A los antiguos ligues se les sigue tuteando, es la costumbre, pero se sustituye el morreo por los besos en las mejillas. Myriam llevaba una falda corta y negra, medias también negras, la invité a mi casa, no tenía muchas ganas de ir a un restaurante, ella miró con curiosidad la habitación y luego se repantigó en el sofá, su falda era realmente muy corta y se había maquillado, le pregunté si le apetecía beber algo, un bourbon si tienes, me dijo.

—Has cambiado algo… —bebió un trago—, pero no sé decir qué.

—Las cortinas.

Había instalado unas dobles cortinas, naranja y ocre, con motivos vagamente étnicos. También había comprado una pieza de tela a juego que cubría el sofá.

Se volvió, arrodillándose sobre el sofá para examinar las cortinas.

—Son bonitas —concluyó finalmente—, muy bonitas, incluso. Siempre has tenido gusto. Vamos, para ser un machista —matizó. Volvió a sentarse en el sofá y se situó frente a mí—. ¿Te molesta que te llame machista?

—No lo sé, quizá sea verdad, debo de ser una especie de machista aproximativo; en realidad nunca he estado convencido de que sea buena idea que las mujeres puedan votar, estudiar lo mismo que los hombres, acceder a las mismas profesiones, etcétera. La verdad es que nos hemos acostumbrado a ello, pero ¿seguro que es una buena idea?

Entornó los ojos, sorprendida, y durante unos segundos tuve la impresión de que se planteaba verdaderamente la cuestión y, de golpe, también yo me la planteé por un breve instante, antes de darme cuenta de que no tenía respuesta a esa pregunta, como no la tenía para ninguna otra.

—Estás a favor del patriarcado, ¿verdad?

—Sabes que no estoy «a favor de nada», pero el patriarcado por lo menos tenía el mérito de existir, me refiero a que como sistema social perseveraba en su ser, había familias con hijos, que reproducían a grandes rasgos el mismo esquema, en resumidas cuentas funcionaba; así ya no hay hijos, o sea que no funciona.

—Sí, en teoría eres un machista, no cabe duda. Pero tienes gustos literarios refinados: Mallarmé, Huysmans, y eso te aleja del machista de base. Añado a eso una sensibilidad femenina, anormal, para los tejidos para la decoración del hogar. Por el contrario, siempre vistes como un garrulo. Un personaje de machista grunge podría tener cierta credibilidad; pero no te gustan los ZZ Top, siempre has preferido a Nick Drake. En resumidas cuentas, eres una personalidad paradójica.

Me serví más bourbon antes de responderle. La agresión a menudo disimula un deseo de seducción, lo leí en Boris Cyrulnik, y Boris Cyrulnik es un peso pesado, un tipo listo, un tío que sabe mucho de psicología, un Konrad Lorenz de los humanos en cierta forma. Además, ella había abierto un poco los muslos aguardando mi respuesta, eso era lenguaje corporal, estábamos en el terreno de lo real.

—No hay ninguna paradoja, el problema es que utilizas la psicología de las revistas femeninas, que no es más que una tipología de consumidores: el burgués bohemio eco-responsable, la burguesa show off, la discotequera gay friendly, el satanic geek, el tecno zen, cada semana se inventan alguna. Yo no correspondo exactamente a ningún perfil de consumidor inventariado, eso es todo.

—Podríamos…, la noche en que volvemos a vernos podríamos intentar decirnos cosas agradables, ¿no crees? —Esta vez había en su voz un desgarro que me incomodó.

—¿Tienes hambre? —pregunté para aliviar la tensión, no, ella no tenía hambre pero al fin y al cabo siempre se acaba comiendo—. ¿Te apetece comer sushi? —Evidentemente aceptó, la gente siempre acepta cuando se le ofrece sushi, tanto los gastrónomos más exigentes como las mujeres preocupadas por su línea, hay una especie de consenso universal alrededor de esa amorfa yuxtaposición de pescado crudo y arroz blanco, tenía el folleto de un servicio de sushi a domicilio y ya leerlo era un fastidio, entre el wasabi el maki y el salmon roll no entendía nada y no me apetecía entender nada, así que opté por un menú combinado B3 y telefoneé para encargarlo, al fin y al cabo quizá hubiera sido mejor ir al restaurante, después de colgar puse a Nick Drake. Siguió un silencio prolongado que rompí, bastante estúpidamente, preguntándole cómo le iban los estudios. Me miró con reproche y respondió que le iban bien y que pensaba hacer un máster de edición. Con alivio pude cambiar a un tema de orden general, que además validaba su plan de carrera: mientras la economía francesa seguía cayendo a pedazos la edición iba bien, daba beneficios crecientes, era incluso sorprendente y parecía como si en su desesperación a la gente solo le quedara la lectura.

—A ti tampoco parece irte muy bien. Pero la verdad es que siempre me has dado esa impresión… —dijo ella sin animosidad, tristemente incluso.

Qué podía responderle a eso, no era muy discutible.

—¿Tan deprimido parezco? —pregunté después de un nuevo silencio.

—No, deprimido no, pero en cierto sentido es peor, en ti siempre hay una especie de honestidad anormal, una incapacidad para esos compromisos que, a fin de cuentas, le permiten a la gente vivir. Por ejemplo, pongamos que tengas razón acerca del patriarcado, que sea la única fórmula viable. Sin embargo, he estudiado, me he acostumbrado a considerarme un ser individual, una persona dotada de una capacidad de reflexión y de decisión iguales a las del hombre, así que ¿qué hacemos ahora conmigo? ¿Soy prescindible?

La respuesta correcta era probablemente «Sí», pero callé, después de todo quizá yo no fuera tan honesto. El sushi aún no había llegado. Me serví otra copa de bourbon, era ya la tercera. Nick Drake seguía evocando a chicas puras, a antiguas princesas. Y yo seguía sin tener ganas de hacerle un hijo, ni de compartir las tareas ni de comprar una mochila portabebés. Ni siquiera me apetecía follar, en fin, sí me apetecía un poco follar, pero a la vez también me apetecía un poco morir, ya no sabía muy bien qué me apetecía, en resumidas cuentas, empezaba a sentir unas leves náuseas, ¿qué coño estaban haciendo los de Rapid’Sushi, mierda? En ese preciso momento debería haberle pedido que me la chupara, eso hubiera podido ofrecer una segunda oportunidad a nuestra pareja, pero dejé que la incomodidad se instalara y aumentara de segundo en segundo.

—Bueno, será mejor que me marche… —dijo ella después de un silencio de al menos tres minutos.

Nick Drake acababa de terminar sus lamentaciones, íbamos a pasar a los eructos de Nirvana, y corté el sonido antes de responder:

—Si quieres…

—Lo siento mucho, de verdad, siento mucho que estés así, François —me dijo ella en el recibidor, ya se había puesto el abrigo—, me gustaría hacer algo, pero no veo qué, no me dejas ninguna posibilidad. —Volvimos a besarnos en las mejillas, no creía que lográramos superarlo.

El sushi llegó unos minutos después de que se marchara. Había mucho.