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La dorsal del Pacífico oriental se extiende desde la planicie subacuática de Amundsen, cerca de la costa de la Antártida, hacia el norte, hasta Baja California, donde finalmente emerge del océano. Entre esos dos puntos, el único lugar en el que sobresale de la superficie del océano es la Isla de Pascua. Al norte de la Isla de Pascua, a lo largo de la dorsal, se registró la inmersión de los dos cazas Fu controlados por el ordenador guardián uno.

En los últimos cuatro días, la Armada de los Estados Unidos había explorado la zona minuciosamente, pero sin divulgar nada. El secretismo contó con la aprobación del Pentágono por el hecho, sumamente perturbador, de que los cazas, a pesar de tener solamente noventa centímetros de diámetro, sin duda eran capaces de causar un enorme daño, tal como lo había demostrado la destrucción del laboratorio de Dulce, en Nueva México. La UNAOC y el gobierno de los Estados Unidos trataron de restar importancia al incidente, al igual que a la pérdida de catorce empleados científicos y de seguridad, tanto por el trabajo ilegal que habían estado haciendo allí, como por el hecho de que la destrucción no dejaba muy bien parado al ordenador Airlia.

El vuelo de los cazas hacía solo tres días incrementó la ansiedad y la presión por hallar la base de las extrañas naves.

Las tres habían salido del océano a unos cuatrocientos kilómetros al norte y se habían vuelto a sumergir en el mismo lugar, pero la Armada aún creía que buscaba en el lugar indicado. La suposición era que los cazas debían haber recorrido la distancia restante por debajo del agua.

Hasta el día anterior, las tareas se habían limitado a la búsqueda y exploración. La búsqueda se había realizado con varios sumergibles, tripulados y no tripulados. La exploración se hacía a través de sonar y con el LLS, el escáner de línea láser, que era el dispositivo más eficiente que tenía la Armada para la tarea de detectar el escondite de los cazas Fu. Funcionaba proyectando un láser verde azulado capaz de penetrar el océano en arcos de setenta grados, «pintando» una imagen del fondo. El LLS tenía tanta precisión que podía mostrar los remaches del casco de un barco hundido.

La noche anterior, poco después del atardecer, el LLS había detectado una anomalía en un reborde a lo largo de la dorsal del Pacífico oriental, a una profundidad de cinco mil metros o más de tres millas hacia el fondo. La imagen pintada por el láser mostraba un tubo cilíndrico que sobresalía del lateral del reborde y se extendía unos seis metros, con una estructura con forma de caja montada encima. Sin duda, no se trataba de una formación natural.

La Armada pasó toda la noche desplazando su sumergible para misiones clasificadas en el océano profundo, el USS Greywolf. El Greywolf estaba conectado a un buque nodriza en la superficie, el Yellowstone, que lo remolcó hasta una ubicación que se encontraba directamente encima de la anomalía detectada. Cuando estaba a punto de amanecer, el Greywolf deslizó sus amarras debajo del Yellowstone y comenzó a descender hacia la oscuridad del océano. El piloto a cargo era un veterano naval que tenía más de veinticinco años de servicio, el capitán de corbeta Downing. Su copiloto y oficial de navegación era el teniente primero Tennyson. El tercer integrante de la tripulación era un contratista civil llamado Emory.

El Greywolf era el resultado de décadas de prueba y error con sumergibles del océano profundo. Antes de construirlo, el récord para inmersión tripulada estaba justo por debajo de los siete mil metros. El Greywolf rompió ese récord en su primera inmersión, pues descendió hasta unos ocho mil metros. Su diseño era radical, y no tenía ni la forma esférica ni la de cigarro que la mayoría de la gente asociaba tradicionalmente a los submarinos. Tenía la forma de un bombardero Stealth F-117, con paneles laterales compuestos y planos fabricados de una aleación especial de titanio.

Los tres tripulantes del Greywolf no sabían que debían la construcción de la carcasa del sumergible al trabajo realizado en la nave nodriza que se encontraba en el Área 51. Allí, los investigadores del comité Majestic habían aprendido mucho de diversas aleaciones, y los resultados se habían plasmado en proyectos militares secretos, como el Greywolf.

Al atravesar los dos mil metros, el capitán Downing no estaba preocupado por la inmersión en sí. La profundidad se encontraba dentro de un rango cómodo; las corrientes de la zona eran mínimas y el sumergible operaba dentro de todos los parámetros esperables. Sin embargo, tanto él como los otros dos tripulantes estaban preocupados por el objetivo. No se había detectado de cerca ningún caza Fu desde la destrucción del laboratorio de Dulce, pero los tres hombres habían visto las cintas de las consecuencias de ese ataque. También estaban al tanto de la pérdida de señal de la Viking II al acercarse a Cydonia. Probablemente todo fuera parte del funcionamiento automático del ordenador guardián, pero probablemente eso no les fuera de mucha ayuda si el guardián los hacía sufrir un occidente a cinco mil metros de profundidad.

Debido al temor de que el guardián pudiera reaccionar ante su presencia, tan cerca de la base de los cazas Fu, el Greywolf estaba acompañado en la inmersión por el Helmet II, un vehículo pilotado a distancia, o RPV. Lo habían bautizado así porque su diseño se asemejaba a un casco dotado de varios brazos mecánicos y sensores adosados al cuerpo principal. Una hélice de gran tamaño ubicada en la parte inferior del Helmet proporcionaba propulsión vertical. Las maniobras se realizaban a través de cuatro pequeños propulsores que parecían ventiladores espaciados a lo largo del borde de la base.

Además de los brazos mecánicos y los sensores, el Helmet II estaba equipado con una videocámara montada en el techo que se deslizaba trescientos sesenta grados, y una que se desplazaba sobre un riel encima del borde y los propulsores. Había una tercera atornillada a la parte inferior, en el centro, que permitía ver directamente lo que sucedía debajo del aparato. Las imágenes captadas por las cámaras se transmitían directamente hacia el Greywolf, donde se encontraba el mando a distancia, y desde allí, hasta el Yellowstone.

Cuando pasó los cuatro mil metros, el Greywolf se detuvo y envió al Helmet II para que se adelantara. Esa era la tarea de Emory. Estaba sentado en un sector reducido del compartimiento de la tripulación y miraba las pantallas con las imágenes de las cámaras; una cuarta pantalla de ordenador le daba datos esenciales acerca del comportamiento, el nivel, la profundidad y velocidad del RPV. Lo controlaba con un joystick que le recordaba el que usaba su hijo para los videojuegos.

A medida que descendían lentamente, Tennyson detectó varios contactos de sonar a mil metros por encima de su ubicación. De inmediato, informó a Downing.

—¿Ballenas? —preguntó.

—No. Submarinos. —Tennyson escuchó atentamente los sonidos metálicos a través del agua. Estaban disminuyendo—. Están bajando la velocidad.

—Emite un ping con sonar activo —ordenó Downing—. Obtengamos la confirmación y luego llamaré al Yellowstone a ver qué pasa.

Los submarinos ahora estaban en silencio, inmóviles en su posición. Tennyson emitió el pulso y escuchó la respuesta.

—Tenemos tres submarinos de ataque clase Los Ángeles encima de nosotros.

—¡Mierda! —masculló Downing. Encendió la radio de ultra baja frecuencia, también llamada ULF, que lo conectaba con el Yellowstone—. Nodriza, aquí Wolf. Cambio.

La respuesta llegó del modo chato en que llegaban las transmisiones de ultra baja frecuencia, atenuada por la masa de agua que los rodeaba.

—Aquí nodriza. Cambio.

—¿Qué pasa con los submarinos? Cambio.

Downing no tenía ni tiempo ni ganas de ser diplomático, o sutil a cuatro mil metros de profundidad. La presión del agua que los rodeaba los aplastaría en un instante si él se viera afectado de algún modo.

El comandante del Yellowstone también fue directo, por diferentes razones.

—También los tenemos en sonar. No hemos tenido contacto con ellos, pero nos ha informado CINCPAC que están aquí bajo órdenes de la Autoridad de Comando Nacional. No sé cuáles son sus instrucciones, y como respuesta me han dicho que me ocupe de mis asuntos. No interferirán con vuestra misión, así que ignoradlos. Cambio y corto.

Downing se retorció en el asiento y miró a Tennyson.

—Preparaos para ignorar —afirmó.

Tennyson sonrió.

—Preparándonos para ignorar. Vale, vale, señor.

—Implementad modo de ignorar.

—Modo de ignorar activado. —Tennyson soltó uno carcajada, pero el sonido rebotó en las paredes de la aleación de titanio y murió al poco tiempo.

—Si les interesa, caballeros, tengo contacto visual con la dorsal.

Los otros dos hombres se acercaron para ver la superficie rocosa de la dorsal del Pacífico oriental en la pantalla.

—¿Cuán lejos está el objetivo? —preguntó Downing.

—Unos doscientos metros más abajo, y el Helmet estará encima —respondió Emory.

Pasó un minuto y luego la imagen de la cámara del fondo les mostró otro panorama. Las manos de Emory se movían con rapidez sobre los controles de la cámara y del RPV.

—¡Allí está! —exclamó Downing cuando la cámara se concentró en un tubo negro liso de gran tamaño que sobresalía del borde del relieve submarino—. Allí está la base de los cazas Fu.

—¡Y allí están! —afirmó Emory cuando salieron disparadas tres esferas destellantes del extremo abierto del túnel. Se dirigieron hacia la cámara a toda velocidad, y luego se desviaron cuando parecía que estaban a punto de chocar contra ella.

Los hombres del sumergible desviaron la mirada hacia la cámara superior, que Emory trató de mover, desesperado, para poder rastrear a los cazas Fu. De forma abrupta, vio una imagen borrosa de uno que giraba a toda velocidad y se volvía hacia el RPV.

Súbitamente, todas las pantallas se apagaron. Emory maldijo.

—He perdido el contacto con el Helmet. —Sus dedos volaron por los controles, mientras trataba de restablecer el contacto. Downing y Tennyson volvieron a sentarse en sus asientos.

—Quiero el sonar en esas dos cosas —ordenó Downing mientras encendía los motores.

—Se acercan. —Tennyson trataba de escuchar y leer la pantalla al mismo tiempo—. Se nos vienen encima, muy deprisa.

Downing aceleró los motores, y luego aceleró, para subir directamente.

—¿Cuánto tiempo?

—Eh, cuarenta segundos —respondió Tennyson.

—¡Sigo sin conexión con el RPV! —exclamó Emory.

—Emite un ping —ordenó Downing.

Se oyó el eco del pulso, mientras la onda de sonido salía del sumergible.

—Treinta segundos; no, veinte.

—Mierda —maldijo Downing. Habían subido menos los cuarenta metros. Extendió la mano y abrió la cubierta del interruptor rojo.

—¡El ping es negativo! —Emory no lo podía creer—. ¡El Helmet ha desaparecido! —Trató de recobrar la calma—. Diez segundos. ¡Deberían aparecer en cualquier momento!

Downing movió el interruptor y el interior del Greywolf quedó sumido en la oscuridad, salvo por dos pequeños luces de emergencia que funcionaban a batería. El murmullo de los motores se apagó.

—¿Qué coño has hecho? —exigió saber Emory.

Downing dio un golpecito al pequeño portal de Plexiglás en el techo del sumergible. Un caza Fu pasó a toda velocidad.

—He apagado todos nuestros sistemas de propulsión —explicó.

—¿Por qué? —quiso saber Emory.

—Para que no lo hicieran ellos antes —afirmó Downing—. Todos los informes de aeronaves que entraron en contacto con cazas Fu indicaron que la proximidad cercana con los cazas les drenó por completo los motores. Si lo hicieron con el Helmet, nosotros éramos los próximos. Estamos a cuatro mil metros de profundidad. Vamos a necesitar los motores para poder subir.

—Bueno, ¿y ahora qué hacemos?

—Esperar.

A bordo de los submarinos de ataque clase Los Ángeles, la tripulación corría a su puesto de batalla. Los torpedos guiados por cable estaban listos y el capitán de cada submarino no se despegaba de los hombres encargados del sistema sonar, siguiendo el progreso de los tres cazas Fu con el Greywolf.

Los hombres tenían el dedo sobre los botones de lanzamiento, hasta que se determinó que los tres cazas y el sumergible se mantenían estables a cuatro mil metros de profundidad.

Pasaron unos minutos y la situación no cambió. El comandante de más alto rango a bordo del Springfield, el capitán Forster, dio las órdenes basadas en las instrucciones que le había transmitido por radio una mujer llamada Lexina con autorización de nivel ST-8.

—Todas las armas deben permanecer listas para el ataque. No iniciaremos la acción, salvo que los cazas Fu ataquen al Greywolf, o si ascienden a tres mil metros.

Lexina recibió la información de la aparición de los cazas Fu ni bien los submarinos la enviaron a CINCPAC, el Comandante en Jefe, Flota del Pacífico, y el mensaje fue colocado en una red altamente confidencial de Difusión de Inteligencia de los Estados Unidos.

—¿Qué debemos hacer? —quiso saber Elek.

—Por ahora, nada —respondió la mujer.

—Pero…

—Por ahora, nada —repitió Lexina—. Hemos esperado demasiado y no podemos darnos el lujo de fracasar por apresurarnos ahora. El momento es esencial.