34

—Ningún superviviente —dijo Zandra, arrojando las imágenes de ordenador recibidas por fax frente a Duncan—. No hay nada más que escombros en todos los lugares de los siniestros. Los chinos ya están merodeando por toda la zona donde cayó uno de los cazas Stealth.

Duncan tomó las fotografías capturadas por el satélite espía KH-14 y las ojeó.

Hizo una pausa en una de las fotografías y la miró con más detenimiento. La mano le tembló al darse cuenta de lo que estaba viendo.

—Alguien sigue con vida. Turcotte o Nabinger.

Zandra alzó la vista de su ordenador.

—¿Cómo lo sabe?

Duncan arrojó las imágenes sobre el teclado.

—Mire.

—¿Qué es lo que debo mirar?

Duncan señaló a la imagen.

—Alguien dibujó con escombros el mismo símbolo Airlia en runa superior que está dibujado en la Gran Muralla. Significa SOS. Debemos sacarlos de allí. Y debemos hacerlo sin que nos detengan los chinos ni los cazas Fu.

Zandra asintió.

—Ya es hora de que nos enfrentemos a nuestros enemigos.

—¿Qué diablos significa eso? —la desafió Duncan.

—Significa que ya no nos limitaremos a observar con los brazos cruzados.

—¿Se refiere a STAAR? —preguntó Duncan.

—Correcto. Ya hemos pasado el punto sin retorno.

—¿Y? —Duncan ya no tenía paciencia para su enigmática colega—. ¿Tiene alguna manera de sacar a esa gente de China?

—A decir verdad, tengo justamente lo necesario —dijo Zandra.

Larry Kincaid estaba completamente solo en el centro de control. El JPL era un pueblo fantasma, con todos atentos a la llegada de los Airlia a Nueva York a la mañana siguiente. Era como si las décadas de trabajo en el JPL se hubieran esfumado en unos pocos días.

Escuchó que la puerta se abría y se cerraba lentamente detrás de él. Kincaid no se sorprendió cuando Coridan, todavía con sus gafas oscuras y vestido de negro, se sentó a su lado.

—¿Surveyor en órbita estable? —preguntó Coridan.

—Sí.

Kincaid no le preguntó cómo había resuelto cálculos que a sus propios científicos y ordenadores les hubieran llevado días.

—¿Sigue apagado? —preguntó Coridan.

Kincaid asintió.

—Hay algo que debe hacer —dijo Coridan.

Kincaid aguardó.

—Muéstreme el enlace de datos de la Surveyor, por favor.

Kincaid finalmente rompió el silencio.

—¿Por qué?

—Porque nos encargaremos de un asunto pendiente.

En el Atlántico Sur, una fuerza de tareas de la marina de guerra de los Estados Unidos liderada por el superportaaviones USS John C. Stennis se dirigía a la Antártida a velocidad de emergencia. Tenían configurada la ubicación de la base Scorpion, y el oficial de operaciones estaba atareado determinando cuándo el buque estaría lo suficientemente cerca como para lanzar aviones que llegaran a esa ubicación y volvieran.

En el otro gran océano, la Marina de los Estados Unidos estaba desplegando su Flota del Pacífico en dos zonas: la mitad se dirigía a la Isla de Pascua, y la otra mitad se dirigía al lugar del océano debajo del cual se encontraba la base de los cazas Fu.

Justo por encima de la base de los cazas Fu, los miembros de la tripulación del Greywolf estaban acurrucados, intentado mantenerse en calor. Seguían descendiendo lentamente, pero después de lo ocurrido con el Pasadena no hubo más quejas de Emory.

Tres mil metros por encima del sumergible, los dos submarinos de la clase Los Ángeles que aún permanecían enteros también aguardaban, silenciosos y sin energía, el momento oportuno, con sus tripulaciones llenas de pensamientos de venganza, pero sin saber cómo ejecutar tal venganza sin sufrir la misma suerte que su buque hermano.