave ascendía más y más, dejando atrás la montaña. Toda la atención de Duncan estaba centrada en la nave, mientras sus labios pronunciaban una plegaria silenciosa que no cesó hasta que la nave no fue más que un punto diminuto que luego se desvaneció en el cielo oscuro.
La nave aceleraba, pero el terreno que se alejaba a gran velocidad era el único indicio que pudo tener Turcotte. Pronto, la larga pista de aterrizaje del Área 51 no fue más que una línea en el suelo del desierto. En poco tiempo, eso también se convirtió en una mancha borrosa.
Ahora Turcotte podía ver la curvatura de la Tierra. Cuando había despegado, era de noche, la última noche antes del alba que llevaría a los Airlia. Turcotte supo que salió de la atmósfera al ver el resplandor del sol alrededor de la curva del horizonte oriental.
No notaba ninguna sensación diferente, por lo que Turcotte supuso que la nave debía tener algún tipo de gravedad artificial. Siguió alejándose del planeta, hasta que en la pantalla frontal pudo ver todo el mundo.
Luego aminoró la velocidad y reorientó la nave en dirección contraria a la Tierra, de tal modo que pudo mirar hacia el exterior. La nave nodriza se detuvo en una órbita sumamente elevada sobre la Tierra.
Turcotte no veía más que las estrellas y la luna hacia la derecha. Sabía que las naves Airlia estaban allí fuera, pero que no podría verlas hasta que estuvieran directamente encima de él y para entonces sería demasiado tarde. Los últimos datos que le había pasado Quinn indicaban que las garras estaban a menos de una hora de distancia.
Turcotte se volvió hacia la radio de SATCOM que le había pedido a Quinn que instalara. Pidió a Quinn que lo comunicara con el recinto de la Isla de Pascua, donde los científicos de la UNAOC, que ya se habían marchado, habían dejado una radio de SATCOM.
—Kelly, soy Mike Turcotte.
Volvió a intentarlo. Cuando no obtuvo respuesta, comprendió lo que estaba sucediendo en la Isla de Pascua.
—Kelly, soy Mike. Escúchame con atención. Debes decirle a Aspasia que lo lamentamos. Que cometimos un error. Que colocamos la esfera de rubí en la nave nodriza y que estoy volando en ella para entregársela en órbita. Que lo único que queremos es que nos dejen en paz. Y luego debes irte de la isla, Kelly, de inmediato.
Turcotte volvió a repetir el mensaje tres veces. Luego apagó la radio. Tenía mucho por hacer. Apagó la propulsión magnética y comenzó la larga caminata desde la sala de control hasta el compartimiento de carga donde se encontraban el agitador, la esfera de rubí y los elementos «especiales» que había pedido a Zandra.
Coridan indicó a Kincaid que ocupara su lugar en el ordenador. Coridan tecleó algunos comandos y una palabra en código y luego lo transmitió todo.
Coridan se volvió a Kincaid, sin quitarse las gafas.
—He terminado aquí. Que tenga un buen día.
Dicho eso, salió de la sala de control.
Kelly Reynolds ahora estaba envuelta por completo en una bruma dorada. Tenía los ojos cerrados y sus rasgos parecían relajados y pacíficos por primera vez en mucho tiempo. Había escuchado el mensaje de Turcotte, que resonó por las paredes del recinto, y sabía que el guardián también lo había oído, pues lo había leído en su mente y se lo estaba enviando a Aspasia.
Se alegró de que Turcotte aún estuviera vivo y de que finalmente comprendiera. Había esperanzas después de todo.
La primera ola de ataque llegó a la Isla de Pascua. Estaba formada por F-14 y F-18. Llegaron a altitud elevada y soltaron sus bombas «no inteligentes» en una trayectoria que las haría aterrizar directamente sobre Rano Kau.
El almirante observó cómo las bombas flotaban en el aire y se dirigían hacia el volcán cuando, de repente, comenzaron a explotar en el aire, a tres kilómetros de la isla. El almirante había visto que sucedía lo mismo hacía una semana, cuando atacó la isla con misiles crucero Tomahawk bajo las órdenes del general Gullick. Cogió el micrófono y llamó al Área 51.
—Vuestro plan «no inteligente» puede haber funcionado con los cazas Fu, pero esta cosa es diferente. No vamos a poder romperla.
En el interior del recinto, Kelly Reynolds no había abierto los ojos, pero movía la cabeza como si pudiera ver lo que sucedía a kilómetros de donde se encontraba. Sus labios esbozaron una sonrisa.
Las seis garras modificaron su trayectoria. Ahora se dirigían hacia la nave nodriza y avanzaban a mayor velocidad.
Turcotte tarareó para sí mismo, mientras se dirigía hacia el enorme compartimiento de carga de la nave. Allí verificó que todo estaba en orden. La esfera de rubí estaba encadenada a uno de los compartimientos donde alguna vez estuviera uno de los agitadores. Los elementos especiales, cuatro ojivas nucleares, estaban alineados en el suelo, cerca del agitador que Quinn se ocupó de colocar allí para él.
El agitador parecía el resultado de los juegos de un niño que había mezclado las piezas de su platillo volante con las de su cohete espacial; en su parte externa se habían adosado cuatro cohetes impulsores que sobresalían por debajo en direcciones perpendiculares.
Turcotte tenía pensado devolverle la esfera de rubí a Aspasia, y quería darle mucho más que eso. Se arrodilló junto a cada ojiva nuclear y tecleó el código PAL que las activaba. Luego miró su reloj.
Se subió al agitador. Cerró la escotilla y encendió el motor del aparato. Podía ver claramente el exterior. Levantó la tapa del mando a distancia y miró los botones. Presionó sobre el que ponía: «PUERTAS».
Las enormes puertas del compartimiento de carga se deslizaron y se oyó el silbido del aire al escapar al espacio.
Se abrieron completamente y Turcotte pudo ver las estrellas una vez más. Se alegró de que todo estuviera bien sujeto, pues sintió que la gravedad artificial del compartimiento de carga desaparecía.
El motor se apagó y la Surveyor comenzó la larga caída hacia Cydonia. En el interior de la cápsula, los dispositivos científicos permanecían en sus contenedores. En el interior también había un cilindro pequeño de noventa centímetros de largo por treinta de ancho. Alguien con autorización ST-8 lo había colocado dentro de la cápsula antes de su lanzamiento el año anterior. La NASA había protestado y se había indignado al respecto. Pero finalmente, dado que la orden provenía de alguien autorizado, aceptó y disminuyó la carga útil para dejar espacio al objeto.
Dentro del cilindro, los códigos que introdujo Coridan activaron la ojiva nuclear. Estaba programada para detonarse ante el impacto.
Una de las garras pasó por la abertura del compartimiento de carga. Era una misión de reconocimiento, como suponía Turcotte. El agitador estaba orientado en el soporte de modo tal que el extremo frontal, que simplemente era el extremo al que miraba Turcotte desde el asiento del piloto, daba hacia afuera. Miró los controles básicos que habían instalado a la derecha de la depresión en la que se encontraba. Movió la palanca que liberaba los brazos que sostenían el agitador en el soporte. Luego presionó el botón que disparaba el cohete impulsor trasero por un segundo.
El agitador flotó, suelto, deslizándose despacio hacia el exterior del compartimiento de carga, hacia el espacio.
Turcotte tragó con dificultad al ver las seis naves en formación con los extremos en forma de garra apuntando hacia él.
—Toda vuestra, imbéciles —musitó. Presionó una vez más el botón y lo sostuvo unos segundos más, acelerando para alejarse de la nave nodriza lo más rápido posible. Una de las garras viró en su dirección. Las otras cinco se dirigieron hacia el compartimiento de carga y se deslizaron al interior de la nave.
Del morro de la nave que seguía a Turcotte brotó una luz dorada. Luego, se disparó un rayo dorado que rozó la parte inferior del agitador, quemando el metal.
Turcotte golpeó con el puño cerrado un botón y el impulsor derecho se encendió, justo cuando otro haz de luz dorada atravesaba el espacio donde se había encontrado su agitador tan solo un segundo antes. Se alejó a toda velocidad y, mientras se alejaba, presionó el botón de «FUEGO» en el mando a distancia.
Dentro del compartimiento de carga, de la nave principal comenzaron a salir siluetas de alienígenas enfundadas en trajes. Se dirigían hacia la esfera de rubí cuando se produjo el resplandor cegador de luz y calor provocado por la detonación de las cuatro armas nucleares.
La explosión termonuclear abarcó la esfera de rubí y esta aumentó su potencia.
Turcotte se estremeció en su asiento cuando un segundo sol se encendió a sus espaldas, inundando el espacio con su luz. La onda expansiva lo sacudió dentro del agitador.
En Central Park faltaban treinta minutos para el amanecer y para el aterrizaje Airlia programado. Los dignatarios, al igual que millones de personas, se congregaron en el parque, con la mirada clavada en el cielo, cuando una falsa luz de día llegó en la forma de una órbita brillante que apareció súbitamente en el cielo, con un resplandor más intenso incluso que el sol del mediodía.