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—No podremos aguantar aquí mucho más tiempo —masculló Harker mirando el paisaje. Habían detectado algunos helicópteros chinos que se dirigían hacia el sur unas horas antes esa misma mañana, pero hasta el momento, nadie había perturbado su ubicación.
Turcotte percibía el pesimismo y la preocupación de los hombres de las Fuerzas Especiales con los que estaba varado. Querían salir de allí, caminar y alejarse de la zona del siniestro, hacia la frontera más cercana. El hecho de que la frontera más próxima estuviera a más de mil seiscientos kilómetros de distancia y que fuera con Mongolia no los desalentaba demasiado. Solo querían hacer algo, no quedarse a esperar que aparecieran los chinos.
Pero Turcotte sabía que su única oportunidad de salir a tiempo era la esperanza de que un satélite detectara el símbolo en runa superior que había dibujado con los restos del helicóptero cerca del lugar donde se había estrellado. Y que Lisa Duncan lo viera y lo comprendiera. Desde luego, no estaba seguro de cómo iba a hacer ella para poder sacarlos de allí, pero le parecía que cualquier opción era preferible a salir caminando.
—¿Qué coño es eso? —dijo O’Callaghan, poniéndose de pie y mirando hacia el este.
Turcotte siguió la mirada del piloto: un agitador llegaba a gran velocidad y a baja altura. El disco llegó hasta donde se encontraban ellos y se detuvo. Lentamente, descendió hasta descansar sobre los restos del Black Hawk. Los hombres de las Fuerzas Especiales levantaron sus armas y apuntaron hacia el objeto.
—No disparéis —ordenó Turcotte.
La escotilla ubicada en la parte superior del disco se abrió y se asomó una mujer.
—¡Deprisa! —gritó.
Turcotte no esperó que se lo dijera dos veces. Corrió hacia el agitador, seguido por Harker, O’Callaghan y los demás soldados de las Fuerzas Especiales. Trepó con cierta dificultad por el casco inclinado de la nave y luego se deslizó hacia el interior.
En una de las depresiones del centro del agitador había un piloto de la Fuerza Aérea, atado al asiento con varios cinturones de seguridad. Sus manos no se despegaron de los controles. La mujer que los había llamado estaba de pie, cerca de la consola de comunicaciones con la que habían equipado el aparato. A Turcotte le recordó de inmediato a Zandra; de hecho, por un momento, pensó que se trataba de ella, pero luego observó que era unos centímetros más baja que la agente que había quedado en Corea del Sur.
—¡Vaya! —exclamó O’Callaghan cuando cayó al lado de Turcotte. Llevaba tiempo acostumbrarse al interior de un agitador. Lo más difícil era el efecto desorientador que producía el hecho de que la nave parecía ser transparente desde el interior. Majestic nunca había logrado determinar cómo se lograba ese efecto con la tecnología Airlia, pero era difícil mantener la calma pues, ahora que todos estaban a bordo, el suelo parecía alejarse de sus pies cuando el agitador levantó vuelo.
—Me llamo Oleisa —se presentó la mujer.
—¿Está con Aspasia o con Artad? —quiso saber Turcotte.
La expresión del rostro de la mujer era imperturbable.
—Estoy con STAAR. Estoy aquí para llevaros con Zandra, a Corea.
Turcotte negó con la cabeza.
—Necesito ir al Valle del Rift, en África.
El piloto levantó la mirada.
—Base aérea de Osan —afirmó Oleisa. El piloto volvió a concentrarse en sus controles.
—Escuche… —comenzó a decir Turcotte, pero la mujer alzó una mano.
—Iremos a África después de recoger a Zandra. No llevará mucho tiempo.
—¿Y los cazas Fu? —preguntó Turcotte.
—Aún no nos han detectado —respondió Oleisa.
—¿Y si nos detectan?
—Lo veremos llegado el caso.
Lisa Duncan se sorprendió cuando Mike Turcotte la envolvió en un abrazo cálido en el momento en que ella descendió al interior del agitador, que ahora estaba estacionado en la pista de la base área de Osan. Todo el sector estaba rodeado de luces de linternas de la policía aérea.
—Gracias —le susurró Turcotte antes de darse vuelta un momento para recobrar la compostura. La tensión de los últimos días, todas las pérdidas sufridas, las emociones que había reprimido, mientras trataba de mantener la mente clara y concentrarse en la misión finalmente lo afectaron.
Zandra también estaba a bordo. Los hombres de las Fuerzas Especiales y el piloto del helicóptero descendieron antes de que ella subiera. El piloto, Duncan, Turcotte, Zandra y Oleisa eran ahora los únicos pasajeros.
—Debemos irnos ahora —afirmó Zandra, cerrando la escotilla.
Turcotte se volvió.
—¿Al Valle del Rift?
Zandra asintió.
—¿Sabe cómo liberar la esfera de rubí?
—Nabinger me dijo cómo hacerlo.
—Bien.
—¿Cómo es que usted no lo sabe? —preguntó Turcotte cuando el agitador despegó y el piloto aceleró con rumbo sudoeste.
—¿Qué quiere decir? —le preguntó Zandra.
—Usted trabaja para los Airlia. Es parte de ellos. ¿Cómo no lo sabe? Coño, hasta podría ser Airlia, por lo que sabemos.
—No soy Airlia, ni trabajo para ellos —respondió la mujer—. Trabajo para la raza humana.
—¿Pensé que trabajaba para STAAR? —insistió Turcotte.
—Así es.
—¿Y eso qué es? —intervino Lisa Duncan.
—Equipo de Respuesta Alienígena Estratégica y Táctica Avanzada —respondió Zandra—. Cuando el comité Majestic descubrió la nave nodriza y los agitadores, el presidente Eisenhower supo que la Tierra había sido visitada por alienígenas. Parecía lo más lógico que el gobierno considerara lo que sucedería si la Tierra entablaba una comunicación directa con una forma de vida alienígena.
Se formó un comité con los especialistas más reconocidos en esa época, entre los que se incluyeron psicólogos, personal militar, científicos, sociólogos; toda persona que pudiera brindar un aporte significativo fue invitada a participar. Se sentaron y debatieron el tema durante varias semanas, y luego emitieron lo que se consideró simplemente una recomendación académica y teórica: la creación de una organización gubernamental secreta que pudiera ocuparse de lidiar con el primer contacto directo.
La mujer hizo una pausa. Los tripulantes del agitador estaban pendientes de cada una de sus palabras, mientras volaban sobre el Pacífico Sur, en dirección sur hasta que viraran al este, rumbo al África.
—Una de las provisiones más importantes del informe era que la organización, que se llamaría STAAR, debería tener el mayor nivel posible de autorización de seguridad como para poder implementar medidas cuando fuera necesario sin tener que pasar por los canales administrativos habituales. En su momento, se pensó que el tiempo sería un factor esencial en caso de que se produjera un contacto directo y que STAAR, dado que se trataba de una organización dedicada específicamente a la misión, sería la más indicada para determinar la respuesta adecuada.
—Eso implica pasar por alto el proceso democrático y nuestros líderes electos —observó Lisa Duncan.
—El líder electo de esa época lo consideró necesario —replicó Zandra—. Si lo piensa, la idea tiene bastante sentido. En lugar de desviar una gran cantidad de recursos y, por ende, un grado de escrutinio público importante, hacia STAAR, Eisenhower simplemente le otorgó la autoridad como para utilizar los recursos existentes, ya fueran militares, de la CIA o la NSA, para recolectar inteligencia y, cuando llegara el momento, actuar según fuera necesario.
—¿Así que habéis estado esperando todo este tiempo? —preguntó Turcotte.
—Sí.
—¿Por qué no hicisteis algo antes?
—Nuestro estatuto y autorización de acción bajo la directiva presidencial son muy específicos. Nuestra jurisdicción es solo el contacto directo con alienígenas vivos.
—¿Y ahora? —insistió Turcotte.
—Ahora, dado que el contacto es inminente, debemos actuar.
—¿Qué haréis?
—No estoy segura —afirmó Zandra—. No hemos decidido el curso de acción que seguiremos porque no tenemos información suficiente. Podría ser recibir a Aspasia con los brazos abiertos, o podría ser ponerle oposición con todos los medios que tengamos a nuestro alcance, en una lucha a muerte. —Se volvió hacia la consola de comunicación—. Quisiera que mi superior, Lexina, estuviera presente en esta conversación.
Ni Turcotte ni Duncan pusieron objeciones, así que encendió un intercomunicador.
—Lexina, aquí Zandra. Estoy con el capitán Turcotte y con la doctora Duncan.
Del altavoz salió la voz de una mujer.
—Capitán, usted tiene la información que necesitamos para tomar una decisión muy importante. Los cazas Fu, que son controlados por Aspasia, están actuando de una manera que es, sin lugar a dudas, hostil. Sin embargo, antes de determinar un curso de acción, queremos oír lo que descubrió en Qianling. ¿Qué le dijo al profesor Nabinger el guardián que encontrasteis allí?
—Nabinger estaba convencido de que Aspasia viene a la Tierra para llevarse la nave nodriza y destruir el planeta —le resumió Turcotte—. El guardián de Qianling le dio la historia inversa a la que le presentó el de la Isla de Pascua: Aspasia era el rebelde y fueron los Kortad, o la policía Airlia, bajo el mando de un tal Artad, los que salvaron a la raza humana y al planeta.
—¿A cuál cree usted? —quiso saber Lexina.
—Yo creo que a ninguno.
Zandra enarcó las cejas, que aparecieron por encima de sus gafas de sol.
—¿Piensa que no deberíamos hacer nada?
—Yo no he dicho eso.
La doctora Duncan habló por primera vez.
—¿Por qué no crees a ninguno, Mike?
—En realidad, porque no tengo pruebas. Nos están contando historias contradictorias y, por lo que sabemos, ambas podrían ser un engaño. Al fin de cuentas, lo que importa es que la Tierra es nuestro planeta. Estos Airlia llegaron, se instalaron, hundieron la Atlántida en el fondo del océano cuando la situación se les fue de las manos y nos quieren joder de tanto en tanto hace milenios.
Todo el mundo se llena la boca hablando bien de Aspasia, pues dicen que nunca interfirió con nuestro desarrollo como especie, pero en lo que a mí respecta, tampoco nos ayudó mucho que digamos. Ninguno de los Airlia, para el caso. Lo que quiero decir es que esto no es Star Trek; los Airlia no tienen la directiva principal de no interferir.
Analicemos lo que ambos bandos reconocen: el guardián de Aspasia sostiene que él hizo volar la Atlántida y dejó el guardián en la Isla de Pascua, que ahora controla a los cazas Fu. El guardián de Artad dice que él fue quien voló la Atlántida, y que dejó el ordenador en Temiltepec, el que controló a Gullick. Además, dice que dejó un arma nuclear en la Gran Pirámide, y creo que también podemos suponer que fue quien mandó construirla. Estoy seguro de que eso afectó la vida de una gran cantidad de seres humanos, sin mencionar a todos los esclavos humanos que murieron al construir la sección de la Gran Muralla solo para deletrear la palabra SOS.
Sabemos que el Enola Gay fue acompañado por cazas Fu que observaron cómo los Estados Unidos soltaban la bomba atómica sobre Japón: bueno, creo que a la raza humana no le hubiera venido mal un poco de ayuda en eso momento. O en muchos otros momentos de nuestra historia. No nos dejaron en paz, pero tampoco nos ayudaron. ¿Por qué habríamos de creer que eso cambiará ahora? Creo que podemos suponer con seguridad que Aspasia cuidará de sus propios intereses; no de los nuestros. Así que la pregunta es: ¿por qué vuelve ahora? ¿Qué ha cambiado?
El habitáculo permaneció en silencio, mientras todos repasaban los acontecimientos de la última semana. Lisa Duncan fue la primera que habló.
—El guardián de Temiltepec fue trasladado y luego destruido.
Turcotte asintió.
—En cierto modo, tenías razón acerca de que la esfera era un dispositivo apocalíptico. Según Nabinger, ese guardián era responsable de la esfera de rubí en el Valle del Rift. Podía soltar la esfera —afirmó Turcotte— hacia el abismo. Una explosión de esa profundidad generaría una reacción en cadena que destruiría el planeta. Cuando sacaron al guardián de Temiltepec, Majestic hizo que esa esfera fuera vulnerable —continuó—. Eso es lo que ha cambiado, y es lo que Aspasia quiere.
Tampoco debemos olvidar que volaron la sonda Viking para que no siguiera sobrevolando Marte y para evitar que viéramos lo que estaba pasando allí. Los cazas Fu destruyeron el Pasadena y mataron a todos esos hombres. Y eso pasó cuando Aspasia ya estaba despierto. Dejando de lado todo lo que nos han dicho los distintos guardianes, creo que los Airlia no fueron precisamente el encuentro más amigable y pacífico que podríamos esperar de nuestro primer contacto directo con los alienígenas. Y ahora están a punto de llegar en seis garras que no se parecen en nada a la nave de ET.
Turcotte miró a los demás ocupantes del agitador.
—Tenemos la opción de dejarnos caer de espaldas, como un perro sumiso, y rogar que nos rasquen lo barriguita y no que nos muelan a palos, o de rebelarnos contra ellos. Pero no hay forma de saber cuál es el curso de acción correcto hasta que sea demasiado tarde.
La voz de Lexina interrumpió el breve silencio que siguió.
—Tiene razón. Nuestra acta fundacional, que fue firmada por el presidente Eisenhower, nos obliga a hacer lo que sea necesario para resistirnos a un aterrizaje alienígena si no hay pruebas definitivas claras de que sus intenciones son benévolas. Por lo tanto, para STAAR, nuestro curso de acción está claro. Nos oponemos a Aspasia.
Turcotte se frotó la barba incipiente del mentón. Sabía que Kelly Reynolds pondría le grito en el cielo si pudiera oír esa conversación. También albergaba la sospecha, aunque no pensaba manifestarlo, de que STAAR era algo más de lo que afirmaba ser. Atacar las cosas en el orden en que pueden matarte había sido la máxima que había aprendido a la fuerza en el lodo en Fort Benning y los bosques de Fort Bragg.
Y en ese momento, Turcotte no tenía duda de que Aspasia era lo que había que detener en primer lugar. Se ocuparía de STAAR cuando pudiera.
Pero Kelly Reynolds sí escuchó esa conversación. Su mirada se encontró con la del mayor Quinn. El altavoz por el que habían escuchado la conversación interceptada se encontraba en la mesa que los separaba. Quinn había ordenado a la NSA que interceptara toda comunicación entre la base Scorpion y cualquier otro participante. No fue difícil añadir las comunicaciones encaminadas a través de un satélite MILSTAR. Kelly había regresado al Cubo hacía veinte minutos.
—No pueden hacer eso —exclamó Kelly ni bien terminó la comunicación—. Aspasia dijo que venía en son de paz. Tenemos que creerle.
—Dígaselo a los hombres del Pasadena —respondió Quinn.
—¡Ellos atacaron primero! —gritó Kelly.
—Así es —reconoció el mayor Quinn—. Pero no era necesario que los cazas Fu destruyeran el submarino. Podrían haber desactivado los torpedos y nada más.
—¡Eso fue solo una respuesta automática! —argumentó Kelly. Luego aferró el brazo de Quinn—. Por favor, deme un agitador. Déjeme ir a la Isla de Pascua y al guardián antes de que las cosas lleguen demasiado lejos.
Quinn tenía muchas cosas en su mente en ese momento, y todas se lograrían más fácilmente si no tuviera a Reynolds encima todo el tiempo.
—Llévese el agitador seis. Informaré al piloto.
—El Comando Espacial ha detectado un caza Fu que se dirige en esta dirección —anunció la voz de Lexina en el interior del agitador—. Tendremos que evacuar esta posición. También parece haber algo de actividad de los cazas Fu del complejo del Valle del Rift. Creo que Aspasia está mostrando su mano.
—Buena suerte.
Afirmar que había algo de actividad era realmente subestimar lo que sucedía.
Se habían desplegado dos F-14 de la Armada de los Estados Unidos, del George Washington, a unos ochenta kilómetros de distancia, vigilando a los dos cazas. Fueron los primeros en ser destruidos: los cazas Fu volaron hacia ellos y les desactivaron los motores. Luego, los cazas se volvieron hacia el complejo. Sobrevolaron el lugar en zigzag y con un haz de luz dorada destruyeron los helicópteros que se encontraban en tierra y volaron en pedazos los que intentaban despegar.
El coronel Spearson y los hombres del SAS que lograron sobrevivir estaban reunidos en la entrada con las armas preparadas, esperando el ataque final y pidiendo ayuda desesperadamente.
Las garras se encontraban a menos de ocho horas de vuelo de la Tierra. La estrecha formación seguía el mismo patrón en el aire. Pero cada nave emitió un breve destello de luz dorada al asumir la posición inicial de la formación.
Un piloto humano de un caza de la Segunda Guerra Mundial hubiera reconocido los movimientos; estaban probando sus armas, asegurándose de que funcionaban correctamente.