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—Has neutralizado la flota de los cazas Fu —afirmó Duncan, mientras subían a la vagoneta que los conduciría a la caverna—. Pero ¿qué hay de las naves Airlia que se aproximan?

Turcotte se sintió cansado. Era el mismo tipo de agotamiento que experimentó en combate y en su entrenamiento para Ranger, cuando había tenido que pasar meses sin dormir y con una comida al día como fuente de energía. Conocía los peligros de ese tipo de cansancio; las ideas se volvían confusas y se deterioraba la capacidad de tomar decisiones. Cerró los ojos durante unos segundos para despejar la mente, luego volvió a concentrarse en la pregunta que le había hecho Duncan. Se volvió y habló con el hombre que estaba sentado detrás de ellos.

—Coronel Spearson, ¿tiene SATCOM con el Área 51?

—Puedo encaminarme hacia esa ubicación —afirmó Spearson.

—Hay unas personas allí a las que quiero que le envíe un mensaje.

Spearson sacó un pequeño anotador que llevaba en el bolsillo de su traje de camuflaje.

—Lo escucho.

—De acuerdo —comenzó Turcotte—. El mensaje es para Kelly Reynolds y el mayor Quinn. —Asintió en dirección a Zandra—. Voy a necesitar su autorización ST-8.

—Cuente con ella —le respondió la mujer.

—De acuerdo. Esto es lo que necesito.

En un lado de Rano Kau habían perforado con explosivos y perforadoras un túnel que llevaba hacia el recinto donde se encontraba el guardián. Kelly Reynolds avanzó por el túnel con una neblina mental, pues su cerebro y su corazón estaban plagados de ideas y emociones que no le resultaban sencillas de comprender ni controlar.

Le habían llegado las noticias del éxito de la destrucción de la base de los cazas Fu y vio al personal militar del aeródromo de la Isla de Pascua celebrándolo, incluso durante la evacuación de la isla. Tontos, pensó. Todo lo que hicieron fue escupir en la cara de quienes podían salvar a la raza humana. Y todavía quedaban las naves garra que se aproximaban a la Tierra.

«Pensad en lo que hicieron con la Atlántida», quería gritar Kelly a esos imbéciles. ¿No se daban cuenta de que los Airlia podían hacer lo mismo con Nueva York, Moscú o cualquier ciudad importante?

Llegó al final del túnel y entró en el recinto. No había nadie allí. El ejército estadounidense estaba evacuando a todos. Su autorización, otorgada por el mayor Quinn, le permitió pasar por las barreras de la policía militar, y el capitán a cargo le advirtió que, si no regresaba en treinta minutos, no acudirían a buscarla y tendría que apañárselas por sus propios medios. El agitador seis también había recibido órdenes y el piloto despegó y se dirigió hacia el Área 51, lo que dejó a Kelly varada en la isla.

Sabía que estaban evacuando la isla y comprendía por qué el capitán estaba nervioso. Querían destruir el guardián. Querían destruir la máquina que tenía la clave que descifraría la historia y el futuro de la humanidad. Del mismo modo que querían destruir a los Airlia.

Kelly hizo una pausa y entró en el recinto. La pirámide dorada estaba rodeada de una bruma que sobresalía varios centímetros del material que la componía. También le habían dicho que el guardián ahora estaba en comunicación constante con la flota que se aproximaba. No tenía dudas de que Aspasia sabía de la destrucción de sus cazas Fu.

Kelly caminó por el suelo de piedra pulida hasta la base de la pirámide. Extendió las manos y tocó el metal de extraña textura.

—Escúchame por favor —le susurró—. Escúchame.

Turcotte bajó la mirada para ver la consola de control. Sacó un trozo de papel arrugado que llevaba en el bolsillo.

—¿Qué es eso? —quiso saber Zandra.

—El código de la esfera.

—¿Caerá en el abismo y se destruirá? —preguntó la mujer, alarmada.

Turcotte negó con la cabeza.

—No. El código de destrucción estaba en el guardián de Temiltepec. Ha desaparecido. Yo tengo el código para soltarla. —Apoyó las manos sobre el panel. Tocó un punto en la esquina superior izquierda y la superficie se encendió con un resplandor que parecía provenir de su interior y que dejó a la vista una serie de hexágonos entrelazados, ocho horizontales por ocho verticales. Cada hexágono contenía un símbolo en runa superior.

Con la mirada en el papel, Turcotte comenzó a tocarlo siguiendo el patrón de símbolos que Nabinger le había dictado. Había dieciocho en total.

Cuando presionó el último se produjo un silbido intenso, seguido del grito de sorpresa de los guardias del SAS. Turcotte levantó la vista. La esfera de rubí se había desprendido de los tres postes que la sostenían. El único brazo del centro en el lado cercano retrocedía, llevando la esfera hacia Turcotte. A seis metros del extremo, el brazo comenzó a girar, levantando la esfera en el aire, luego descendió, hasta que la esfera descansó al borde de la fisura.

—Tenemos que llevarla a la superficie —ordenó Turcotte.