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A bordo del USS Springfield, el capitán Forster era el oficial de mayor jerarquía de los tres submarinos clase Los Ángeles que merodeaban la posición del Greywolf. El Springfield y el Asheville estaban quietos, con los motores al mínimo necesario para mantener el funcionamiento de los sistemas imprescindibles. El Pasadena, el tercer buque de la flotilla, mantenía activos todos sus sistemas y controlaba la situación del grupo.

El primer indicio de que los cazas Fu se movían una vez más provino del Pasadena, que informó que dos cazas Fu se acercaban desde la profundidad.

Forster no respondió, manteniendo el silencio que habían acordado. El capitán del Pasadena ya conocía las órdenes.

A bordo del Pasadena, la tripulación reaccionó como había sido minuciosamente entrenada para hacerlo; corrió hacia su posición de batalla. La tripulación de artillería comenzó a rastrear los dos blancos.

En el Greywolf, el capitán Downing observó a los dos cazas Fu que pasaban a su lado, en dirección a la superficie. Los tres que vigilaban al sumergible seguían inmóviles. Downing se volvió y se enfrentó a la mirada de Tennyson.

—Entiendo tanto como tú.

Cuando los cazas Fu ascendieron más allá de la profundidad del Greywolf, el capitán del Pasadena dio la orden de armar los torpedos Mark 48 Mod 2.

—¡Fuego! —ordenó el capitán cuando los cazas Fu pasaron los tres mil metros.

Se lanzaron cuatro torpedos con un silbido de aire comprimido, dos a cada caza. Los torpedos salieron disparados desde el submarino, al que estaban unidos por un carretel de cable que permitía su control continuo. Cada Mark 48 pesaba más de mil doscientos kilos y tenía tres metros de largo por medio metro de diámetro. La cabeza convencional consistía en más de cuatrocientos kilos de explosivo de gran potencia.

—Rastreando —anunció el oficial de armas en la sala de control, que estaba atestada—. Tengo cuatro buenos rastreando dos blancos diferentes, sin obstáculos. Tiempo de impactó en cuarenta y dos segundos… —Hizo una pausa, asombrado ante la información que le daba su ordenador—. ¡Somos el blanco!

—¿El blanco de quién?

—¡De nuestros propios torpedos! —exclamó el sargento de armas—. ¡Los han dado vuelta! —Sus dedos volaban sobre el teclado, tratando de recuperar el control de los torpedos—. Tiempo de impacto, veinte segundos. —Todas las miradas de la sala de control estaban fijas en el capitán.

El capitán miraba por encima del hombro del oficial, leyendo e interpretando los datos.

—¡Quince segundos!

—¡Abortar, abortar, abortar! —gritó el capitán.

El sargento de armas levantó una tapa roja y presionó el botón que había debajo. Los cuatro torpedos se detonaron a menos de doscientos metros de su punto de lanzamiento.

—¡Preparados para el impacto! —ordenó el capitán, sabiendo que había dado la orden demasiado tarde.

La onda expansiva de las cuatro explosiones simultáneas llegó al submarino.

El capitán Forster, a bordo del Springfield, escuchaba pasivamente a través de un hidrófono. Se quitó los auriculares cuando llegó el rugido de la explosión de los torpedos. El submarino se estremeció en el agua. Forster gritó para pedir un informe de daños, mientras volvía a colocarse el aparato.

Oyó los ruidos que provenían del Pasadena. Representaban el mayor temor de todo tripulante de submarino: el crujido del metal que cedía bajo la entrada del agua y el aire al salir a presión. Hasta imaginó que podía oír los gritos de los tripulantes del Pasadena al ser aplastados, pero eso bien podía ser su imaginación.

El Springfield estaba sumido en el silencio; hasta los tripulantes que no tenían puestos los auriculares podían oír el tenue eco de los compartimientos metálicos que se desmoronaban, como si fueran palomitas de maíz que se abrían a la distancia.

—¡Señor! —siseó el primer oficial—. ¿Qué hacemos?

—Por ahora, nada —respondió Forster, dando la espalda a los hombres de la sala de control. Al imaginar el destino que había sufrido la tripulación del Pasadena, sintió que el desayuno que había comido tan deprisa amenazaba con volver a subir—. No hacemos nada.

A bordo del Greywolf, los hombres oyeron la explosión y después también los sonidos de la muerte del Pasadena. Medio minuto después captaron el sonido del orgulloso y ahora destruido casco del submarino al caer al fondo del mar, mientras cada vez cedían más compartimientos en su interior, a medida que aumentaba la presión.