La felicidad es una lupa
Había pensado en hacerlo antes, pero sólo ahora, cuando Juana Inés cumplía dieciocho años, Refugio se decidía a escribirle una carta. El tiempo se había deslizado plácido y veloz. Como si viviera una historia falsa, una escenografía de teatro de comedias que se pudiera desgajar en cualquier momento, no había querido convocar al pasado para no agujerear su territorio de felicidad. Así lo asentó en la carta QueridísimaJuana Inés; esperaba que comprendiera las razones de su silencio y no las tomara como un agravio personal. Refugio miró por la ventana el lento amanecer que se desplegaba en la planicie frente a la hacienda. Hermilo estaba de viaje en la capital y aunque su ausencia le dolía siempre y pensaba como las niñas pequeñas que tal vez no volvería, tenía ese momento para ella sola, para sentarse como ese día con la mañanita sobre los hombros, la chimenea de la habitación encendida y el papel y la tinta en la escribanía. Quién hubiera pensado que la viuda Refugio Salazar desaparecería de pronto, que no daría razón de sus pasos, aunque todos ya sabían que vivía con Hermilo Cabrera, el mulato que la había tomado como mujer sin mayor ceremonia que el carruaje hasta la puerta de su propiedad en Apan, sus brazos elevándola y su cuerpo tomado en su cama de hombre solo, de mestizo incierto, de mulato rico, de bastardo afortunado. Refugio tomó la plumilla y describió a Juana Inés el rosado temprano en el cielo que la llevaba al punto dos años atrás, también un 12 de noviembre, en que los destinos de ambas tuvieron otra oportunidad. Juana Inés, siempre con buena estrella, se quedó en Palacio. Ella celebraba que la chica y sus talentos la hubieran convertido en la favorita de la virreina, pues hasta ese solitario paraje donde ella vivía llegaban noticias, los rumores que Hermilo le devolvía al regreso de sus viajes de negocios: conversaciones en los mesones, en el atrio de la iglesia, encuentros con Juan Mata que seguía siendo un cercano a los virreyes. A Mata le interesaba el pulque que producía Hermilo y los atrevimientos también; quería conocer con detalle el rapto de la viuda Salazar. Al fin y al cabo él vivía uno soterrado, de Palacio para dentro. También eso le había contado Hermilo divertido, pero a Refugio no le había gustado enterarse del cinismo del tío de Juana Inés; pensó en María y no quiso ser cómplice de hipocresías. Esa vez en que Hermilo trajo noticias de la capital, Refugio se sobresaltó con el relato de la querida de Juan Mata. Él le pasó el brazo por la espalda.
—Las pasiones siempre rebasan las formas. Mírame a mí.
—Pero las formas te condenaron al orfanatorio —espetó con ira la viuda.
Nada de eso escribió a Juana Inés, nada que hiriera su sensibilidad de poeta, que diera armas a su inteligencia extrema para odiar al tío que al fin y al cabo la había colocado en Palacio. Si no había escrito, explicó a Juana Inés, en parte era por la extrema felicidad que vivía desde que, a la mañana siguiente de la fiesta en Palacio, la recogió Hermilo Cabrera en casa de sus tíos Mata y ella se despidió como si volviera a Amecameca aunque ya tenía decidido no separarse del hombre que le había pedido irse con él. No quería herir su respetabilidad de viuda, su oficio de maestra. Mientras le decía aquello de camino al embarcadero, Refugio estaba segura de que ninguno de los dos le importaba tanto, ni el oficio ni la respetabilidad, como estar al lado de ese hombre. Que Dios la perdonara, ya sabía que su familia no lo haría.
Si vieras Juana Inés cuánto lee. ¿Habrás escuchado de un poeta español que es la novedad, un tal Góngora que Hermilo ha traído a casa y me lee en voz alta? Debes leerlo, aunque tal vez subestimo lo cerca que está España de Palacio. Y que estás entre virreyes ilustrados. Aprovecha, querida mía.
Eso es lo que ella había hecho, aprovechar una veta luminosa de la vida, decir sí a sus impulsos, vivir en pecado con un hombre que no era su marido, pero que ella sentía como tal, y para quien ella era una esposa que merecía sus consideraciones. No es comolos otros hombres, pensó escribir, pero desistió.
Hermilo habla del mundo conmigo, y de sus sentimientos; no piensa que debo callar y obedecer. No se parece a mi padre ni a mis hermanos.
Pero no lo escribió; no quería justificar su pasión, pues aunque Juana Inés era una chica muy joven, Refugio sentía que la podía comprender y que si incluso le compartiera el placer de dormir con un hombre como Hermilo, sería capaz de acompañarla en sus gozos y en su serenidad. Pero no haría eso; un pudor mayor que la intención de la amistad la detuvo. En vez de contarle cuánto le gustaban los labios gruesos de Hermilo besándola suave o bruscamente por las noches, pero sobre todo en la frescura del amanecer, escribió que por primera vez sentía el deseo de ser madre, de tener un pequeño que se pareciese a su marido.
Perdón por llamarlo así, pero estoy segura de que Dios con su infinita bondad comprenderá el sentido de la palabra más allá de las ceremonias y el protocolo; le soy fiel, lo pienso amar para siempre, cuidarlo, procurar su alimento, estar a su lado, ser suya sobre todas las cosas porque siendo suya soy más yo, más fuerte, mejor.
La emoción la había traicionado y soltó palabras de más. La tinta se secaba y ni modo que Juana Inés entrara en el éxtasis de las pieles, pues era verdad que aunque había conocido hombre, su primer marido, no recordaba que la entrega de su intimidad fuese tan placentera. No sabía si eran los dedos toscos de Hermilo, su paciencia para recorrer sus senos, su cintura, o si era la confianza que él le había procurado, ese miedo de años disuelto o el permiso para disfrutar que se daba ella. Porque Hermilo había sido un capricho del cuerpo y del corazón, no un arreglo familiar, no un enlace más con un criollo de puesto importante. Había sido la sinceridad del entendimiento y la piel. ¿Lo vivían otras mujeres? Las mujeres del campo, las esclavas, los más pobres eran los que podían elegir y cambiar. Mucho más libres para amar que los que eran como uno.
Ay, Juana Inés, espero que tu inteligencia te permita el libre albedrío, que bajo la infinita bondad de Dios encuentres el camino que no ataje tu sed de saber, tu elocuencia, tu don de la palabra. Que no permitas que otros estorben tu don de crecer. Hasta ahora no lo has hecho; no dudo que la buena estrella y tu fortaleza, así como la voluntad de Dios, te elijan para caminar por una estela de astros.
Refugio detuvo el deslizar de la tinta, miró de nuevo el campo amarillento y extendido, y notó que la luz era más blanca y que sin querer se había metido en su ánimo de escritura haciendo más optimistas sus pensamientos. La felicidad era una lupa para mirar la vida, lo más pequeño, y hacerlo grande y único. Como los ojos de Hermilo, como la espalda de Hermilo. Dormir junto a una piel de hombre. Sintió su cuerpo menudo bajo el camisón. Era suyo por primera vez, porque había quien lo mirara de nuevo con deleite.
Y por eso, querida Juana Inés, espero que en medio de esta dicha pueda tener un hijo que mezcle nuestros quereres y encarne lo mejor de cada uno. Si mi edad aún permite que sea así. Mientras, no pienso volver a mi casa; he mandado dinero a la criada para que la siga preservando y que la mantenga cerrada y cuidada de ladrones. Lo que tal vez haga, por insistencia de Hermilo, es, ya que sigo siendo viuda, poner una Amiga por acá para continuar la enseñanza. Aunque sé, querida mía, que no habrá otra Juana Inés en el aula; inteligencias como la tuya son una excepción divina y ellas pueden cultivarse para sorprender a los mortales o sucumbir en el arbitrio de las circunstancias. Por ahora lo tuyo ha sido crecer y brillar. Sigue así. Tuya, Refugio Salazar.