Lunes 30 de mayo

Desperté hacia las seis de la mañana y constaté que la televisión funcionaba de nuevo: la recepción de iTélé era mala, pero la de BFM era correcta; por supuesto, todos los programas estaban consagrados a los acontecimientos de la víspera. Los comentaristas subrayaban la extrema fragilidad del proceso democrático: la ley electoral era muy clara y bastaba con que los resultados de un único colegio electoral en toda Francia estuvieran indisponibles para que se invalidaran las elecciones enteras. Subrayaban igualmente que era la primera vez que a un grupúsculo se le ocurría explotar esa debilidad. Tarde por la noche, el primer ministro anunció que se celebrarían nuevas elecciones el domingo siguiente y que, esta vez, todos los colegios electorales estarían bajo la protección del ejército.

Esta vez, empero, los comentaristas estaban en absoluto desacuerdo acerca de las consecuencias políticas de esos acontecimientos y seguí sus argumentos contradictorios durante buena parte de la mañana hasta que bajé al jardín, con un libro en la mano. En tiempos de Huysmans no faltaron conflictos políticos; hubo los primeros atentados anarquistas; hubo, también, la política anticlerical del gobierno del «curita Combes»,[3] cuya violencia hoy parecía inaudita, el gobierno había llegado incluso a ordenar el expolio de los bienes eclesiásticos y la dispersión de las congregaciones. Este último punto afectó personalmente a Huysmans, pues le obligó a abandonar la abadía de Ligugé donde había hallado refugio; ese hecho, sin embargo, ocupaba un mínimo espacio en su obra, las cuestiones políticas en conjunto parecían haberle dejado absolutamente indiferente.

Desde siempre me gustaba ese capítulo de Al revés en el que Des Esseintes, después de proyectar un viaje a Londres inspirado por una relectura de Dickens, se encuentra atrapado en una taberna de la rue d’Amsterdam, incapaz de levantarse de su mesa. «Una inmensa aversión hacia el viaje y una imperiosa necesidad de permanecer tranquilo se imponían…» Al menos había logrado salir de París, al menos había llegado al Lot, me dije contemplando las ramas de los castaños suavemente agitadas por la brisa. Sabía que había llevado a cabo lo más difícil: un viajero solitario suscita primero desconfianza, incluso hostilidad, pero poco a poco la gente se acostumbra, los hoteleros al igual que los restauradores, se dicen que no tienen ante ellos más que a un tipo original e inofensivo.

En efecto, cuando regresé a mi habitación a primera hora de la tarde, la directora del hotel me saludó con relativa efusividad y me informó de que el restaurante volvería a abrir esa noche. Había nuevos clientes, una pareja inglesa de unos sesenta años, el marido tenía aspecto de intelectual, o de universitario, era de esos que indefectiblemente visitan las capillas más remotas, imbatible en arte románico de Quercy y en la influencia de la escuela de Moissac: con personas así no había problema alguno.

Tanto iTélé como BFM seguían debatiendo las consecuencias políticas del aplazamiento de la segunda vuelta de las presidenciales. El comité político del Partido Socialista estaba reunido, el comité político de la Hermandad Musulmana estaba reunido; incluso el comité político de la UMP había creído conveniente reunirse. Los periodistas, multiplicando las conexiones en directo con la rue de Solférino, la rue de Vaugirard y el boulevard Malesherbes, disimulaban de forma bastante lograda el hecho de que no disponían de ninguna información real.

Volví a salir a eso de las cinco de la tarde: la vida parecía resurgir poco a poco en el pueblo, la panadería estaba abierta, los transeúntes atravesaban la place des Consuls; se parecían bastante a cómo me los habría imaginado si hubiera querido representarme a los habitantes de un pueblecito del Lot. En el Café des Sports había poca afluencia, y la curiosidad por la actualidad política parecía haberse apagado: el televisor al fondo de la sala tenía sintonizada Télé Monte-Carlo. Acababa de terminarme la cerveza cuando me pareció reconocer una voz. Me volví: Alain Tanneur, en la caja, estaba pagando unos puritos Café Crème; llevaba bajo el brazo una bolsa de la panadería, de la que sobresalía un pan rústico. El marido de Marie-Françoise se volvió a su vez; su rostro se redondeó con una mímica de sorpresa.

Más tarde, frente a otra cerveza, le expliqué que estaba allí por casualidad y le conté lo que había visto en el área de servicio de Pech-Montat. Me escuchó con atención, sin manifestar verdadera sorpresa.

—Lo sospechaba… —dijo en cuanto acabé mi relato—. Sospechaba que además de los ataques a los colegios electorales había habido enfrentamientos, de los que los medios no han hablado; y seguramente habrá habido muchos más por toda Francia…

Su propia presencia en Martel no era una casualidad: tenía una casa allí, que antes perteneció a sus padres, era hijo de la región, y tenía previsto jubilarse en Martel, ahora ya muy pronto. Marie-Françoise estaba segura de que si ganaba el candidato musulmán no recuperaría su cátedra, no habría ninguna plaza docente para una mujer en una universidad islámica, era una imposibilidad total. ¿Y en cuanto a él, y a su puesto en la DGSI?

—Me han destituido —me dijo con una cólera contenida—. Nos destituyeron el viernes por la mañana, a mí y a todo mi equipo —prosiguió—. Fue todo muy rápido, nos dieron dos horas para desalojar nuestros despachos.

—¿Y sabe por qué?

—¡Oh, sí! ¡Claro que lo sé…! El jueves presenté un informe a mis jefes advirtiéndoles de que había riesgo de que se produjeran incidentes en diversos lugares del territorio; incidentes con el objetivo de impedir el normal desarrollo de las elecciones. Simplemente no hicieron nada; y al día siguiente fui destituido. —Me dejó tiempo para digerir la información y concluyó—: ¿Y bien? ¿A qué conclusiones cree que hay que llegar, en su opinión?

—¿Quiere decir que el gobierno deseaba que el proceso electoral se interrumpiera?

Asintió lentamente con la cabeza.

—No podría probarlo en una comisión de investigación, porque mi informe no era extremadamente preciso. Por ejemplo, estaba convencido, cotejando las notas de mis informadores, de que algo iba a ocurrir en Mulhouse, o en su aglomeración; pero no tenía manera de decir si sería en el colegio electoral Mulhouse 2, Mulhouse 5, Mulhouse 8…, y protegerlos todos hubiera requerido un importante despliegue de medios; y lo mismo ocurría con todos los puntos amenazados. Mis superiores podrían argüir perfectamente que no habría sido la primera vez que la DGSI se mostraba exageradamente alarmista; en resumidas cuentas, que habían corrido un riesgo admisible. Pero mi convicción, se lo repito, es sensiblemente diferente…

—¿Conoce el origen de esas acciones?

—Es exactamente el que puede imaginar.

—¿Los identitarios?

—Los identitarios, sí, por un lado. Y también jóvenes musulmanes yihadistas; por otro lado, justamente.

—¿Y cree que están relacionados con la Hermandad Musulmana?

—No. —Sacudió la cabeza con firmeza—. He pasado quince años de mi vida investigando la cuestión y jamás se ha podido establecer la menor conexión, el menor vínculo. Los yihadistas son salafistas desviados que recurren a la violencia en lugar de confiar en la prédica, pero no dejan de ser salafistas, y para ellos Francia es una tierra impía, dar al-kufr; para la Hermandad Musulmana, al contrario, Francia ya forma potencialmente parte del dar al-islam. Pero sobre todo para los salafistas toda autoridad viene de Dios, el principio mismo de la representación popular es impío, nunca pensarían en fundar ni en apoyar a un partido político. Ahora bien, aunque les fascina la yihad mundial, los jóvenes extremistas musulmanes desean en el fondo la victoria de Ben Abbes; no creen en ella, piensan que el único camino es la yihad, pero no tratarán de evitarla. Y ocurre exactamente lo mismo en lo que respecta al Frente Nacional y a los identitarios. Para los identitarios, la única verdadera vía es la guerra civil, pero algunos simpatizaron con el Frente Nacional antes de radicalizarse y no harán nada que pueda perjudicarlo. Desde su creación, tanto el Frente Nacional como la Hermandad Musulmana eligieron la vía de las urnas; apostaron por llegar al poder respetando las reglas del juego democrático. Lo más curioso…, y hasta puede parecer divertido, es que hace unos días, tanto los identitarios europeos como los yihadistas musulmanes se convencieron, cada uno por su lado, de que el partido contrario iba a ganar, que no les quedaba otra elección que interrumpir el proceso electoral en curso.

—Y, para usted, ¿quién tenía razón?

—De eso no tengo la menor idea. —Por primera vez se relajó y sonrió francamente—. Hay una especie de leyenda, que se remonta a los antiguos servicios de información generales, que pretende que tenemos acceso a sondeos confidenciales que nunca se hacen públicos. Es una bobada… Pero también hay algo de verdad y en cierta medida esa tradición se ha mantenido. Pues bien, en este caso, los sondeos secretos daban exactamente las mismas previsiones que los sondeos oficiales: un cincuenta por ciento para cada uno, hasta el final, con un margen de error de unas décimas de punto…

Pedí dos cervezas más.

—Tiene que venir a cenar a casa —dijo Tanneur—. Marie-Françoise se alegrará de verle. Sé que está muy molesta por tener que abandonar su puesto en la universidad. A mí me da igual, porque de todas maneras solo me faltaban dos años para jubilarme… Evidentemente, las cosas se han acabado de una manera un poco desagradable; pero cobraré íntegramente mi pensión, seguro, y sin duda una gratificación excepcional, creo que harán cuanto esté en sus manos para evitar que les cause problemas.

El camarero nos trajo las cervezas y un bol de aceitunas: ahora había más gente en el bar, personas que hablaban en voz muy alta, visiblemente todos se conocían y algunos saludaban a Tanneur al pasar cerca de nuestra mesa. Picoteé dos aceitunas, titubeando: había algo en la sucesión de acontecimientos que se me escapaba; al fin y al cabo, podía hablarle de ello, quizá tendría alguna idea al respecto, parecía tener ideas sobre muchas cosas; lamenté no haber prestado hasta el momento más que una atención anecdótica, superficial, a la vida política.

—Lo que no entiendo… —dije después de un trago de cerveza— es qué esperaba la gente que ha asaltado los colegios electorales. Porque de todas formas las elecciones se van a celebrar igual, dentro de una semana, bajo protección del ejército; y la correlación de fuerzas no ha variado, así que el resultado seguirá siendo incierto. A menos, tal vez, que se llegue a demostrar que los responsables de los incidentes son los identitarios, en cuyo caso la Hermandad Musulmana se verá beneficiada; o que, al contrario, han sido los musulmanes, y eso beneficiaría al Frente Nacional.

—No, se lo puedo decir con toda certeza: es improbable que se pueda demostrar nada, ni en un sentido ni en otro; y nadie lo intentará. Por el contrario, ocurrirán cosas en el terreno político, sin duda muy pronto, probablemente a partir de mañana. Una primera hipótesis es que la UMP se decida a sellar una alianza electoral con el Frente Nacional. La UMP puede que ya no sea gran cosa, están cayendo en picado, pero aún puede inclinar la balanza y ser decisiva.

—No lo sé, ya no me parece muy probable; creo que si tenía que pasar, ya hubiera ocurrido hace muchos años.

—¡Tiene toda la razón…! —exclamó con una gran sonrisa—. Al principio, el Frente Nacional estaba dispuesto a cualquier cosa para aliarse con la UMP, para sumarse a una mayoría de gobierno: y luego poco a poco fue creciendo y subiendo en los sondeos; entonces empezó a entrarle miedo a la UMP. No a su populismo, ni a su supuesto fascismo, pues los dirigentes de la UMP no tendrían inconveniente alguno en tomar ciertas medidas de seguridad o xenófobas que de todas formas su electorado, o lo que queda de él, desea masivamente; pero, ateniéndonos a los hechos, la UMP es ahora de lejos el partido más débil de la alianza; y tienen miedo, de llegar a un acuerdo, de verse simplemente aniquilados, absorbidos por su socio. Además está Europa, y ese es el punto fundamental. La verdadera agenda de la UMP, al igual que la del PS, es la desaparición de Francia, su integración en un conjunto federal europeo. Sus votantes, evidentemente, no aprueban ese objetivo, pero los dirigentes han logrado, desde hace años, silenciar la cuestión. Si establecieran una alianza con un partido abiertamente antieuropeo no podrían perseverar en esa actitud; y la alianza no tardaría en saltar por los aires. Por eso me decanto más por una segunda hipótesis: la creación de un frente republicano, en el que la UMP se aliaría, al igual que el PS, con la candidatura de Ben Abbes, a condición, por supuesto, de una representación suficiente en el gobierno y de acuerdos para las próximas elecciones legislativas.

—También me parece difícil o, por lo menos, muy sorprendente.

—¡Una vez más lleva usted razón…! —Sonrió de nuevo y se frotó las manos, visiblemente todo eso le divertía mucho—. Pero es difícil por otra razón: es difícil porque es sorprendente; porque no se ha visto nunca, por lo menos desde la Liberación. Hace tanto tiempo que el juego político se basa en la oposición entre derecha e izquierda que nos parece imposible salir de eso. Sin embargo, en el fondo, no hay ninguna diferencia real; lo que separa a la UMP de la Hermandad Musulmana es incluso menos de lo que la separa del Partido Socialista. Hablamos de ello, recuerdo, en nuestro primer encuentro: si el Partido Socialista ha cedido finalmente sobre Educación, si ha llegado a un acuerdo con la Hermandad Musulmana, si su corriente antirracista ha logrado imponerse internamente sobre su corriente laicista, es porque estaban entre la espada y la pared, se hallaban en el fondo del agujero. Las cosas serán más fáciles para la UMP, pues aún está más cerca de la desintegración y nunca ha concedido la menor importancia a la educación, hasta el propio concepto le es extraño. Por el contrario, la UMP y el PS tienen que acostumbrarse a la idea de gobernar juntos; y para ellos eso es algo absolutamente nuevo, es exactamente lo contrario a todo aquello en lo que se basa su posición desde su entrada en política.

»Queda, por supuesto, una tercera posibilidad, y es que no pase nada; que no se llegue a ningún acuerdo y que la segunda vuelta se desarrolle exactamente con las mismas posiciones, y con la misma incertidumbre. En cierto sentido, es lo más probable, pero a la vez es muy inquietante. En primer lugar, nunca ha habido un resultado tan incierto en la historia de la Quinta República; y, sobre todo, ninguna de las dos formaciones que siguen presentes tienen experiencia en las responsabilidades de gobierno, ni en el ámbito nacional ni siquiera en el local; son, en materia política, unos absolutos aficionados.

Se acabó la cerveza y me miró con unos ojos en los que brillaba la inteligencia. Debajo de su chaqueta príncipe de Gales llevaba un polo; era condescendiente, sin ilusiones y sagaz; muy probablemente debía de estar suscrito a Historia; me imaginaba una colección de números de Historia encuadernados, en una estantería al lado de la chimenea; probablemente al lado de obras más especializadas, del tipo los entresijos de la África francófona o la historia de los servicios secretos después de la Segunda Guerra Mundial; sin duda los autores de esos libros ya le habrían entrevistado, o lo harían próximamente, en su retiro de Quercy; debería guardar silencio sobre algunos temas y se sentiría autorizado a hablar acerca de otros.

—Entonces, ¿quedamos mañana por la noche? —preguntó después de hacerle una señal al camarero para pagar—. Iré a buscarle al hotel; Marie-Françoise estará encantada, se lo aseguro.

Anochecía en la place des Consuls, y el sol poniente teñía la piedra rubia con brillos leonados: estábamos frente al palacio de la Raymondie.

—Es un pueblo antiguo, ¿verdad? —le pregunté.

—Muy antiguo. Y no se llama Martel por casualidad… Todo el mundo sabe que Carlos Martel derrotó a los árabes en Poitiers en 732 y detuvo así la expansión musulmana hacia el norte. Fue en efecto una batalla decisiva que marca el verdadero inicio de la cristiandad medieval; pero las cosas no fueron tan tajantes, los invasores no se replegaron inmediatamente, y Carlos Martel siguió peleando contra ellos durante unos años en Aquitania. En 743 obtuvo una nueva victoria cerca de aquí y en señal de agradecimiento decidió edificar una iglesia; llevaba su blasón, tres martillos entrecruzados. El pueblo se construyó alrededor de esa iglesia, que luego fue destruida, y edificada de nuevo en el siglo XIV. Es cierto que hubo muchísimas batallas entre la cristiandad y el islam, luchar ha sido desde siempre una de las grandes actividades humanas, la guerra es «por naturaleza», como decía Napoleón, pero creo que ha llegado el momento de cerrar un pacto, una alianza, con el islam.

Le tendí la mano para despedirme. Exageraba un poco su papel de veterano de los servicios secretos, de viejo sabio jubilado, etc., pero a fin de cuentas le habían destituido recientemente y era comprensible que necesitara tiempo para acostumbrarse a su nuevo personaje. En cualquier caso me alegraba de la invitación a su casa al día siguiente, era seguro que el oporto sería de buena calidad y la cena también me inspiraba confianza, no era una persona que se tomara la gastronomía a la ligera.

—No deje de ver la televisión mañana, siga la actualidad política —me dijo justo antes de marcharse—. Me apuesto lo que quiera a que pasará algo.