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—¿Lo puede descifrar? —le preguntó Turcotte a Nabinger.

Estaban en la sala de control, junto con Kostanov y sus hombres, y Che Lu y sus alumnos.

—Dios mío, nunca había visto algo como esto —afirmó Nabinger mirando las diversas consolas y paneles—. Hasta la cámara de la Isla de Pascua era diminuta al lado de esto.

—Pero no hay un ordenador guardián —observó Turcotte.

—Aquí no —estuvo de acuerdo Nabinger. Señaló la pared más distante—. ¿Pero quién sabe qué hay allí? Además, está el pasadizo central, que nadie ha recorrido aún.

—Sí, porque el que lo intenta queda partido por la mitad —observó Turcotte.

—¿Nos puede hacer entrar allí, profesor? —quiso saber Kostanov, señalando con la cabeza la pared más distante—. No tenemos mucho tiempo.

—¿Qué prisa hay? —quiso saber Che Lu.

—El ELP golpeará a las puertas en cualquier momento —afirmó Turcotte—, y no estarán muy contentos.

—Además, como nos dijisteis —prosiguió Kostanov—, Aspasia llegará a la Tierra en menos de cuarenta y dos horas.

—¿Y? —lo instó Turcotte—. ¿Qué tiene que ver esto con eso? ¿Acaso estos equipos no pertenecen a Aspasia?

—Son equipos Airlia —afirmó Kostanov—, pero no creo que sean de Aspasia.

—¿De los rebeldes entonces? —preguntó Nabinger.

—Eso creemos —respondió el ruso.

—¿Creemos quiénes? —exigió saber Turcotte.

—La Sección Cuatro lleva rastreando todo este asunto mucho tiempo —afirmó Kostanov.

—Si hace tanto que lo rastreáis, ¿por qué es tan importante revelar esta base ahora? —preguntó Turcotte.

—Porque los Airlia están a punto de aterrizar en la Tierra —respondió, y luego se volvió hacia Nabinger—. Profesor, ¿qué nos puede decir acerca de este recinto?

—Es una sala de control —afirmó Nabinger. Su mirada estaba clavada en la consola.

—¿Para controlar qué? —preguntó Che Lu.

—Esto. —Nabinger señaló toda la sala con una mano—. Todo este complejo. Por lo que puedo deducir, toda esta montaña fue construida para albergar… —Hizo una pausa, mientras sus ojos se posaban sobre los símbolos en runa superior—. Para albergar los equipos que hay en el recinto por el que pasamos para llegar hasta aquí, y…

—¿Y? —lo instó Kostanov.

En respuesta, Nabinger apoyó la mano derecha sobre el panel. El panel negro que cubría la parte superior se iluminó con un resplandor rojo y aparecieron más símbolos en runa superior.

—¿Qué hace? —le preguntó Turcotte.

Nabinger ignoró a todos los que lo rodeaban y se concentró en lo que tenía delante de sus ojos. Sus manos se movieron sobre la consola un buen rato. Apareció un grupo de hexágonos dispuestos unos junto a otros. Nabinger presionó la mano sobre el campo de hexágonos en una secuencia determinada. Todas las demás personas que se encontraban en la sala de control retrocedieron cuando se produjo un murmullo en el interior de la consola. Se empezó a abrir una rendija en los bordes de la puerta ubicada en la pared más distante. Comenzó a deslizarse hacia afuera. Turcotte y los demás Boinas Verdes apuntaron sus armas de forma instintiva hacia la puerta, al igual que Kostanov y sus hombres.

Nabinger caminó delante de la línea de fuego y desapareció en el interior de la otra sala. Turcotte lo siguió. Parte de él esperaba ver lo que apareció ante sus ojos al dar el primer paso por el umbral. En medio de un pequeño recinto, tallada de la roca, había una pequeña pirámide de poco menos de dos metros de altura. La superficie resplandecía con una bruma dorada que se extendía unos centímetros del material que la componía.

Turcotte tampoco se sorprendió cuando Nabinger caminó hasta la pirámide, colocó las manos sobre la superficie y el destello dorado se propagó hasta él como si hubiera pasado a formar parte de la máquina.