16
Kelly Reynolds sintió que una gota de sudor le bajaba por la espalda. Estaba de pie sobre la pista de aterrizaje caliente de la base aérea de Nellis, discutiendo con un joven teniente que no quería permitirle subir a un helicóptero que, según el panel de operaciones, se dirigía hacia el Área 51. Había llegado allí en un vuelo militar que salió inmediatamente después de que se marchara el 707 con los demás. Sabía que la única forma de detenerlos era descubrir más información, y que el mejor lugar para hacerlo era allí donde había funcionado el proyecto Majestic durante medio siglo.
Los dos se volvieron cuando escucharon la llegada de un automóvil. Una figura enfundada en un traje azul salió de él. Llevaba la insignia de hojas de roble doradas en los hombros.
—Mayor Quinn —dijo Kelly a modo de saludo. Todavía desconfiaba de la Fuerza Aérea, a pesar de la apertura que había mostrado en las últimas semanas. Su experiencia con una campaña de desinformación sobre ovnis implementada por la Fuerza Aérea, que en el proceso acabó con su floreciente carrera en la industria de las películas documentales, hacía que desconfiara de los uniformes azules.
—Señorita Reynolds —respondió Quinn.
—¿Es ese su helicóptero? —preguntó Reynolds.
—Sí.
—¿Puede llevarme? —El teniente comenzó a protestar, pero cerró la boca cuando Quinn le hizo una seña a Kelly para que lo acompañara hasta el aparato. Reynolds sabía que Quinn hacía todo lo posible por mantener buenas relaciones con los medios. Todos los demás miembros del Majestic estaban muertos, se habían suicidado, como Gullick, o estaban en la cárcel. Quinn caminaba en la cuerda floja, y ella también sabía por Lisa Duncan que el Presidente le había ordenado que prestara toda su colaboración a la prensa.
—Acabo de ver al profesor Von Seeckt —anunció Quinn cuando entraron al helicóptero y se colocaron el cinturón de seguridad.
—¿Cómo está? —Reynolds tampoco sentía mucha simpatía por Von Seeckt. El anciano había sido nazi y había trabajado en Peenemünde y, a pesar de que había aducido no saber nada al respecto, Reynolds sabía que tenía que estar al tanto del campo de concentración Dora, donde se había albergado la mano de obra esclava para la fábrica de misiles. El padre de Reynolds fue una de las primeras personas en entrar al campo de concentración, y pudo ver la muerte y la miseria que allí reinaban. Le habló a su hija al respecto, y la convicción de que nunca más debían permitir semejantes atrocidades y de que debían ser castigadas había sido el impulso que llevó a Kelly a convertirse en periodista.
—No muy bien —respondió Quinn—. Los médicos le dan menos de una semana.
Kelly resopló.
—Eso mismo dijeron la semana pasada. El maldito no se muere nunca. —Miró a su alrededor cuando el helicóptero comenzó a ascender—. ¿Por qué ha ido a verlo?
Quinn la miró a los ojos.
—Está sucediendo algo raro. —Le contó la historia de Oleisa, la extraña mujer que había aparecido solicitando un agitador, y le habló de los mensajes que se enviaban a la Antártida. No le mencionó la pregunta perturbadora que le había hecho Von Seeckt al final, a pesar de que no podía pensar en otra cosa desde que salió del hospital.
—¿De verdad piensa que esa organización STAAR está usando la base Scorpion? —preguntó Kelly.
—Es lo único que tiene sentido.
—¿Pero se puede mantener algo así en secreto?
Quinn asintió.
—Sí. No hay cobertura fija de satélite de esa parte del mundo y como la base de todos modos estaba debajo del hielo, no resultaría demasiado difícil mantenerla oculta. Además, no se olvide de que hay tratados internacionales que prohíben el despliegue de armamento en ese continente, de modo que es el lugar menos militarizado del planeta.
—Tampoco son frecuentes los vuelos en esa zona, la base Scorpion se encuentra fuera del camino de todas las rutas de vuelo de las demás bases internacionales. El clima inhóspito también desalienta las visitas.
—Nunca hubiera sospechado que una organización gubernamental pudiera mantener su existencia completamente en secreto —afirmó Kelly, que se dio cuenta de la contradicción que encerraban sus palabras ni bien las pronunció—. Quiero saber más al respecto.
El helicóptero ahora estaba aterrizando fuera del hangar principal del Área 51.
—Le mostraré todo lo que pude averiguar —le dijo Quinn mientras descendían de la aeronave.
En el ascensor que los llevaba al Cubo, Kelly no pudo evitar recordar que, hacía solo unas semanas, Johnny Simmons había sido capturado cuando trataba de entrar a esa misma instalación hacia la que ahora la escoltaban. Si había otro organismo gubernamental funcionando en secreto, Kelly decidió que lo descubriría, sin importar lo que costase.
Las puertas del Cubo se abrieron y Quinn la condujo al escritorio que se encontraba al final de la sala. Del resto de la sala, llegaba un murmullo sordo de actividad.
—He ordenado el seguimiento de nuestros datos de inteligencia para detectar cualquier información vinculada a STAAR —afirmó Quinn mientras se sentaba—. También he realizado una búsqueda intensiva de los archivos clasificados. No hay mucho.
—¿Qué pudo averiguar? —preguntó Kelly; la periodista que había en ella no podía evitar sentir curiosidad.
Quinn miró su ordenador.
—Después de que retiraron los agitadores, la base Scorpion permaneció vacía durante varios años. Luego, en 1959 sin que ni siquiera Majestic lo supiera entonces, alguien se trasladó allí, a la cámara más profunda. Aquí tengo un informe de una unidad de ingeniería que colocó estructuras prefabricadas en el hielo, a mucha profundidad, usando el ancho túnel que habían cavado para extraer a los agitadores. Me fijé y no hay señales de la base en la superficie. Las aeronaves que se dirigen allí son guiadas por un transmisor que cambia de frecuencia constantemente.
—¿Quién la instaló? —quiso saber Kelly.
—Eisenhower volvió a establecer la base Scorpion en 1959. He encontrado una copia de la orden y es muy extraña. La directiva presidencial que autorizó el uso también estipula que ninguno de sus sucesores debía ser informado de la existencia de la base, o de la organización que la administraba, que solo se conocía por las siglas STAAR.
—Cielos. ¿Cómo pudieron mantenerlo en secreto todos estos años? —dijo Kelly.
—El presupuesto asignado a STAAR está oculto dentro del «presupuesto negro» de sesenta y siete mil millones de dólares al año —explicó Quinn, que estaba muy al tanto de eso por su trabajo en el Majestic—. A través de la misma directiva presidencial que la había creado, STAAR obtenía un porcentaje especificado cada año, sin que nadie hiciera preguntas ni objeciones, y lo transfería a una cuenta bancada en Suiza. Le apuesto lo que quiera a que hay muchas posibilidades de que nadie en Washington sepa hoy en día de la existencia de STAAR.
—¿Eso es posible? —preguntó Kelly.
Quinn asintió.
—Por lo que he visto, STAAR no parece hacer nada, lo que significa que no llama la atención de nadie. El presupuesto operativo se oculta detrás de un presupuesto confidencial de la Organización de Reconocimiento Nacional.
Señaló la pantalla del ordenador.
—En realidad, lo más interesante que he descubierto sobre STAAR no es el presupuesto, sino algo que falla: no hay registros del personal que la conforma. —Apoyó la espalda en el respaldo—. En lo que respecta a los documentos de contratación de personal que debe tener sí o sí cualquier organización vinculada al gobierno de los Estados Unidos, no importa cuán secreta sea, STAAR es una organización sin empleados. Coño, si hasta la CIA tiene algunos documentos sobre los asesinos que contrata.
Kelly lo miró fijamente.
—¿Qué dice…? —comenzó, pero se interrumpió cuando Quinn se inclinó hacia el teclado y comenzó a introducir datos.
—Bueno, esto es interesante. La NSA está captando un enlace activo que involucra a STAAR —afirmó el hombre.
—¿De dónde proviene? —quiso saber Kelly.
Señaló la pantalla que se encontraba al frente de la sala.
—Del Aurora. —Apareció un mapa electrónico de China. Una luz parpadeante apareció en la pantalla y se deslizó con rapidez por el mapa en la frontera occidental de China, rumbo a la seguridad del océano con velocidad sorprendente.
Kelly sabía que el Aurora era el avión espía de última generación que tenía la Fuerza Aérea, el sucesor del SR-71.
—Se están bajando datos desde el Aurora hasta la base Scorpion —agregó Quinn—. Yo estoy interceptando los datos para obtener una copia. Quizá nos enteremos de algo.
En el interior del centro de mando de STAAR, en la profundidad del hielo, la mujer que había dirigido la organización durante los últimos veintidós años estaba sentada en un sillón de cuero de respaldo alto mirando las diversas pantallas que revestían toda la pared frontal. Cuando tenía que comunicarse con Washington, o con quien fuera, tenía la autorización ST-8, la cual le aseguraba que podía obtener todo lo que quisiera sin que nadie le hiciera ninguna pregunta. Solo la conocían por su nombre en clave: Lexina.
Su predecesor la eligió por su inteligencia, su lealtad y, sobre todo, porque había estado dispuesta al exilio permanente en la base Scorpion. Se consideraba un soldado. Un soldado que, como todos los soldados, siempre deseaba ver la paz, pero que también estaba preparada para lo contrario, y dispuesta a dar todo de sí en caso de que eso ocurriera.
—¿Cuál es el estado de la doctora Duncan? —quiso saber Lexina.
—En tránsito —respondió Elek, su jefe de personal. En STAAR, solo usaban los nombres en código—. Debe aterrizar en Corea en menos de una hora.
—¿Quién los espera en tierra? —preguntó Lexina. STAAR mantenía una red activa de solo veinte agentes en todo el mundo, contando los cinco miembros que controlaban la base Scorpion, y eran una organización sumamente pequeña, lo que facilitaba la capacidad de la organización de mantener un velo de secretismo.
—Zandra recibirá al avión y les dará información sobre la operación. Su coartada es la CIA —explicó Elek—. Turcotte la conoce como miembro de la CIA de la misión del Valle del Rift, así que eso es lo que mejor funciona.
Esto último era la práctica estándar. STAAR usaba la agencia gubernamental que mejor encubriera su existencia. Nunca había sido difícil mantener esa versión, gracias a la falta de actividad durante años. Ahora Lexina anticipó que podrían tener problemas, pero lo último que le preocupaba eran las quejas de la CIA o de la NSA, ni de cualquiera de esas agencias que eran una confusión de letras del alfabeto. También sabía que solamente era cuestión de tiempo que se quebrara el manto de confidencialidad inicial que los protegía, pero eso tampoco la preocupaba. Tenían un plan para eso.
—¿Y qué hay de la inteligencia? —preguntó.
—No hemos tenido ninguna noticia de China desde…
—Sé qué noticias no hemos tenido. Por eso autoricé a Duncan y su comitiva a que fueran hacia allí. ¿Cuál es la perspectiva de su misión?
—Aurora está echando un vistazo y recopilando imágenes —respondió Elek. Tecleó en su ordenador y una de las pantallas quedo vacía. Apareció un mapa electrónico de China.
El Aurora, que tenía la forma de una mantarraya negra, volaba a cuarenta mil pies por encima de China, a una velocidad de Mach 5. Al llegar a la zona que buscaba, la disminuyó a menos de 2,5, que de cualquier modo era una velocidad superior a 3200 kilómetros por hora; lo suficientemente lento como para desplegar la sonda de reconocimiento.
En el asiento trasero, el OSR, el oficial de sistemas de reconocimiento, se aseguró de que todos los sistemas estuvieron listos para funcionar, luego los activó al pasar por el área objetivo.
—¿Hay algo en los frecuencias HF o SATCOM que nos indicaron controlar? —preguntó el piloto.
—Negativo.
—Me pregunto quién coño está allí abajo —dijo el piloto—. No iría a China con lo que está pasando ni por todo el oro del mundo.
El OSR observó una luz roja que tintineaba en la sección izquierda de su consola.
—Tenemos lanzamientos de misiles —informó al piloto—. Tengo lo que vinimos a buscar. Salgamos de aquí.
—Roger. —El piloto activó el sistema de postcombustión. Los dos hombres quedaron pegados contra los asientos, especialmente diseñados, cuando el avión duplicó su velocidad en menos de quince segundos, dejando atrás a los misiles disparados por los militares chinos y a sus sistemas de rastreo preguntándose dónde estaba el blanco.
—Descargando los datos —afirmó el OSR cuando la luz roja se apagó y apareció a toda velocidad el Océano Pacífico.
Los datos pasaron a un codificador y la transmisión incoherente se registró en un disco digital. Luego se reproducía el disco a dos mil veces la velocidad normal, lo que llevaba el mensaje a un satélite orbital. Ese satélite rebotaba el mensaje a un satélite hermano más hacia el oeste y hacia abajo, a Corea del Sur, donde esperaba Zandra. Los datos además se transmitían a la base Scorpion y fueron interceptados por la NSA y enviados al mayor Quinn, que se encontraba en el Cubo.
—Tengo una copia de los datos —afirmó Quinn.
—¿Se están transmitiendo a algún otro lugar, además de a la Antártida? —quiso saber Kelly Reynolds.
—Una copia se está enviando a la base de la Fuerza Aérea de Osan en Corea del Sur —respondió Quinn—. Por lo que veo, parecen ser sobre todo imágenes de China occidental.
—En Osan están Turcotte y Nabinger recibiendo la información —dijo Kelly.
—No entiendo —repuso Quinn—. ¿Quién está a cargo de su operación? Pensé que era la CIA.
—Si no lo sabe usted —acotó Kelly—, menos voy a saberlo yo. Pero esto puede implicar que quien sea que los espera en Osan no es de la CIA, sino que puede estar vinculado a STAAR.
—Es una posibilidad —admitió Quinn—. Pero sin importar de quién se trate, es evidente que están usando la mejor inteligencia para esta misión.
—¿Cuál es la situación política en China? —preguntó Kelly. Se sentía muy incómoda en la confinación del Cubo, ubicado debajo de la tierra. Todo lo que la rodeaba representaba lo que Kelly detestaba, y la intriga que rodeaba la misión a China la arrojaba al borde de la desesperación.
—La CNN tiene la mejor cobertura —afirmó Quinn, mientras cambiaba una de las pantallas ubicadas en una pared de la sala para ver la cadena de noticias. En la pantalla, apareció un corresponsal frente a un edificio de Hong Kong. Detrás de él se veía gente que corría por las calles. Desde que Hong Kong había pasado al gobierno de China, existió como un submundo extraño entre el resto del mundo y el gobierno de Beijing. Todas las noticias que se filtraban al mundo desde China lo hacían a través de la pequeña antigua colonia, como las suposiciones de ese reportero acerca de lo que sucedía en el continente:
—Se han producido informes no confirmados que sostienen que elementos del Ejército Veintiséis que han desplegado posiciones alrededor de la ciudad de Beijing. No se conoce si estos informes son ciertos, ni tampoco si el gobierno utilizará estas tropas en un intento de abortar el movimiento que se ha gestado en las últimas semanas.
Hasta el momento, la situación en la capital se ha mantenido tranquila, pero nos han llegado informes poco precisos de que hay conflictos en las zonas rurales, en especial en las provincias occidentales, donde hace tiempo que los grupos étnicos y religiosos muestran su irritación ante la mano dura del gobierno chino.
Incluso han llegado noticias de que hay comandos del ejército taiwanés operando en el continente, contribuyendo a fomentar el descontento, aunque estos rumores no se han confirmado.
También nos han informado de que tenemos doce horas para abandonar el país, o que seremos arrestados. El Consejo Revolucionario está arrasado por la xenofobia, y China está cerrando las fronteras al mundo. Esta será nuestra última transmisión, ya que…
—¿Nada de la CIA o la NSA? —quiso saber Kelly cuando Quinn bajó el volumen.
—Algunos movimientos de tropas. En efecto, el ejército veintiséis se está desplazando cerca del capitolio. El ELP está moviendo a sus divisiones lejos de las ubicaciones de conscripción y hacia donde tienen más probabilidades de disparar al populacho si se les ordena hacerlo.
—¿Y los taiwaneses?
—Según la CIA, los Comandos de Reconocimiento, parte de las fuerzas especiales de Taiwán, han logrado infiltrar varios equipos en China continental para hacer exactamente lo que dijo el reportero de la CNN. Y China de hecho está cerrando sus fronteras al mundo. —Quinn levantó la mirada de la pantalla del ordenador—. ¿Cree que ese lugar en China es importante?
—No lo sé —respondió Kelly—. Así lo creen Turcotte y Nabinger y, evidentemente, quien sea que esté a cargo en la Antártida. Solo me pregunto quién es quién en esta historia y cuáles son sus razones para hacer lo que hacen.
—Bueno, sea quien sea, STAAR, sin duda, tiene mucho poder —observó Quinn.
—Tenemos que mantenernos atentos en caso de que Turcotte y los demás necesiten ayuda —afirmó Kelly. Sabía que Quinn le daría información, pero que no la ayudaría a tratar de detener la misión.
—Ya me he encargado de eso.
—¿Y qué hay de la persona de STAAR que se apoderó de vuestro agitador? —quiso saber Kelly.
Quinn se encogió de hombros.
—Parece estar esperando.
—¿Esperando qué?
—No tengo la menor idea.
El oficial de turno en el Primer Escuadrón de Operaciones Especiales (el primer EOP), con sede en Okinawa levantó la vista cuando oyó el zumbido de la terminal de SATCOM segura ubicada en un rincón de la sala. Dejó el libro sobro el escritorio y se dirigió a la máquina para ver el mensaje entrante. Después de cinco segundos, el zumbido terminó y salió el mensaje. Los ojos del hombre se agrandaron al leerlo.
CLASIFICADO: CONFIDENCIALIDAD MÁXIMA ST-8
ENCAMINAMIENTO: FLASH
PARA: CDR 1.º EOP / 1.º SOW / MJE. 01
DE: AUTORIDAD DE COMANDO NACIONAL A TRAVÉS CIA
ASUNTO: ALERTA / TANGO SIERRA / CÓDIGO DE AUT: ST-8
SOLICIT.: UN MC-130
DEST.: BASE FUERZA AÉREA OSAN / COREA
TIEMPO: URGENTE
PUNTO DE CONTACTO: NOMBRE CÓDIGO ZANDRA, CIA
FINALIZACIÓN: A DETERMINAR
CLASIFICACIÓN: CONFIDENCIALIDAD MÁXIMA ST-8
El oficial de turno cogió el teléfono y marcó el número del comandante.
—Allí está Qianling —observó Nabinger, señalando una fotografía del satélite que mostraba una montaña de gran tamaño. Estaba examinando las imágenes de satélite y térmicas pegadas en las carteleras que habían colocado apresuradamente para tal fin. Los demás lo siguieron. Habían llegado a Osan hacía menos de diez minutos y el mayor de la Fuerza Aérea inmediatamente los escoltó hasta ese hangar, más allá de los guardias armados que custodiaban la puerta, y luego los había dejado solos.
Turcotte echó un vistazo.
—Es una zona amplia. ¿Cómo encontraremos a Che Lu para entrar al mausoleo?
Todos se volvieron cuando la puerta se abrió y entró una silueta a la habitación.
—Qué sorpresa verla por aquí —afirmó Turcotte cuando reconoció a la figura alta y delgada.
—Capitán Turcotte, doctora Duncan, ya nos conocemos —respondió la mujer. Se volvió a la otra persona—. Profesor Nabinger, lo único que necesita saber es que me llamo Zandra.
Nabinger enarcó una poblada ceja.
—¿Es griego?
—Solo es un nombre en clave —respondió Zandra, un poco sorprendida. Hizo un gesto que abarcó la habitación en la que se encontraban—. Tenemos toda la información que pudimos obtener acerca de Qianling, incluidas las imágenes del Aurora.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Turcotte.
—Este es el punto de lanzamiento y yo seré vuestro comandante de FOB —comenzó a explicar Zandra, pero Duncan la interrumpió.
—Tendrá que hablar para que podamos entenderla. ¿Punto de lanzamiento de qué y qué es FOB?
—FOB es una base operativa avanzada —explicó Turcotte—. En las Fuerzas Especiales, es la base central que tiene el control operativo de los elementos desplegados. —Señaló a sus dos camaradas—. ¿Los elementos desplegados seríamos nosotros?
Zandra negó con la cabeza.
—Tendrá un Equipo A dividido de las Fuerzas Especiales con usted, capitán. Y solo usted irá.
—¿Un equipo A dividido? —preguntó Duncan.
—El equipo A tiene doce hombres —repuso Turcotte. Un equipo dividido está conformado por seis hombros de cada especialidad: armas, detonaciones, medicina y comunicaciones, representada por un hombre, además de un comandante y especialista en inteligencia.
—Yo también iré —anunció Nabinger.
Zandra negó con la cabeza.
—El capitán Turcotte podrá transmitirme por video digital cualquier información que encuentren en Qinnling o que les dé la profesora Che Lu. Usted es demasiado valioso para…
—Iré, o no os daré mi asistencia.
Zandra se quedó mirándolo por unos instantes.
—Es por el mausoleo, ¿verdad? No puede dejar pasar la oportunidad. —No esperó respuesta—. De acuerdo. Puede ir.
—Y yo me quedaré aquí con usted —afirmó Duncan, lo que le valió una mirada de reojo de Zandra.
—¿Dónde está el equipo de las Fuerzas Especiales? —preguntó Turcotte, que ahora que sabía que llevaría seis hombres que eran parte de la hermandad de las Boinas Verdes se sentía más reconfortado.
—Están aislados en la habitación de al lado. Están planificando la misión desde que fueron informados —afirmó Zandra—. No conocen el objetivo exacto, solo que usted también va y que deben infiltrarlo y sacarlo de allí entero.
—¿Eso quiere decir vivo? —preguntó Nabinger.
—Sí, eso sería beneficioso para el éxito de la misión —respondió Zandra, sin que su expresión reflejara el más mínimo atisbo de una sonrisa.
—¿Cómo llegaremos allí? —preguntó Turcotte.
—Un MC-130. El avión viene desde Okinawa —afirmó la mujer—. Es la forma más rápida y segura de infiltrarnos.
Turcotte se volvió hacia Nabinger.
—¿Alguna vez has saltado en paracaídas?
Nabinger abrió los ojos de par en par.
—¡Esperad un momento! ¿Saltar en paracaídas?
Por primera vez, los ojos de Zandra expresaron cierta diversión.
—Si quiere ver el mausoleo, tendrá que saltar. No se preocupe; a quinientos pies es como saltar de la rampa del avión. La línea estática abrirá el paracaídas y luego aterrizará.
Turcotte miró más de cerca de la mujer.
—Esto no nos da demasiado tiempo. Iremos esta noche.
—Eso no debería ser un problema. El equipo ya ha planificado toda la misión. En breve os informarán los detalles. Vosotros solo los acompañáis y lo único que debéis hacer es descubrir cualquier artefacto Airlia, si es que hay alguno, en Qianling. Debéis tratar de encontrar a Che Lu y averiguar qué sabe ella. Luego, volvéis. —Zandra se volvió hacia las imágenes del satélite—. Antes de que me olvide, creemos que Che Lu y su grupo han sido encerrados en el interior del mausoleo por el ELP, de modo que podréis matar dos pájaros de un tiro, por así decirlo.
—Quietos —ordenó Che Lu, a pesar de que la orden era innecesaria, pues cuando ella detuvo sus pasos lentos y cautelosos por el túnel, los demás se detuvieron, inmóviles, detrás de ella—. Apaga la luz —dijo, y Ki obedeció.
Quedaron inmersos en la oscuridad. Che Lu parpadeó y entrecerró los ojos para ver hacia el túnel.
—Allí —dijo, señalando. Más adelante, se veía un resplandor tenue de luz que no era más que un puntito blanco en la inmensa oscuridad—. Vamos —dijo. Ki volvió a encender la linterna y Che Lu sostuvo la rama de bambú frente al cuerpo, con la tela colgando hasta el suelo. Muy despacio, avanzaron hacia la luz.
A medida que se acercaban, Che Lu pudo ver que era un pequeño haz de luz que cruzaba el túnel de izquierda a derecha, en dirección descendente. Se preguntó si se trataría de otro de los rayos asesinos, hasta que estuvo más cerca y vio que era luz solar. Sintió un poco de alivio cuando se acercó a la luz. Provenía de un orificio de alrededor de quince centímetros en el extremo superior izquierdo del pasillo. El haz cruzaba el túnel y desaparecía en otro orificio del mismo tamaño en el lado derecho, más abajo en la pared de la piedra.
—¿Para qué sirve eso? —preguntó Ki al grupo, que se había congregado alrededor de la reconfortante luz que entraba por el orificio.
Che Lu alzó la cara hacia la abertura, a la que podía llegar de puntillas. Todo lo que pudo ver fue un cuadrado azul muy tenue al final del pasadizo. Calculó que debía haber unos cien metros hasta el exterior, y nadie podría desplazarse por ese túnel. De todos modos, le dio esperanzas de que pudieran encontrar uno de mayor tamaño más adelante.
—Es como la Gran Pirámide —afirmó, un tema del que se había informado al encontrar los huesos de oráculo con las inscripciones en runa superior—. Hay pequeños túneles en la pirámide, como este, que van desde la cámara del faraón hasta la superficie. Señalan constelaciones estelares específicas. —Se volvió al orificio inferior—. La tumba del emperador debe de estar en esa dirección —agregó.
—¿Había una puerta en la parte de atrás de la Gran Pirámide, para poder salir? —quiso saber Ki, siempre pragmático.
—No —respondió Che Lu—. Solo una entrada y estaba sellada para desalentar a los saqueadores de tumbas. —Se sentó en el suelo—. Descansaremos aquí y luego seguiremos.
—¿Por qué no le preguntamos simplemente a esa tal Oleisa? —sugirió Kelly Reynolds.
—No creo que hable con nosotros —respondió Quinn—, pero vale la pena intentarlo.
Reynolds y Quinn salieron del Cubo y tomaron el ascensor hasta el hangar uno. Cuando se abrieron las puertas, entraron a un enorme recinto excavado en la misma roca de la montaña Groom. El hangar tenía más de un kilómetro de longitud y medio de ancho. Tres de las paredes, el suelo y el techo, que se alzaba a cientos de metros por encima de sus cabezas, eran de roca. El lado restante era una serie de puertas corredizas camufladas que se abrían hacia la pista de aterrizaje.
Pasaron al lado de uno de los agitadores. Kelly sabía que, si uno había visto un agitador, podía comprender cómo se originaron los rumores de la existencia de los platillos volantes en los años cincuenta. La designación oficial que les habían puesto los científicos era NAPM, o «naves atmosféricas de propulsión magnética». Cada uno tenía alrededor de nueve metros de diámetro y una base ancha que luego disminuía hacia una pequeña cúpula en la parte superior.
Los llamaron «agitadores» por su singular forma de volar. Podían cambiar de dirección de forma muy brusca, lo que causaba fuertes sacudidas a los ocupantes de la nave.
Quinn y Reynolds llegaron a la puerta que conducía al sector donde habían aislado el agitador. Llamaron o la puerta unos minutos sin obtener respuesta.
—¡Coño! —exclamó Quinn.
—Echemos un vistazo a la nave nodriza —sugirió Reynolds. Retrocedieron hasta la parte principal del hangar, pasaron junto a los agitadores hasta llegar a una puerta trasera. En el interior había una vagoneta para ocho pasajeros que se deslizaba por un raíl eléctrico. Quinn entró al coche, con Reynolds a su lado, y presionó los controles. De inmediato, el motor se encendió y el tren comenzó a avanzar por un túnel bien iluminado.
Kelly ahora conocía la historia del Área 51, pero durante más de cincuenta años fue uno de los secretos más celosamente guardados de los Estados Unidos. Durante años, el comité Majestic-12 había prestado toda su atención a los agitadores que albergaba el hangar uno, pero era el contenido del hangar dos lo que había contribuido a decidir la ubicación del Área 51 cuando fue descubierto en los años oscuros de la Segunda Guerra Mundial. El túnel por el que avanzaba la vagoneta se había excavado hacía años para comunicar el hangar uno con el hangar dos.
La vagoneta emergió del túnel y entró en la amplia cavidad que albergaba la nave nodriza. Kelly sabía que antes había sido una caverna. Ella se quedó fuera cuando el capitán Turcotte modificó la secuencia de detonación de las cargas explosivas e hizo colapsar el techo sobre la nave en un intento por evitar que el general Gullick hiciera funcionar la nave nodriza. Al salir de la vagoneta, vio que después del trabajo de excavación intenso que había realizado el Cuerpo de Ingenieros del Ejército en los últimos días, los escombros ya no estaban y la nave nodriza permanecía despejada y sin ningún daño a la vista.
Kelly alzó la mirada. La nave ahora estaba al aire libre y la luz matinal se filtraba sobre el borde de la cavidad del techo hacia la superficie negra brillante del artefacto. A pesar de que la había visto antes, Kelly Reynolds se sintió abrumada por el tamaño impactante de la nave nodriza; tenía forma de cigarrillo, más de mil quinientos metros de largo y cuatrocientos metros de ancho en el centro, y estaba apoyada sobre una plataforma de puntales del mismo metal negro de la nave.
Había una estructura de andamios ubicada al frente de la nave, donde se abría una puerta hacia el interior. Con la ayuda del ordenador de los rebeldes, Gullick y los demás miembros de Majestic-12 pudieron entrar a la nave y comprender el funcionamiento de algunos de los controles, lo suficiente como para que la nave se elevara de los puntales que la sostenían y para ver los mecanismos de propulsión.
Pero eso había sido todo, como Reynolds sabía, mientras caminaba con Quinn a lo largo del lateral de la nave. Majestic-12 no había logrado pilotarla y, hasta la llegada del mensaje de Marte, qué hacer con ella había sido un tema candente de debate, no solo en la UNAOC, sino también en todo el mundo. Ahora, tal como demostraba la reducida cantidad de personas en la caverna, estaban sucediendo cosas más importantes.
Kelly se detuvo y miró hacia arriba, en dirección a la superficie negra de la nave que se curvaba hacia lo alto. Tenía el presentimiento de que, poco después de que llegaran los Airlia, la nave nodriza recibiría una visita, porque tenía la sensación de que la nave nodriza era la verdadera razón por la que Aspasia regresaba a la Tierra.