QUINCE

«Hoy es lunes 15 de enero y estoy una vez más frente a la ventana observando sin ser visto para descubrir al intruso. He decidido comenzar este diario porque quiero pormenorizar los momentos que vivo de manera fiel, y que el paso del tiempo no deforme los hechos, a veces tan cambiantes. Ya llevo una larga semana en la que nada nuevo ha sucedido desde que estoy aquí, desde mi puesto de observación, solo la rutina diaria del camión de la basura y mis alegres vecinos que aunque no los veo porque pasan por mi acera los escucho llegar casi siempre a la misma hora al edificio. Me he acostumbrado al cambio de ritmo del sueño y ya no necesito pastillas para dormir, y tengo que confesar que haber comprado una radio fue de gran ayuda para pasar estas largas noches en vela, a la custodia de mi señora, a la espera del intruso. El jueves de la semana pasada por la tarde, después de la oficina, tomé la decisión de ir al Consejo de Investigación, quise conocer in situ donde trabaja ella, la verdad me impresionó el lugar, y pude ver su nombre escrito en la entrada. Es una construcción importante, de fin de siglo, que tiene una gran escalinata coronada arriba por unas columnas de mármol, luego una vez dentro una gran sala tiene colgados en las paredes cuadros de distintos presidentes de la institución, eso me dijo el ordenanza que había en la puerta, y varias puertas que dan a las distintas dependencias, y sobre la pared izquierda colgado en un cuadro el cuerpo técnico de la institución con el nombre de todos los investigadores y su especialidad, entonces la pude ver, decía: Margarita Bassand, Historia del Arte Egipcio. También puedo decir que por fin he descubierto a quién iba dirigido el plato con comida que hay al lado del felpudo, es un perro precioso de orejas largas y pelo color marrón, no entiendo mucho de perros, pero creo que es un cocker o algo parecido. Por lo demás, lo que más entusiasma de este trabajo son las imágenes que ella me regala cada noche, cuando en su dormitorio se desviste hasta desnudarse. La última noche por primera vez se quedó totalmente desnuda, se quitó las bragas y buscó otras en la cómoda que tiene al pie de la cama. Es evidente que la deseo con todo mi ser, y ahora más que nunca sé que mi designio es protegerla. Aun no he descubierto al intruso que osó amenazarla, pero cuando lo haga haré lo que tenga que hacer para desembarazarme de este ser detestable que se atrevió a cruzarse en su camino y en el mío propio, seré implacable, y nada me detendrá».

Todo esto Paulino lo decía en los arranques de ira que solía tener, aunque en realidad, llegado el momento no sabría qué hacer, y era todo un dilema, porque estas bravuconadas las decía cuando se exaltaba, luego al reflexionar se quedaba sin respuestas, la realidad es que no las tenía, él ya había razonado acerca de esta cuestión, y había llegado a la conclusión que era incapaz de enfrentarse al delincuente y vencerlo, aniquilarlo, como fanfarroneaba cuando se llenaba exaltación y se creía invencible, en el fondo era un enclenque, como él mismo se definía, incapaz de hacer frente a una situación como la que se encontraba. Luego continuó: «Cada mañana hago el buzoneo a las seis y media, cuando en este crudo invierno aun reina la oscuridad, y luego la veo salir a las ocho, a esperar el bus que la lleva al trabajo. Verla desnudarse a la noche y seguirla con la mirada por la mañana hasta la parada del bus son los mejores momentos de mi vigilancia. Quiero decir que me deleita su manera de andar, y no estaba tan equivocado cuando me la imaginaba no muy alta, el cabello negro, la cara ovalada, los rasgos suaves. Así la veo yo, porque cuando sale por la mañana a tomar el bus la sigo con la mirada y puedo cotejar sus formas, el color de su cabello, y hasta sus facciones graciosas, casi sonriente; espero con ansiedad el momento que abre la puerta, luego sale, le pone comida al perro, desanda el camino de losas y ya se echa a la acera, hacia la parada. Todo este trayecto es solo para mí, podría decir que degusto con placer ese momento y siento que me pertenece, y que yo, miserable cobarde incapaz de declararle mi amor, estoy a sus pies. Sin embargo soy consciente que tengo una misión que cumplir, y que por ahora mi relación con ella está abocada únicamente al placer que me provoca su contemplación, por la noche cuando se desnuda, y por la mañana cuando va a su trabajo.

En toda esta semana de buzoneo no he encontrado ninguna carta del intruso, pero supongo que no pasará mucho tiempo para que esto suceda, y aquí estoy yo para descubrirlo».

«Martes 16 de enero. La noche fue tranquila como siempre hasta ahora. Me llama la atención cómo mi cuerpo se ha adaptado al cambio de horario. Me resultará difícil volver a la normalidad».

«Miércoles 17 de enero. Salvo el camión de la basura y las voces apagadas de mis vecinos que llegan siempre tarde, no ha habido nada importante que reportar en estos días».

«Jueves 18 de enero. Sin novedad en el frente. Hay un par de programas de radio que no solo me mantienen despierto sino que me entretienen lo suficiente como para pensar que los echaré de menos cuando retome el horario normal, aunque a esta altura de mi situación no sé muy bien qué quiero decir con normal, en definitiva, para un espía cualquier horario puede resultar normal».

«Viernes 19 de enero. Atención. Este relato es muy importante además de dramático: en el buzoneo de hoy por la mañana he encontrado una carta del intruso. Quiero decir que cuando esta mañana a las seis y media retiré el sobre del buzón y con la linterna lo iluminé, por la letra supe de inmediato que se trataba de él, pero además, y esto es lo trágico, la carta venía sellada, o sea que el miserable ha usado el correo postal para hacerla llegar, por esa razón esta noche no pude ver a nadie que echara una carta en el buzón de mi señora, el muy canalla, esta vez no se ha querido jugar, seguramente por miedo a que lo descubran por si ella hubiera acudido a la policía, maldito sea. La carta en cuestión dice así:

«Hola Srta. Margarita Bassand. Como ve, una vez más, yo, el Cazador, tal como se lo había prometido. ¿Ha visto? Esta vez he preferido usar el correo postal, por si se le hubiera ocurrido ir a la policía y me tendieran una trampa, como verá tengo todo muy controlado, y más controlada la tengo a Ud., no se olvide que sé todo acerca de Ud. ¡Ah!, ¿su marca preferida de vino blanco?, el vino Bermejo, ¿entiende que es lo que le quiero decir? No, es probable que todavía no lo entienda, pero pronto se enterará por qué le digo estas cosas, y pronto me temerá.

P/D: como le dije en la carta anterior, no se arriesgue denunciando esto, porque sé cosas de Ud. que se arrepentirá para siempre si decide acudir a la policía con estas cartas, pero todo tiene arreglo, luego veremos las condiciones de su salvación, porque las habrá, siempre y cuando cumpla estrictamente con lo que más adelante, en la próxima carta, le ordenaré».

Análisis de la carta: está claro que es un caso de extorsión, alguien que atemorizándola con amenazas quiere sacarle algún dinero. Me llama la atención que no se haya definido en la primera carta, ¿por qué no la extorsionó desde el primer momento?, quizás sea un perverso que goza con verla rendida, entregada, o quizás lo hace así para ablandarla y que al final acepte totalmente a sus demandas, todo podría ser. Lo cierto es que hace hincapié en «que sabe todo acerca de ella», ahí debe estar el quid de la cuestión. Otra cosa que abona que se trata de un chantaje es que al final de la carta le dice: “luego veremos las condiciones de su salvación, porque las habrá, siempre y cuando cumpla estrictamente con lo que más adelante, en la próxima carta, le ordenaré”. Con respecto a que la carta haya venido por correo me pone en un aprieto, yo tenía la esperanza de descubrirlo, verlo, incluso fotografiarlo si fuera posible, pero en este caso, qué sentido tendría seguir vigilando por la noche, como lo he venido haciendo hasta ahora, sin embargo, pensándolo bien, nada me asegura que el maldito intruso no vuelva a echar la próxima carta él mismo, y que haber usado el correo es una treta para desalentar a quien pudiera estar vigilando, por ejemplo la policía, en caso de que la señora hubiera desatendido su amenaza y hubiera denunciado, hay que tener en cuenta que el tipo no sabe si ella finalmente acudió o no a la policía. Creo que lo mejor será continuar con la vigilancia, por más que me pese, por más que me agobie, además ya estoy bastante adaptado a los cambios de horario, no tengo problemas con el sueño, y por qué no decirlo, vivir de esta manera, de noche, tiene su gusto; en la radio he descubierto programas muy interesantes, totalmente distintos a los que se pasan durante el día, y esto es como vivir una aventura. Lo tengo decidido, seguiré velando el sueño de mi señora».

«Sábado 20 de enero. Nada inquietó la noche, supongo que dejará pasar unos días antes de volver a actuar. Creo que en la próxima carta le pedirá dinero a cambio de liberarla del chantaje. Ahora más que nunca sé que la debo proteger de semejante alimaña, debo ser su coraza, su rayo de esperanza, su protector. Tengo que estar muy atento, pudiera ser que echase él mismo la carta, sería mi oportunidad para conocerlo, y quizás fotografiarlo, de todos modos esto me demuestra que el buzoneo por las mañanas temprano es fundamental».

«Domingo 21 de enero. Las noches siguen igual desde la última carta. Anoche un viento gélido azotó las calles. Esta noche ni siquiera a mis vecinos escuché, no habrán salido. El tiempo no es propicio para este tipo de aventuras. De todos modos yo sigo vigilante, como debe ser».

«Lunes 22 de enero. Aunque el viento aflojó, el frío sigue siendo intenso. Hoy por la mañana mi señora salió muy elegantemente vestida, con un abrigo negro que no le había visto antes, seguramente lo acababa de estrenar, le sienta muy bien, no entiendo que esté sola, por lo menos ya puedo atestiguar que vive sola, y durante la noche nadie la ha visitado hasta ahora».

«Martes 23 de enero. Sin movimiento en el frente. Me he comprado un calentador eléctrico para hacerme el café en la mesita que tengo al lado de la silla desde donde vigilo, de esta manera no me tengo que levantar e ir a la cocina, además he conseguido un frasco donde orinar, para no tener que ir al baño, estoy eliminando todos los puntos negros de mi vigilancia, de esta manera casi no me tengo que levantar de mi sitio en toda la noche, la vigilancia ahora es completa, estoy orgulloso de mi trabajo».

«Miércoles 24 de enero. Por suerte subió algo la temperatura y las noches no son tan frías. Anoche vi transitar un vagabundo por la acera de enfrente, serían las tres de la mañana, cuando pasó por la casa se detuvo y se la quedó mirando, ese hecho me inquietó, inmediatamente lo enfoqué con el telescopio y después con la cámara, pero luego se giró y continuó su camino, cruzó la plazoleta y desapareció. No sé qué haría este individuo a estas horas de la madrugada por aquí. Todo me resultó muy extraño».

«Jueves 25 de enero. Sigue la calma. De todos modos la visión diaria de la señora a la hora de desnudarse es lo que con más pasión espero. Creía conocer todos los colores de bragas que usa, tiene predilección por los colores claros, le conozco bragas blancas, rosas, y una de un gris muy suave casi brillante que me resulta muy sensual, pero anoche me deslumbró, anoche se puso unas bragas negras, muy cavada en las caderas, era un sueño. También quiero decir que he soñado con ella en más de una ocasión».

«Viernes 26 de enero. Aunque sigue la calma “chicha” debo estar muy alerta, intuyo que se acerca el momento. Si llegara a echar la carta él mismo en persona, no lo puedo descartar, fotografiarlo será importante, y luego, una vez fotografiado bajaré lo más rápidamente posible y lo intentaré seguir, obviamente con mucha cautela para no ser descubierto, pero podría descubrir dónde vive, me facilitaría enormemente las cosas».

«Sábado 27 de enero. Aunque sigo buzoneando cada día y estoy presto a una vigilancia intensiva, no hay manera, no aparece ninguna carta, me extraña mucho que no haya actuado ya. Pero tengo que volver a hablar sobre la señora, mis sentimientos hacia ella es lo que más me incita a continuar con lo que para mí es un desafío. Cuando la veo me hace sentir cada vez más responsable de su integridad, y se agiganta mi sentido de protección, ampararla se ha convertido en mi sino, y darle seguridad en mi meta, todo un desafío para mí, pero me he convertido en su soldado, y así continuaré, aunque he de pensar que ella es inconsciente de este sacrificio, de mi abnegación por mantenerla indemne de la amenaza que se cierne sobre su persona, y de los padecimientos que sufro al haber renunciado a la tranquilidad de mi vida anterior. Más convencido que nunca, seguiré atento a todo lo que suceda, sé que se acerca el día».

El domingo 28 de enero Paulino después del buzoneo se volvió a acostar y durmió hasta el mediodía, tampoco le convenía dormir mucho más, no quería cambiar el ritmo de sueño que había adquirido gracias al plan que se había trazado, y que le había permitido estar despierto toda la noche, y él era muy observante de todos estos detalles. Cuando a las once y media se levantó se fue a la ventana, como siempre hacía, y se puso a observar: en «la casa» todo era quietud, solo en un momento apareció el perro a corretear por el jardín. Tenía todo el día por delante y no sabía qué hacer, si salir a la cafetería y distraerse un poco, café y periódico mediante, como otras veces había hecho, o dar un paseo por los alrededores para despejarse y luego comer en algún restaurante que encontrara de paso. Finalmente tomó la decisión de quedarse en el departamento, se cocinaría algo y después ya vería. Preparó unos espaguetis con salsa y comió sin ganas. Después de comer encendió la televisión, cambió varias veces de canal, ninguno le ofreció nada interesante, así que no pasó mucho rato y lo apagó. Se sentía impaciente, la falta de novedades por parte del intruso lo mantenía inquieto. Hacía casi diez días de la última carta y ningún acontecimiento había ocurrido. Tenía la tarde por delante y se sentía aburrido, tampoco estaba de ánimo para emprender ninguna actividad en particular. Tampoco se podía acostar muy tarde, por la noche tocaba vigilancia. Sin nada especial que hacer dispuso que esa tarde la dedicaría a estudiar las cartas amenazantes que le había interceptado al intruso. No estaba mal la idea. Se fue hasta el cajón de la cómoda y sacó los sobres. El reloj daba las cuatro de la tarde, tenía tiempo por delante. Se sentó en la mesa de la cocina y desplegó las cartas ante sí. Se las quedó mirando. Nada destacaba en especial. La misma letra, el mismo papel, la misma tinta. Entonces se preguntó: ¿qué haría un espía, o un investigador, un detective digamos, ante un caso como el que ahora tenía entre manos? Lo primero examinar con meticulosidad los sobres y las correspondencias, ese era el quid de la cuestión, la meticulosidad, no sabía muy bien de qué le podía servir, pero él lo había visto en las películas, a veces pequeños detalles daban un vuelco a una investigación y terminaban por encontrar al culpable; así que, intentando imitarlos, se puso a mirar bajo una lámpara los sobres en cuestión, lo hizo prestando mucha atención, como lo haría un investigador, un perfeccionista, incluso los miró al trasluz por si veía alguna marca que los distinguiera, pero ambos eran de uso corriente, no podía diferenciarlos de los que se podían encontrar en cualquier librería o papelería, luego se fijó en la escritura, en el sobre de la primera carta ponía solamente «Srta. Margarita Bassand», y en el segundo además del nombre estaba escrita la dirección; se fijó en el sello, trató de descifrar de qué oficina de correos provenía la carta pero estaba un poco borrado y no se leía bien, de todos modos, pensó, no le hubiera servido de mucho, el truhan la podría haber llevado a cualquier oficina de correos para despistar, de eso estaba seguro; puso atención a las cartas, y era cierto que ambas estaban escritas por la misma persona: el mismo tipo y tamaño de letra, la misma inclinación, respecto a la tinta no destacaba nada en especial, era en los dos casos el mismo azul que por otra parte se podía encontrar también en cualquier papelería, sin embargo, habiendo hecho los estudios de grafología, —no en vano tenía un diploma en su departamento, en el propio estudio—, y por hacer gala de sus conocimientos en la materia, se puso a estudiar la personalidad del individuo: «por las inclinación de las letras, se dijo, yo diría que se trata de un tipo bastante puntilloso, luego esta “a” tan amplia me hace pensar que es un personaje abierto con la gente, podría ser un perfecto embaucador…», y así continuó durante un rato tratando de descubrir lo que para él era la personalidad del individuo, que aunque no le servía de gran cosa, por lo menos justificaba el diploma de grafología que tenía colgado en su estudio. Descartados el tipo de papel de los sobres y de las propias cartas y del tipo de tinta que había usado que le pudieran dar alguna pista, comenzó por leer la primera de las cartas, la que le podía revelar alguna señal, según él pensaba, esta vez la lectura la hizo también con minuciosidad, tratando de descubrir pequeños detalles que al principio los hubiera podido pasar por alto:

«Le quiero dejar muy claro que la conozco muy bien, pues sé todo acerca de Ud…». Le llamó la atención la certeza con que se manifestaba cuando decía «que la conocía muy bien y que conocía todo acerca de ella», pero… ¿es esto cierto, o es una mentira para intimidarla?, y si fuera cierto, ¿conoce algún secreto de ella que la podría perjudicar?, se quedó pensando y luego siguió leyendo:

«Luego pasó a la Facultad y terminó sus estudios como profesora de Historia, después de graduarse, en la misma Facultad impartió clases, allí se la recuerda por el eterno lacito rosa con que se recogía el pelo…». «Pudiera tratarse de un profesor colega de ella en su paso por la facultad», pensó con cierta lógica. Lo que más le llamaba la atención a Paulino era el primer párrafo, que decía «que la conocía muy bien y que sabía todo acerca de ella». Continuó leyendo, estaba muy enfrascado en la lectura, estaba seguro que podría llegar a alguna conclusión:

«Ud. sale de su casa por la mañana a eso de las ocho, antes de salir le deja un plato con comida a su perro, luego toma el bus número cuatro en la esquina y se baja frente al Consejo de Investigación, donde trabaja…». «Si sabe que sale a las ocho a tomar el bus número cuatro y que luego se baja frente al Consejo, y además sabe que trabaja allí, significa que a la mañana la ve salir de su casa, la cafetería abre a esa hora, ¿se apostará en la cafetería?, ¿o estará rondando por la plazoleta mientras la vigila?, es todo muy extraño», continuó haciéndose preguntas, «luego se debe subir al mismo bus que ella o bien la sigue con un auto, ¿podrá ser alguien del barrio, o de su propio trabajo?». Paulino estaba desconcertado. Cuando miró la hora ya eran las cinco, aun tenía tiempo por delante, y además no podía quitar la mirada de la carta que tenía ante sí, pudiera ser que allí estuviera la solución, debía continuar leyendo:

«Al mediodía, no se vuelve a su casa, suele vagar por las inmediaciones del Consejo y almuerza en un pequeño restaurante donde la conocen mucho y la atienden muy bien. ¿Su plato preferido?, la Merluza con salsa de puerros…». «Es evidente que la ha seguido por todas partes, ha estado en el mismo restaurante que ella, quizás comiendo en una mesa vecina, ha prestado atención a cada paso que ha dado, es increíble». Seguía sin hallar ninguna pista que lo pudiese orientar, solo sabía que el tipo la seguía por todas partes, y ella, sin darse cuenta de nada, además, pensó Paulino, ¿cuánto tiempo hace que está pergeñando este plan para, supuestamente, extorsionarla?, ¿cuánto hace que la está siguiendo? Siguió leyendo, entusiasmándose cada vez más con la lectura, porque se daba cuenta que estaba haciendo el trabajo a conciencia, como lo haría un verdadero espía, un verdadero detective, y esa sensación lo llenó de orgullo:

«Por la noche, antes de llegar a su casa, a eso de las nueve, suele detenerse en el supermercado de la esquina de su casa…». «La debe esperar a la salida del trabajo y la debe seguir hasta su casa», continuó cavilando.

«Le gusta el pescado, al horno, y lo sazona con algunas especias, y también el vino blanco. Conozco su marca preferida…». «Es evidente que la sigue incluso cuando entra al supermercado, habrá prestado atención en alguna charla con alguna vecina, o con el mismo pescadero, allí habrá escuchado lo del pescado al horno y las especias, y luego la marca del vino, siempre comprará la misma, no hay dudas, es un delincuente de cuidado que ha planificado todo con mucho celo». Siguió leyendo, cada vez con más interés, tenía que encontrar alguna pista.

«¿Sabe Srta. Bassand que incluso sé que tiene a su mejor amiga en el extranjero y que ella suele venir a visitarla?», «La tiene totalmente controlada. ¿Cómo lo hace?». Se rascó la cabeza, como queriendo desentrañar un misterio que no acababa de descifrar. Volvió a releer, había un párrafo que ahora recordaba y que en su momento le hizo pensar, sin embargo había continuado leyendo, sin hacer caso, pero ahora le volvía a la mente, como una luz lejana, que de pronto, se hiciese visible: «Ud. sale de su casa por la mañana a eso de las ocho, antes de salir le deja un plato con comida a su perro…». De pronto algo por dentro lo sacudió, y tuvo la sensación vaga de haber descubierto el intríngulis del problema, ahora por fin comenzaba a verlo todo claro: «¿Cómo coño el tipo sabe que le deja un plato con comida a su perro? ¡Desde la acera no se puede ver el plato del perro, la puerta es maciza y el muro es demasiado alto! ¡Todo el barrio es de casas bajas, solo desde alguno de los dos edificios es posible ver dentro del jardín! ¿Será posible que el truhan esté viendo desde una altura como yo mismo lo hago? ¿Será algún vecino de alguno de los dos edificios? ¡Qué locura!». Incrédulo por lo que acababa de descubrir, le entró una excitación que ya conocía. Recordó que cuando alquiló el departamento su casera había redundado en explicaciones ensalzando las cualidades de las viviendas, «los dos bloques, además de nuevos, son exactamente iguales, el mío es el bloque A y el de al lado es el bloque B, y tienen cuatro pisos cada uno sin contar la planta baja que son locales comerciales, y cada piso tiene cuatro apartamentos, dos dan a la calle y los otros dos a la parte de atrás, en total son diez y seis apartamentos por bloque, el mío es un segundo piso y da a la calle, es muy bonito, ya verá», le había dicho la casera con cierto encanto. Paulino siguió pensando, «a partir del primer piso ya se puede otear el jardín, desde alguno de los departamentos de los edificios que dan a la calle se está produciendo la observación, como yo mismo lo hago, de eso estoy seguro», se dijo por lo bajo. Aunque no lo podía asegurar con total rotundidad, casi podía afirmar que el intruso espiaba desde alguno de los dos bloques de edificios, ¡podía ser un vecino! ¡Era increíble lo que acababa de descubrir! Ahora era cuestión de tiempo, tenía que dar con él. Descartando los departamentos que daban atrás, los que daban a la calle eran ocho por edificio, en total, contando ambos edificios sumaban diez y seis, y restando el suyo propio quedaban quince los departamentos desde donde el intruso podía vigilar la casa de su protegida. Había llegado a una feliz deducción, aunque no por eso concluyente, ya que ahora había que dar con el intruso entre los quince departamentos en cuestión. De todos modos, aun habiendo llegado a esta feliz conclusión, no podía descuidarse, porque este, ignorante que estaba en trance de ser descubierto, seguiría enviando las cartas amenazantes, con esa periodicidad exasperante que lo sacaba de quicio y que lo obligaba a seguir buzoneando cada día, por la mañana temprano, antes de las ocho, antes de que la señora hiciese su aparición.

Ahora bien, encontrar entre los vecinos de los dos edificios al verdadero culpable no dejaba de ser un rompecabezas para Paulino, que tuvo el tino de señalar a estos como el sitio desde donde oteaba el intruso. Desbordado por el descubrimiento que acababa de hacer, se mezclaban emociones que lo llevaban a un desvarío continuo, porque ora estaba ansioso, ora exultante por el resultado de su investigación, ora deprimido, porque no encontraba la forma de encontrar entre los vecinos al culpable. Cuando miró el reloj ya eran más de las seis y las luces de la tarde empezaban a ralear. El desconcierto que le producía el descubrimiento que había hecho lo mantenía en vilo. Decidió parar porque necesitaba relajarse un poco. Cenaría ligero, se acostaría y dormiría hasta las once y media, como siempre lo hacía, y luego continuaría con la rutina: vigilaría durante la noche, a las seis y media haría el buzoneo y luego se iría a su oficina.

Cuando llegó a su trabajo el lunes por la mañana y se encerró en su despacho trató de ponerse al día con sus obligaciones. Leyó un par de correspondencias y contestó algunas cartas, pero sabía perfectamente que estaba en un momento crucial de su investigación, y que debía dedicarse por entero al problema más inminente, y que este no tenía nada que ver con sus labores en la oficina. Tampoco le importaba, el tener un despacho propio en el cual encerrarse y no ser observado le permitía estas libertades, por eso, una vez que despachó lo más urgente se puso de lleno en el verdadero asunto que en esos momentos le acaparaban su mente. Al principio conjeturó que se trataría de un hombre que viviría en solitario en alguno de los departamentos, eso facilitaba mucho las cosas, porque no habría muchos de esa condición, era un barrio de familias y no un barrio de oficinas, y ya hallaría la forma de investigar qué departamento estaba habitado por una sola persona, casi seguro sexo masculino, quizás un personaje un tanto extraño para el común de la comunidad, y luego de descubrirlo debía analizar con más detenimiento el personaje en cuestión: a qué se dedicaba, cuánto tiempo hacía que vivía en el inmueble, si tenía familia en la ciudad y si se relacionaba con ella; una vez descubierto, luego ya vería qué determinación tomar, qué camino seguir, por lo pronto su objetivo inmediato era descubrirlo. Se quedó pensando, y en esas reflexiones estaba cuando le entraron las dudas acerca «de que fuera un hombre solo», pensamiento que en principio lo había complacido, entonces comenzó a cuestionar esa posibilidad al considerar que otras contingencias eran posibles; y fue en ese maremágnum de reflexiones que en su mente se sucedían una tras otra, que descubrió que no necesariamente tenía que ser un individuo en solitario, también pudiera ser una pareja, él haciendo de chantajista, y ella, consciente de la situación, y de alguna manera cómplice, completando un dúo difícil de descubrir, máxime si daban la apariencia de ser una pareja como tantas en el barrio, incluso llegó a pensar que hasta pudiera tratarse de una pareja con hijos, estos, lógicamente, totalmente ajenos a la conducta delictiva de los padres, harían más invisibles a los implicados; por lo visto en su horizonte aparecían nubes que complicaban la situación; además, —continuó—, también pudiera tratarse de dos o más hombres que vivieran juntos y estuvieran todos implicados, —se dijo Paulino con una cierta preocupación, porque el abanico de posibilidades era cada vez mayor, y la posibilidad de descubrirlo se hacía cada vez más compleja—; para complicar más la situación pensó que como se trataba de un caso de extorsión, de chantaje, —así lo pensaba Paulino cada vez con más convicción—, y no intervenía la violencia ni el desafío personal, bien pudiera tratarse también de una mujer, una mujer sola, o por qué no, acompañada por otra mujer, aunque en las cartas firmara bajo el seudónimo El Cazador, qué importaba eso, podría hacerlo para despistar, las combinaciones eran múltiples, todo podía ser, todo era factible, y el hecho de pensar en una mujer como autora de las cartas amenazantes lo desconcertó, nunca antes lo había imaginado, nunca antes había reflexionado sobre esta posibilidad, pero ahora que lo pensaba, le entraban las dudas. Ante la nueva situación creada, un poco confuso, le volvió a pesar en el ánimo. Cuando llegó la hora salió de la oficina y se fue al piso donde se había instalado. No tenía hambre. Después de comer algo, más por obligación que por apetito, se sentó en la sala y comenzó a diseñar un plan. Pensó que lo primero que debía hacer era conocer el nombre y apellido de cada uno de los que habitaban los inmuebles. Concluyó que para este punto la persona que con toda seguridad tenía estos datos era el presidente de la comunidad, y conseguir de él un listado en el que figurara cada uno de los residentes del edificio era una buena manera de empezar. Entonces se le ocurrió una idea: se presentaría ante él como un inquilino nuevo del bloque A, —esto era cierto—, y que era un comerciante de productos de limpieza y de higiene personal por ejemplo, —esto no era cierto—, y quería hacer una oferta personalizada y muy beneficiosa para los vecinos de los inmuebles, le diría que la oferta la tenía que hacer llegar por escrito, eran las normas de la empresa, por ello necesitaba los nombres y apellidos de todos los que vivían en los edificios y exactamente en qué departamento vivían, luego si esto no colaba estaba la posibilidad de un soborno, un billete de los grandes siempre abría puertas, él ya lo sabía, así que se pondría manos a la obra. En la cafetería de la esquina averiguó que había un presidente para los dos bloques, el Sr. Campodónico, del 4.ºD, del bloque B. Hasta allí se llegó.

—Buenas tardes Sr Campodónico, mire le explico, soy un inquilino del bloque A, del bloque de al lado, le quiero comentar…

Puso en práctica todas sus habilidades y al poco rato consiguió esa misma tarde un listado donde figuraba el nombre de los vecinos de cada departamento. El presidente, un tipo simpático y dicharachero, que se había explayado en la conversación con Paulino, le había dicho que la mayoría de los vecinos eran parejas, algunos tenían hijos, otros no, y que había parejas jóvenes y otras más mayores, pero que nadie habitaba ningún piso en solitario. De la entrevista con el presidente salió exultante, había conseguido lo que había ido a buscar. Ya en su piso se puso a estudiar el listado. El hecho que nadie viviera en solitario abría las posibilidades a todos los vecinos complicando la investigación, pero no le importaba, tenía el listado de los vecinos, descartaría los que daban a la parte de atrás de los edificios, y entre los que quedaban estaba casi con seguridad el intruso. No era fácil, pero había avanzado en la pesquisa, iba por buen camino, no estaba nada mal, sin embargo no imaginaba cómo hacer para averiguar quién de ellos era realmente el maldito truhan, y mientras se servía un whisky y encendía un cigarrillo, comenzó a recorrer la sala de punta a punta, mientras cavilaba hasta dónde podía llegar con el listado que tenía en sus manos. De pronto, dejó el listado en la mesa y volvió a la carta, la primera carta amenazante, la que ya había leído con tanta atención y que tan buenos resultados le había dado, quizás contuviera más secretos que revelarle, ¿por qué no?, entonces la volvió a leer, una vez más, minuciosamente, con suma atención, quería estrujar cada frase, cada palabra, cada letra:

«Le quiero dejar muy claro que la conozco muy bien, pues sé todo acerca de Ud…», siguió leyendo: «En principio tiene que saber que desde el momento que está leyendo esta carta…», tampoco le revelaba nada, continuó: «Luego pasó a la Facultad y terminó sus estudios como profesora de Historia, después de graduarse, en la misma facultad impartió clases, allí se la recuerda por el eterno lacito rosa con que se recogía el pelo…», volvió a releer, «allí se la recuerda por el eterno lacito rosa con que se recogía el pelo…», un momento, —se dijo—, «¿y cómo sabe lo del lacito rosa? ¿Cómo sabe tantas cosas? ¿Cómo sabe que se graduó en Historia?, ¿que impartió clases en la misma facultad?, ¡y lo del lacito rosa!! ¿Cómo sabe tanto de ese período de ella en la facultad? ¡Tiene que ser alguien que compartió con ella esos años! ¡Un antiguo colega, un antiguo compañero de profesión, un profesor!», él ya lo había pensado una vez, «¡O bien, por qué no, un ex-alumno! ¡Todo podía ser! ¡Pero tendría que ser alguien de ese ámbito, de ese círculo en la facultad!». Entonces, mientras sentía cómo el corazón le latía a mil, mientras la carta le temblaba en sus manos, se dijo, lleno de esperanza, «si pudiera conseguir un listado en la facultad de los profesores que fueron compañeros de ella y de los ex alumnos mientras fue profesora, ¡luego sería muy sencillo!, comparando ambas listas, la del edificio, y la de la facultad, podría ver si había alguna coincidencia, si alguno de sus colegas en la facultad o un ex alumno vive en alguno de los edificios, ya lo tenía», ¡era magnífico lo que había descubierto! «¡Bravo Paulino!», gritó por lo bajo mientras pegaba un pequeño golpe con el puño en la mesa. Debería ir a la facultad y tener una entrevista con el decano, «o no, mejor no, mejor con el secretario del decano, en estas instituciones siempre es más fácil obtener información de un subalterno que del propio jefazo», se dijo con seguridad; se quedó pensando sobre qué excusa podría poner para que le dieran un listado de los profesores y ex-alumnos que coincidieron con ella, él debía seguir actuando como si de un detective se tratara, solo con habilidad y con mucha astucia podría conseguir su objetivo. «Excusa, se dijo, excusa podría ser hacerme pasar por un periodista de una revista cultural, le podría decir que la revista quiere homenajear a la ex-profesora por ser ella actualmente una importante investigadora del Consejo de Investigaciones en el campo de la “Historia del Arte Egipcio”, y decirle que en ese homenaje la revista quiere invitar a sus ex compañeros profesores y ex alumnos cuando fue profesora en la facultad, es una buena excusa», concluyó. Le pediría reservas al respecto dado que los encargados de hacer este homenaje querían que fuese una sorpresa para ella. ¡Eso haría! ¡Era un buen pretexto! Encargaría en una imprenta unas tarjetas donde figuraría su nombre, —pondría un nombre ficticio—, profesión: periodista de la revista, luego todo debía rodar sobre ruedas. Se insufló de ánimos y le entró el hambre. Miró el reloj y ya eran las seis de la tarde. Ya no tenía sentido seguir con la vigilancia, la dejaría, solo se abocaría a continuar con el buzoneo, para interceptar la que él creía que sería la última carta, la del ultimátum, la que la conminaría a pagar una cantidad de dinero, por algo que él desconocía, pero que pronto llegaría a saber, entonces se relajó y se puso a ver la televisión. Esa noche se haría una buena comida. Sería la primera vez desde que estaba en el nuevo departamento que dispondría de tiempo para gozar de la estancia en su guarida, ahora que podía prescindir de la vigilancia, no podía ser menos, desde que había llegado se había pasado la mitad del tiempo pegado a la ventana, atento durante toda la noche a descubrir al maldito entrometido, a base de mantenerse despierto a fuerza de café y mucho sacrificio, durmiendo y comiendo mal, y socavando cada vez más su moral y haciéndolo entrar en una espiral de ansiedad e inquietud que le habían minado su propia salud, eso lo constataba cada día que se veía más demacrado y más delgado, lo sabía cuando se metía en el baño a ducharse y después de secarse se miraba al espejo, asombrado por el deterioro de su imagen, y no solo eso, en el propio trabajo era consciente que desatendía sus obligaciones y estaba constantemente distraído. Se le ocurrió que cenaría lo mismo que la señora, recordando la primera carta tuvo presente que su plato preferido era la merluza con salsa de puerros. Unos días antes había comprado merluza y la había congelado, el resto, los puerros y los demás ingredientes los tenía, también dos botellas de vino Bermejo, el vino de ella. Se le ocurrió que al estar tan cerca de descubrir el meollo que tanto trasiego le había llevado debía comenzar por festejarlo, y aunque sabía que no debía vender la piel del oso antes de cazarlo, no pudo con su genio, y esa noche estaba lo suficientemente eufórico como para que saltándose esta regla hiciese un paréntesis y se diese una pequeña celebración. Era feliz. No era para menos, había descubierto que el maldito intruso era con muchas posibilidades un vecino de los edificios, tenía un listado con nombre y apellido de todos ellos, y había planeado ir a la facultad con una buena excusa para conseguir un listado de los profesores y ex-alumnos de su protegida, comparando ambas listas podría por fin desenmascarar al culpable. Se estaba comportando como un verdadero espía, un verdadero detective, y lo iba a festejar.

Acostumbrado como estaba a cocinarse para él, se puso manos a la obra. Al cabo de una hora la merluza con salsa de puerros estaba lista. La sirvió humeante en la mesa que había preparado: un precioso mantel que encontró en la vitrina, una copa de cristal muy fino y los mejores cubiertos, el vino blanco se lo bebió hasta el final. Cuando acabó de cenar un ligero mareo lo llevó a tumbarse en el sofá, el vino le había subido a la cabeza, y no solo eso, de pronto se sintió eufórico, esos estados a los que llegaba cuando a la buenaventura se le sumaba el alcohol. Encendió un cigarrillo y se dejó llevar, sus pensamientos ahora más delirantes que nunca le hicieron imaginar sueños imposibles, se imaginó persiguiendo al malhechor hasta atraparlo, y luego de agarrarlo por el cuello y abofetearlo varias veces, hacerle prometer que se iría del departamento, del barrio, y hasta de la ciudad, y que jamás volvería a meterse con ella, de lo contrario se las tendría que ver con él, y no iba en broma. Mientras desvariaba con estas fantasías se fue adormilando, al rato miró el reloj, daba las once de la noche, se levantó del sofá y se fue al dormitorio, puso el despertador a las seis y media, e inmediatamente se durmió.

Un rayo de sol le dio en la cara y despertó de golpe. Sobresaltado miró el reloj y vio que daban las ocho. Alarmado por no haber escuchado el despertador se levantó y se dirigió a la ventana. Justo de la casa salía la señora, pasó de largo el buzón y se fue a la parada del bus, como hacía cada día. La siguió con la mirada. Maldijo por dentro. Se había vuelto a quedar dormido. En algún momento del día, antes de ella volver por la noche debía controlar el buzón, y si veía que asomaba alguna carta debía hacer una buzoneada, con todo el peligro que ello significaba, porque debía acometerlo durante el día, y eso era riesgoso. Intentó tranquilizarse. Después del trabajo le quedaba toda la tarde por delante. También iría a una imprenta, allí se haría hacer unas tarjetas de alguna revista cultural, como tenía previsto. Tenía trabajo por delante. Se tenía que poner en marcha. Después de ducharse se vistió y se fue a la oficina. Se encerró en su despacho y comenzó a diseñar la tarjeta: con letras de caligrafía artística escribió a mano: «Sr Paulino Chain», se quedó pensando, «¿ponía su nombre verdadero o se inventaba uno?». Siguiendo su estela decidió inventarse un nombre. Si se lo pensaba bien él siempre estaba de incógnito, se había pasado toda su vida tratando de pasar desapercibido, no tenía por qué cambiar de parecer ahora, tampoco le gustaba ser reconocido en ninguna parte, tenía aversión a que la gente que se cruzaba en su camino lo reconociese y le dijeran por lo alto, «¡Hola Sr Chain!», o bien cuando había más confianza y le decían: «¡Hola don Paulino!», —eso sí que lo destrozaba, eso lo odiaba, y no le gustaba nada—; también huía de los conocidos, cuando paseando veía a lo lejos algún conocido, él trataba de eludirlo: a veces cruzaba la calle para ir por la acera de enfrente, o se metía por alguna callejuela cosa de esquivarlo, o a veces cuando no le daba tiempo a ejercer esa acción, al cruzarse con el personaje se hacía el distraído y miraba hacia otra parte, cosa de no tener la obligación de intercambiar algún saludo, o peor, si el tipo lo reconocía y forzaba un gesto, una cortesía, y se le daba por detenerse e intentaba un intercambio de palabras, eso lo odiaba, y le molestaba más que cualquier otra cosa, por eso siempre intentaba eludir esas cuestiones; era un ser huraño, poco sociable; en el trabajo por ejemplo, tenía con sus compañeros de oficina una relación exclusivamente de trabajo, poco amigo de entrar confidencias con sus pares no era nada comunicativo, sin embargo, esta forma de relacionarse con el personal y su apego a la rectitud y la manera responsable de actuar que tenía, —salvo cuando le agarraba alguna de sus locuras que él intentaba disimular—, había hecho que fuese considerado por el director como un empleado en quien podía confiar, por esa misma razón primero consiguió un despacho propio, y luego fue ascendido hasta hacerlo encargado de las relaciones comerciales con otras empresas cuando había una negociación de por medio, y era una contradicción, porque en estos casos, la relación que entablaba con el par de la otra empresa era de una cortesía exquisita, digamos que a actor no había quien le ganara. Tampoco se le daban muy bien los vecinos, con quienes no intercambiaba palabra alguna, salvo las necesarias, como era el caso por ejemplo cuando había reuniones de la comunidad de vecinos, donde concurría si se iba a tratar algún caso de su incumbencia, de lo contrario no asistía. Por lo demás no se daba con nadie, aunque si bien no se trataba con ninguno, también hay que decirlo, era una persona muy respetuosa y jamás entraba en conflictos. Para ahondar más en su idea de ser ignorado había decidido no poner su nombre en el buzón que le correspondía a su apartamento. En la amalgama de sus relaciones extemporáneas había una excepción, y esta excepción la configuraban «las chicas» de las casas de citas donde los viernes y sábados por la noche solía concurrir. Hay que tener en cuenta que era un visitante y consumidor habitual de estos sitios, por lo que necesariamente era bien recibido, sin embargo, su comportamiento era totalmente diferente al que se veía con el resto de sus relaciones, allí se quitaba la coraza que siempre lo acompañaba y se lucía más extrovertido, empezando por las «chicas», que lo adoraban, y hasta con la propia madame, con la que mantenía una excelente relación. Con respecto a las chicas, a las que Pauli, —como cariñosamente lo llamaban—, escuchaba siempre atentamente, hay que decir que con ellas siempre era cordial y que con el tiempo se había llegado a convertir en una especie de confidente, porque no había vez, cuando alguna de ellas tenía algún problema, que no contaran con él para desahogarse y contarles sus cosas. Por todas estas razones, las casas de citas que solía frecuentar, eran una especie de oasis en su dificultosa vida social, porque era allí y solo allí donde Paulino encontraba la paz y la alegría que su forma de ser, retraída e introvertida, le impedían desenvolverse sin ataduras, sin reparos, quizás era «ese» el mejor de los Paulinos, el Paulino sociable, el Paulino jovial, que además de escuchar y hacer el amor compatibilizaba con ellas, llegando a tal punto que además de ser un amante, era un amigo, alguien en quien podían confiar. Pero esto solo ocurría en las casas de citas, porque en lo demás, destacaba por ser un tipo esquivo y retraído. Y hasta tal punto llegaba la aversión que tenía por emprender algún tipo de relación con la gente con la que necesariamente debía vincularse, que si por él fuera estrenaría calle, barrio y ciudad cada día, cosa de ser siempre un recién llegado y luego desaparecer, y que lo olvidaran, eso sería magnífico. Se puso a pensar que en este último mes de su vida, en su nuevo apartamento y en su nuevo barrio, haciendo mitad de espía y mitad de detective, había conseguido ser un desconocido, por lo menos no recordaba haber dado su nombre a nadie, pensó con alegría que aquí era un ignorado total, trató de recordar: en la cafetería, en el supermercado de enfrente, en los negocios de los edificios, con nadie había intimado, en eso podía estar tranquilo. Con el lapicero aun en la mano mientras probaba componer una tarjeta, recordó que solo la casera, la Paca, sabía de él, y probablemente el presidente de la comunidad de vecinos, que tenía muy bien registrados a todos, eso era seguro, pero no le preocupaba, porque para el vecindario, era un extraño. Tachó Paulino Chain y al lado puso sin pensárselo dos veces un nombre que se le acababa de ocurrir: Roberto Forleni, no estaba mal, a partir de ahora, para el secretario de la Facultad donde iría a indagar sería Roberto Forleni, debajo anotó, también con letras caligráficas, Periodista, ahora debía encontrar alguna revista cultural, o inventarse un nombre de una supuesta revista cultural, y debajo una dirección. Le quedó así:

Sr. Roberto Forleni

Periodista

Revista Cultural «Historia Viva»

Dirección: calle Campobasso 14 —Bajos B

Lo leyó varias veces y se quedó conforme. La revista cultural no existía, no había puesto ningún teléfono, y la calle era real pero quedaba en las afueras de la ciudad, no creía que fueran a desplazarse hasta allí para comprobar si existía. Esa misma tarde iría a una imprenta y se haría hacer una prueba de la tarjeta que había compuesto, esta se la llevaría con él, solo le bastaba una sola tarjeta, les diría que se lo pensaría y luego no volvería a aparecer, luego haría unas diez fotocopias en un papel de calidad, un papel de ilustración que le llamaban, y luego las haría cortar con una guillotina en alguna papelería. No necesitaba más. Diez le sobraban. En una imprenta le pedirían un mínimo de cien tarjetas, no tenía sentido. Por un momento le entro una cierta placidez, iba por el buen camino. Cuando salió se fue a una imprenta que había buscado en la guía telefónica, cuando llegó de inmediato lo atendieron y le hicieron una prueba, le gustó e hizo todo como lo tenía planeado: se llevó la tarjeta de prueba y en una papelería le hizo fotocopias, luego las hizo cortar. Así pudo hacerse con diez tarjetas en las que figuraba que era periodista de la revista cultural Historia Viva, le gustó el nombre y se sonrió. Ahora que tenía las tarjetas se fue a su guarida. Esa tarde le quedaba un trabajito que hacer, tenía que mirar en el buzón de su protegida que no hubiese ninguna carta, si había alguna, tenía un problema, debía buzonear. Con el corazón en la boca bajó y se fue al buzón, y mirando por la mirilla vio que el buzón estaba vacío. Respiró tranquilo y se fue al supermercado, compró algo de comida para la noche y volvió a subir. Miró la hora, eran las siete. El tiempo había pasado increíblemente veloz.