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No era fácil leer la pantalla del ordenador portátil, a pesar de que se encontraba en la sombra de la tienda, resguardado del sol feroz que azotaba el borde del volcán en la Isla de Pascua. Los dedos de Kelly Reynolds volaban sobre las teclas, su mirada estaba levemente desenfocada mientras su mente trataba de moldear las ideas, los miedos y las dudas hasta convertirlas en las palabras que aparecían en la pantalla, de tal modo que quienes las leyeran en los Estados Unidos pudieran comprender la importancia del hallazgo que había tenido lugar allí. El breve viaje al continente para el funeral de Johnny le había resultado desconcertante, dado que vio que la importancia fundamental de todo lo que ocurrió parecía mezclarse con la búsqueda de culpables por la operación Majestic12 y el miedo de que se hubiera transmitido al espacio el mensaje del guardián:

El descubrimiento del ordenador alienígena conocido como «guardián», oculto aquí, en la Isla de Pascua, desde hace por lo menos cinco mil años, ha sido el hallazgo más significativo y decepcionante que se ha registrado en la historia de la humanidad. Es significativo porque nos dice de forma concluyente que no estamos solos en el universo, o al menos que no siempre estuvimos solos. Es decepcionante porque ya no podemos acceder a la riqueza de información que contiene el ordenador. Al igual que un hacker que viola la seguridad de un ordenador de última generación, podemos leer los nombres de los archivos, pero no contamos con las palabras en código necesarias para abrir esos archivos y leer los avanzados secretos que guardan. El guardián se cerró hace menos de cuarenta y ocho horas, después de transmitir un mensaje a los cielos. No sabemos hacia dónde, o a quién iba dirigido dicho mensaje.

El secreto del sistema de propulsión de los agitadores se encuentra a unos centímetros de distancia. Los detalles del motor interestelar de la nave nodriza están tan cerca y, sin embargo, tan lejos. La máquina protege celosamente la tecnología del ordenador guardián. El control de los cazas Fu también se encuentra dentro del guardián, al igual que la respuesta al misterio de la procedencia de los Airlia, como se llamaba la raza alienígena, y el motivo exacto de su llegada a nuestro planeta.

Se conocen solo datos básicos, el esbozo de lo que sucedió hace cinco mil años, cuando el comandante alienígena Aspasia decidió borrar todo rastro de la presencia de su gente, los Airlia, aquí en la Tierra, para proteger al planeta de sus enemigos mortales, que, según sabemos ahora, son los Kortad. Al tomar esa decisión, Aspasia tuvo que enfrentarse a los rebeldes que se encontraban entre su propia gente y que no deseaban desaparecer sin hacer ruido. Como consecuencia de ese enfrentamiento quedó destruida lo que en la leyenda de la Tierra se ha dado en llamar la Atlántida, donde se hallaba el asentamiento principal de la colonia de los Airlia. Así logró proteger el desarrollo natural de la raza humana y, por eso, tenemos una gran deuda de gratitud con él.

Pero más allá de esos datos esenciales y escasos, hay muchas preguntas sin respuesta:

—¿Qué pasó con Aspasin y con los demás Airlia?

—¿Por qué permanece un arma atómica de los Airlia oculta en las profundidades de la Gran Pirámide de Gizeht? ¿Fueron construidas las pirámides como una baliza espacial por los Airlia, tal como sospechamos ahora?

—¿Qué fue lo que sucedió en realidad con la Atlántida, el emplazamiento de la colonia Airlia? ¿Qué arma potente tuvo que usar Aspasia para destruirlo?

—Y, quizá lo más importante, ¿a quién estaba dirigida la transmisión que hizo el guardián hace cuatro días cuando se lo descubrió? ¿Qué decía el mensaje?

—¿Y cómo podemos encender de nuevo el guardián?

Kelly Reynolds frunció el ceño al terminar la última frase. Su dedo se detuvo sobre la tecla «suprimir». Muchos creían que no debía hacerse ningún intento de acceder al guardián. Eran esas personas que miraban el cielo con temor por lo que podría haber convocado el guardián hacia la Tierra. En los últimos días, desde que se había encontrado el ordenador, no había sucedido nada, pero eso no apaciguó los miedos de los «aislacionistas», tal como los llamaban los medios, sino que los dejaba fermentar en un caldo de paranoia. Las Naciones Unidas se habían hecho cargo del problema, pero muchos grupos aislacionistas de todo el mundo estaban exigiendo su alejamiento y que no se apoyara a la UNAOC, como se conocía a la Comisión de las Naciones Unidas para la Supervisión Alienígena.

Al diablo con ellos, pensó Kelly. Lo más probable era que el mensaje no estuviera dirigido a nadie, dado que el emplazamiento de los Airlia en la Tierra había sido abandonado hacía más de cinco milenios. Por lo que sabían, era posible que el planeta original de los Airlia, donde fuera que estuviera, hubiera sido destruido por los Kortad, y que ellos tampoco existieran ya. Con ellos habría desaparecido su conocimiento de la Tierra.

Además de los aislacionistas, se había gestado otro movimiento. Sus miembros estaban ansiosos por acceder a la nueva tecnología y a la información que contenía el guardián, por lo que presionaba a la comisión de las Naciones Unidas para que se ocupara del tema. Habían sido apodados «progresistas» y creían que la máquina alienígena contenía la respuesta a una diversidad de problemas complejos temidos por la raza humana.

Los progresistas esgrimían un sólido argumento a favor de intentar pilotar la nave nodriza. Reynolds y sus colegas habían intentado ganar tiempo para evitar que el comité Majestic12 del Área 51 lo hiciera. Al menos al hallar el guardián habían descubierto la razón por la que no debía pilotarse la nave nodriza: el sistema de propulsión interestelar, una vez activado, podría ser detectado por los Kortad y rastreado hacia la Tierra, lo que, según los registros que habían revelado, podría conducir a la destrucción del planeta. Eso, claro, si los Kortad aún existían, lo que no era una opción probable en opinión de los progresistas.

Casi todos los habitantes de la Tierra tenían una opinión sobre lo que se debía hacer con los artefactos alienígenas, pero el control del ordenador guardián y toda la tecnología que los Estados Unidos había mantenido oculta todos esos años en el Área 51 en el desierto de Nevada, cerca de la base de la Fuerza Aérea de Nellis, había pasado a la Comisión de Supervisión Alienígena, dado que se trataba de un tema que sin duda trascendía las fronteras nacionales. Los agitadores, nueve naves con forma de disco que funcionaban dentro de la atmósfera de la Tierra, junto con la nave nodriza, habían sido abiertos al escrutinio público y a la inspección internacional después de décadas de secretismo.

Kelly continuó.

Finalmente, todo se reduce a dos preguntas centrales, una que mira hacia el pasado y otra que se ocupa del futuro:

1. ¿Cuál es la verdad de la historia de la Tierra ahora que sabemos que había un emplazamiento alienígena en muestro planeta hace diez mil años y que desapareció hace más de cinco mil?

2. ¿Cuál es nuestro futuro ahora que hemos descubierto artefactos de esos alienígenas, uno de los cuales ha sido activado y ha enviado un mensaje? ¿Y qué hacemos con una gran nave capaz de desplazarse en vuelos interestelares?

¿Debería la humanidad llegar a las estrellas antes de su momento natural? Y de ser así, ¿qué o quién nos espera allí fuera? ¿Acaso la decisión de establecer un primer contacto con seres vivientes ya no esté en nuestras manos gracias al mensaje que envió el guardián? ¿Habrá ya otras naves interestelares en el espacio navegando en dirección a la Tierra a modo de respuesta? ¿Y quién pilota esas naves si de verdad se encaminan hacia nosotros? ¿Acaso son los pacíficos Airlia? ¿O quizá los Kortad, que buscan nuestra destrucción?

Kelly Reynolds dejó de escribir cuando una silueta oscureció el umbral de la tienda de campaña que habían destinado a la prensa. Desde que había cesado el contacto con el guardián, hacía dos días, no había demasiado que informar. Esa mañana, al llegar al aeródromo, Kelly se había sorprendido por la rapidez con que había disminuido la cantidad de periodistas en la isla. Ahora, los medios se centraban principalmente en el Área 51, donde registraban los vuelos que hacía la Fuerza Aérea con los agitadores y se paseaban por la gigante nave nodriza en excursiones guiadas para ver los equipamientos que Majestic12 había resguardado celosamente durante tantos años.

Kelly sonrió al ver quién era la persona que entraba a la tienda. Peter Nabinger era el hombre que había establecido el contacto con el guardián y recibido la información acerca de lo ocurrido hacía cinco mil años. También era el principal traductor del sistema de runa superior que usaban los Airlia como lenguaje, del cual se podían encontrar restos en varios emplazamientos antiguos de todo el planeta. Él había dirigido a Kelly y a sus compañeros para encontrar el guardián, oculto debajo del volcán en la Isla de Pascua, para que pudieran llegar justo antes que las fuerzas del comité Majestic12.

Nabinger medía más de un metro ochenta y era de contextura robusta. Tenía una poblada barba negra debajo del marco metálico de las gafas. Cuando hablaba, su acento delataba su origen y su lugar de trabajo, el Museo de Brooklyn, donde dirigía el departamento de arqueología. Kelly disfrutaba de su compañía y de su singular perspectiva.

Nabinger solía decir que era gracioso que la gente siempre hubiera pensado que el primer «contacto» con una raza alienígena se realizaría a través de astronautas o astrónomos radiales, pero que pocos hubieran siquiera considerado la idea de que la evidencia más probable de vida extraterrestre pudiera llegar en la forma del hallazgo arqueológico de artefactos alienígenas dejados en la Tierra. Nabinger argumentaba desde hacía tiempo que era mucho más probable que la Tierra ya hubiera sido visitada en algún momento de sus millones de años de historia a que lo fuera en el presente, y que era posible que aquellos visitantes dejaran atrás algún rastro de su visita. Desde luego, los del Majestic12, que habían pilotado los agitadores cerca del Área 51 durante décadas, habían alimentado la paranoia de avistamientos de ovnis. De ese modo se avivaba la teoría de las visitas extraterrestres a la Tierra y se desviaba la atención de las fuentes de contacto más verídicas.

—Hola, Kelly —la saludó Nabinger, dándole un abrazo—. ¿Cuándo has vuelto?

—Esta mañana. Me siento como si hubiera pasado años en el aire. —Kelly era baja, apenas llegaba al metro cincuenta y corpulenta; no gorda, pero sí de huesos amplios. Tenía grueso pelo canoso que llevaba atado hacia atrás con un lazo. Tenía la piel colorada y pelada por el intenso sol del Pacífico Sur—. Me enteré de que el guardián no te dio más información.

—Todo el mundo se ha enterado —respondió Nabinger, sentándose en una silla plegable—. Parece que tendrás esta tienda solo para ti pronto. De repente, somos bastante aburridos.

—Las principales cadenas y la CNN mantendrán corresponsales todo el tiempo —afirmó Kelly—. Si el guardián vuelve a activarse, no querrán que los pille por sorpresa. Pero los medios más pequeños no pueden darse e] lujo de poner tanto dinero por nada. Han mandado todas las historias que tenían sobre la isla y han tomado fotografías del guardián. Es muy caro mantener a alguien aquí sin hacer nada, y pueden obtener las noticias a través de los que quedamos aquí. Ahora escribo para más de sesenta periódicos.

Kelly sabía que su situación había cambiado mucho en solo dos semanas, pues antes había tenido que luchar para vender sus artículos a algún periódico, o revista que le pagara por ellos. Sin embargo, formar parte del grupo que descubrió los secretos del Área 51 y el guardián que albergaba la Isla de Pascua sin duda había dado impulso a su carrera profesional, y la idea le devolvió la imagen del ataúd de Johnny Simmons.

Nabinger notó su expresión.

—¿Cómo fue?

—El funeral fue un circo mediático. Creo que aún no he caído. No estoy segura de querer que eso me suceda por ahora. Tengo varias cosas que hacer. Se lo debo a Johnny. Él no querría que estuviera sentada llorando cuando podría mandarle la historia a sesenta periódicos. —Señaló su ordenador portátil.

Nabinger asintió.

—Comprendo.

—Entonces —afirmó Kelly, inhalando profundamente. Se obligó a esbozar una sonrisa—. Entonces, ya que tengo la exclusiva con el hombre del momento, ¿por qué no me cuentas qué está pasando?

—El guardián sigue funcionando —respondió Nabinger. Lo sabemos porque está usando energía. Solo que no nos dice nada a nosotros.

—¿Por qué no?

—Probablemente porque se ha dado cuenta de que no somos Airlia —respondió Nabinger—. Lo ocultaron aquí precisamente para que no lo encontraran los homo sapiens.

La Isla de Pascua, conocida como Rapa Nui por los nativos, era la isla más aislada sobre la faz de la Tierra, según las traducciones realizadas por Nabinger de los artefactos en runa superior de los Airlia y la interpretación de la información que le había dado el guardián. Por eso Aspasia lo eligió como receptáculo del ordenador guardián. Debajo del lago del cráter de Rano Kau, uno de los dos volcanes más grandes de la isla, los Airlia habían construido un recinto donde colocaron el ordenador; dejaron un pequeño reactor de fusión en frío con alimentación propia para hacerlo funcionar. Incluso el funcionamiento sofisticado del reactor se encontraba fuera del alcance de la comprensión de los científicos, dado que el escudo protector era impenetrable. La potencia decreciente que emanaba el reactor había sido complementada por varios generadores humanos que se trasladaron al lugar, y el ordenador funcionaba a plena capacidad, pero no sucedía nada que pudiera detectarse.

—Coño —afirmó Nabinger—. Ni siquiera sabemos si el guardián es un ordenador. Lo llamamos así porque es el equipo más cercano al que podemos compararlo, pero el guardián es capaz de hacer muchas más cosas. Lo han intentado todo en estos últimos dos días, incluida la hipnosis, para volver a ponerme en contacto con el guardián. Los de la UNAOC se están devanando los sesos allí dentro tratando de hacer que el aparato funcione —agregó Nabinger—. Yo estoy a punto de arrancarme los pelos. —Nabinger se encogió de hombros—. Quizá solo fue suerte. Quizá estaba programado para activarse por cualquier ser viviente, pero solamente durante el tiempo necesario para evaluar la situación. Una vez que se dio cuenta de que no éramos Airlia, nos dejó fuera.

—Pero antes se encargó de que sus cazas Fu destruyeran el laboratorio de Majestic12 en Dulce, junto con el ordenador de los rebeldes —observó Reynolds. En el transcurso de su búsqueda de la verdad, Kelly y quienes la acompañaban habían entrado al laboratorio secreto en Dulce, Nuevo México, donde el gobierno había colocado otro ordenador similar al guardián, pero más pequeño, debajo de un montículo importante en Temiltepec, en América Central.

Ambos alzaron la vista cuando una intensa brisa marítima levantó la lona de la tienda, una y otra vez. El viento, la ausencia de árboles y el océano, que los rodeaba completamente por todos los lados, conferían al lugar un aire solitario perturbador.

Nabinger asintió ante el comentario de la mujer.

—Sí, es cierto. Pero desde entonces no ha habido combates con los cazas Fu. Sabemos que los cazas Fu están asentados debajo del océano, a unos trescientos kilómetros al norte de aquí. Creo que la Armada está merodeando discretamente por allí, tratando de determinar exactamente dónde se encuentran. No te quepa duda de que les interesa ese rayo que se usó para destruir Dulce.

—No oí nada al respecto —afirmó Reynolds—. ¿Acaso la Comisión de Supervisión Alienígena está al tanto de lo que está haciendo la Armada en ese lugar?

—Al principio pensé que la Armada de los Estados Unidos trabajaba para la Comisión de Supervisión —afirmó Nabinger—, pero el representante de la UNAOC que se encuentra aquí dice que no sabe nada al respecto. Solo me llegaron rumores, pero creo que o bien alguien del gobierno norteamericano está investigando con el conocimiento y la aprobación tácita de la UNAOC o está sucediendo algo más turbio y están dejando fuera a la UNAOC.

Un silencio momentáneo invadió la tienda en ese momento. Pudieron escuchar cómo rompían las olas en las rocas de la costa cercana. Nabinger se movió algo incómodo en la silla.

—Hay algo más de lo que la UNAOC está informando a los medios —afirmó—. La Comisión de Supervisión está tratando de rastrear cualquier otro artefacto que los Airlia pudieran haber dejado aquí. Al parecer, el comité Majestic12 no es el único que guarda secretos. Hay rumores que afirman que los rusos podrían haber encontrado los restos de una nave Airlia que se estrelló hace muchos años, y que algunos países, y quizá algunas corporaciones internacionales, descubrieron otras cosas que dejaron atrás los Airlia y han trabajado con ellas en secreto.

—Coño, pensaba que habíamos dejado atrás todos los secretos —dijo Reynolds, levantando la vista para mirarlo—. No estarás poseído por el guardián, ¿no es cierto? —En su rostro se esbozaba una sonrisa, pero su tono era algo sombrío.

—Si fuera así, ¿cómo podría saberlo? —respondió Nabinger—. El general Gullick y los demás sujetos del Majestic pensaban que actuaban por el bien del país. De acuerdo con las resonancias magnéticas de mi cerebro, todo está normal.

—¿Has dicho que hay rumores de que hoy artefactos en poder de otras personas? —preguntó Kelly—. ¿Por qué no lo dicen ahora que todo ha salido a la luz?

—Ellos, quienquiera que sean, perderían control si lo hicieron. Piensa en el increíble potencial económico que alcanzarían si descifraran el secreto de algunas de las tecnologías Airlia. Lo UNAOC está intentándolo, pero no está obteniendo lo mejor cooperación. Creo que la Armada está tratando de descubrir la base de los cazas Fu porque, después de lo que hicieron en el laboratorio de Dulce, quien sea que controle ese poder será dueño de este planeta. Además, los aislacionistas tienen bastante influencia en algunos países, y sienten que la UNAOC se inclinó demasiado hacia los progresistas.

Reynolds sacudió la cabeza, pero sabía que así eran las personas, en especial cuando tenían poder.

—Entonces, ¿qué has estado haciendo cuando los de la comisión no intentaban usarte para activar el guardián?

Nabinger sostenía una carpeta llena de fotos y papeles impresos.

—Aún tengo las runas superiores como fuente de información. Acceder al guardián sin duda sería genial, pero recuerdo que soy arqueólogo. —Hizo una pausa, y luego se volvió hacia ella—. Creo que todos se preocupan demasiado por el futuro y no lo suficiente por el pasado.

—Es porque viviremos en el futuro —observó Reynolds.

—Pero no puedes comprender el presente si no comprendes el pasado —argumentó Nabinger.

Reynolds frunció el ceño.

—Pensé que teníamos una idea sólida del pasado a partir de lo que descubriste cuando accediste al guardián. Aspasia, los rebeldes, los Kortad y todo lo demás.

Nabinger colocó una foto sobre la pequeña mesa que los separaba y apoyó una taza de café encima para que se mantuviera en su lugar.

—Esta es una fotografía subacuática tomada cerca de Bikini, donde estaba ubicada la Atlántida, o el Campamento de la Base Airlia, si prefieres el término poco romántico que ha adoptado la Comisión de Supervisión. Me interesaba porque es allí de donde deben haber sacado la información los alemanes acerca de la bomba en la Gran Pirámide. Las runas estaban dañadas, pero le pedí a uno de los especialistas en informática de la ONU que las reconstruyera y aumentara digitalmente. Ahora tengo suficiente como para trabajar en una traducción parcial.

—¿Y? —preguntó Reynolds—. ¿Qué te dice?

—Menciona la Gran Pirámide. Y puede que hubiese un diagrama que mostrase la cámara inferior en la que estaba oculta la bomba. Pero también menciona a los Kortad —afirmó Nabinger.

—¿Entiendo que no son buenas noticias?

Nabinger frunció el ceño.

—Es extraño. Cuanto más estudio la runa superior, me parece comprender más el idioma y la sintaxis, pero algunas cosas no tienen sentido.

Reynolds esperó al percibir la incertidumbre en su amigo.

—Este panel habla de la llegada de los Kortad. Y el panel siguiente da información acerca del arma atómica oculta dentro de la Gran Pirámide. Pero hay más que referencias a la pirámide y los Kortad. El panel se refiere a otros lugares, pero no puedo comprender el sistema de códigos geográficos que usaban los Airlia para nuestro planeta. Es más complejo que latitud y longitud.

Nabinger había cogido una vez más la foto y la tenía en sus manos.

—Oh, no lo sé. Es tan frustrante revelar una palabra tras otra, pero no estar seguro del significado exacto de la palabra, el tiempo verbal, la sintaxis correcta. Ahora he descubierto un sistema que no puedo decodificar. Cuando pensé que estaba lidiando con artefactos ancestrales y culturas muertas, podía soportar mi impaciencia, pero esto es diferente.

—Sigues lidiando con una cultura muerta —observó Reynolds.

—¿Qué te hace estar tan segura de ello? —intervino él—. Algo que nadie parece tener en cuenta, y que me preocupa bastante, es qué sucedió con los Airlia. ¿Simplemente desaparecieron? ¿Se suicidaron colectivamente después de esconder la nave nodriza, los agitadores y el guardián? ¿Por qué lo dejaron encendido, entonces?

»¿Y qué hay de los rebeldes? ¿Qué sucedió con ellos? Sabemos que se ocuparon de gestionar la construcción de la Gran Pirámide para que funcionara como una baliza espacial, entonces, quizá fueran los faraones. ¿Quizá sus descendientes aún habiten la Tierra?

Kelly Reynolds sonrió. Ese había sido uno de los temas de especulación favoritos en la tienda de la prensa.

—Quizá todos nosotros seamos descendientes, en mayor o menor grado, de los Airlia —sugirió—. No sabemos exactamente qué aspecto tenían, salvo que tenían cabello rojo y forma humanoide. Las estatuas de la isla no fueron precisamente construidas a escala.

—No lo sé —afirmó Nabinger—. Pero lo que sí sé es que lo que decida hacer la Comisión de Supervisión Alienígena de las Naciones Unidas acerca del guardián y de la nave nodriza afectará el curso de la historia de la humanidad más que ninguna otra cosa que haya sucedido jamás. Y no estoy seguro de que me sienta mucho mejor acerca de estos tíos de las Naciones Unidas de lo que me sentía acerca de los del Majestic. Las figuras más influyentes del Consejo de Seguridad han llenado la comisión con su gente, y parecen estar hablando bastante en secreto.

—Es por eso por lo que estoy aquí —respondió Kelly Reynolds, dando un golpecito a su ordenador—. Para asegurarme de que la verdad salga a la luz. Majestic funcionó en el secreto absoluto; al menos ahora tenemos algo de transparencia.

Nabinger resopló.

—Tendrás esa transparencia hasta que algo suceda. Luego verás qué rápido se vuelve al secretismo.

—Esa es la gran pregunta —afirmó Reynolds—. ¿Qué sucederá después? —Miraba las fotos—. Tengo una pregunta estúpida: ¿Por qué los Airlia se tomaron la molestia de escribir todas estas cosas en runa superior si el ordenador guardián posee un registro de todo ello? Parece algo primitivo para una raza tan desarrollada como esa.

—Yo también me he estado haciendo la misma pregunta —observó Nabinger.

—¿Y a qué conclusión has llegado?

—No lo sé —repuso él—. Creo que el lenguaje de la runa superior en muchos lugares fue escrito por seres humanos que copiaban a los Airlia, pero no estoy seguro. —Recogió las fotografías—. A todo esto, ¿sabes dónde está Mike?

—No. Estaba en Washington con Lisa Duncan, prestando declaración, pero cuando traté de llamarlo desde el aeropuerto, antes de venir aquí, me dijeron que había salido en una misión.

Nabinger asintió, comprendiendo.

—Sí, bueno, me gustaría saber exactamente en qué se ha metido esta vez. Puedes estar segura de que no está sentado sobre su trasero haciéndose preguntas; algo está haciendo.