La rue du Cardinal Mercier, silenciosa y desierta, acababa sin salida en una fuente rodeada de columnas. A cada lado, unos porches macizos coronados con cámaras de vigilancia daban a unos patios arbolados. Lempereur apoyó el índice contra una pequeña placa de aluminio, que debía de ser un dispositivo de identificación biométrica; una persiana metálica se levantó en el acto frente a nosotros. En el fondo del patio, medio oculto por los plátanos, distinguí un pequeño palacete, señorial y elegante, típicamente Segundo Imperio. Me pregunté: ¿cómo puede permitirse vivir en un lugar así? Seguro que no es gracias a su sueldo de profesor en el primer escalón.

No sé por qué pero imaginaba a mi joven colega viviendo en un decorado minimalista, depurado, con mucho blanco. El mobiliario por el contrario era perfectamente conforme al estilo del edificio: tapizado de seda y terciopelo, el salón estaba lleno de asientos confortables, de veladores decorados con marquetería y nácar; un cuadro muy grande de estilo pompier, que probablemente era un Bouguereau auténtico, colgaba sobre una chimenea muy trabajada. Me acomodé en una otomana tapizada con un reps verde botella y acepté un aguardiente de pera.

—Podemos intentar saber qué pasa, si quiere… —me propuso al servirme.

—No, ya sé que en las cadenas de noticias no dirán nada. En la CNN quizá, si tiene parabólica.

—Lo he intentado estos últimos días; nada en la CNN, nada en YouTube tampoco, pero eso ya me lo esperaba. En RuTube a veces pasan algunas imágenes, de gente que filma con el móvil; pero es muy aleatorio, y ahí no he encontrado nada.

—No entiendo por qué han decidido ese silencio total; no entiendo qué pretende el gobierno.

—En mi opinión, está muy claro: tienen mucho miedo de que el Frente Nacional gane las elecciones. Y cualquier imagen de violencia urbana supone más votos para el Frente Nacional. Ahora es la extrema derecha la que intenta que la situación se caldee. Evidentemente, los tíos de los suburbios reaccionan a la mínima, pero, si se fija, cada vez que las cosas se han salido de madre estos últimos meses, había en el inicio una provocación antiislam: una mezquita profanada, una mujer obligada a quitarse el nicab bajo amenazas o alguna otra cosa por el estilo.

—¿Y cree que detrás de eso está el Frente Nacional?

—No. No pueden permitírselo. Las cosas no funcionan así. Digamos… digamos que hay conexiones.

Apuró su copa, volvió a servirnos y calló. El Bouguereau sobre la chimenea representaba a cinco mujeres en un jardín —unas vestidas con túnicas blancas, las otras casi desnudas— rodeando a un niño desnudo, de cabello rizado. Una de las mujeres desnudas se tapaba los senos con las manos; otra no podía, sostenía un ramo de flores silvestres. Sus senos eran bonitos y el artista había resuelto perfectamente los drapeados. El cuadro tenía más de un siglo y me parecía muy lejano, la primera reacción era quedarse boquiabierto ante ese objeto incomprensible. Lenta, progresivamente, uno podía intentar ponerse en la piel de esos burgueses del siglo XIX, esos notables con levita para los que se pintó ese cuadro; al igual que ellos, ante esas desnudeces griegas se podían sentir las primicias de una conmoción erótica, pero era un viaje en el tiempo trabajoso, difícil. Maupassant, Zola e incluso Huysmans tenían un acceso mucho más inmediato. Probablemente hubiera debido hablar de eso, de ese extraño poder de la literatura, y sin embargo decidí continuar hablando de política, tenía ganas de saber más y él parecía saber más, o esa era la impresión que daba.

—Ha simpatizado usted con los movimientos identitarios, ¿verdad? —Mi tono fue perfecto, de hombre de mundo interesado, simplemente curioso, de neutralidad condescendiente con una pizca de elegancia.

Sonrió francamente, sin reservas.

—Sí, sé que el rumor ha corrido por la facultad. Es cierto que pertenecí a un movimiento identitario, hace unos años, cuando preparaba mi tesis. Eran identitarios católicos, a menudo realistas, nostálgicos, sobre todo románticos, y también alcohólicos en la mayoría de los casos. Pero las cosas han cambiado mucho, perdí el contacto con ellos y creo que si fuera a una reunión ya no reconocería nada.

Callé metódicamente: cuando uno calla metódicamente mirando con fijeza a los ojos del interlocutor, dando la impresión de estar bebiendo sus palabras, las personas hablan. Les gusta que las escuches, es algo que saben todos los investigadores; todos los investigadores, todos los escritores y todos los espías.

—Verá —prosiguió—, el Bloque Identitario era cualquier cosa menos un bloque, estaba dividido en múltiples facciones que se entendían mal y se llevaban peor: católicos, solidaristas ligados a la tercera vía, realistas, neopaganos, laicos puros y duros procedentes de la extrema izquierda… Pero todo cambió con la creación de los Indígenas Europeos. Al principio se inspiraban en los Indígenas de la República, predicando justo lo contrario, y lograron transmitir un mensaje claro e integrador: somos los indígenas de Europa, los primeros ocupantes de esta tierra, y rechazamos la colonización musulmana; rechazamos igualmente las empresas norteamericanas y la compra de nuestro patrimonio por los nuevos capitalistas llegados de la India, China, etcétera. Citaban astutamente a Jerónimo, Cochise y Toro Sentado; y, sobre todo, su página en Internet era muy innovadora gráficamente, con unas animaciones cautivadoras y una música marchosa, y eso atrajo a un público nuevo, un público de jóvenes.

—¿Piensa realmente que quieren provocar una guerra civil?

—No cabe la menor duda. Le enseñaré un texto aparecido en Internet…

Se puso en pie, fue a la habitación contigua. Desde que habíamos entrado en su salón parecían haber cesado los ruidos de disparos, pero no estaba seguro de que pudieran oírse desde su casa, porque aquella calle sin salida era muy tranquila.

Regresó y me tendió una decena de hojas grapadas, impresas en caracteres pequeños: el documento estaba, en efecto, claramente titulado: «PREPARAR LA GUERRA CIVIL».

—Bueno, hay muchos del mismo estilo, pero este es uno de los más sintéticos, con las estadísticas más fiables. Hay bastantes cifras, porque examinan el caso de veintidós países de la Unión Europea, pero las conclusiones son las mismas en todas partes. Para resumir su tesis, la trascendencia es una ventaja selectiva: las parejas que se reconocen en una de las tres religiones del Libro, las que mantienen los valores patriarcales, tienen más hijos que las parejas ateas o agnósticas; las mujeres tienen menos educación, y el hedonismo y el individualismo tienen menor peso. Además, la trascendencia es en buena medida un carácter genéticamente transmisible y las conversiones o el rechazo de los valores familiares solo tienen una importancia marginal: en la inmensa mayoría de los casos, las personas permanecen fieles al sistema metafísico en el que han sido educadas. El humanismo ateo, sobre el que reposa el «vivir juntos» laico está por lo tanto condenado a corto plazo, pues el porcentaje de la población monoteísta está destinado a aumentar rápidamente y tal es el caso en particular de la población musulmana, sin tener siquiera en cuenta la inmigración, lo que acentuará aún más el fenómeno. Para los identitarios europeos está claro que, tarde o temprano, estallará necesariamente una guerra civil entre los musulmanes y el resto de la población. Concluyen que si quieren tener alguna posibilidad de ganar esa guerra es mejor que estalle cuanto antes, en cualquier caso antes de 2050 y, preferentemente, mucho antes.

—Me parece lógico…

—Sí, en el plano político y militar a buen seguro tienen razón. Queda por saber si han decidido pasar a la acción ahora, y en qué países. El rechazo hacia los musulmanes es casi igual de fuerte en todos los países europeos; pero Francia es un caso muy particular, debido a su ejército. El ejército francés sigue siendo uno de los primeros ejércitos del mundo, todos los sucesivos gobiernos han mantenido esa política incluso a pesar de los recortes presupuestarios; por ello ningún movimiento insurreccional puede esperar vencer si el gobierno decide ordenar la intervención del ejército. La estrategia es, por lo tanto, forzosamente diferente.

—¿Es decir?

—Las carreras militares son carreras cortas. Actualmente, las fuerzas armadas francesas, el ejército de tierra, el del aire y la marina sumados, cuentan con unos efectivos de trescientos treinta mil hombres, si se incluye también a la gendarmería. El reclutamiento anual es de unas veinte mil personas; eso quiere decir que en poco más de quince años el conjunto de los efectivos del ejército francés se habrá renovado completamente. Si los jóvenes militantes identitarios, y casi todos ellos son jóvenes, se inscribieran masivamente en las convocatorias de alistamiento de las fuerzas armadas, podrían tomar el control ideológico de las mismas en un tiempo relativamente breve. Es la línea mantenida, desde el principio, por la rama política del movimiento; y eso fue lo que provocó hace dos años la ruptura con la rama militar, partidaria del paso inmediato a la lucha armada. Creo que la rama política mantendrá el control y que la rama militar solo atraerá a algunos marginados procedentes de la delincuencia y fascinados por las armas; pero la situación podría ser diferente en otros países, en particular en Escandinavia. La ideología multiculturalista es aún más opresiva en Escandinavia que en Francia, y los militantes identitarios son numerosos y aguerridos; y por otro lado, el ejército solo tiene unos efectivos insignificantes, quizá sería incapaz de hacer frente a unos disturbios importantes. Sí, si próximamente se desencadena una insurrección general en Europa, tal vez vendrá de Noruega o de Dinamarca; Bélgica y Holanda también son zonas potencialmente muy inestables.

Hacia las dos de la madrugada todo parecía haberse calmado y encontré fácilmente un taxi. Felicité a Lempereur por la calidad de su aguardiente de pera, pues prácticamente nos habíamos acabado la botella. Por supuesto, y como todo el mundo, hacía años, décadas incluso, que oía hablar de esos temas. La expresión «Después de mí el diluvio» se atribuye a veces a Luis XV y a veces a su amante Madame de Pompadour. Resumía bastante bien mi estado de espíritu, pero era la primera vez que me rondaba una idea inquietante: el diluvio, finalmente, podría llegar antes de mi propio fallecimiento. Evidentemente no esperaba tener un final de vida feliz, no había razón alguna para que no me alcanzara el duelo, la enfermedad y el sufrimiento; pero hasta el momento había esperado dejar este mundo sin una violencia desmesurada.

¿Era él demasiado alarmista? Desgraciadamente no lo creía así; ese muchacho me había dado una impresión de gran seriedad. Al día siguiente por la mañana hice una búsqueda en RuTube, pero no había nada relativo a la place de Clichy. Solo di con un vídeo bastante espantoso, aunque no comportara ningún elemento violento: una quincena de tipos enteramente vestidos de negro, enmascarados, con pasamontañas, armados con metralletas, se habían desplegado en una formación en V y avanzaban lentamente en un decorado urbano que evocaba la Dalle d’Argenteuil. No era ciertamente un vídeo filmado con un móvil: la nitidez era excelente y se había añadido un efecto de cámara lenta. Ese vídeo estático, imponente, rodado en un ligero contrapicado, no tenía otro objetivo que afirmar una presencia, la toma de control de un territorio. En caso de conflicto étnico a mí me pondrían automáticamente en el bando de los blancos y, por primera vez, al salir a hacer la compra, agradecí a los chinos haber sabido evitar la instalación de negros y árabes desde los orígenes del barrio, y en general cualquier instalación de personas que no fueran chinas, con la excepción de algunos vietnamitas.

De todas formas, era más prudente prever una posición de repliegue, en caso de que las cosas degeneraran rápidamente. Mi padre vivía en un chalet en el macizo de los Écrins, desde hacía poco había encontrado una nueva compañera (al menos yo no lo había sabido hasta hacía poco). Mi madre se deprimía en Nevers, y no tenía más compañía que su bulldog francés. Hacía unos diez años que no tenía muchas noticias suyas. Aquellos dos frutos del baby boom siempre habían hecho gala de un implacable egoísmo y nada me hacía suponer que fueran a acogerme con benevolencia. A veces me venía a la mente si volvería a ver a mis padres antes de su muerte, pero la respuesta siempre era negativa, y no creía siquiera que una guerra pudiera arreglar las cosas, encontrarían un pretexto para no alojarme; respecto a esa cuestión, nunca les habían faltado pretextos. Aparte tenía amigos, varias personas, aunque a decir verdad no tantas, había perdido un poco el contacto: estaba Alice, a la que sin duda podía considerar una amiga. En conjunto, desde mi separación de Myriam, estaba extremadamente solo.