UNO

Paulino Chain salió de su departamento apresuradamente. Esa noche tenía una importante tarea por delante. Se lo había propuesto desde el momento que había leído la última carta que había robado. El sobre en cuestión ponía en letra cursiva con tinta azul: «Sta. Margarita Bassand», y no decía nada más, no tenía dirección, tampoco remitente. Al momento le llamó la atención, tampoco tenía sello, no había sido llevada por el correo normal, alguien, probablemente el mismo que la había escrito, la había depositado en el buzón en persona, y algo le olió mal, tuvo un vago presentimiento que esta carta encerraba un misterio, una incógnita. La iluminó con la linterna, la miró por las dos caras, y se la metió en el bolsillo interno de la chaqueta. Intuyó que algo no cuadraba, y a diferencia de lo que solía hacer luego de robar en algún buzón: irse a uno de «sus» bares a tomar una copa mientras saboreaba el «triunfo» del nuevo saqueo, esta vez inmediatamente partió a su morada, tenía que investigar. Mientras iba de camino a su casa una cierta ansiedad lo corroyó por dentro. Cuando llegó a su edificio se puso nervioso al ver cuánto tardaba el ascensor en llegar, ya en su piso maquinalmente metió las llaves que ya llevaba preparadas en su mano derecha, entró rápidamente, se quitó la chaqueta y se dirigió al «estudio», como a él le gustaba llamar. Encendió la lámpara lupa de la mesa e inmediatamente el «vaporizador», cuando este comenzó a humear colocó la solapa del sobre encima, esperó unos minutos hasta que el pegamento comenzó a licuarse, y luego muy lentamente, tal cual un cirujano en una intervención muy delicada, con unas pinzas muy finas, comenzó a abrir el sobre, muy despacio, para no romperlo, hasta despegar completamente la solapa, luego, con las mismas pinzas retiró la cuartilla, estaba doblada en dos, la abrió y comenzó a leer:

«Srta. Margarita Bassand. Como ve, la conozco, pero además le quiero dejar muy claro que la conozco muy bien, pues sé todo acerca de Ud. No se impaciente, sé que esta carta le producirá una fuerte impresión, pero vayamos por pasos. En principio tiene que saber que desde el momento que está leyendo esta carta, está seriamente amenazada, obviamente por quien le escribe, pero no se apresure, por ahora lo vamos dejar así. No quiero adelantarme a los acontecimientos. Mire, le voy a dar unos datos, para que vea hasta donde la conozco: Ud. fue alumna en la Facultad de Historia y terminó sus estudios como profesora, después de graduarse; en la misma Facultad impartió clases, allí se la recuerda por el eterno lacito rosa con que se recogía el pelo, ¿no es verdad lo que le digo?, y ahora trabaja en el Consejo de Investigaciones, como investigadora. ¿Se da cuenta cuantas cosas sé de Ud.? Pero hay más, Ud. sale de su casa por la mañana a eso de las ocho, antes de salir le deja un plato con comida a su perro, luego toma el bus número cuatro en la esquina y se baja frente al Consejo de Investigación, donde trabaja, mañana y tarde. Al mediodía, no se vuelve a su casa, suele vagar por las inmediaciones del Consejo y almuerza en un pequeño restaurante donde la conocen mucho y la atienden muy bien. ¿Su plato preferido?, la merluza con salsa de puerros. Por la noche, antes de llegar a su casa, a eso de las nueve, suele detenerse en el supermercado de la esquina de su casa, y allí hace algunas compras para la cena. ¡Ah!, le gusta el pescado, al horno, y lo sazona con algunas especias, y también el vino blanco. Conozco su marca preferida, ya se la voy a hacer saber. ¿Sabe Srta. Bassand que incluso sé que tiene a su mejor amiga en el extranjero y que ella suele venir a visitarla? Le puedo contar muchas cosas de Ud. y de todo lo que acontece a su alrededor. Srta. Bassand, no atente inútilmente contra su vida, no muestre esta carta a nadie, y menos a la policía. Nos seguiremos comunicando. Pronto tendrá noticias mías.

Mi nombre… no tengo nombre, para Ud. yo seré, el Cazador».

Cuando terminó de leer la carta se sobresaltó. Las cartas que él solía arrebatar eran casi todas de carácter amoroso, cuando no de cartas amistosas, de recuerdos lejanos, de encuentros y desencuentros, de amistades distantes, pero esta vez era distinto. El carácter amenazante del mensaje no dejaba lugar a dudas, se trataba de algo diferente que ponía en riesgo la vida de una persona, y debía tomar cartas en el asunto. Pero no podía recurrir a la policía, era obvio que en ese caso pondría a la mujer en verdadero peligro, según él había leído, pero además, ¿cómo explicar a la policía cómo se había hecho con la carta? Cualquier excusa despertaría sospechas, y podría ser descubierto, y tendría que renunciar a su juego preferido: robar cartas en los buzones, sin olvidarse de los problemas que le sobrevendrían con la justicia y todas esas cosas que no quería ni imaginar. Debía actuar él, sin poder contar con nadie en quien confiar la trama que acababa de descubrir. Y debía actuar ya. Paulino tenía una única obsesión, totalmente patológica, aunque él no lo sabía, porque para él era un hobby, casi un juego, pero ahora había tomado un cariz diferente, y ya no era un simple entretenimiento, ahora ya, con la responsabilidad que le cabía, debía, si no le quedaba otro remedio, que jugar a detective.