Al salir de mi clase (¿por qué Jean Lorrain, aquel marica asqueroso que se proclamaba a sí mismo enfilanthrope,[1] podía interesarles a las dos vírgenes en burka?, ¿estaban al corriente sus padres del contenido exacto de sus estudios?, la literatura tenía las espaldas muy anchas) me encontré con Marie-Françoise, que propuso que almorzáramos juntos. Iba a ser, decididamente, un día de vida social.

Aquella vieja bruja divertida, extremadamente ávida de habladurías, me caía bien; su antigüedad como profesora y su posición en ciertos comités consultivos daban a sus habladurías más peso, y contenido, que a las que podían llegar a oídos del insignificante Steve. Optó por un restaurante marroquí en la rue Monge: iba a ser, también, un día halal.

La Delouze atacó en el momento en que el camarero nos servía los platos, estaba a punto de saltar. El Consejo Nacional de Universidades, que se reuniría a primeros de junio, probablemente nombraría a Robert Rediger para reemplazarla.

Eché un rápido vistazo a mi tajín de cordero y alcachofas antes de aventurar, por si acaso, un alzamiento de cejas sorprendido.

—Sí —dijo—, ya sé que parece algo muy gordo pero no son solo rumores, me han llegado informaciones muy precisas.

Me disculpé para ir al baño y consultar allí discretamente mi smartphone, ahora todo se puede encontrar en Internet, y una búsqueda de apenas dos minutos me informó de que Robert Rediger era célebre por su postura propalestina, y que había sido uno de los principales artífices del boicot a los universitarios israelíes; me lavé cuidadosamente las manos antes de reunirme de nuevo con mi colega.

De todas formas mi tajín se había enfriado un poco, era una lástima.

—¿No van a esperar a las elecciones para hacer eso? —pregunté después de probar un primer bocado, me pareció una buena pregunta.

—¿Las elecciones? ¿Por qué las elecciones? ¿En qué van a cambiar las cosas?

Al parecer, mi pregunta no era tan buena.

—Pues no sé, pero de todas formas las presidenciales son dentro de tres semanas…

—Ya sabes que está cantado, pasará como en 2017, el Frente Nacional llegará a la segunda vuelta y la izquierda será reelegida, no veo por qué el CNU iba a quedarse de brazos cruzados esperando a las elecciones.

—De todas formas, falta ver el resultado de la Hermandad Musulmana, que es impredecible, y si supera la barrera simbólica del veinte por ciento puede influir en la correlación de fuerzas…

Esa afirmación era por supuesto una sandez, los votantes de la Hermandad Musulmana procederían en un 99 % del Partido Socialista, y eso no cambiaría en ningún caso el resultado, pero las palabras correlación de fuerzas siempre imponen en una conversación, hacen que uno parezca lector de Clausewitz y de Sun Tzu, y también estaba bastante contento con barrera simbólica, en todo caso Marie-Françoise asintió con la cabeza como si yo acabara de expresar una idea y sopesó, largamente, las consecuencias en la composición de las altas instancias universitarias de una eventual entrada de la Hermandad Musulmana en el gobierno, su inteligencia combinatoria se ejercitaba, y en realidad yo ya no la escuchaba, observaba el desfile de hipótesis en su rostro agudo y viejo; algún interés hay que tener en esta vida, me dije, y me pregunté en qué podría interesarme yo de confirmarse mi abandono de la vida amorosa, quizá podría asistir a clases de enología o coleccionar maquetas de aviones.

Mi tarde de seminario fue agotadora, los doctorandos en conjunto eran agotadores, mientras para ellos comenzaba a haber algo en juego, para mí ya no había nada, aparte de elegir el plato indio que calentaría en el microondas por la noche (¿Chicken Biryani? ¿Chicken Tikka Masala? ¿Chicken Rogan Josh?) mientras veía el debate político en France 2.

Esa noche era el turno de la candidata del Frente Nacional, que declaraba su amor por Francia («¿pero qué Francia?», le replicaban sin gran pertinencia comentaristas de centro izquierda), y me pregunté si mi vida amorosa se había acabado verdaderamente, en el fondo no era tan seguro, durante buena parte de la velada estuve tentado de telefonear a Myriam, tenía la impresión de que no me había reemplazado, me había cruzado con ella varias veces en la facultad y me había dirigido una mirada que se podía calificar de intensa, pero lo cierto era que su mirada siempre era intensa, incluso cuando se trataba de elegir un acondicionador para el cabello, no tenía que darle tantas vueltas, quizá sería mejor que me decantara por un compromiso político, los militantes de los diferentes partidos vivían en ese periodo electoral unos momentos intensos mientras yo me marchitaba, eso era incontestable.

«Bienaventurados aquellos a quienes satisface la vida, los que se divierten, los que están contentos», así abre Maupassant el artículo que escribió sobre Al revés en Gil Blas. La historia literaria en general ha sido dura con la escuela naturalista, Huysmans fue glorificado por haberse liberado de su yugo y, sin embargo, el artículo de Maupassant es mucho más profundo y sensible que el que Bloy escribió en la misma época en Le chat noir. Incluso las objeciones de Zola, al releerlas, parecen bastante sensatas; es cierto que Des Esseintes, psicológicamente, es el mismo de la primera a la última página, que en ese libro no ocurre nada y ni siquiera podría ocurrir, que en cierto sentido la acción es nula; no es menos cierto que Huysmans no podía en ningún caso continuar Al revés, que esa obra maestra era un callejón sin salida; ¿pero no es ese el caso de todas las obras maestras? Después de semejante libro, Huysmans ya no podía ser un naturalista y eso fue sobre todo lo que retuvo Zola, al contrario que Maupassant, más artista, que valoraba en primer lugar la obra maestra. Expuse esas ideas en un breve artículo para el Journal des dix-neuvièmistes que me distrajo durante unos días, más que la campaña electoral, pero no me evitó en absoluto volver a pensar en Myriam.

En los tiempos no tan lejanos de su adolescencia debió de ser una encantadora pequeña gótica, antes de convertirse en una chica con clase de cabello moreno con un corte paje, piel muy blanca, ojos oscuros; con clase pero sobriamente atractiva; y, sobre todo, las promesas de su erotismo discreto se cumplían con creces. El amor en el hombre no es más que agradecimiento por el placer que se le ha dado, y nunca nadie me había dado tanto placer como Myriam. Podía contraer el coño a voluntad (despacio, con lentas presiones irresistibles, o con pequeñas sacudidas enérgicas y traviesas); contoneaba su culito con una gracia infinita antes de ofrecérmelo. En cuanto a sus felaciones, no había conocido nada semejante, abordaba cada felación como si fuera la primera y pudiera ser la última de su vida. Cada una de sus felaciones habría bastado para justificar la vida de un hombre.

Acabé llamándola, después de titubear aún unos días; convinimos en vernos esa misma noche.