32

¡Alexander! Angélica gritaba mentalmente una y otra vez mientras el dolor le atenazaba la garganta.

Serguéi apartó los dientes de su suave piel y la dejó caer al suelo. La muy zorra había luchado con más energía de la que esperaba y le había roto su camisa favorita.

—¡Puta despreciable!

Angélica gimió cuando Serguéi le asió la ropa y se la rasgó. El desgarrón dejó al descubierto una fina enagua blanca, pero ella apenas se dio cuenta. El dolor de la garganta era lo único en que podía pensar. No notó la hierba fría y húmeda bajo sus pies, ni el sonido distante de la música.

En el jardín habían puesto luces aquí y allá, iluminando flores y fuentes, pero tampoco las veía.

Solo era consciente del dolor.

Unas manos crueles asieron la parte superior de su enagua. Angélica sintió sus agudas uñas arañando su piel cuando comenzó a rasgarla.

—¿Qué haces?

Angélica levantó los ojos al oír aquella voz familiar, tratando de ver más allá de la alta figura de Serguéi.

—Dejarla inerme para que no haya posibilidad de que lo estropees esta vez —dijo Serguéi por encima del hombro.

—Déjala, no va a escapar, —para sorpresa de Angélica, Serguéi la soltó y se hizo a un lado para dirigirse a la figura envuelta en sombras.

—Vamos, rápido, mátala y vuelve a la fiesta. Pronto notarán el olor a sangre y vendrán a ver qué pasa.

Angélica vio el brillo de un objeto afilado cuando el asesino cruzó un rayo de luz.

—¿Por… por qué? —dijo Angélica, con la sangre resbalándole aún por el cuello, mirando aturdida a la mujer del vestido de baile verde.

—He rezado. He rezado por no tener que hacer esto precisamente este día, pero me has decepcionado, Angélica. Debería haber supuesto que te convertirías en lo que era tu padre, ¡un monstruo!

Angélica ni se dio cuenta de que Serguéi se había marchado; solo veía unos puntos negros ante los ojos.

—No lo entiendo, tía Dewberry, por favor. Necesito un médico…

Una risa grotesca resonó en su aturdida mente cuando Lady Dewberry se arrodilló junto a su oído.

—Tu padre no desapareció, Angélica. Yo lo maté. Lo maté porque era un vampiro. ¡Y ahora voy a matarte a ti, porque tú también eres un monstruo!

Angélica vio el cuchillo que su tía elevaba por encima de su cabeza hasta sumirse en la oscuridad que había tras ella.

Alexander saltó de la terraza y corrió por el jardín en sombras. El aroma a sangre era fuerte, pero el rastro de Serguéi se debilitaba con rapidez. Intentó no reconocer el dulce aroma de la piel de Angélica mientras se acercaba a un rincón especialmente oscuro, pero no podía evitarlo.

Al verla tendida sobre la hierba, sangrando por el cuello, se le nubló la mente.

—Angélica —dijo con voz ronca. Vio que estaba consciente, aunque apenas. Reconoció el brillo del miedo en sus ojos, pero no podía hacer nada. ¡Nada!

—Voy a llevarte al médico, amor mío. Te pondrás bien, no te preocupes.

—Aaa… —Angélica trataba de hablar, pero solo le salía un gruñido.

—No, cariño, descansa… —se interrumpió al oír un grito, seguido de un dolor agudo en su pecho. Alexander miró los ojos aterrorizados de Angélica y luego bajó la mirada hacia la larga daga que le sobresalía del pecho.

—¡Muere, bastardo! —El enfermizo chillido de Lady Dewberry resonó en los jardines y en los oídos de Alexander.

—A…, lex… —dijo Angélica, alargando las manos hacia su cara mientras las lágrimas bañaban sus mejillas.

Alexander asió la empuñadura del cuchillo y se lo arrancó de un tirón.

—¡No! —exclamó Lady Dewberry, acercándose a él y tratando de recuperar el cuchillo para poder apuñalarle hasta estar segura de su muerte. Alexander estaba inmóvil; la única parte de su cuerpo que se movía era la mano derecha.

La daga alcanzó su objetivo: el corazón de Lady Dewberry. La asesina cayó muerta en un arbusto cercano.

—¡Alexander! —exclamó James, que acababa de llegar a su lado y no apartaba los ojos de Angélica.

—Necesita un médico —dijo Alexander. La herida que el cuchillo había abierto en su pecho ardía mientras cicatrizaba.

James le tomó el pulso a Angélica mientras llegaban los demás. La sangre del cuello se había secado, pero la puñalada que le habían asestado cerca del corazón parecía irreparable.

—¿Angélica? —dijo Joanna arrojándose al lado de su amiga. Vio las marcas de su cuello y se puso en pie, temblando.

—Sé quién es.

Alexander, James y Margaret se quedaron mirándola, pero fue Kiril quien habló.

—Muévete.

Los dos desaparecieron en la noche.

—¡James, el médico! —gritó Alexander con el rostro congestionado por la angustia. James movió negativamente la cabeza. Era demasiado tarde.

—Es demasiado tarde…

Alexander no deseaba oír aquello. Se rasgó la camisa y, poniéndose la cabeza de Angélica en las piernas, apartó la tela desgarrada de la enagua y apretó el profundo corte con la venda improvisada.

—¿Alexander? —Mijaíl llegó de la casa corriendo y jadeando—. ¿Qué pasa? Ibas corriendo como un loco y luego… ¡Angélica!

Mijaíl empujó a Alexander al ver que su hermana yacía en la arena, pero James lo sujetó.

—¡Apártate o te juro que te mato!

Alexander volvió unos ojos doloridos al hombre furioso.

—¡Trato de detener la hemorragia! Y ahora tranquilos. Si os peleáis entre vosotros y le causáis más dolor cuando se despierte, ¡os mato yo!

Mijaíl dejó de forcejear y se alejó de James, con el rostro color ceniza.

—¿Habéis llamado a un médico? —dijo con dificultad mientras se ponía en cuclillas junto a ella.

—La hemorragia ha cesado, pero ha perdido mucha sangre; un médico no llegaría a tiempo —dijo Alexander con la voz ronca por la emoción. Era la primera vez que admitía que preferiría morir él. Los presurosos latidos del corazón de Mijaíl resonaban en su cabeza y lo obligaron a asir al muchacho por las solapas.

—¡Cálmate!

—¡Alexander, por favor! —dijo Margaret, apareciendo en el momento en que Mijaíl le apartaba la mano.

—¡No puede morir! —dijo Mijaíl, con la mente nublada por el dolor. Deslizó sus brazos bajo el cuerpo de Angélica y comenzó a levantarla. Alexander le detuvo poniéndole una mano en el hombro.

—¿Qué infiernos estás haciendo?

—Llevármela de aquí, ¡suéltala!

—No —dijo Alexander tratando de ponerse en pie, pero su cuerpo estaba tardando más de lo previsto en regenerarse. Necesitaba sangre.

—¡Estás herido! —exclamó Mijaíl al ver la sangre que cubría el pecho de su amigo.

Alexander procuró mantener la herida oculta por la mano y trató de dar más fuerza a su voz.

—Estoy bien, solo es un rasguño.

—¿Solo un rasguño? Príncipe Kourakin, vas a morir, y pronto.

Alexander cerró brevemente los ojos al oír la voz que no había oído en más de cien años.

Kiril y Joanna se acercaban con el malvado y con expresión inescrutable.

—¡Te desafío, jefe del Clan Oriental!

—Nadie va a luchar contra ti, Serguéi. ¡Serás juzgado por los jefes! —exclamó Margaret con furia.

La risa de Serguéi rasgó el ominoso silencio.

—Es la ley. No puede pasarse por alto un desafío al jefe.

—Coge a tu hermana y sácala de aquí —susurró Alexander. Mijaíl se quedó atónito mirando a Serguéi.

—¡No tienes que luchar! —dijo Margaret a Alexander, pero ya era demasiado tarde. Serguéi se arrojó sobre él. Alexander esperaba el ataque y se echó a un lado, luego lo cogió de los brazos y lo volteó. El vampiro aterrizó varios pasos más allá.

—¡Venga, Mijaíl! —dijo Alexander, dándole un empujón al joven. Serguéi se recuperó rápidamente y se puso a trazar círculos a su alrededor.

—Vamos, jefe, demuestra lo que sabes hacer —dijo Serguéi sonriendo con entusiasmo.

—Deja que yo… —fue a decir Mijaíl, pero fue interrumpido en seco por un rabioso gruñido.

—¡He dicho que te vayas! —gritó Alexander, cuyos colmillos brillantes relampaguearon a la luz de la luna en el momento en que se arrojaba sobre el vampiro sonriente.

Mijaíl vio horrorizado a los dos hombres chocando en el aire, asiéndose el uno al otro con una fuerza increíble. Los dientes, la sangre… ¡estaban en el aire! Mijaíl estaba petrificado, con la mirada fija en las dos figuras que luchaban a muerte delante de él.

—¡Apártate de ahí, Mijaíl! —Era la voz de Joanna. No la había oído aproximarse, pero al mirar a su izquierda vio a varias figuras en la oscuridad: la duquesa, el duque, el tal Kiril que siempre andaba rondando a Alexander, y varios que acababan de aparecer. Fue como si saliera de un trance. Miró la figura postrada de su hermana y se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Yo…

Isabelle le puso una mano en el brazo.

—Más tarde habrá tiempo para explicaciones, ahora vete.

Mijaíl asintió y, mientras trataba de levantar el cuerpo de su hermana, apareció Kiril a su derecha y la tomó en sus brazos. No sabía lo que estaba pasando, no tenía ni idea de quién era toda aquella gente, pero resistirse era imposible, así que se fue.

El dolor sacudió a Alexander de arriba abajo cuando su cabeza chocó contra un árbol.

Maldijo entre dientes al sentir la sangre manar de una herida de la cintura.

Cabeceó y se lanzó sobre Serguéi de nuevo. Una piedra de gran tamaño voló hacia él y pasó rozándole la oreja en el momento en que saltaba de lado y daba varias vueltas hasta quedar de pie.

—¿Alexander? —era la voz de James. Alexander sabía que sus amigos estaban allí, pero también sabía que no podían tocar a Serguéi a menos que él lo pidiera.

No tenía intención de pedirles nada. Aquello era un asunto personal, lo era desde el momento en que Serguéi le había puesto la mano encima a Angélica.

—¡Ríndete! —gritó a Serguéi.

Estaba herido y manando sangre, pero nada de eso era importante. Solo sentía cólera; la imagen del cuerpo de Angélica sangrando le nublaba la mente. Le hacía insensible a las heridas, le hacía más fuerte.

—¿Rendirme? ¿A ti, Alexander? ¿Por qué iba a hacer algo así? —gruñó Serguéi con los ojos de un rojo brillante, ardiendo con una luz de locura. Era más fuerte de lo que Alexander pensaba, probablemente debido a la demencia que produce el beber sangre humana.

Alexander dio tres pasos rápidos, saltó en el aire y cayó sobre Serguéi. Ambos se asieron los brazos mientras les crecían los colmillos. Alexander empujó con fuerza, poniendo los músculos rígidos para poder arrojar al suelo a Serguéi.

Una fuerte patada estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio, pero se mantuvo en pie y consiguió poner a su contendiente de rodillas. Serguéi le agarró las piernas para intentar tirarlo, pero solo consiguió romperle varios huesos.

Alexander le dio un codazo en la oreja que lo desorientó, y aprovechando esta ventaja, lo asió por el cuello.

—¡Alexander! —El miedo vibró en la voz de Serguéi, pero Alexander estaba más allá de la compasión, dispuesto a acabar de una vez mientras apretaba con sus manos la flexible piel.

—Por favor.

Era una súplica desesperada. Alexander miró a los vampiros que le rodeaban. Ver el cuerpo desfallecido de Angélica en brazos de Kiril resolvió sus dudas.

—Es demasiado tarde para favores. —Con estas últimas palabras, hundió los colmillos en el cuello de Serguéi. Serguéi le clavó las uñas en las manos, pero fue inútil.

La sangre llenaba su boca. Alexander la escupió; la sangre de vampiro le haría caer enfermo.

Volvió a morder y sintió que la vida escapaba del cuerpo de Serguéi.

Cuando Serguéi dejó caer los brazos a los costados, Alexander lo soltó y el malvado cayó inerte al suelo.

James se acercó a Alexander y Margaret indicó por señas a un miembro de su clan que recogiera el cuerpo de Serguéi. Alexander no lo había matado, ella sabía que no lo haría. Estaba prohibido matar en un desafío y, como había supuesto, su viejo amigo era demasiado respetuoso con las leyes de los vampiros para no acatarlas, por muy furioso que estuviera.

Serguéi iría a juicio y, una vez juzgado por su delito, sería ahorcado.

—Alexander —dijo James. No sabía qué más decir.

Alexander vio a Kiril y fue hacia él sin pronunciar palabra. Aunque se estaba restableciendo rápidamente, se sentía destrozado por dentro.

—¿Está…? —no pudo pronunciar la palabra. Kiril tendió a su príncipe a la mujer que tenía en brazos y Alexander la recogió tiernamente.

El lento pulso que sentía latir en el cuerpo de Angélica no consoló el corazón de Alexander. Se quedó de pie, estrechándola mientras los demás miraban.

—Alexander —susurró Margaret a su espalda. Alexander no quería escuchar, no quería pensar; solo quería sentir a Angélica en sus brazos.

—Alexander. —El acento triste de Margaret abrió un postigo de su memoria. La voz de Angélica. Había oído su voz en el salón de baile. Había gritado su nombre con voz desgarradora, ¿cómo era posible? Una conexión así solo podía darse entre cónyuges…, entre vampiros.

—¿Qué es eso? —dijo Margaret, señalando el cuerpo de Angélica. Se acercó y apartó el último jirón de enagua, dejando desnudo el vientre de Angélica en el aire de la noche.

—¿Alexander?

James se acercó y Alexander y él observaron la marca que había encima del ombligo de Angélica.

—No puede ser —dijo Margaret, negando con la cabeza mientras acercaba el dedo al vientre.

—Era virgen antes de estar conmigo —susurró Alexander.

James echó un rápido vistazo por el jardín para asegurarse de que nadie les oía. Él tampoco creía lo que le decían sus ojos.

—¿Acaso sugieres que…? ¿Estás diciendo que…?

Alexander miró a Margaret con expresión atormentada.

—No sabía quién era su auténtico padre…, ¿es posible? ¡No puede ser!

Margaret estaba paralizada intentando entender lo que veía. Todo lo que sabía sobre vampiros y humanos le decía que el niño no podía ser de Alexander… pero su intuición femenina le decía que sí.

—No sé cómo ha podido ser, pero creo que es verdad.

Alexander apenas soportaba la esperanza que se había adueñado de su corazón. No vaciló en llamar a Mijaíl.

—Necesito tu ayuda.

Mijaíl se acercó y se quedó inmóvil. No sabía quién o qué era el hombre que tenía delante, y concentraba sus fuerzas en evitar que el corazón se le descontrolara, pero nada de esto impidió que se acercara a Alexander. Aquel hombre tenía a su hermana en brazos.

—¿Qué puedo hacer?

—Necesita sangre —dijo Alexander sin parpadear. Joanna y Kiril se miraron y varios vampiros dieron un paso adelante.

La expresión de Mijaíl era de desconfianza y horror. Alexander lo comprendía, pero no tenía tiempo que perder.

—Le daría mi propia sangre, pero eso no la curaría. Eres el único humano que hay aquí, Mijaíl. Sin tu sangre morirá. Angélica morirá —dijo mirando a la mujer que llevaba en brazos y respirando hondo—. No quiero obligarte, pero lo haré.

—Alexander, ¿qué estás haciendo? —preguntó James con incredulidad, temiendo que su amigo hubiera perdido el juicio.

Alexander no le hizo caso; no apartaba la vista de Mijaíl. Al cabo de un rato, Mijaíl asintió.

—¿Cómo?

Alexander se agachó y dejó el cuerpo desnudo de Angélica en el suelo. Indicó por señas a Mijaíl que se pusiera a su lado y, cogiéndole el brazo, le rasgó la manga de la camisa.

—Puede que duela un poco —advirtió Alexander.

Mijaíl miró a aquel hombre que se le hacía más extraño que nunca. No sabía qué le hacía confiar en él. Quizá fuera la consternación que veía en sus ojos. Quizá fuera el amor.

—Sálvala.

Alexander agachó la cabeza y dejó que sus colmillos crecieran. Antes de que Mijaíl tuviera tiempo de sentir miedo al ver los afilados dientes, el vampiro le mordió en la muñeca.

Mijaíl se puso pálido cuando Alexander acercó su brazo a los labios de Angélica.

—Alexander, ¿qué estás haciendo? —dijo James adelantándose. Margaret lo detuvo con el brazo—. ¿Margaret?

—Tiene que intentarlo —susurró Margaret. No podía creer que resultara lo que estaba haciendo Alexander, pero sabía que su amigo agotaría todas las posibilidades antes de admitir la muerte de su amada.

El ambiente se caldeó cuando los vampiros se agruparon alrededor de las tres figuras que había en el suelo. Los segundos pasaban lentamente. Cuando los primeros rayos del amanecer rasgaron la oscuridad, la voz de Mijaíl rompió el silencio.

—¡Las heridas!

Joanna se arrodilló rápidamente al lado de Angélica y siguió la mirada de Mijaíl. Las marcas del cuello habían desaparecido por completo y la herida que tenía encima del corazón se estaba cerrando. Lo cual significaba…

—¿Alexander? —susurró Margaret con respeto.

James miró el rostro de Angélica. El color pálido había sido sustituido por un color saludable. Pero su hermano parecía a punto de desmayarse.

—¿Es de los nuestros? —preguntó Joanna por fin.

Alexander trazó el antiguo símbolo de su raza en el vientre de su amada y se secó una lágrima.

—No. Es la Elegida.

Angélica abrió los ojos.