ONCE
Repuesto del accidente sufrido aquella noche, ahora más atento a no cometer ningún descuido, continuó con el saqueo de buzones. Plaquitas, macetas con flores, azulejos, y algunas otras tonterías que él encontraba curiosas, eran los recuerdos que habitualmente acompañaban a las cartas que cada fin de semana rapiñaba. La «letal» se seguía mostrando tan eficaz como desde el principio, y no solo eso, ya que con la práctica la velocidad del hurto era tal que hubo un tiempo que estuvo considerando robar más de un buzón por noche. Todo iba sobre ruedas en aquel endemoniado año de robos y hurtos por doquier, cuando se topó con algo inesperado. Fue la noche que del buzón de la última casa robada sacó una sola carta, estaba manuscrita, en letra cursiva, y solo aparecía el nombre del destinatario, decía así: «Sta. Margarita Bazán», y no tenía sello, ni remitente, ni ninguna otra señal, y al momento le llamó la atención. Era muy probable que quien la había escrito la hubiera depositado en persona. La iluminó con la linterna, la miró por las dos caras, y se la metió en el bolsillo. Intuyó que algo no cuadraba, y a diferencia de lo que solía hacer luego de robar en algún buzón: irse a un bar y tomar alguna copa mientras saboreaba el «triunfo» del nuevo hurto, esta vez inmediatamente partió a su morada, tenía que examinar a fondo esta carta. Cuando llegó a su casa se dirigió directo al estudio. Encendió la lámpara lupa de la mesa e inmediatamente el «vaporizador», cuando este comenzó a humear colocó la solapa del sobre encima, esperó unos minutos hasta que el pegamento se licuase, y luego muy lentamente, tal cual un cirujano en una intervención muy delicada, con unas pinzas muy finas, comenzó a abrir el sobre, muy despacio, para no romperlo, hasta despegar completamente la solapa, luego, con las mismas pinzas retiró la cuartilla, estaba doblada en dos, la abrió y comenzó a leer:
«Srta. Margarita Bassand. Como ve, la conozco, pero además le quiero dejar muy claro que la conozco muy bien, pues sé todo acerca de Ud. No se impaciente, sé que esta carta le producirá una fuerte impresión, pero vayamos por pasos. En principio tiene que saber que desde el momento que está leyendo esta carta, está seriamente amenazada, obviamente por quien le escribe, pero no se apresure, por ahora lo vamos dejar así. No quiero adelantarme a los acontecimientos. Mire, le voy a dar unos datos, para que vea hasta donde la conozco: Ud. fue alumna en la Facultad de Historia y terminó sus estudios como profesora, después de graduarse; en la misma Facultad impartió clases, allí se la recuerda por el eterno lacito rosa con que se recogía el pelo, ¿no es verdad lo que le digo?, y ahora trabaja en el Consejo de Investigaciones, como investigadora. ¿Se da cuenta cuantas cosas sé de Ud.? Pero hay más, Ud. sale de su casa por la mañana a eso de las ocho, antes de salir le deja un plato con comida a su perro, luego toma el bus número cuatro en la esquina y se baja frente al Consejo de Investigación, donde trabaja, mañana y tarde. Al mediodía, no se vuelve a su casa, suele vagar por las inmediaciones del Consejo y almuerza en un pequeño restaurante donde la conocen mucho y la atienden muy bien. ¿Su plato preferido?, la merluza con salsa de puerros. Por la noche, antes de llegar a su casa, a eso de las nueve, suele detenerse en el supermercado de la esquina de su casa, y allí hace algunas compras para la cena. ¡Ah!, le gusta el pescado, al horno, y lo sazona con algunas especias, y también el vino blanco. Conozco su marca preferida, ya se la voy a hacer saber. ¿Sabe Srta. Bassand que incluso sé que tiene a su mejor amiga en el extranjero y que ella suele venir a visitarla? Le puedo contar muchas cosas de Ud. y de todo lo que acontece a su alrededor. Srta. Bassand, no atente inútilmente contra su vida, no muestre esta carta a nadie, y menos a la policía. Nos seguiremos comunicando. Pronto tendrá noticias mías.
Mi nombre… no tengo nombre, para Ud. yo seré, el Cazador».
El carácter intimidatorio del mensaje no dejaba lugar a dudas, se trataba de una amenaza que de manera sorprendente se cruzaba en su camino, porque estaba dirigida nada menos que a su propia víctima, «esto es cosa de tres», —pensó asombrado—, siendo él, el único que tenía constancia de dicha situación. Este hecho insólito, —era la primera vez que le ocurría en todos los años de robacartas— le produjo un extraño sentimiento que lo desorientaba y lo dejaba confuso por la nueva situación creada. Por un lado estaba él, consumado ladrón de cartas, en posesión de una carta amenazante dirigida a quien le había birlado dicha correspondencia. Por otro lado estaba ella, delinquida por partida doble, ya que además de amenazada al mismo tiempo había sido despojada de su correspondencia, por lo tanto ignorante de la intimidación. Y por otra parte el tercero en discordia, el inquietante amenazador, que desconocía que su carta había sido robada, y que ella, la amenazada, desconocía a su vez la existencia de tal amenaza. Este embrollo le hizo surgir a Paulino varios sentimientos encontrados: por un lado la existencia de un desconocido, del cual acababa de tener noticia, que se había inmiscuido en una propiedad que él consideraba de su único y propio interés, como era el caso del buzón, y que este, sin ningún tipo de pudor lo había invadido introduciendo una carta amenazante a la propietaria, por lo tanto la primera sensación que sintió al tener noticia de la aparición de este individuo, fue la de irritación hacia este; era totalmente intolerable que se hubiera entrometido en algo que él vivía como de su pertenencia, por eso, después de meditar sobre lo acontecido, no lo percibió con indiferencia, todo lo contrario, lo vio como un hostil adversario, un verdadero enemigo, un intruso a quien debía desenmascarar, de eso no le cabía la menor duda. Por otro lado estaba ella, la desposeída, y al mismo tiempo amenazada, y la primera sensación que tuvo fue la de simpatía por la afectada, a quien consideraba que debía por sobre todas las cosas, sin saber muy bien por qué, proteger. Si bien los fines de ambos eran totalmente distintos, el buzón, era común a los dos, y para él eso era intolerable. Era tan compleja la situación, que se avino a hacer un resumen de las circunstancias que rodeaban el caso: se daba la paradoja que su víctima era también víctima del autor de la carta que con carácter amenazante actuaba sobre ella, y era muy rocambolesco todo lo que ocurría, porque su propia víctima desconocía todo acerca de la amenaza que se cernía sobre ella, y también desconocía que le había sido hurtada dicha carta. También era cierto que el misterioso personaje que había depositado la carta desconocía que esta había sido hurtada y que no había llegado al destino que él pretendía. En definitiva, solo Paulino conocía el entramado que se había tejido alrededor de los personajes que se movían en este escenario, ya que tanto la víctima por partida doble, como el autor de la amenaza, no tenían idea de su existencia. Analizada esta cuestión, sabedor de tener los conocimientos que los otros carecían, se sintió poderoso; cuando analizó con detalle esta cuestión, respiró profundo y alzó ligeramente la barbilla. Era como tenerlos en un puño. Él sabía de todos, y nadie sabía de él. Lo cierto es que no solo se sentía involucrado en el caso, sino que su cerebro, en pleno desconcierto, lo hacía sentirse responsable de la integridad de «la señora», —así comenzó a llamarla—, y naturalmente, como no podía ser de otra forma, debía tomar cartas en el asunto. De entrada sabía que no podía recurrir a la policía, era obvio que en ese caso pondría a la mujer en verdadero peligro, según él había leído, pero además, ¿cómo explicar luego a la policía cómo se había hecho con la carta? Cualquier excusa despertaría sospechas, y podría ser descubierto, con las graves consecuencias que ello conllevaría, y no solo tendría que olvidarse para siempre de su hobby favorito, sino los problemas que después le sobrevendrían con la justicia y todas esas cosas que no quería ni imaginar. Debía actuar él, sin poder contar con nadie en quien confiar, sin ningún tipo de ayuda, y el tiempo corría en su contra, y debía actuar ya. Paulino, se vio de pronto envuelto en una historia que se salía de la rutina a la que estaba acostumbrado, referida única y exclusivamente al saqueo de buzones, pero ahora las circunstancias habían cambiado, y con la responsabilidad que le cabía, al haber descubierto la amenazante carta, se veía obligado a asumir un nuevo rol, ahora debía investigar, no le quedaba otra opción, y concluyó, con cierta hidalguía, que se convertiría en espía; cuando pensó esto, se conmovió un tanto, y se sintió importante, debía asumir el riesgo, por algo había llegado tan lejos, además, él se sentía muy identificado con estos personajes, ya había razonado una vez «que ambos, —espías y él—, anduvieran por los barriales de incógnito, siempre amparados por la oscuridad de la noche, tratando de no ser vistos ni descubiertos, guardando en secreto archivos que los comprometían, ¿cómo se podía explicar eso?», —se dijo esa vez—. Cuando terminó de leer la misiva y divagó por los estrechos senderos que su loca mente producía, comenzó al mismo tiempo a elaborar un plan para descubrir al entrometido: la carta decía «Nos seguiremos comunicando. Pronto tendrá noticias mías», estaba claro que el tipo volvería con otra carta, y si quería investigar y descubrir al intruso debería apostarse todo el tiempo que le fuera posible cerca de la casa de la señora para desenmascarar al que anónimamente llevaba la correspondencia al buzón, ¿pero cómo hacer para vigilar la casa?, no era sencilla la cuestión que se planteaba, además, su trabajo en la fábrica de dulces y mermeladas no le permitiría hacer una vigilancia a tiempo completo. Era evidente que el tipo iba a volver, significaba que iba a continuar con las cartas y las amenazas; después de leer la carta con cierto detenimiento parecía que el objetivo de este era amedrentar a su protegida, en realidad no lograba entender adónde quería llegar el intruso, —así lo comenzó a llamar—. ¿Su juego se limitaba solo a asustarla y mantenerla en vilo, una especie de juego perverso destinado a hacer de su vida un tormento? ¿Quizás una venganza? También existía la posibilidad de que todo esto terminara en un chantaje, una extorsión, lógicamente para obtener algún dinero. Pero todo esto lo desconocía. El hecho de que la amenazada fuera ignorante de la existencia de esta primera amenaza, si quería involucrarse, como así lo había pensado, lo obligaba a interceptar todas las cartas que le llegaran. Por otra parte, salirse del guión de simple robacartas y meterse a espía lo entusiasmaba. Esto lo forzaba, además de vigilar la casa estrechamente todo el tiempo que le fuera posible, —había que tener en cuenta que su trabajo y su propio descanso le restarían horas a la vigilancia—, a tener que buzonear cada día por si al maldito intruso se le ocurría ejercer de cartero mientras él no estuviera vigilando. La vigilancia debía ser lo más obsesiva posible, y la dedicación para descubrir al malhechor máxima. Intuyó que el maldito intruso echaría las cartas por la noche y no se expondría durante el día, porque el barrio durante el día presentaba una cierta actividad, eso lo había podido comprobar él mismo cuando fue a hacer los sondeos previos por la zona, antes de encontrarse con la carta amenazante, por eso era probable que eligiera la seguridad de la nocturnidad. Todo esto era un verdadero quebradero de cabeza para él, porque si quería interceptar la próxima carta intimidatoria, al desconocer cuándo ocurriría esto, debía buzonear cada día; él sabía por la carta que tenía en su poder que ella salía por la mañana y tomaba el bus de las ocho, y que no volvía a su casa hasta la noche, a las nueve decía la carta, y si el intruso echaba las cartas por la noche, como había pensado, él debería revisar el buzón por la mañana muy temprano, incluso cuando aun reinara la oscuridad, y de esa manera poder buzonear sin el peligro de ser descubierto, eso haría.