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Turcotte caminaba más lentamente para permitirle a Harker colocarse en posición. Descendían poco a poco a medida que el terreno cedía hacia el amplio lecho del arroyo que corría a lo largo de la base norte de Qianling. Tenía sentido desde el punto de vista táctico que la barricada china estuviera esperándolos en la orilla más distante del arroyo, usándolo como un método de control. Turcotte aminoró aún más la marcha, tratando de deslizarse con la mayor destreza posible entre las sombras. La gran ventaja que Turcotte sabía que tenían sobre los chinos era que el ELP no tenía acceso a equipos de visión nocturna.
Cinco minutos más tarde llegaron al final de la vegetación baja en la orilla sur. Turcotte quería acercarse todo lo que pudiera a la línea enemiga antes de que Harker iniciara el contacto. Se detuvo en una zona poblada de arbustos tupidos.
Harker y DeCamp estaban posicionados a poco menos de seiscientos metros del piquete del ELP. Estaban a alrededor de cien metros más elevados que los hombres a los que dispararían. Se agazaparon entre las rocas y la vegetación rala.
Harker miró por el visor termográfico, que ahora había montado sobre el rifle de precisión. El rifle y el visor se consideraban eficaces hasta mil doscientos metros y Harker confiaba en dar a los soldados, a los cuales podía ver claramente como imágenes resplandecientes. También veía al grupo de Turcotte, que era un montoncito pequeño de puntos brillantes, un poco al sur de los chinos, en la orilla más cercana.
Harker contó veinte soldados chinos en el área inmediata del equipo. Se centró en la figura que estaba más cerca del equipo. No había viento, por lo que no tenía que hacer correcciones en función de ello. La diferencia de altura requería algunos ajustes, pero Harker tenía suficiente experiencia en los blancos distantes como para poder tenerla en cuenta.
A cinco metros a su izquierda, DeCamp se mantenía oculto. Tenía el rifle preparado entre dos rocas. Harker volvió a mirar el reloj. Un minuto más.
Detrás de los dos soldados de las Fuerzas Especiales se erguía el relieve de la montaña de Qianling, esperando la llegada de los primeros rayos de sol que la acariciarían desde el este.
En el otro lado del mundo, alguien más observaba el destello de unas siluetas, pequeños puntos en la pantalla ubicada al frente de un recinto subterráneo. En el Centro de Alerta de Comando Espacial, bajo de las profundidades de la montaña Cheyenne, observaban a los cazas Fu en la pantalla. Se dirigían hacia el oeste por encima del Pacífico, directamente encima del Ecuador.
Harker apretó el gatillo con suavidad y el rifle emitió un ladrido que repercutió en la ladera de la montaña. Un soldado chino, que se había creído seguro en la oscuridad, se desplomó cuando el cartucho de 7.62 mm se hundió en su pecho. Sin pensarlo siquiera, Harker hizo lo que su entrenamiento le dictaba. Apuntó el rifle al siguiente blanco. El hombre había oído el primer disparo, pero no sabía qué significaba. Nunca lo sabría, pues el disparo de Harker le dio de lleno en el pecho y el soldado cayó al suelo.
Harker disparó los diez cartuchos de la recámara. Nueve dieron en el blanco. Volvió a cargar una nueva recámara y decidió esperar unos minutos para permitir que los chinos reaccionaran.
—¿Qué diablos pasa? —le preguntó Kelly Reynolds al mayor Quinn. Los receptores de todo el planeta habían captado un nuevo mensaje de los Airlia, transmitido abiertamente a todo el mundo, y no en binario, sino en inglés.
POR FAVOR
NO INTERFERIR
CON NUESTRAS
SONDAS
ESTÁN
RECOLECTANDO
INFORMACIÓN
IMPORTANTE
PARA NUESTRO
ATERRIZAJE
ASPASIA
Quinn señaló la pantalla frontal del Cubo.
—El Comando Espacial está rastreando un par de cazas Fu.
—¿Qué quiere decir Aspasia con eso de no interferir?
Quinn miró por encima del hombro de Kelly para asegurarse de que nadie estuviera cerca, y luego se acercó a ella.
—La Armada acaba de perder un submarino cerca del lugar donde se encuentra la base de los cazas Fu. El Pentágono se está volviendo loco.
—¿Perdió un submarino? —repitió Kelly—. Lo dice como si no supieran dónde lo pusieron. ¿Qué ocurrió?
—No lo sé. Me están llegando informes clasificados de CINCPAC al Pentágono y, por lo que puedo entender, los cazas Fu le hicieron algo al submarino y ahora está en el fondo del mar. No hay supervivientes.
—Dios mío —exclamó Kelly Reynolds, que sacudía la cabeza sin poder creerlo—. ¿Y qué pasó en China?
Quinn se mordió el labio.
—No tengo información directa, pero me da la impresión de que hay problemas. Estoy interceptando mucho tráfico entre esa mujer, Zandra, y STAAR, en la Antártida.
—¿Podrán salir de allí?
—Los helicópteros los han ido a buscar en el horario programado.
Kelly Reynolds volvió a sacudir la cabeza.
—Vamos a joder esto, ¿no es así? Nuestra gran oportunidad y la raza humana la arruinará.
Turcotte veía y oía los movimientos en las filas chinas. Se percibía el murmullo de un tanque y del personal que encendía los motores de los vehículos blindados. Otros recibían órdenes impartidas a gritos.
Incluso con los visores nocturnos, no era sencillo determinar qué estaba sucediendo allí. Por lo que sabía Turcotte, los chinos podían estar adelantando toda la barricada. Sabía que habían identificado la posición de Harker por los proyectiles trazadores verdes de las metralletas calibre 12.7 mm montadas sobre los tanques y transportes blindados de personal.
—¿Cuándo avanzaremos? —quiso saber Nabinger.
—En cualquier momento.
Desde el terreno elevado en el que se encontraban, Harker vio los comienzos de lo que parecía una línea que avanzaba en su dirección. Silbó apenas y DeCamp silbó a modo de respuesta. Harker colocó el rifle en el suelo y estiró los hombros y los brazos. Inhaló y exhaló varias veces y apoyó la espalda contra una roca. Tenía unos momentos antes de volver a matar.
Turcotte tiró del brazo de Nabinger para indicarle que tenían que moverse. Howes y Pressler se levantaron y los siguieron. Con lentitud, salieron de los arbustos que los habían mantenido ocultos.
Turcotte oyó otro estallido de disparos desde la ubicación de Harker y DeCamp. Turcotte barría el terreno de izquierda a derecha, y luego al revés, con sus visores nocturnos. Sostenía su MP-5 preparado. A su izquierda, apenas pudo vislumbrar un tanque, a unos setenta metros al norte. Entre el tanque y el arroyo no vio nada más.
Lentamente, se deslizaron hacia el lecho del arroyo. Turcotte agachó los hombros, anticipando un proyectil desde la oscuridad, pero este no llegó. Se dio vuelta y le dio una mano a Nabinger para subir por la orilla contraria.
Turcotte miró el reloj. Otros mil doscientos metros y estarían en el punto de evacuación. En veinte minutos, los helicópteros estarían allí también.
Las tropas más cercanas estaban a solo quinientos metros. Era hora de salir de allí, pensó Harker. Los chinos estaban a punto de llegar. Consideró por un momento la posibilidad de dejar de disparar, pero luego decidió que debían continuar, pues no estaba seguro de que los demás hubieran logrado pasar por la barricada.
Disparó cinco cartuchos en menos de tres segundos, cambiando rápidamente de un blanco a otro mientras los soldados chinos se zambullían para ponerse a cubierto. DeCamp disparó con la misma rapidez. Los dos cogieron sus rifles y se deslizaron por la roca suelta, poniendo la parte sobresaliente entre ellos y su enemigo. Justo a tiempo, dado que la respuesta fue certera y no se hizo esperar. Los proyectiles dieron contra la roca, encima de su cabeza.
—Salgamos de aquí. —Harker comenzó a avanzar hacia el norte para mantener la protuberancia entre ellos y los chinos. Solo había una dirección en la que podían correr: hacia la cima de Qianling.
El punto de evacuación era un arrozal seco rodeado de árboles altos a ambos lados. No se toparon con ninguna persona en la rápida caminata de un kilómetro y medio hasta llegar allí.
Turcotte miró el reloj. Diez minutos. Estaban agrupados al borde del punto de evacuación. Todos se esforzaban por escuchar algo. Por escuchar el ruido de las palas de los rotores.
Cuando faltaban ocho minutos para la hora, oyeron el sonido de helicópteros hacia el sur. «Es demasiado pronto», pensó Turcotte. «Pero quizá llegaron antes de tiempo».
El ruido se acercaba. Todavía al sur. Luego Turcotte se dio cuenta de que probablemente se tratara de helicópteros chinos de refuerzo.
Se inclinó hacia Nabinger.
—Usted se sube al primer helicóptero que llegue; yo iré en el segundo. Hay algo que nos enseñan a los Rangers y que tendremos que hacer ahora: se llama diseminar la información. De ese modo, si solo un helicóptero logra salir de aquí, no se perderá la información. Y necesito saber algunas cosas más, pero primero dígame de qué modo podemos detener a Aspasia.
Nabinger asintió y comenzó a hablar.