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Dentro de la cámara de Marte, el programa se ejecutaba sin problemas. Con una suave expulsión de aire, el interior de la cámara se ecualizó con la presión en el interior de una de las criptas. El último material que recubría el cuerpo había desaparecido.

Tras un parpadeo, unos ojos de color rojo intenso se abrieron y se clavaron en el techo del recinto. Una mano de seis dedos se extendió y se aferró al borde del receptáculo, luego los músculos se tensaron y el torso emergió. La alienígena miró a su alrededor, su mirada se posó sobre las demás criptas silenciosas. Luego recordó: ella era la primera. El programa la esperaría antes de despertar por completo a los otros del rango superior. Ella debía asegurarse de que lo hiciera en el momento oportuno.

En Nueva York, se oyó un suspiro colectivo de alivio del personal de la UNAOC cuando llegó un mensaje nuevo del ordenador guardián dos de Marte y comenzó a transcribirse en la pantalla, ubicada al frente de la sala de conferencias. El alivio se transformó en un entusiasmo que por poco rayaba la histeria cuando se descifró la última parte del mensaje.

DISCULPAS

POR DESCARGA DE ENERGÍA

QUE CAUSÓ

DESPERFECTO EN VUESTRO

ORBITADOR

FUE ACCIDENTAL

TODOS LOS SISTEMAS

FUNCIONAN AQUÍ

SALDREMOS DE ESTE PLANETA

LLEGAREMOS AL VUESTRO

PRONTO

ATERRIZAREMOS EN VUESTRO PLANETA

EN DOS DE VUESTRAS ROTACIONES

POR FAVOR, INDICAD UBICACIÓN

DE ATERRIZAJE

ASPASIA

Peter Sterling se puso de pie y se dirigió al resto de los presentes.

—La Tierra tiene cuarenta y ocho horas para preparar la recepción.

En las instalaciones del Cubo, Kelly Reynolds estudiaba los informes de inteligencia enviados a través de Quinn desde distintas ubicaciones del planeta. Estaban sucediendo muchas cosas, y más sucederían en los próximos dos días.

La impresión era que el entusiasmo de los integrantes de la UNAOC reflejaba la algarabía que estalló en todos los rincones del planeta al enterarse de que los extraterrestres llegarían a la Tierra en cuarenta y ocho horas.

Kelly pensaba que, en general, el entusiasmo era algo positivo. La historia de la batalla que Aspasia había librado con los rebeldes hacía cinco milenios, tal como la había transmitido el ordenador guardián uno a Peter Nabinger, se había filtrado hasta el rincón más remoto del planeta. Se gestó la esperanza en el corazón y la mente de la amplia mayoría de la población mundial de que pronto habría avances tecnológicos que pondrían fin a las guerras, las hambrunas, las enfermedades, la contaminación y los demás problemas que azotaban la faz del planeta.

Los aislacionistas se prepararon para organizar protestas, pero Kelly sabía que estaban luchando contra lo inevitable, porque no había nada que pudieran hacer para detener la ola de anticipación. De todos modos, Kelly sabía que no todo eran buenas noticias. A veces, la raza humana la hacía querer arrancarse los pelos. Algunos consideraban que las siguientes cuarenta y ocho horas eran cruciales. Muchos seres humanos, que leían entre líneas, creían que los Airlia ayudarían a las Naciones Unidas a imponer la paz en el planeta, y dado que el estado actual de las cosas resultaba inaceptable para determinados grupos, se alzaban en revueltas, actos terroristas y se sublevaban para tomar todo lo que pudieran antes de que imperara el status quo.

Algunos de esos acontecimientos resultaban evidentes para Kelly Reynolds y para los especialistas de inteligencia. En Medio Oriente habría insurgencias en los Territorios Ocupados. Según la CIA, Irak se estaba preparando para lanzar otro ataque sobre Kuwait, uno que sin duda sería aplastado por el poder aéreo de los Estados Unidos y sus aliados desde los portaaviones situados en el Golfo y los aeródromos de Arabia Saudita. Varias religiones étnicas de Rusia también se levantarían en rebelión y, según los analistas, la respuesta más probable desde Moscú sería sacar a sus tropas de las zonas y esperar a ver qué traería la llegada de los Airlia.

En América Central y América del Sur, estaba a punto de estallar la revolución en varios países. En los Estados Unidos, había varios grupos de milicia de derecha que se preparaban para realizar actos de terrorismo, protestando por la participación de los Estados Unidos en las Naciones Unidas y en la UNAOC. El FBI y la ATF ya se estaban preparando para sofocar dichos actos.

Algo que resultaba de mayor interés para Kelly era que, en China, la minoría musulmana del oeste, perseguida desde hacía tiempo, ya había capturado varios depósitos de armas y, con la ayuda de las unidades de operaciones especiales taiwanesas, se había sublevado contra el gobierno central en Beijing mientras los buques de guerra taiwaneses se paseaban cerca del puerto de Hong Kong, levantando especulaciones de que Taiwán podría intentar un ataque a la antigua colonia. Kelly sabía por los análisis que leyó que el pequeño estado nunca podría capturar y mantener el control de Hong Kong, pero algunos agentes en esa parte del mundo informaban que la meta que en realidad perseguía Taiwán era la destrucción de la mayor parte de la nueva economía de China.

China. La mirada de Kelly se centró en esa palabra. ¿Qué estaba pasando allí? ¿Qué había en la maldita tumba? Ahora que había un plazo determinado para la llegada de Aspasia, su anticipación aumentaba hasta casi convertirse en ansiedad. Ahora sabía que no había nada que pudiera hacer para detener la misión, pero podía rezar para que saliera bien, y lo hizo con todo su corazón. Rezó por que los Airlia llegaran y encontraran un planeta unido.

Turcotte sintió el leve cambio de presión en el aire cuando el avión descendió rápidamente. Se desabrochó el cinturón de seguridad y caminó por el avión. Inclinándose sobre Harker, hizo un gesto y gritó al oído del líder del equipo.

—Ya es hora.

Mientras Harker comenzaba a avisar a los integrantes del equipo, Turcotte dio un golpecito a Nabinger en el hombro y señaló la parte trasera del avión. Turcotte desató las tiras de carga que sostenían los paracaídas y las mochilas. Él y Harker pasaron los paracaídas a los hombres, uno principal y uno de reserva.

Turcotte y Nabinger se ayudaron mutuamente a colocarse el equipo. Turcotte fue primero, pasando el arnés del paracaídas principal por sobre los hombros y colocándolo en la espalda. Luego, metió la mano por entre sus piernas mientras le indicaba a Nabinger que le alcanzara una de las tiras.

Turcotte cerró los ganchos y se aseguró de que estuviera en su lugar. Luego se puso de cuclillas y ajustó las dos tiras de las piernas hacia abajo, hasta donde llegaran. La metralleta que Zandra le había dado colgaba boca abajo de su hombro izquierdo. Turcotte armó el de reserva sobre el estómago, ajustándolo a las anillas «d» al frente del arnés. Le pasó la tira de la cintura a Nabinger y le indicó que la pasara por encima del subfusil y a través de las dos tiras ubicadas en la parte posterior del paracaídas de reserva. Luego Turcotte lo ajustó bien del lado derecho, asegurándose de que tuviera un pliegue de liberación rápida en la hebilla.

Turcotte apoyó la pequeña mochila en el asiento de red y colocó el paracaídas de reserva encima mientras enganchaba las dos tiras de ajuste a las mismas anillas «d» al que estaba sujeto el paracaídas de reserva. A Turcotte le gustaba que la mochila estuviera bien ajustada para evitar que se moviera y le golpeara en la cara cuando saltara. Luego, ajustó la cuerda de descenso de la mochila a la anilla «d» izquierda.

Turcotte hizo una señal a Harker, que giró para pasar rápidamente las manos por el equipo de Turcotte, comenzando por la cabeza, luego por el frente y finalmente por la parte de atrás, nuevamente de arriba a abajo. Nunca dejó que sus manos estuvieran frente a sus ojos en su metódico análisis del equipo.

Harker soltó el gancho de la línea estática de su ubicación en la parte trasera del paracaídas y pasó la línea estática por encima del hombro izquierdo de Turcotte. Unió el gancho a la manija del paracaídas de reserva, donde Turcotte podía llegar para engancharse al cable de la línea estática cuando fuera el momento.

Cuando terminó, Harker le dio una palmada en el trasero e hizo una señal afirmativa que le indicaba que estaba listo. Luego, Turcotte ayudó a Nabinger a prepararse y el instructor de salto inspeccionó el equipo del profesor, que no podía ocultar su nerviosismo. Colocó el paracaídas al profesor, luego puso aletas en la cintura de su paracaídas.

—Está listo para saltar —le dijo al profesor.

—Eso me deja más tranquilo —afirmó Nabinger.

—¿Se está arrepintiendo? —preguntó Turcotte—. Puede permanecer a bordo y regresar si lo prefiere.

—No; iré. Tengo que ver esto. Solamente desearía que hubiéramos elegido una vía de transporte más cómoda.

—Venga —dijo Turcotte—. Esto es lo más divertido que se puede hacer sin quitarse los pantalones.

—Debo decir que no estoy para nada de acuerdo con esa afirmación —respondió Nabinger, dejándose caer en el asiento.

Che Lu miró a su alrededor, esperando que sus ojos se adaptaran al destello verdoso que emitían los diversos paneles de control. Llegaban un poco más que a la cintura y eran de color negro, con una superficie verde brillante cubierta por inscripciones en runa superior.

—Como le dije —afirmó Kostanov mientras caminaba a su lado—, esta sala estaba completamente a oscuras cuando entramos, pero se encendió hace cuarenta y ocho horas.

—¿No probó ninguno de estos controles?

—Aún no —afirmó Kostanov—. No tenemos idea de para qué sirven.

Che Lu se detuvo en una consola ubicada al frente de la sala, un artefacto negro largo y curvo que estaba dispuesto de modo que daba a la pared de roca. Señaló.

—Parece haber una puerta allí.

El ruso asintió. Había visto la tenue línea que indicaba una abertura en la superficie de la piedra.

—Quizá haya algo en este panel que la abra —sugirió Che Lu.

—Quizá —afirmó Kostanov—. Pero hay demasiados botones y si apretamos el botón incorrecto, quizá terminemos como mi hombre, cortados por la mitad.

—Si tan solo pudiera hablar con Nabinger… —susurró Che Lu, mientras pasaba la mano por las letras en runa superior.

—Mi especialista en comunicaciones no puede transmitir a través de la roca —afirmó Kostanov—. Lo hemos intentado de todas las maneras, pero no obtenemos nada.

Che Lu se volvió hacia él.

—¿Y si tuviera un túnel abierto al cielo?

Kostanov dio un paso hacia la mujer.

—¿Sabe dónde hay una abertura al exterior?