DIECISEIS

Después de buzonear por la mañana llamaría a la oficina temprano para decir que estaba enfermo y no podía ir, diría que tenía fiebre y se sentía mal, no importaba, no solía faltar al trabajo, todo lo contrario, siempre había sido un tipo responsable, y esta vez no supondría ningún problema. Necesitaba la mañana libre para la entrevista con el secretario del Decano. Es más, como suponía que el tiempo que pasaría en la facultad no le ocuparía toda la mañana, podría llegar a decir que si durante la mañana se sentía mejor iría, ya que tenía trabajo por hacer y no quería atrasarse en sus tareas, incluso si hiciese eso lo beneficiaría, ese era el sentido de responsabilidad que siempre había tratado de inspirar, eso le había dado al final de cuentas una buena renta a su favor en el trabajo, no en vano tenía despacho propio y lo habían ascendido. No sería difícil entrar después a la oficina con mala cara, simular algún que otro catarro, y decir que se había tomado una aspirina y «ahora se sentía mejor». Pero para recabar los datos que necesitaba debía concurrir a la facultad durante la mañana, que era cuando estaba todo el personal y podían buscarle el listado de los profesores colegas y de los ex-alumnos de la profesora Margarita Bassand. Un ligero nerviosismo lo recorrió por dentro, el día de mañana era un día importante, necesitaba ese listado.

Después de cenar, acompañado por la tensión que siempre le precedía cuando iba a ejecutar algún plan, se puso a ver la televisión. A eso de las once y media se iría a la ventana y echaría una ojeada a la casa, se recrearía un rato con los destapes de la señora y luego se iría a dormir, y quizás a soñar con ella. Desde que descubrió los desnudos de su protegida no pasaba una noche sin fisgonearla, y con el tiempo se convirtió en una rutina, y más que en una rutina en una adicción, porque no podía pasar un día sin verla. Y era habitual que su día a día estuviera marcado por los recuerdos de los streptease que ella cada noche ejecutaba y que esta sin saberlo le regalaba. Cuando pasaron los primeros días, que lleno de excitación morbosa no dejaba de fotografiarla, llegó a tener tantas fotos de sus desnudos que decidió aparcar la cámara. Las fotos se contaban por decenas, y solía llevar las más eróticas siempre consigo. Por un momento llegó a pensar que las sesiones fotográficas y su dedicación a fotografiarla desnuda habían llegado a desplazar el verdadero objetivo de su vigilancia, que no era otro que descubrir al maldito intruso. Este juego morboso de auténtico voyeur que él ejercía desde la clandestinidad, por el momento no le significaba ningún problema en la medida que no fuese descubierto, mientras eso no sucediera podría continuar con esta placentera recreación que evidentemente le causaba verdadero gozo, sin embargo esta exposición a recrearse cada día con sus streptease tenía sus consecuencias, porque el recuerdo de los desnudos y las fantasías sexuales que él fraguaba en su mente, eran motivo para hallarse todo el día excitado, y esto no solo lo distraía en el trabajo y en la misión que se había impuesto, sino que no eran infrecuentes las reiteradas erecciones que a veces lo llevaban a mal traer. Y esto ocurría porque dichos envaramientos le ocurrían a veces en los momentos más inoportunos, en la oficina por ejemplo no era raro que estando en plena erección el director lo llamara a su despacho para tratar algún tema, entonces se las veía canutas para disimular el abultamiento, salía de su despacho con alguna carpeta o algo parecido cubriéndose y así circulaba a paso rápido entre los escritorios de sus compañeros hasta llegar al director e inmediatamente tomaba asiento; o veces simplemente caminando por la calle, cuando por algún motivo tenía algún recuerdo de ella y comenzaba a sentir la rigidez de su miembro lo ponía en un aprieto, y era en esos momentos que pensaba que todo el mundo lo estaba observando. Entonces cruzaba la pierna, como para disimular, y buscaba urgentemente alguna cafetería donde sentarse cosa de ocultar la deformidad que vergonzosamente exhibía. Se daba también el caso que cuando iba al supermercado e iba a la pescadería, y luego a buscar el vino blanco, que él relacionaba todo esto con la señora, inmediatamente entraba en erección, entonces ponía la bolsa que llevaba para la compra a la altura de la cintura y así se tapaba. Esto le ocurría en múltiples ocasiones, y le resultaba de lo más vergonzante y molesto. A veces incluso le pasaba con la simple visión del bus número cuatro, y esto era algo que no podía admitir. Hay que reconocer que esta situación, totalmente incontrolable para Paulino, lo tenía a maltraer. Este estado de excitación que lo acompañaba cada día, encontraba su desahogo en las casas de citas que frecuentaba. «La Perla» y «El Neón» se convirtieron en un alivio a sus apuros sexuales. Naturalmente sus visitas se hicieron más asiduas, y aunque a «las chicas» les llamaba la atención este hecho, cuando en el fondo pensaban que con la edad la frecuencia de sus visitas decaerían, preferían, por una cuestión de recato, no preguntar. Sin embargo era tema de conversación entre ellas, que no entendían esta sexualidad desbordada de Paulino, su mejor cliente. Las casas de citas pusieron a prueba los bolsillos de Paulino, que había aumentado los gastos en ellas, aunque todo hay que decirlo, dado el cariño y la confianza que sentían por él, siempre había una consideración especial. Ahora sin embargo estaba ante un nuevo reto, y debía centrar su mente en este nuevo desafío, sin las mentadas erecciones que tanto lo incomodaban. Mañana por la mañana debía presentarse en la facultad y preguntar por el secretario del Decano, necesitaba el dichoso listado de los ex-alumnos y profesores para descubrir al delincuente. Miró la hora y ya daban las once y media. Se levantó del sofá y se dirigió a la ventana, apagó las luces y se fue derecho al telescopio. Nuevamente la excitación. La luz del dormitorio estaba encendida. Como cada noche, de pronto se abrió la puerta y apareció, y… sorpresa, detrás de ella una mujer, ahora dirigió el telescopio hacia el nuevo personaje, era rubia, de buen ver por lo que veía, rondaría la misma edad que ella, y era de su misma estatura, se detuvieron frente a la cómoda, a los pies de la cama, y se pusieron de frente, hablaban, gesticulaban, reían, era una situación especial, tan acostumbrado a verla siempre sola, resultaba que hoy tenía visita, aunque el hecho de que fuera mujer lo tranquilizaba, no hubiera podido resistir si hubiera sido un hombre, no sería para menos, hace ya tiempo que tenía consciencia que la deseaba, y aunque no sabía cómo hacer para iniciar algún tipo de relación, lo hubiera contrariado. Ahora su protegida se dirigió a la ventana, la tenía de frente, estaba hermosa como siempre, y en contra de lo que siempre hacía, se llegó hasta la persiana, la bajó, y la dejó de ver. Esta noche se quedaba sin desnudos.

Al otro día puso el despertador a las seis y media, como cada día, y se fue a buzonear, el buzón seguía vacío. Tenía que ir a la Facultad. Se duchó y se arregló muy bien. Debía ir muy bien vestido para la entrevista. Llamó por teléfono a la oficina y con voz ronca y un poco carrasposa comunicó que por la mañana no iría a trabajar porque no se sentía muy bien, quizás una gripe, dijo.

—Pero me tomaré una aspirina y si más tarde estoy mejor me pasaré por allí, no quiero que se me atrase el trabajo.

Cuando llegó a la Facultad serían las ocho y media, y lo primero que hizo fue llegarse a un bar de los que había en los alrededores, repletos de estudiantes, que a esa hora, antes de las clases, se daban cita. El ambiente tenía el aspecto de mucha agitación, del ajetreo propio de los ambientes estudiantiles, tan bullanguero y lleno de desparpajo. A Paulino le recordó sus tiempos de estudiante, por un momento añoró esa época, que aunque teñida por su manía de robar en los buzones, la recordaba con cariño. Después del café y un par de cigarrillos, y de observar la jocosidad y las ocurrencias de los estudiantes, se dispuso a entrar en la facultad. Preguntó por la Secretaría y allí se dirigió. Una señorita detrás de un mostrador lo atendió con diligencia:

—Dígame señor, buenos días.

—Mire, soy periodista y quisiera entrevistarme con el secretario del Decano, es cosa de un minuto, si me puede hacer el favor, —y le extendió una tarjeta de la Revista Cultural «Historia Viva».

La señorita miró la tarjeta con detenimiento y le sonrió complacida, la tarjeta empezaba con buen pie, era un simple detalle, pero él siempre decía, «la cuestión está en los detalles», y con esta premisa transitaba por la vida, luego la señorita continuó:

—No la conozco a esta revista, ¿es nueva?

—Bueno, no somos tan nuevos, lo que pasa es que para hacernos conocer deberíamos hacer publicidad, y la publicidad es cara, piense que esta revista se sostiene solo con la aportación de sus socios. Es una revista sin ánimo de lucro y tiene por finalidad difundir la cultura.

—Ah… ahora le digo si el secretario lo puede atender.

Desapareció tras una puerta detrás del mostrador y a los pocos minutos salió.

—Pase Sr Chain, el secretario lo espera.

Entró a una sala más bien pequeña, en un rincón una estufa a gas, luego al fondo un escritorio de madera lustrosa y dos sillas. Sentado, un señor medio calvo que detrás de unas gafas lo miraba con desconfianza. O eso le pareció a Paulino, que siempre tenía en cuenta «los pequeños detalles», tendría que «ganárselo» para que accediera a darle el listado de los profesores y ex alumnos que él buscaba, además, no tenía pinta de ser «sobornable», según él veía, se sabía conocedor del espíritu en el que cabalgaba cada uno de sus semejantes, quizás esa era la diferencia con el resto de los empleados de la oficina donde trabajaba, que hacía que a los ojos del director haya sido el preferido y el elegido a la hora de llevar a cabo negociaciones con las otras empresas.

—Siéntese Sr… Sr Chain, —deletreó el secretario, se lo veía harto en su trabajo, o quizás saturado de tanta burocracia, trámites y complicaciones, y luego estaba su jefe, el Decano, vaya a saber uno cómo lo trataba, a lo mejor era un tirano, y estaba hastiado de aguantarlo, como tantos que por ahí abundaban—. ¿Qué lo trae por aquí?, —continuó con cierta severidad.

—Mire Sr secretario, mi nombre es Roberto Forleni, soy periodista de la revista cultural «Historia Viva», —y le alargó una tarjeta, mientras que al mismo tiempo se inclinaba un poco hacia adelante y se sentaba casi en la punta de la silla, un acto que si bien no era de sumisión, sí de profundísimo respeto. Paulino se sabía manejar en estas lides, y continuó—: Resulta que por esta facultad ha pasado, como alumna y luego como profesora, la licenciada Margarita Bassand. Ud. sabe que esta señora es una de las más prestigiosas investigadoras del Consejo de Investigaciones, ella está especializada en Historia del Arte Egipcio. Nuestra revista le quiere rendir un homenaje invitándola a dar una charla sobre el Egipto de los Faraones, y queremos invitar a todos los que coincidieron con ella en la facultad, será toda una sorpresa y suponemos que será muy emocionante, para ello necesitaría un listado de todos los profesores y alumnos que tuvo en sus años de profesora para hacerles llegar la correspondiente invitación, por supuesto que las autoridades de esta Facultad también estarán invitados, el Sr Decano, y Ud. mismo. Hay algo importante, todo esto por ahora no se puede hacer público, por ello le pido reservas al respecto dado que los encargados de este homenaje van a hacer el anuncio en el momento que ellos consideren oportuno, por lo que no se puede desvelar este acontecimiento, ni tampoco la fecha, fundamentalmente porque aun no la tienen, —aquí Paulino puso cara de inocente y dibujó una media sonrisa, siempre surtía efecto este gesto de ingenuo e inofensivo—, pero sí sabemos, porque nos lo han dicho, que será para el segundo semestre del corriente año. Ese es el motivo de mi presencia aquí, y ruego me disculpe, por el trabajo que le pido, aun sabiendo lo atareado que suele estar un secretario de Decanato de una facultad como esta.

Y sonriendo, poniendo la cara lo más cándida posible, retiró el cuerpo un poco hacia atrás, tomando posesión de la sentadera de la silla, pero sin apoyar la espalda, y esperó ansioso la respuesta del secretario del Decano. Este, se lo quedó mirando, al principio mudo, como estudiándolo a Paulino, que conservando la calma, y la cara de idiota, esperaba alguna palabra benéfica, que lo ayudara en el reto en el que estaba embarcado.

—Margarita Bassand, sí, la recuerdo, buena profesora, luego fue contratada, efectivamente, por el Consejo de Investigaciones, sabemos que le va bien, que está haciendo un buen trabajo allá, pero no he vuelto a tener contactos con ella. A ver, déjeme mirar, —y buscó una carpeta que estaba en una estantería que tenía detrás, y después de unos minutos de hojear la carpeta, continuó—, ella entró como profesora aquí en la Facultad por los cincuenta, sí, aquí está, y estuvo hasta el sesenta, que se fue al Consejo de Investigaciones, sí, del cincuenta al sesenta incluido, 11 años estuvo aquí en la facultad. ¿Y Ud. quiere un listado de los profesores y alumnos que coincidieron con ella en esos diez años?, bueno, la Sta. Bassand daba dos asignaturas, Historia Antigua y Teoría de la Historia, de primer año, a ver, déjeme que mire, sí, aquí está.

—Sí, la verdad me haría un gran favor si me puede conseguir ese listado porque nos pondríamos en contacto con todos los profesores colegas y alumnos que tuvo en su momento, así invitamos a todos ellos, será un orgullo para esta Facultad y para todos los que compartieron la enseñanza con ella, imagínese Ud., —enfatizó Paulino.

—Sí, no es difícil, tampoco hace tanto tiempo de eso, mire…, a ver…, en esta otra carpeta tengo los alumnos de cada año, los tengo por asignatura, pero es igual, solo hay que ver los alumnos que dieron Historia Antigua y Teoría de la Historia entre los años cincuenta y sesenta. Mire, aquí lo tengo, esta es la lista del año 1950, aquí del 51, sí, están todas, no hay problema, se lo puedo hacer, le hago una fotocopia por cada año de cada asignatura, eso lo podemos hacer ahora, tiene suerte, tengo tiempo.

Paulino vibraba de emoción, había estado acertado en elegir al secretario y no al propio Decano, este hubiera empezado con preguntitas por acá, preguntitas por allá, y vaya a saber los problemas que le hubiera puesto, todo estaba saliendo a pedir de boca, sin complicaciones, pero hasta no ver las fotocopias en sus manos no quería cantar victoria, no, eso él no lo hacía nunca, pero tenía que reconocer que todo iba sobre ruedas, iba bien, cuando menos se lo esperaba tendría los listados que tanto ansiaba y esa misma tarde podría buscar y ver si alguno coincidía con algún vecino del edificio de al lado. Mientras tenía esos dulces pensamientos vio que el secretario comenzaba a despotricar, ¿qué pasaba ahora?, miró con interés y vio que algo ocurría con la fotocopiadora, porque no terminaba de ponerse en marcha y el secretario seguía despotricando.

—¡Siempre pasa lo mismo! ¡Este trasto viejo ahora no arranca!, no sé, debe ser alguna conexión, porque a veces va bien y a veces se le da por no funcionar, —y comenzó a darle unos golpecitos a la fotocopiadora, ora por delante, por los lados, también por detrás, pero esta nada, seguía en sus trece de joderle la vida a Paulino—, no hay caso, no se pone en marcha, lo vamos a tener que dejar para otro momento, tenemos otra fotocopiadora en el despacho del Decano pero ahora está reunido y no puedo interrumpir por unas fotocopias, en todo caso más tarde, o mañana, y no estaría mal que lo comentara con el Decano, me refiero a esto del listado que me está pidiendo, y lo de Margarita Bassand y del homenaje que le piensan hacer, él seguro que se acuerda de ella.

Paulino se comenzó a alarmar, se le podía escapar de las manos algo que parecía hecho, la maldita fotocopiadora que no hacía otra cosa que joderle la vida. ¡Justo ahora! ¡Ahora que estaba todo «a punto»! Le daban ganas a Paulino de traspasar el umbral de la cordura y agarrárselas con la fotocopiadora a golpes, eso se llamaba tener mala suerte, el Decano seguro que le pondría problemas, más si advertía que su secretario lo tenía «casi todo hecho», solo por fastidiar a su subalterno y hacerle ver que «aquí solo mandaba él», sí, solo por eso se opondría a fotocopiar «material sensible para la Facultad», estaba seguro, por eso se comenzó a alarmar, porque no veía otra manera descubrir al intruso si no era comparando ambas listas. De pronto la señorita que estaba detrás del mostrador entró al despacho y vio que el secretario estaba lidiando con la fotocopiadora.

—Sr Secretario, permiso, mire, me tiene que firmar estas dos autorizaciones, ¿qué le pasa?, ¿la fotocopiadora otra vez?, a ver, déjeme, yo la entiendo, a veces se traba alguna hoja y es solo eso, espere, —y el secretario se hizo a un lado mientras la otra intentaba hacer que funcione; Paulino no podía hacer nada, solo rezar, porque veía que todo podía venirse abajo por el maldito trasto, cuando de pronto una lucecita cambió del rojo al verde y unos ruidos raros comenzaron a hacerse oír, para suerte de Paulino, porque era la máquina que se ponía en marcha—. Ya está, era una hoja que había quedado trabada, bueno, Sr secretario, me tiene que firmar esto.

Cuando las fotocopias estuvieron terminadas el secretario las puso en un sobre y se las entregó. Paulino estaba exultante, una sonrisa de oreja a oreja adornaba su cara, saludó al secretario efusivamente y le prometió que cuando tuviera fecha y lugar para el evento sería uno de los primeros en enterarse, él se encargaría personalmente hacérselo saber, y luego continuó diciéndole que gente como él era lo que necesitaba el país, y lo llenó de elogios, y le dijo que «en su condición de secretario de la Facultad de Geografía e Historia me gustaría que formara parte de la revista Historia Viva donde Ud. podría colaborar con artículos o dando alguna conferencia». Y todo esto Paulino lo decía con el total convencimiento de que estaba actuando con veracidad, en ningún momento tuvo consciencia que la patraña de su invitación era solo eso, una patraña, un engaño, porque llegaba a engañarse él mismo, convencido, esta vez, de la existencia de la supuesta revista cultural «Historia Viva» y del cargo de periodista que ostentaba. Bueno, se dijo después, camino a su auto, cuando tomaba contacto con la realidad: si no existe, habrá que fundarla, de eso ya me encargaré, y siguió tan tranquilo, con el convencimiento de que debía el favor al secretario, y que intentaría beneficiarlo con algún cargo en la futura revista. «Pagado, por supuesto», se llegó a decir, tan campante.