28

Más avanzada la noche. Fantasma abrió los ojos, parpadeó y contempló un techo que no le resultaba familiar. No había hojas muertas, no había estrellas pintadas; sólo retazos de luz lunar que se movían lentamente como un mar blanco y plata.

Durante un momento experimentó aquella mezcla de mareo y sensación de flotar que le invadía siempre que se despertaba en una cama desconocida, y después el mundo fue ocupando poco a poco su lugar a su alrededor. Había la suavidad de un colchón debajo de su espalda, el peso de las mantas; la respiración profunda y regular de Steve a su lado, y el calor de la piel de Steve, y el olor de Steve que se había vuelto bastante extraño durante los dos últimos días. Fantasma pensó en aquel cambio del olor, y se preguntó si las entrañas de Steve no estarían pasando por alguna fase de desequilibrio.

Normalmente Steve olía a cerveza, pero ahora cada vez era más frecuente que exudara el olor áspero del whisky. También olía a pelo sucio, pero eso era normal porque el cabello de Steve estaba cada vez más largo y Steve decía que lavárselo era un coñazo insufrible; pero ahora las ropas de Steve también estaban sucias, y había un olor extraño y secreto que hizo que Fantasma levantara la cabeza y dilatara las fosas nasales en un intento de olisquear el aire hasta dar con él e identificarlo de una vez por todas. Era el olor del agotamiento, el olor de los sesos que se fríen poco a poco, el olor de la desesperación.

Eso podía significar que Steve se estaba agarrando precariamente a un remoto borde de cordura con el abismo debajo. Podía significar que Steve estaba a punto de decir «A paseo con toda esta mierda, tío», y rendirse definitivamente. Steve seguía amando a Ann, pero el amor que sentía hacia ella era incómodo y difícil, un amor que le hacía odiarse a sí mismo por sentirlo. Steve se estaba echando la culpa de todo lo ocurrido, y tenía razones para culparse a sí mismo.

Pero Fantasma sabía que seguir el rastro de la culpabilidad era una tarea que podía durar toda la eternidad, que la culpa podía ser esparcida en todas direcciones y que hacerlo no servía prácticamente de nada. ¿Acaso aliviaría el dolor de alguien? Steve había hecho lo que había hecho, y nunca podría haber actuado de otra manera por la sencilla razón de que era Steve y no otra persona.

Steve siempre había sido así. Estaba dispuesto a abrirse paso a través de las llamas, y nunca retrocedía por muy infernal que pudiera ser la tortura a la que se enfrentaba. Cuando el dolor acababa disipándose, Steve parecía haberse vuelto más fuerte, más puro; pero a veces faltaba muy poco para que la prueba terminara con él, y en algunas ocasiones intentaba extinguir el fuego bebiendo, con lo que sólo conseguía que las llamas ardieran de manera aún más intensa y dieran todavía más calor.

¿Por qué no podía entender Ann que Steve era así? El rockero con un centenar de madrugadas almacenadas en su corazón para que nadie pudiera verlas… Oh, claro, era un tipo duro; pero sentía el dolor, y tenías que arreglártelas para aliviar ese dolor mientras seguías fingiendo que no te dabas cuenta de su existencia. Fantasma contempló la oscuridad que flotaba a su alrededor. A veces pensaba que era la única persona que entendía un poco a Steve. Llevaban tanto tiempo juntos… Pero ¿de qué le servía eso a Steve?

Se acordó de lo que le había dicho Ann el día en que fue a verla a su casa. «La noche es el momento en el que más te cuesta seguir viviendo —le había dicho—, y las cuatro de la madrugada conocen todos mis secretos». Ann había querido encontrar algo o a alguien que la ayudara a aguantar un poco mejor las noches.

Bueno, por lo menos Zillah y sus ojos verdes la habían ayudado a aguantar parte de una noche… Pero ¿qué podía salvarla de las cuatro de la madrugada ahora? ¿Qué había pensado Ann durante las noches que pasaba vagando alrededor del remolque de Violin Road, quizá llamando a la puerta sin que la dejaran entrar, quizá tan asustada que ni se atrevía a llamar? ¿Qué estaba pensando ahora mientras viajaba en un autobús que iba hacia el sur, mientras recorría las calles oscuras del Barrio Francés respirando la neblina de cerveza y la esencia del tiempo? ¿Sabía ya dónde vivía Zillah; estaba alzando la mirada hacia su ventana susurrando palabras que Zillah no oiría?

¿Qué la estaba ayudando a aguantar esta noche? ¿Y qué la ayudaría a aguantar todas las noches que aún tenían que llegar mientras el feto ponzoñoso iba creciendo y desarrollándose en su interior?

Fantasma se irguió, sacó las piernas de la cama y captó una vaharada de su propio olor corporal. Sus ropas estaban tan sucias como las de Steve, aunque no con tantas manchas de cerveza: eran las mismas que llevaba puestas cuando emprendieron el camino hacia Nueva Orleans. Mañana tendrían que salir a comprar un par de camisetas nuevas…, algo elegante y con clase, como esas camisetas de las ostrerías en las que se leía ÁBREME, CHÚPAME, CÓMEME CRUDA.

El suelo de madera estaba muy frío. La luz de la luna moteó los pies de Fantasma. Se incorporó lentamente levantando su peso poco a poco del colchón en un cauteloso intento de no despertar a Steve, aunque no había muchas probabilidades de que Steve se despertara. A primera hora de la noche Steve había declarado su intención de beberse una jarra de cerveza Dixie en cada bar de la calle Bourbon, y cuando no tenían Dixie se había conformado con Bud. Por lo que podía recordar Fantasma, habían conseguido recorrer media calle antes de que pudiera llevar a Steve de vuelta a la habitación y acostarle en la cama.

Fantasma también había bebido su parte de aquellas jarras, y aún se tambaleaba un poco. Se apoyó en el quicio de la puerta para no perder el equilibrio y cruzó el umbral saliendo al pasillo.

Fantasma y Steve ocupaban la primera habitación al final de la escalera. Al lado estaba la habitación reservada a los misteriosos invitados de Arkady, después venía el cuarto de baño —el objetivo de Fantasma—, y al final del pasillo estaba el dormitorio de Arkady.

Cuando pasó por delante de la puerta abierta de la segunda habitación. Fantasma vio rayos de luna que se filtraban a través de una ventana de cristales muy sucios. La fría claridad blanquecina se derramaba sobre las sábanas y mantas arrugadas de la cama, hacía relucir los tablones del suelo y dejaba la puerta del armario envuelta en unas sombras tan negras que Fantasma no pudo ver si estaba abierta o cerrada. Al pie de la cama había una silueta pequeña y retorcida que colgaba hacia abajo suspendida entre el colchón y el suelo.

Fantasma sintió que el aliento se le atascaba en la garganta. La silueta pareció temblar levemente mientras la contemplaba, y Fantasma dio dos rápidos pasos hacia atrás. ¿Sería posible que los ocupantes de aquella habitación fueran realmente los que habían matado a Ashley? ¿Hasta dónde podía llegar la perversidad de Arkady? ¿Y si aquella forma retorcida era otra de sus víctimas, un niño al que habían chupado toda la vida y que habían dejado allí para que colgara tan nacidamente como si no tuviera huesos? ¿O sería alguna creación vudú de Arkady, alguna efigie reseca que cobraría vida de repente y avanzaría hacia Fantasma moviéndose espasmódicamente en la horrible parodia de una danza?

Fantasma permaneció inmóvil en el umbral un par de segundos más. Se tiró del flequillo haciéndolo caer sobre su cara, y contempló la habitación a través de la cortina de pelos rubios. No quería saber qué era aquella forma. Lo que realmente quería era cerrar la puerta, seguir avanzando pasillo abajo hasta llegar al cuarto de baño y volver a acostarse después. Con Steve dormido a su lado no tendría miedo.

Pero tenía que averiguar qué estaba ocurriendo allí, y si aquel sitio era seguro o no. Fantasma se obligó a caminar hasta el pie de la cama sin darse tiempo a seguir pensando en el asunto y rozó la forma con un dedo.

Era una almohada, apretada y estrujada hasta convertirla en un apretado nudo de tela. Sólo era una almohada… Por un segundo Fantasma se alegró de que Steve estuviera en la otra habitación, durmiendo el sueño insondable del alcohol en vez de estar allí para ver cómo se dejaba asustar por una almohada; pero enseguida deseó que Steve estuviera allí a pesar de que sabía que Steve le habría llamado gallina y mariquita. Durante los últimos días Steve apenas se había reído de nada, y aquella noche también había estado muy serio. Cuando estaban de auténtica juerga, tarde o temprano siempre empezaban a recordar las cosas que habían hecho de niños, contaban chistes estúpidos o se imitaban el uno al otro. «Mierda santa, Steve, hay que ver lo deprisa que te bebes ese brebaje de mierda», decía Fantasma. «Oh, sí —replicaba Steve con voz imperturbable—, pero puedo sentir el espíritu de la cerveza dentro de mí…».

Pero aquella noche Steve había bebido su cerveza en silencio con los ojos clavados en sus profundidades doradas, en el espejo que había detrás de la barra o en las luces multicolores de la calle Bourbon. Cuando sus ojos se encontraban con los de Fantasma se negaba a sostenerle la mirada, pero antes de que Steve desviara la vista, Fantasma ya había podido ver el terror que se agitaba en sus pupilas.

Fantasma cogió la almohada y la alisó. Se disponía a volver a arrojarla sobre la cama cuando vio los pelos que se habían adherido a la funda de lino. Desprendió unos cuantos —eran traslúcidos, frágiles y quebradizos—, y los sostuvo delante de los rayos de la luna intentando ver su color. Algunos eran de un rojo rubí, otros eran de un rubio tan brillante que se volvía casi blanco. Ninguno de los dos colores parecía natural.

La puerta del armario que había a su derecha crujió y giró sobre sus goznes hasta quedar medio abierta.

Fantasma volvió la mirada hacia ella con la cabeza erguida y las fosas nasales un poco dilatadas. La puerta se mantenía provocativamente inmóvil, como si intentara fingir que siempre había estado entreabierta, como si intentara fingir que una corriente de aire surgida repentinamente de la nada había cruzado la habitación o que el suelo de la habitación estaba desnivelado y que se había abierto por pura casualidad cuando Fantasma estaba inmóvil en el umbral, solo en mitad de la noche.

Pero Fantasma no se dejó engañar. Fue hacia el armario y puso la mano sobre el picaporte. Nadie lo hizo girar desde el otro lado, y Fantasma esperó un momento y acabó tirando de él hasta dejar la puerta totalmente abierta.

Durante un segundo terrible pensó que algo avanzaba flotando hacia él, algún espectro reluciente armado con muchos brazos; pero después vio que el armario sólo estaba habitado por ropa, prendas extrañas y muy hermosas de seda multicolor. ¿Eran trajes o camisas? Fantasma tomó una manga color verde mar entre su pulgar y su índice, y acarició aquella tela sensualmente resbaladiza mientras se preguntaba de dónde había salido. Los colgadores se agitaron lentamente besándose los unos a los otros sin hacer ruido.

¿Quién llevaba aquellas ropas tan hermosas y elegantes? Fantasma atrajo hacia él un lienzo de seda color rosa y enterró la nariz en sus frías profundidades. La tela estaba impregnada con los olores del incienso perfumado con fresas, los cigarrillos de hierbas aromáticas, el vino y la picazón acre del sudor.

Los olores tiraron de él.

Y cuando aspiró aquella mezcla embriagadora, una voz le habló en susurros desde el interior del armario.

—Fantasma…, fácil…

Nunca estuvo seguro de cómo logró salir de la habitación y torcer en la dirección equivocada cuando llegó al pasillo. Quizá pretendía volver corriendo a su habitación; quizá pretendía encerrarse en el cuarto de baño y quedarse allí durante toda la noche. Fantasma nunca tuvo ni la más mínima intención de irrumpir en el dormitorio de Arkady, de eso estaba totalmente seguro; pero de repente se encontró en él, y allí estaba Arkady encendiendo una vela sobre su mesilla de noche, jugando con varios montoncitos de polvo de distintos colores sobre un plato blanco, distribuyéndolos y colocándolos en complejas pautas llenas de flechas, curvas, líneas y cruces.

Cuando Fantasma entró corriendo en la habitación y se apoyó jadeando en la puerta, Arkady alzó la vista y sonrió. Todos los polvos de colores volvieron a caer sobre el plato en un diluvio resplandeciente.

—Qué sorpresa tan agradable —dijo Arkady—. Bueno, no es exactamente una sorpresa ya que te oí venir por el pasillo, pero de todas formas siempre me complace mucho verte.

Para empezar Arkady preparó unos polvos tranquilizantes e hizo que Fantasma se los bebiera. Fantasma no quería, pero al final resultó bastante fácil convencerle de que se los tomara: Arkady se limitó a meterse en la mente de Fantasma y empujó un poquito. En circunstancias normales nunca habría intentado algo semejante con un sensitivo tan poderoso como Fantasma, pero el chico estaba aterrorizado y exhausto. Resultó de lo más sencillo.

Después hizo que Fantasma le contara su historia desde el principio hasta el final, con vampiros incluidos, y la historia era más retorcida y estaba mucho más llena de dolor de lo que nunca hubiese podido llegar a imaginar Arkady. Las manos de Fantasma no pararon de temblar ni un solo instante mientras hablaba. Sus dedos tiraban continuamente de sus cabellos haciéndolos caer sobre su cara, y en más de una ocasión Arkady oyó cómo un sollozo quedaba atrapado en su garganta y se ahogaba dentro de ella.

Y por fin Fantasma guardó silencio. Intentó permanecer erguido en su asiento, pero la cabeza se le inclinaba hacia el pecho y sus ojos amenazaban con cerrarse. Arkady vio cómo las manos de Fantasma se tensaban débilmente hasta formar puños flácidos, y comprendió que el pobre chico estaba intentando permanecer despierto a base de voluntad pura.

Arkady alzó un dedo delgado y marchito y acarició los labios de Fantasma, esos hermosos labios tan pálidos y tan delicadamente trazados en cuyas comisuras se agazapaban el miedo y la preocupación. Sintió cómo los labios de Fantasma se tensaban bajo su dedo. Fantasma estaba agotado y casi se había quedado dormido, y lo más probable era que no supiese quién le estaba acariciando; pero aun así Arkady imaginó lo que se sentiría al deslizar los dedos entre aquellos labios y acariciar el trapo rosado de la lengua permitiendo que tu dedo quedara rodeado por el húmedo calor de la boca de Fantasma. Se preguntó qué se sentiría al saborear la dulce saliva de Fantasma. «Pobre chico —volvió a pensar—. Pobres chicos, tanto el uno como el otro… Uno intenta ahogar su miedo en una botella, y el otro, este niño tan hermoso, intenta enfrentarse al miedo a solas…».

—Pobre chico —murmuró Arkady—. Eres muy valiente, Fantasma. Eres tremenda y conmovedoramente valiente.

Acarició la suave curva de la garganta de Fantasma y sintió cómo la carne se estremecía bajo su roce, y después dejó que sus dedos vagabundearan hasta deslizarse por debajo del cuello de la voluminosa camisa teñida a mano que llevaba Fantasma. Cuando Fantasma entró corriendo en su habitación, Arkady sintió que su corazón se derretía al contemplar a ese pobre niño inmóvil y tembloroso envuelto en esa camisa enorme que le daba el aspecto de ser tan terriblemente joven. Arkady había querido extender los brazos hacia Fantasma…

¿Por qué engañarse a sí mismo? Había querido embrujar a Fantasma y atraer al niño hacia su cama para hacerle enloquecer de placer, para ahogarle en un mar de sábanas de seda y almohadas de plumas. Oh, no es que pretendiera seducir al chico, pero ¿no cabía la posibilidad de que fueran el uno hacia el otro para ofrecerse una noche de inocente consuelo infantil, una noche de compañía? Fantasma no tendría que yacer despierto al lado de su pobre amigo borracho para pasar la noche en vela meditando sobre el destino, los partos sangrientos y las almas perdidas. Arkady no tendría que pasar la noche sin pegar ojo dibujando vévés inútiles a la luz de las velas mientras seguía albergando la esperanza de hacer suyas cosas que quizá nunca llegarían a estar a su alcance. La esperanza de alzar la mirada y ver el hermoso rostro de Ashley flotando al otro lado de la ventana suplicándole que le dejara entrar con aquellos ojos; la esperanza de descubrir una manera de hacer daño a los amantes de Ashley, esa pareja de criaturas hermosas y peligrosísimas que seguramente acabarían destruyendo a Arkady algún día…

Arkady pensó en lo que aquellas criaturas le habían hecho a Ashley. Esa historia por lo menos quizá serviría para ganarle la simpatía de Fantasma, ¿no? El polvo tranquilizante había inducido la somnolencia en el cuerpo de Fantasma y había minado la fuerza de sus músculos, pero su mente seguiría estando alerta. Arkady empezó a contar la historia mientras seguía acariciando distraídamente el rígido hombro de Fantasma.

—Te han dado un susto terrible, ¿verdad. Fantasma? En el cuarto de invitados, en el armario… Ah, pero estabas metiendo las narices donde no debías. Nunca tendrías que haber entrado allí…, no con tu don, no con ese ojo resplandeciente que hay en tu corazón. Para alguien que siente las cosas como tú esos dos son demasiado fuertes, demasiado embriagadores… Ni siquiera están en esa habitación, Fantasma, o por lo menos no esta noche; aunque volverán a estar allí por la mañana o a la mañana siguiente o a la próxima. ¿Quién sabe? El Señor… —Arkady se persignó con su mano libre, primero de arriba abajo, y luego de derecha a izquierda—. Sí, el Señor es el único que sabe dónde se encuentran esta noche; el único que sabe qué sustancias extrañas y nuevas han engullido o esnifado o inyectado en sus venas perfectas de color rubí, o a quién han encontrado para amar…

»A quién han encontrado para amar.

»Dejan su esencia allí donde van. Dentro de ese armario donde arrojan su ropa sucia (la ropa que está impregnada con su humo y su sudor, con su ectoplasma perfumado por el olor dulzón del clavo), la concentración debe de ser espantosamente potente… ¿Fue eso lo que avanzó flotando hacia ti, Fantasma? ¿Es que acaso te conocen? ¿Os habéis encontrado, o se limitaron a hablarte tal como un alma perdida habla a otra? Ah, pero no debes tener miedo de ellos… Para ti son tan inofensivos como una canción olvidada en un disco antiguo, para ti son tan inofensivos como una vieja lápida que se va pudriendo poco a poco. Es a mí a quien pueden hacer daño. Era a Ashley a quien podían hacer daño, y a quien hayan encontrado para compartir su éxtasis letal esta noche.

»Eso es lo que quieren, Fantasma. No…, eso es lo que necesitan, pues se alimentan de tu placer, de tu dolor y de tu terror. Deben aterrorizarte, tal como hacen con los niños que son sus víctimas; deben entrar en tus sueños y hacerte padecer una pesadilla tan horrible que nunca llegues a despertar de ella… Pero su mayor placer no es el aterrorizar, sino el embrujar y fascinar. Quieren que les ames porque eso hace que el momento de la traición final resulte todavía más dulce. Deben venir a ti en la carne y hacerte el amor. Deben atraerte hasta algún viejo colchón lleno de manchas o hacer que te deslices bajo una colcha de seda, o que entres en un callejón donde se arrodillarán sobre la mugre delante de ti. Debes convertirte en un adicto a su saliva; debes respirar su olor hasta que acabe intoxicándote.

»Sólo entonces consumarán el amor que sienten hacia ti tal como hicieron con Ashley…, y lo harán chupándote hasta dejarte seco. Consumarán su amor robándote hasta la última gota de tu belleza, de tu juventud y del fuego que te sirve de combustible; convirtiéndote en un capullo vacío, en un cascarón reseco pero todavía vivo. Eso es lo que hicieron con mi hermano Ashley.

»Cuando volví a casa al final de aquel largo invierno agonizante que había pasado en París, busqué a mi hermano y acabé dando con él. Habíamos estado viviendo en una iglesia abandonada cerca del Bayou St. John. Ashley se ahorcó en el campanario. La verdad es que no tenía elección, porque Ashley había nacido llevando en sus venas una dosis considerable del talento para el melodrama que tenemos todos los Raventon… Cuando volví a casa, mi hermano ya llevaba una semana colgando de una viga del campanario. Ashley sabía que volvería porque nunca rompí ni una sola de las promesas que le hice, pero no podía esperar hasta mi regreso.

»Y cuando abrí su cuerpo comprendí por qué no había podido esperar. Estaba tan seco y retorcido como una raíz de mandragora. Ashley llevaba muerto siete días, pero nada se había podrido en él salvo sus ojos y su lengua. No quedaba nada más que pudiera pudrirse…, le habían chupado hasta dejarle totalmente seco. Corté la cuerda y Ashley cayó en mis brazos con un leve susurro de papeles viejos, y mientras le bajaba hasta dejarle en el suelo del campanario, su cuerpo iba crujiendo y chirriando como un saco lleno de huesos. Su boca estaba abierta; sus labios exangües se habían tensado apartándose de sus dientes…, unos dientes que habían adquirido el color del marfil viejo. Su lengua marchita había retrocedido como si quisiera ocultarse en las profundidades de su cráneo. Su cabello había perdido el color y flotaba alrededor de su cabeza. Y sus ojos…, los ojos por los que yo había deseado morir cuando se alzaban para encontrarse con los míos…, esos ojos… habían desaparecido. Ésos ojos habían desaparecido, y Ashley me contempló desde la oscuridad de su cerebro encogido y reseco, y cuando acaricié su rostro la carne y la piel se fueron desprendiendo del hueso.

»Sus amantes seguían allí. Vivían en el último piso de la iglesia, y quemaban incienso para disimular el olor casi imperceptible de la lenta putrefacción de Ashley… Habían permitido que colgara de la viga durante siete días en los que sus ojos se fueron encogiendo y su rostro se fue transformando en polvo. Cuando bajé del campanario sosteniendo en mis manos la calavera de Ashley (la carne se desprendía de ella con tanta facilidad como un pergamino muy viejo que se desmenuza al contacto de tus dedos), ellos estaban haciendo el amor sobre un colchón lleno de mugre y manchas que habían traído a la iglesia. Mordiendo gargantas, aferrando manos, riendo y sollozando de puro placer… Me senté con Ashley en mis brazos y esperé a que acabaran, y por fin uno de ellos alzó la mirada hacia mí. “Para él fue muy fácil, Arkady”, dijo. “Tan sencillo como el respirar…”. “Morir es fácil y no duele”, dijo el otro. “Ya tendrías que saberlo, Arkady… Morir es fácil y no duele”.

Fantasma había ido sumergiéndose poco a poco en el sueño con la cabeza acunada sobre los brazos, soñando la historia más que oyéndola mientras su mente se llenaba de imágenes del cuerpo marchito del muchacho al lado de la carretera que había visto hacía ya tanto tiempo, el roble gigantesco que se alzaba sobre la colina, la imagen final del sueño que había tenido dentro del coche que le había asustado de una manera tan terrible…, los gemelos yaciendo el uno al lado del otro sobre su colchón manchado, su piel secándose y agrietándose, su belleza consumida.

—¿Morir es fácil y no duele? —preguntó con voz adormilada alzando la mirada hacia Arkady.

Y, sin saber por qué, Arkady pensó que Fantasma ya había oído aquellas palabras con anterioridad; pero movió la mano apartando los mechones de pelo de la frente de Fantasma, y Fantasma dejó que su cabeza se fuera inclinando lentamente hacia atrás.

Quizá se quedaría con él aquella noche, quizá realmente quería ahogarse en la cama de Arkady. Eso tenía que ser posible, ¿no? Ashley había sido la belleza de los Raventon, desde luego; pero aunque careciera de la chispeante cabellera color borgoña y los ojos increíbles, esos ojos insondables, por lo menos Arkady también poseía la frente despejada y los pómulos prominentes y orgullosos de Ashley. Fantasma quizá quería suspirar en los brazos de Arkady, quizá deseaba retorcerse y gemir bajo los tiernos cuidados que le administrarían los labios de Arkady. Había pasado tanto tiempo desde la última vez…

Los gemelos aún podían atraer a Arkady hasta su lecho en algunas ocasiones porque eran muy hermosos y porque él estaba muy solo; pero Arkady odiaba a los gemelos por lo que le habían hecho a Ashley, y temía el poder que ya habían adquirido sobre él. Y no había nadie más…, por lo menos no hasta ahora, no hasta la llegada de Fantasma, aquel niño nervioso y lleno de magia de ojos azul claro, ropas harapientas surgidas de alguna tienda de empeño fantástica y cabellera traslúcida que caía sobre sus ojos mientras dormía.

—¿Duermes, Fantasma? —susurró Arkady—. Quizá aún no…

Se inclinó y depositó un beso sobre el rabillo del ojo de Fantasma con la misma delicadeza con la que habría sacado a una araña de su tela para ponerla a secar y molerla luego convirtiéndola en ingrediente de un hechizo gris-gris. Su lengua aleteó sobre la sedosidad de las pestañas de Fantasma, y después resbaló por la mejilla de Fantasma e intentó encontrar un paso a través de aquellos labios exquisitos.

Y todos los nervios del cuerpo de Fantasma parecieron cobrar vida al instante, se tensaron y se desplegaron. Salió disparado de la cama volando hacia atrás y aterrizó delante de la puerta con la espalda pegada a la madera, el mentón erguido y las fosas nasales muy dilatadas. Hasta sus párpados parecían temblar. Sus ojos enormes y asustados se encontraron con los de Arkady y se clavaron en ellos ardiendo con un líquido fuego azulado.

Arkady le mantuvo la mirada durante un momento muy largo. Después permitió que sus ojos se desviaran hacia la ventana, y alzó un hombro diminuto y huesudo en un encogimiento despreocupado y casi imperceptible.

—La chica morirá, Fantasma… Si ese feto no sale de ella pronto, su desarrollo alcanzará una etapa demasiado avanzada. No estamos hablando de ningún trocito de carne vulnerable que cualquier abortista de los barrios bajos puede sacar raspando con una cureta y empujándolo con un trozo de algodón sucio. Intenta utilizar ese método, y sólo conseguirás adelantar el momento en que le destrozará el útero.

»No. Debes envenenarlo, pues de lo contrario irá creciendo poco a poco y Ann morirá, y puede que tu queridísimo Steve acabe muriendo también. La culpabilidad altera y deforma a los hombres, Fantasma. No puedes proteger a Steve eternamente. Quizá pierda la vida desangrado en un accidente automovilístico, o quizá se empeñe en pelearse con alguien que lleve una navaja de afeitar escondida dentro de la bota… El Vieux Carré está lleno de tipos así. O quizá sea una muerte más lenta. ¿Un maceramiento del hígado en alcohol, un insulto al cerebro? La muerte puede llegar dentro de una botella, Fantasma, y creo que Steve ya ha descorchado esa botella y ha tomado el primer trago.

»Tienes que envenenarlo, Fantasma. Para salvar a Ann, para salvar a Steve… —Arkady hizo una pausa, y después administró el terrible golpe de gracia final—. Conozco la receta. La desarrollé después de que Richelle muriese. Puedo ayudarte…, si lo deseo.

Arkady apartó las sábanas a un lado. Produjeron un sonido casi imperceptible, un leve roce reseco, como largos vendajes de lino desprendiéndose del rostro de una momia, como alas de mariposas muertas desde hacía mucho tiempo cayendo en un fino polvillo. El sonido sobresaltó un poco a Fantasma, y se revolvió el cabello con las dos manos apartándolo de la cara. Arkady vio cómo se estremecía.

Después irguió la espalda y cuadró los hombros, y sus ojos emitieron una especie de llamarada oscura y después volvieron a ser tan claramente azules como siempre.

—De acuerdo —dijo.

Los escasos pasos que necesitó dar para volver a la cama fueron los peores de toda la existencia de Fantasma. Sentía el roce de los tablones de madera recubiertos por una capa sedosa de polvo seco bajo sus pies descalzos. El contacto de la piel de Arkady rozando la suya le haría experimentar una sensación parecida. Las manos de Arkady acariciarían su alma, la lengua de Arkady exploraría su cerebro…

No estaba dispuesto a pensar en ello. Pensaría en cantar en El Tejo Sagrado con Steve acompañándole a la guitarra y tocando como si se hubiera vuelto loco, pensaría en aquellos tiempos pasados en que todo era sencillo. Sí, eso era lo que iba a hacer.

—Muy bien —dijo negándose a oír sus propias palabras—. Haré lo que quieras.

Ahora estaba en el escenario agarrando el micrófono con las manos, listo para dejar fluir su voz; pero los labios de papel reseco de Arkady se posaron sobre su boca y la sellaron. La lengua de Arkady se lanzó sobre la suya y la envolvió en su sabor a hierbas amargas. El seco contacto de Arkady se deslizó sobre su pecho y se movió bajo su camiseta como un millar de patitas de insecto. Fantasma sintió aquel roce en las profundidades de su ser, y el contacto afilado como una navaja bajó por su columna vertebral e hizo que sus intestinos temblaran incontrolablemente. Empezó a atragantarse.

—No —dijo una voz desde la oscuridad del umbral.

Era una voz cansada, una voz para hablar hasta mucho después de la medianoche, una voz para ser utilizada cuando todos los caminos han quedado obstruidos, cuando los castillos se han derrumbado convirtiéndose en ruinas, cuando la mañana no volverá a llegar nunca más.

Los ojos de Fantasma barrieron la oscuridad.

—¿Steve?

Pues la voz era la de Steve, y el olor también era el de Steve, el olor a ropas atiesadas por la transpiración del beber; pero el olor a desesperación solitaria había desaparecido. Había agotamiento, y miedo, y el olor húmedo y secreto de la pena; pero por debajo de aquellos olores había algo nuevo, algo que Fantasma llevaba mucho tiempo sin captar en Steve, algo que era más bien una vibración que un olor, un temblor que hizo palpitar el aire que se interponía entre ellos volviéndolo eléctrico y llenándolo con una telaraña blanca de chisporroteantes líneas de energía.

Era ira, la vieja y familiar ira que emanaba Steve Finn cuando estaba considerablemente cabreado.

Arkady aspiró una bocanada de aire haciéndola sisear entre sus dientes.

—Tú…

—Aparta las manos de él —dijo Steve. Puso una mano a cada lado del quicio de la puerta y se agarró para mantenerse en pie sin perder el equilibrio. Los cabellos sucios que llevaban una semana sin ser lavados sobresalían en una enloquecida confusión de mechones revueltos y pequeñas alas, y se acumulaban desordenadamente detrás de las orejas—. Suéltale, so cabrón —dijo mirando fijamente a Arkady—. No me importa la clase de rey de los jujús y las magias temibles que puedas ser, porque en estos momentos soy capaz de meter la mano por tu garganta y arrancarte ese negro y repugnante corazón que llevas dentro del pecho…, y me encantaría hacerlo.

Arkady soltó a Fantasma.

—Ven conmigo —dijo Steve, y curvó un pulgar señalando la escalera de caracol—. Nos vamos. Vamos a subir al maldito T-bird y volveremos a casa. Si es lo que ha de ocurrir, por mí Ann puede acabar abierta en canal desde dentro…, si eso es lo que ella quiere, adelante. No vas a hacer de puta por ella, Fantasma.

»Ni por mí.

»Ni por nadie. Eres demasiado bueno para eso. Fantasma. Eres demasiado condenada y maravillosamente magnífico para eso…

Los ojos de Steve brillaban en la oscuridad como si fueran de cristal, y dos relucientes líneas de humedad bajaban por sus mejillas —las huellas dejadas por las lágrimas—, pero se mantenía muy erguido y aunque sus manos seguían aferrando el quicio de la puerta y sus ropas colgaban de su cuerpo como harapos en un espantapájaros, producía una impresión de fuerza. La fortaleza irradiaba de él en un aura palpitante. Steve había tomado una decisión y se mantendría fiel a ella…, pero no estaría solo.

Fantasma fue hacia él. Pasado un momento Steve dejó que sus brazos cayeran sobre los hombros de Fantasma, y las lágrimas de Steve cayeron sobre el pelo de Fantasma y se perdieron allí, esferitas incoloras enredadas en cabellos finos y traslúcidos. Permanecieron inmóviles apoyándose el uno en el otro, y la fortaleza pasó de un cuerpo al otro.

—Salgamos de aquí —dijo Steve por fin.

—¡Esperad! —gritó Arkady cuando ya habían recorrido la mitad del pasillo.

Steve se detuvo, pero no se volvió. Sus dedos aumentaron la presión que ejercían sobre el brazo de Fantasma. Fantasma volvió la cabeza para mirar por encima del hombro, y se pegó un poco más a Steve porque temía que sus ojos se encontraran con los de Arkady.

—Eres demasiado maravilloso, Fantasma —dijo Arkady, y tanto Steve como Fantasma pudieron oírle con toda claridad aunque su voz apenas era el murmullo del ala de una mariposa en la penumbra polvorienta del pasillo—. No mentí cuando dije que eras valiente…, terrible y conmovedoramente valiente. No compartías ni un átomo de mi lujuria, pero te habrías entregado a mí para salvar a tus amigos, y yo habría permitido que llegaras a hacerlo.

»Cierto, eres demasiado maravilloso… Debemos unirnos contra la noche eterna. Los vampiros se llevaron a mi hermano, y no permitiré que se lleven otra vida joven y hermosa. Os ayudaré. Sí, que el Señor me ayude, porque os ayudaré…

Y Arkady Raventon se persignó dos veces, primero de arriba abajo y luego de derecha a izquierda.

—Helecho —dijo Arkady sosteniendo un paquetito de hojas secas debajo de la luz.

Habían bajado por la escalera y encendido las velas de la tienda invocando a los espíritus del regaliz, la canela y la nuez moscada. Arkady había ordenado sus ingredientes sobre el mostrador de cristal: frasquitos y botellas recubiertas de polvo seco, un almirez y una mano de mortero, un montoncito de sobres que parecían a punto de desintegrarse. Después empezó a hurgar en ellos tamizando, pesando y cogiendo pellizcos de esto y aquello mientras resoplaba y murmuraba.

Steve apoyó la espalda en la pared de enfrente y contempló las manipulaciones de Arkady con el ceño fruncido, pero con un interés subrepticio. Fantasma le estaba observando con el mentón sostenido por las manos, y parecía entre horrorizado y fascinado. No quería contemplar cómo se preparaba el veneno que limpiaría el útero de Ann, pero tenía que hacerlo. Aquello le resultaba demasiado familiar, y despertaba recuerdos de su abuela y de la señora Catlin —o de su abuela a solas—, encorvadas sobre una mesa iluminada por la luz de una vela con un amplio surtido de paquetes y diminutas botellas resplandecientes al alcance de las manos. Fantasma salía sigilosamente de su habitación y se escondía entre las sombras de la librería o el umbral, y a veces su abuela captaba su presencia y le llamaba para que viniera a mirar, y después le explicaba qué hojas y aceites fragantes estaba mezclando. «Esto traerá suerte a la puerta de alguien —le decía—, esto calmará los dolores mensuales de una mujer…». Pero a veces el olor de los brebajes no tenía nada de agradable. A veces olían a fetidez amarronada, y los vapores brotaban del almirez enroscándose lentamente sobre sí mismos. Cuando su abuela estaba preparando esa clase de brebajes, Fantasma siempre era enviado a la cama.

—Albahaca —dijo Arkady—. Laurel.

Steve se removió y se encorvó un poco más contra la pared.

—Mierda, si se trataba de eso podríamos haber ido a la tienda de la esquina…

—Menta —dijo Arkady contemplando a Steve con los párpados bajos—. Milenrama, perejil. Y ajo. —Una sonrisita furtiva y llena de secretos curvó sus labios—. Tanto ajo no le va a gustar en lo más mínimo…

Quitó el corcho de una botellita azul con un revoloteo de la mano y derramó unas cuantas gotas de líquido lechoso dentro del almirez. Las hierbas emitieron un siseo helado, y un hilillo de vapor se curvó sobre ellas.

Steve se irguió apartándose de la pared.

—¿Qué coño era eso?

Arkady sonrió.

—El ingrediente crucial. Sin él esto sería una mera ensalada.

Steve frunció el ceño. Era como si Arkady hubiera respondido «Te encantaría saber qué era, ¿verdad?».

Fantasma observó a Arkady mientras sacaba la pasta del almirez raspándola con una espátula y la echaba sobre un cuadrado de papel encerado. La mixtura era de un reluciente color verde orgánico, y pareció hervir y burbujear sobre el papel. «Hecha de mil hierbas, hecha de altares», pensó Fantasma. Aquella sustancia seguramente calcinaría la garganta de Ann cuando la obligaran a tragársela.

Por lo menos esperaba que bastaría con que Ann se la tragara…

Arkady dobló el cuadrado de papel encerado por la mitad y retorció las puntas.

—Eso es todo —dijo—. Ahora tenéis que encontrar a la chica y traérmela.

Steve y Fantasma empezaron a hablar al unísono.

—¿Cómo cono se supone que vamos a encontrar a Ann? —preguntó Steve.

—Puedo dar con ella —dijo Fantasma.

Fantasma estaba en el piso de arriba con la mirada vuelta hacia la ventana y contemplaba el paisaje de edificios que parecían adornos de un pastel de boda recubiertos por complicados despliegues de hierros forjados. Muy lejos a su izquierda, más allá de su línea de visión, ardían las luces de la calle Bourbon; las multitudes seguían yendo con paso tambaleante de un lado a otro; hasta las mismísimas estrellas del cielo se movían, estrellas enormes y redondas, gigantescas estrellas resplandecientes, estrellas de las alucinaciones.

Arkady se metió en su cama al final del pasillo, y Fantasma captó un pensamiento viejo y seco: Es demasiado pálido, demasiado frágil; mi amor seguramente le habría hecho añicos…

Una luna pequeña y fría se cernía sobre todas las cosas, sobre Fantasma, Steve y Arkady y el resto de la ciudad abigarrada y multicolor, una luna que era como una astilla de hueso congelado, una luna que había sido concebida para traer el invierno.

Fantasma dio la espalda a la ventana.

Steve ya estaba en la cama con los brazos rodeando la almohada. Los rayos de la luna pintaban crecientes de sombra debajo de sus ojos. Había eliminado casi todos los enredos de su pelo con los dedos y se lo había alisado, y ahora su cabellera yacía sobre sus mejillas y su frente, mechones vencidos por el peso del polvo del Barrio Francés y el sudor de un largo viaje por carretera. Parecía terriblemente joven, más joven que cuando Fantasma le había visto por primera vez, caminando a través de aquel bosque de otoño moteado de sol y sombras, cuando todas las cosas eran mucho más sencillas.

—Ven a la cama —dijo Steve—. Ya casi ha amanecido. Mañana pensaremos cómo nos las vamos a arreglar para encontrar a Ann y conseguir que se trague esa mierda. Probablemente la matará.

Fantasma captó la presencia de las palabras que no habían sido pronunciadas flotando en el aire como la neblina que se cierne sobre un río. Se deslizó bajo las sábanas entrando en la reconfortante laguna del calor de Steve, y esperó.

—Pero supongo que eso es mejor que dejar que los vampiros la maten —dijo Steve por fin.

—Lo crees —dijo Fantasma en un tono de voz lo bastante bajo como para que Steve pudiera fingir que no le había oído.

Steve rodó hasta quedar acostado sobre la espalda, y respondió:

—Sí, supongo que lo creo. Vi el rostro de Zillah esa noche delante del club…, ahora sé que lo vi. Lo vi, y estaba totalmente curado. Estoy harto de mentirme a mí mismo. Nadie debería mentirse a sí mismo. No puedes tener miedo a lo que sabe tu corazón.

»Creo que a Ann le va a ocurrir algo muy malo, y lo creo porque tú lo crees con todas tus fuerzas. Crees que si nadie la ayuda, Ann morirá. Lo crees con tal convicción que estabas dispuesto a venderte a Arkady. Para salvarla, si podías hacerlo…, y supongo que para salvarme a mí también.

»Y no voy a discutir nada en lo que tú creas con una fe tan potente, Fantasma…, ni en un millón de años se me pasaría por la cabeza la idea de hacerlo.

La mano de Steve encontró la de Fantasma por debajo de la sábana y la estrechó con una fuerza casi dolorosa. Fantasma pudo oír el resto del pensamiento. «Porque confío en ti, Fantasma, porque confío en ti y en nadie más…, y si lo crees, entonces supongo que yo también lo creo, maldita sea. El Conejo de Pascua no coló, y Dios o el Hada del Corte de Pelo tampoco, pero tú sigues siendo mágico…».

—Steve…

Fantasma susurró el nombre. Su corazón se estaba hinchando dentro de su pecho, como si quisiera dar con alguna forma de unirse al corazón de Steve para convertirse en una sola cosa palpitante llena de vida. Siameses unidos por el corazón, todos los latidos de sus vidas medidos juntos, su sangre corriendo a través de los mismos kilómetros de venas.

Fantasma puso la mano sobre el pecho de Steve y encontró el latido de su corazón, un palpitar tranquilo y rítmico. El roce de sus dedos hizo que Steve pareciera relajarse un poco, y su cuerpo dejó de estar tan tenso. ¿Y las sombras que había debajo de sus ojos, se habían vuelto quizá un poco menos oscuras? Fantasma extendió los dedos para tocar aquellas sombras, para tratar de capturarlas debajo de sus uñas, quizá para metérselas en la boca y engullirlas. Las pestañas de Steve aletearon rápidamente, pero en el último instante sus ojos se quedaron abiertos, así de grande era la confianza que tenía en Fantasma. «Eres mi amigo más antiguo, eres mi único hermano…».

Fantasma acarició la piel suave como la seda que se extendía debajo de los ojos de Steve, la aspereza de las mejillas de Steve con su barba de cuatro días, la tensión que se iba derritiendo poco a poco en la boca de Steve. Después fue inclinando la cabeza hasta apoyarla sobre aquel latido lento y mesurado, y sintió cómo los labios de Steve articulaban una palabra.

—Fantasma…

Fantasma logró emitir un sonido ahogado desde lo más profundo de su garganta.

—No me dejes nunca. No te vayas nunca, tío…

Steve dejó de hablar, pero Fantasma ya había captado el repentino enronquecerse de su voz.

—No —dijo Fantasma—. No seré yo quien se vaya.

No podía decir nada más. No, lo que haría sería tragarse aquellas sombras que emborronaban los ojos de Steve, hacerlas desaparecer a lametones. Se inclinó sobre Steve, y en vez de encontrar los ojos de Steve su boca se encontró con la de Steve y se fundió con ella en un torpe beso.

Los dos se tensaron. «No, oh, no, yo no pretendía hacer eso», pensó Fantasma, y las manos de Steve subieron para apartar a Fantasma.

Pero sus manos traicionaron a Steve, y en vez de apartar a Fantasma de un empujón lo que hicieron fue deslizarse sobre sus hombros y unirse detrás de su espalda. Fantasma comprendió que Steve le estaba atrayendo hacia él. Quizá esta noche pudiera ayudar a Steve, quizá conseguiría vencer aquella terrible soledad durante un rato… Al principio se conformó con empujar suavemente los labios de Steve para abrir su boca sólo un poquito, y después la abrió más y más, y sus lenguas se encontraron como dos corazones palpitantes.

«Melaza —oyó sin saber de dónde llegaban las sílabas—. Sigues sabiendo a melaza…».

—¿Mmmmmm? —murmuró Fantasma—. ¿Qué?

Sus bocas se separaron durante un momento y luego volvieron a encontrarse.

Los pensamientos fugaces no eran importantes. Aquellos minutos tenían que estirarse todo lo posible; aquel beso tenía que durar mucho, mucho tiempo. Steve se apartaría dentro de un momento. Aquel sabor dorado en la lengua de Steve…, no, no era la cerveza Dixie, era el sabor de los veranos de la infancia de un pasado esfumado hacía mucho tiempo, y entrelazado con él estaba el sabor oscuro del miedo. Steve ya empezaba a asustarse porque confiaba en Fantasma hasta tales extremos, y él mismo lo había dicho. Aquel beso terminaría, y no habría otro porque cualquier cosa que fuera más allá del beso sería algo a lo que Steve nunca podría enfrentarse. Ya estaba empezando a hacerle perder el control, y Fantasma podía captarlo. Pero lo necesitaba tan desesperadamente…

Durmieron agarrados el uno al otro como si pudieran ahogarse en las mantas y las almohadas. Fantasma permaneció despierto durante mucho rato con la cabeza de Steve enterrada en su hombro, con la respiración de Steve agitando el fino vello de su cuello, con las largas piernas de Steve enredadas en las suyas. Fantasma sabía que por la mañana Steve despertaría, entrecerraría los párpados para proteger los ojos del sol y murmuraría: «Mierda, tío, anoche estaba tan borracho que no recuerdo qué ocurrió».

Pero esta noche Fantasma podía encargarse de soñar las pesadillas de Steve en su lugar, y eso fue lo que hizo.