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El relieve del mausoleo apareció en el momento indicado. O’Callaghan deslizó el Black Hawk en un curso que los llevara al norte de la montaña artificial, a cinco minutos de distancia. Los kilómetros se marcaban debajo.

Dos minutos. La montaña ahora estaba al sur. O’Callaghan aminoró la velocidad y comenzó a mirar a la derecha. Spence examinaba el lado izquierdo. Ambos trataban de localizar las bengalas químicas infrarrojas y el estroboscopio que el equipo debería encender en cualquier momento.

Turcotte estaba en el centro del pequeño claro y encendió el estroboscopio infrarrojo. Oía las hélices de más helicópteros que venían del este. Su mente ardía con lo que le había dicho Nabinger e incluso con sus propias especulaciones: ¿qué más podría haber aprendido Nabinger del ordenador guardián que no había tenido tiempo de transmitirle?

O’Callaghan vio la luz. Perfecto. A novecientos cincuenta kilómetros del O’Bannion y un encuentro perfecto. Sobrevoló la zona para dejar que Putnam aterrizara primero. Putman comenzó a descender. O’Callaghan vio que la persona que sostenía el estroboscopio lo apagaba. Putnam detuvo el Black Hawk en el suelo. Dos hombres corrieron hacia el aparato.

El primer Black Hawk comenzó a ascender.

Turcotte observó el primer helicóptero, que desaparecía con Nabinger y Pressler, el paramédico, a bordo. Corrió en dirección al segundo helicóptero cuando este aterrizó. Howes lo siguió.

Turcotte subió de un salto.

O’Callaghan examinó rápidamente la zona cuando levantaron vuelo y viró hacia el norte.

—Tenemos compañía —afirmó al ver las luces de navegación de un helicóptero MI-4 a cuatro kilómetros, cerca de la montaña.

El piloto sabía que el helicóptero chino no podía verlos aún, dado que el Black Hawk estaba todo pintado de negro y el piloto chino no tenía visor nocturno. No le daría la oportunidad de encontrarlo.

Aceleró al máximo y empujó hacia delante el control cíclico. El Black Hawk salió disparado hacia delante, pasando a Putnam, que luego lo siguió.

Mientras subía la cuesta, Harker echó un rápido vistazo por encima del hombro y vio las luces intensas de dos helicópteros que buscaban en la oscuridad, cerca del lugar que habían ocupado él y DeCamp hacía unos minutos. En la Tierra, Harker también vio las luces de numerosos camiones que llevaban más tropas allí.

Su única posibilidad sería llegar a la cima de Qianling y luego… Sus pensamientos se vieron interrumpidos al ver dos helicópteros chinos que sobrevolaban el mausoleo y descendían. Aterrizaron a unos cien metros de distancia y luego volvieron a despegar, en dirección a la costa.

Harker se volvió al otro soldado.

—Están adelantando a sus tropas.

DeCamp apoyó la culata del rifle en el suelo, con aire cansado.

—¿Y ahora qué hacemos?

Harker sopesó las opciones.

—Seguimos subiendo. Esos helicópteros pueden llevar solamente a diez a bordo. Las probabilidades son mejores.

Turcotte cogió un auricular del techo del compartimiento de carga y se lo puso. Estaban pasando por encima de la copa de los árboles y el aparato se movía a gran velocidad, pero en la dirección equivocada. Turcotte presionó el intercomunicador.

—Debemos regresar. ¡Tenemos dos hombres en la montaña!

—¡Coño! —exclamó O’Callaghan. Vio a los helicópteros que subían hasta la cima y los proyectiles trazadores que atravesaban el aire.

Presionó el botón que lo comunicaba con el otro helicóptero.

—Putnam, ve hacia la costa. Tengo que recoger a dos pasajeros más.

Putnam no necesitó que se lo dijeran dos veces.

—Roger.

El otro Black Hawk se dirigió hacia el este, mientras que O’Callaghan hizo un estrecho giro hacia el oeste.

DeCamp vio a los soldados enemigos primero. Tomó a Harker del brazo y señaló en esa dirección. Harker se detuvo y entrecerró los ojos para poder ver en la oscuridad. Eran diez. A doscientos metros de distancia y en bajada. Los chinos estaban diseminados, con las armas listas, separados por veinte metros entre sí. Harker miró alrededor, deprisa. Entre los dos bandos se alzaba un pequeño cúmulo de piedras. Estaba a unos veinte metros de donde se encontraban él y DeCamp. Se la señaló a DeCamp.

—Nos ubicaremos allí.

—Tenemos compañía —gritó O’Callaghan a través del intercomunicador, mientras aceleraba y giraba bruscamente hacia la izquierda. Los que estaban en la parte de atrás se sacudieron uno encima del otro. Turcotte se puso de rodillas y miró fuera para ver los helicópteros chinos que pasaban hacia el sudoeste y trazaban círculos hacia el este.

—La próxima será peor. Están girando para volver.

La sala de control del AWACS seguía rastreando la acción. Tenían un helicóptero Black Hawk que se dirigía hacia el este; el otro volvía hacia el oeste, por más que resultara inexplicable; en sus cercanías, dos puntos móviles indicaban los helicópteros chinos.

Las cosas empeoraron al instante, cuando uno de los operadores del coronel Zycki le llamó la atención.

—Tenemos cuatro cazabombarderos despegando de la base aérea en las afueras de Xi’an, señor.

Zycki musitó un improperio.

—Joder. Esto se está saliendo de control. Los chinos deben haber captado a los Black Hawks en el radar. ¿Cuánto tiempo tenemos hasta que los aviones los alcancen?

El analista ubicado al lado del operador de radar hizo unos cálculos rápidos.

—Doce minutos, señor.

—¿A qué distancia están los F-117?

—Pueden interceptar, señor, pero necesitamos autorización para eso.

—Mierda. Quiero hablar con Zandra.

Harker y DeCamp se acomodaron entre las piedras de canto rodado detrás del pequeño montículo y observaron al escuadrón chino que llegaba a la luz de la luna. Estaban a solo cien metros de distancia y avanzaban hacia ellos muy despacio.

—Otros cincuenta metros y empezamos a disparar —le susurró Harker a DeCamp.

DeCamp verificó su metralleta y se aseguró de tener un cartucho y de que la recámara estuviera bien acomodada. Harker apoyó dos recámaras en el suelo para recarga rápida.

—Aquí Zandra. Lo escucho. —La mujer no prestó atención a la mirada furiosa de Lisa Duncan, que estaba de pie a su lado, escuchando el informe del AWACS.

—Sí, señora. Las cosas se están poniendo complicadas aquí. Tenemos un Black Hawk que se dirige hacia la costa, pero está muy lejos aún, El otro giró al oeste, aunque no sabemos por qué. Es evidente que los radares locales los han detectado, pues tenemos dos helicópteros chinos acercándose. Están a alrededor de un minuto de interceptarlos. Además, cuatro cazabombarderos han salido de Xi’an. Están a nueve minutos de distancia. Nuestros F-117 estarán en el rango de intercepción, pero necesitamos autorización para iniciar fuego.

—Entiendo —respondió Zandra.

La voz de Zycki llegó desde el aparato.

—Señora, ninguno de los helicópteros lo logrará sin ayuda. Esos helicópteros chinos probablemente estén armados.

—De acuerdo, ordene a uno de los F-117 que escolte al Black Hawk que se dirige a la costa. Lo que buscamos debe estar a bordo.

—Eso significa abandonar el otro helicóptero a una muerte segura —objetó Zycki.

—No tengo tiempo de… —comenzó a decir Zandra, pero Lisa Duncan le arrebató el micrófono de la mano.

—Aquí Lisa Duncan. Soy la asesora científica presidencial de la UNAOC. Quiero que ordene a dos F-117 que escolten al Black Hawk que se dirige a la costa —afirmó Duncan—. Y los otros dos deben ayudar al otro helicóptero. ¿Está claro, Coronel?

—Muy claro.

Zandra hizo un intento de recuperar el micrófono.

Harker inhaló profundamente. Luego soltó el aire.

—¿Estás listo?

—Roger.

Harker inhaló profundamente y contuvo el aire. Apretó el gatillo y la metralleta entró en acción. Dio a los dos primeros blancos antes de que los demás pudieran ponerse a cubierto. La respuesta fue intensa, y los proyectiles trazadores de color verde salieron hacia todas partes.

O’Callaghan hizo descender bastante al Black Hawk, pues le fue imposible ir directamente a la montaña por la intercepción de los helicópteros chinos. Se desplazaba apenas por encima de la superficie del arroyo que había atravesado Turcotte hacía poco. Aunque podía volar a una altura mucho menor que el enemigo, se veía obligado a desplazarse a una velocidad mucho menor que los helicópteros chinos que volaban a más altura. Al doblar hacia la izquierda, siguiendo el curso del agua, miró hacia atrás. Pudo ver las luces del helicóptero enemigo a solo ochocientos metros de distancia, No tenía modo de llegar a buscar a los dos otros hombres sin que lo hicieran papilla.

—Preparad los Stinger —ordenó O’Callaghan. Su atención estaba dividida entre la trayectoria del vuelo, la lucha que tenía lugar hacia la izquierda, en la montaña, y los helicópteros chinos que cada vez estaban más cerca.

—Listos —anunció Spence.

O’Callaghan tiró hacia atrás el control cíclico, presionó los pedales izquierdos y dibujó un ángulo de ciento ochenta grados para enfrentarse a los dos helicópteros que se aproximaban.

Cuando los pilotos chinos comenzaron a reaccionar ante una maniobra tan sorprendente, O’Callaghan presionó el disparador una vez, y luego otra. Dos Stinger salieron disparados de los flancos del helicóptero. El MI-4 Hind, que iba al frente, recibió el misil en la toma de aire, debajo de las palas, y explotó en una bola de fuego. El MI-4 que iba detrás comenzó a virar, pero el misil supersónico se hundió en el motor.

Turcotte presionó el intercomunicador.

—Busquemos a los muchachos y salgamos de aquí.

O’Callaghan salió del lecho del río y aceleró.

Harker se volvió y su mirada se clavó en dirección norte, en la bola de fuego que explotó en el aire. Luego, se produjo otra explosión. Un estallido de fuego automático más arriba le hizo volver su atención a los asuntos más urgentes. Siguió disparando, diseminando los cartuchos por toda la ladera, manteniendo a los chinos a distancia.

—Allí. Más adelante, a la izquierda. ¿Veis esos trazadores verdes y rojos? —Turcotte estaba inclinado para poder señalar la ubicación a los dos pilotos—. Los rojos son los nuestros.

—Pues claro que los veo —afirmó O’Callaghan—. El problema es ¿nos verán ellos a nosotros? Es una zona de aterrizaje candente.

—Tenemos una solución para eso —afirmó Turcotte mientras se volvía nuevamente hacia el compartimiento de carga.

Harker oyó el ruido de los rotores que se aproximaban. Al principio, no vio nada. Se apresuró a colocarse el visor y lo encendió.

—¡Abróchate el arnés! —le gritó a DeCamp. El hombre se volvió, sorprendido—. Tenemos un Black Hawk que viene hacia aquí. —Harker encendió su estroboscopio infrarrojo y lo sostuvo en alto.

A bordo del helicóptero, Turcotte abrió la portezuela de la izquierda, mientras Howes abría la derecha. Los dos hombres sostenían una cuerda de nylon de treinta y seis metros de largo en una bolsa de eyección. O’Callaghan detuvo el helicóptero en el aire a poco más de dos metros por encima del terreno pedregoso alrededor de la luz infrarroja. Los hombres soltaron las dos bolsas, que cayeron al suelo.

—La tengo —afirmó DeCamp, mientras corría para coger la soga. Sacó la bolsa de eyección y ató el nudo del extremo a través de los ganchos del chaleco de combate. A seis metros de distancia, Harker hizo lo mismo. Los dos hombres corrieron juntos y entrelazaron sus brazos.

Los soldados chinos no dispararon más. Probablemente no comprendían la situación y pensaban que el helicóptero era uno de los suyos.

—Los tenemos —gritó Turcotte mientras se asomaba por el borde del compartimiento de carga. O’Callaghan levantó la nariz del helicóptero y rápidamente enfiló hacia el este.

Harker y DeCamp sintieron la presión del chaleco en el pecho cuando la soga se puso tensa. Sus pies se levantaron del suelo y la fuerza centrífuga los arrojó salvajemente hacia el oeste. Harker perdía el aliento tratando de mantenerse aferrado a DeCamp.

O’Callaghan enderezó el helicóptero y se volvió hacia el este.

—Encuentre un lugar para aterrizar. Tenemos que subirlos. —Turcotte vio los proyectiles trazadores disparados desde tierra que dibujaban un recorrido hacia Harker y DeCamp, pasando cerca del Black Hawk.

—No puedo; no tenemos tiempo. ¡Subidlos! —le gritó O’Callaghan.

DeCamp sintió el tirón de su soga. Al mirar hacia arriba, vio que alguien colgaba del borde del helicóptero y le indicaba por señas que se separara de Harker. Sacudió a Harker y señaló hacia arriba. Los dos comenzaron a trepar por las sogas. Desde arriban tiraban de ellas también.

DeCamp finalmente llegó al compartimiento de carga. Harker colgaba a menos de seis metros, y lentamente subía. Con eso bastaba, pensó O’Callaghan. Descendió y aceleró el helicóptero lo máximo posible, rumbo al este.