21
El oficial de cargas se inclinó y le gritó algo a Turcotte al oído.
—El piloto desea hablar con usted —aulló por encima del rugido del avión. Le pasó sus auriculares a Turcotte.
La voz del piloto se hizo escuchar desde la cabina.
—Hemos cogido un poco de tráfico de SATCOM de UNAOC. Aspasia envió un mensaje diciendo que aterrizará en la Tierra en dos días.
Turcotte asintió. Luego se inclinó e informó o Nabinger de la situación.
—Dios —exclamó Nabinger—. ¿Dos días? No nos deja mucho tiempo.
—Saldremos de aquí antes de entonces —lo aseguró el capitán.
—Eso espero.
Turcotte miró alrededor. Todos estaban esperando, ansiosos. El vuelo se movía mucho ahora, pues los pilotos estaban usando los sofisticados aparatos electrónicos de la aeronave para evitar que los captaran los radares locales.
Turcotte sudaba debajo del traje seco. Detestaba esperar y aceptar que su destino dependía de las acciones de otras personas. Se sentiría muchísimo mejor cuando estuvieran en tierra firme. Se volvió hacia Nabinger y sonrió. El hombre mayor estaba pálido debajo de la barba oscura, y le corrían gotitas de transpiración por las mejillas.
—Todo saldrá bien —le aseguró Turcotte.
—Usted solo hágame entrar a esa tumba —respondió Nabinger a través de los dientes apretados.
Duncan arrojó el cigarrillo al suelo de cemento del hangar y lo apagó con la punta del zapato. Se acercó a la terminal de comunicaciones y, ansiosa, examinó los registros de mensajes. Se puso rígida cuando vio uno de ellos.
—¿Algo interesante? —le preguntó una voz a sus espaldas.
Duncan se volvió para ver a Zandra que se alzaba por encima de su hombro.
—¿Qué es STAAR?
—¿STAAR?
Duncan le mostró el registro de mensajes.
—Recibió un mensaje hace dos horas de alguien, o algo con ese nombre en clave.
—Y usted nunca ha oído hablar de STAAR y tiene el mayor rango de autorización de seguridad en los Estados Unidos —afirmó Zandra, aunque sus ojos estaban ocultos detrás de las gafas oscuras—. ¿Eso es correcto?
—Correcto —respondió Duncan, con la mandíbula tensa.
—Bueno, doctora, no necesita saberlo.
—Qué mierda… —comenzó a decir Duncan, pero Zandra alzó una mano, interrumpiéndola.
—No empiece. No necesita saber qué es STAAR. Esto la excede a usted; excede a los Estados Unidos.
—Eso está por verse —afirmó Duncan, marchándose en dirección a la puerta.
—¡Espere! —dijo Zandra. La radio estaba emitiendo un sonido agudo.
—¿Qué pasa? —preguntó Duncan mientras la otra mujer se sentaba frente al dispositivo y tecleaba algo.
—Hemos interceptado un mensaje de China —dijo Zandra.
Duncan miró su reloj.
—Aún no pueden haber saltado.
—No lo han hecho —respondió la otra mujer—. Es lo proviene de otro lado.
—¿De dónde?
Zandra analizaba la información que le llegaba.
—Parece que la transmisión viene del interior de Qianling.
—¿Qué diablos…? —comenzó a decir Duncan, pero nuevamente fue interrumpida.
—Cierre la boca un minuto y déjeme descifrarlo.
PARA: SECCIÓN CUATRO
DE: GRUEV
ATRAPADOS DENTRO
EL ELP HA CLAUSURADO TODAS LAS SALIDAS
POCAS PROVISIONES
CONTACTO CON PROF. CHE LU
UNIVERSIDAD DE BEIJING
MUCHOS ARTEFACTOS AIRLIA
NECESITAMOS TRADUCCIONES RUNA SUPERIOR
ESPERAMOS INSTRUCCIONES.
—¿Quién es Gruev y qué es la Sección Cuatro? —quiso saber Duncan después de esperar pacientemente a que las palabras aparecieran línea por línea en la pantalla.
—La Sección Cuatro es el equivalente ruso de Majestic-12. Gruev es el nombre en clave de uno de sus hombres.
—Parece estar muy bien informada.
—Así es. Nuestras fuentes de inteligencia me informan que es el líder de un pequeño equipo que entró en la tumba hace varios días. Los rusos no supieron más de ellos después de eso y supusieron que estaban perdidos.
—¿Por qué no nos dijo que alguien de los rusos ya había entrado al mausoleo?
—No necesitabais esa información.
Duncan apretó los dientes.
—Escuche —agregó Zandra—. Se enterará de todo lo que necesite cuando llegue el momento. Mientras tanto, debemos decirle a Turcotte y a su equipo que busquen a Gruev. Pueden trabajar juntos.
—Bueno, al menos ahora sabemos por qué el ELP está sentado encima de la tumba —afirmó Duncan con un tono cargado de sarcasmo.
Turcotte alzó seis dedos.
—¡Seis minutos! —Extendió ambas manos, con las palmas hacia fuera—. ¡Preparados!
Los hombres desabrocharon las correas de seguridad.
Con los dos brazos, Turcotte señaló el equipo sentado en la parte exterior de la nave.
—Personal externo, de pie.
Los integrantes del Equipo 3 se tambalearon un poco por el movimiento del avión hasta ponerse de pie, usando el cable de la línea estática para sostenerse. Turcotte le echó una mano a Nabinger.
Con el dedo índice curvado en el aire para representar los ganchos, Turcotte subió y bajó los brazos.
—¡Enganchaos!
Turcotte observó cómo cada hombre se enganchaba al cable de la línea estática. Como maestro de saltos, Turcotte ya estaba enganchado y se encontraba de frente al equipo mientras gritaba las órdenes. El maestro de cargas se sostenía a la línea estática de Turcotte y trataba de evitar que se cayera, dado que Turcotte usaba las dos manos en una mímica de las instrucciones de salto.
—¡Verificar líneas estáticas!
Turcotte verificó su gancho y siguió la línea estática desde el gancho hasta donde desaparecía por encima del hombro. Luego, hizo lo mismo con la de Nabinger.
—¡Verificar equipo!
Turcotte volvió a controlar su equipo y el de Nabinger, para ver que estuvieran firmes y con todas las conexiones en los arneses. Turcotte se tapó las orejas con las manos.
—¡Silencio para verificar equipo!
El último hombre de la fila, el comandante Harker, dio una palmada en el trasero del hombre que tenía delante, gritando «OK». El grito y la palmada se pasaron de uno a uno hasta llegar a Nabinger. Turcotte le hizo un gesto con el pulgar que indicaba que todo estaba bien.
—¡Todos OK!
—Sí, seguro —masculló Nabinger, apoyándose contra la pared interna del avión.
Lo único que faltaba era la orden de saltar. Turcotte recuperó el control de su línea estática, que hasta ese momento sostenía el maestro de cargas, y se volvió hacia la parte trasera del avión. Esperó que se abriera la escotilla. Se inclinó hacia delante cuando la velocidad disminuyó de doscientos cincuenta nudos a ciento veinticinco.
El maestro de cargas se acercó a Turcotte y puso el índice delante de su cara. Turcotte miró al equipo y exclamó:
—¡Un minuto! —exclamó, y luego se volvió hacia Nabinger para hablarle al oído—. Aguante. Ya casi estamos.
Diez segundos más tarde, Turcotte sintió que sus rodillas cedían cuando el avión subió los doscientos cincuenta pies mínimos necesarios para poder saltar en paracaídas. De repente, el nivel de ruido aumentó cuando se abrió una rendija en la escotilla y esta comenzó a abrirse lentamente. Cuando la rampa quedó abierta, Turcotte se encontró mirando la oscuridad de la noche. El viento azotaba la cola del avión y el sonido se unía al rugido de los motores.
Turcotte se puso de rodillas, cogió la palanca hidráulica ubicada en el lado izquierdo de la escotilla y miró por encima del borde del avión, parpadeando por el viento. Le llevó unos segundos ubicarse, pero allí estaba, a la luz de la luna, solo a veinte segundos de distancia: el lago. Tenía la forma correcta. Vio una amplia montaña, que debía ser Qianling, hacia la izquierda del lago. No pudo evitar sentirse impresionado. Más de cuatro horas de vuelo a baja altura y ya estaban sobre el objetivo.
Turcotte se puso de pie y gritó por encima del hombro, mientras se acercaba para estar a menos de un metro del borde de la escotilla.
—¡En espera! —Se aseguró de que Nabinger estuviera detrás de él. Podía ver los ojos del profesor, abiertos de par en par.
Turcotte miró la luz roja ubicada encima de la escotilla. Ahora que sabía que estaban bien ubicados sobre la zona de lanzamiento, saltarían ni bien la luz se pusiera verde.
Turcotte se acercó un poco más al borde. Al mirar hacia abajo, pudo ver la orilla principal del lago.
La luz se puso verde.
—¡Fuera! —gritó Turcotte mirando hacia atrás, y luego saltó.
El equipo se adelantó. Nabinger dudó un instante, pero la presión de los seis hombres que estaban detrás de él hizo que diera un paso hacia el borde de la escotilla y saltara hacia el aire.
Un salto a quinientos pies no dejaba tiempo más que para aterrizar. Turcotte solo estaba a doscientos cincuenta pies por encima de la superficie del lago cuando su paracaídas principal terminó de abrirse. Trató de ver dónde estaba Nabinger, pero el impacto del agua pronto volvió a captar su atención cuando cayó debajo de la superficie del lago. La capacidad de flotación natural del aire atrapado en el interior de su traje seco lo hizo salir a la superficie después de un breve momento debajo del agua.
El paracaídas cayó al agua, lejos de él, donde lo había dejado caer el viento. Cuando sintió el peso de sus cinturones de lastre que lo querían hundir, Turcotte rápidamente sacó las aletas que llevaba a la cintura para mover el agua. Rápidamente logró quitarse de encima el arnés del paracaídas. Desató las correas de las piernas, luego soltó el botón de liberación rápida dé la cintura. Sacó la bolsa que estaba doblada debajo de las correas y la sujetó, mientras se quitaba las correas de los hombros.
Una vez que se quitó el arnés, Turcotte tiró de las cuerdas del paracaídas. Sostuvo la bolsa con los dientes y usó las manos para meter grandes porciones de paracaídas mojado dentro de la ella. Después de un minuto de luchar, Turcotte logró meter la tela dentro de la bolsa y cerrarla. Turcotte se sacó el otro cinturón de lastre que llevaba puesto y, después de adosarlo a las correas del bolso, lo soltó. El paracaídas impregnado en agua y el bolso desaparecieron en las profundidades del agua oscura.
Turcotte se volvió para nadar en la dirección en la que le parecía que se dirigía el avión. Su mochila se arrastraba detrás de él, unida con una cuerda corta. Quería encontrar a Nabinger. De espaldas, comenzó a usar las aletas, miró la brújula de muñeca para confirmar que iba en la dirección correcta, en línea recta a lo largo del acimut que había trazado el avión sobre la zona de salto. En poco tiempo, oyó sonidos de agua sofocados, lo que le indicó que iba en la dirección correcta.
Cuando Nabinger emergió a la superficie después de caer al agua, su paracaídas le cayó encima y el agua lo cubrió. Los dos cinturones de lastre que llevaba le daban una flotabilidad casi neutra y sin las aletas puestas y con el nylon del paracaídas que se le había desplomado encima, le resultaba difícil mantener la cabeza fuera del agua. Cuando Nabinger levantó los brazos para quitarse de encima la tela y poder respirar, el movimiento le desplazó la cabeza debajo del agua. Nabinger entró en pánico rápidamente.
A sesenta centímetros por debajo de la superficie del agua, por un momento estuvo atrapado. El miedo lo hizo luchar con más desesperación, y eso lo enredó más en la tela. Luchó con fuerza y pudo salir a la superficie debajo del velamen. Inhaló una bocanada de aire con desesperación, luego volvió a sumergirse y luchó con el paracaídas, que estaba cada vez más cargado de agua. Recordó que Turcotte le había dicho que un paracaídas solo flotaría durante unos diez minutos antes de empaparse por completo y hundirse. Mientras usaba su única pierna libre para llegar a la superficie e inhalar pequeñas bocanadas de aire, estimó que había estado en el agua durante cinco minutos nada más.
Nabinger se estaba cansando, y el paracaídas comenzaba a pesarle, como si fuera una manta fría y mojada.
Turcotte vio la bengala química que se encendió más adelante. En ese momento, vio a Nabinger, que salpicaba en el agua con los brazos enredados en el paracaídas semisumergido. Turcotte cogió el eje del paracaídas y lo sacó de encima del profesor.
Nabinger escupió agua a borbotones.
—¡Nunca más volveré a hacer eso!
—¿Podrá llegar a la costa? —preguntó Turcotte.
—Sí, coño.
—Suelte los cinturones de lastre y aférrese a mí. No se preocupe, no lo dejaré solo. Tenemos suficiente tiempo.
Turcotte usó la cuerda para atarse a Nabinger. Juntos, nadaron hacia la luz de las bengalas químicas.
Cuando Turcotte llegó a la posición de Harker, todos los integrantes del equipo ya estaban allí. Rápidamente, nadaron hasta la orilla. La montaña de Qianling se alzaba en el cielo delante de sus ojos, como una silueta más oscura contra el cielo nocturno. Tras solo un minuto nadando, el equipo llegó a hacer pie. Rápidamente, descubrieron que la costa no era sólida, pues el lago se convertía en un pantano de bambú. Se pusieron de pie y avanzaron vadeando el terreno pantanoso por doscientos metros, hasta llegar a un parche de tierra firme. Los hombres formaron un perímetro circular. Un hombre comenzó a quitarse el traje seco, mientras el otro preparaba su arma para seguridad. Turcotte ayudó a Nabinger con su equipo al mismo tiempo que se quitaba el traje seco, sabiendo que el tiempo era esencial.
—Vamos —dijo Harker, haciendo señales con las manos y los brazos. El equipo se desperdigó, avanzando, con los visores nocturnos puestos. Turcotte hizo lo propio con las suyas y los encendió. La oscuridad de la noche se convirtió en un campo de visión de color verde intenso. Ayudó a Nabinger a colocarse sus gafas y se apresuraron a seguir al equipo.
—Quédese conmigo —le susurró al profesor.