17

Alexander tenía la mano sobre el frágil hombro de Christopher y se lo apretaba para tranquilizarlo. El adulto intuía la sed y la aprensión del muchacho. Ser examinado ante los cuatro jefes de los clanes tenía que ser duro para alguien tan joven.

Las voces de los vampiros que habían llegado aquella noche de cerca y de lejos llenaban cada resquicio del estudio. Los jefes de los clanes no solían reunirse. Normalmente, una ceremonia para celebrar una mayoría de edad no requería la presencia de todos; era suficiente con la asistencia de un representante de cada clan. A pesar de todo, habían ido los jefes, no solo para ser testigos de la ceremonia, sino también para honrar la muerte de la madre de Christopher, y otros habían acudido para verles a ellos.

Alexander se había enterado de que Lady Katherine Langton estaba entre los miembros del Clan del Norte que habían sido enviados unas semanas atrás para localizar y aprehender a Serguéi. Lady Langton, como el resto del grupo de vampiros, había sido encontrada muerta en el bosque. Sus honras fúnebres se habían celebrado con la presencia de todos los miembros de su clan, como dictaba la ley, pero ahora era llorada de nuevo y su hijo homenajeado.

—Pronto terminará —dijo Alexander en voz baja, sabiendo que el muchacho era todo oídos.

—Me alegro —dijo Christopher mientras su estómago protestaba. Miró a la multitud que se había reunido en la habitación, ahora calurosa, y vio a su padre. Quería que se sintiera orgulloso de él. Christopher dio media vuelta y miró a Alexander.

—¿Estarás conmigo durante toda la ceremonia?

Alexander negó con la cabeza.

—He de dejarte durante un rato, pero no importa, Christopher. Ahora eres un muchacho, pero dentro de unos minutos serás un hombre, y un hombre no teme nada.

Christopher tragó saliva y asintió con la cabeza. No decepcionaría al príncipe Kourakin, no tendría miedo.

—Alexander, ¿comenzamos? —preguntó James desde el centro de la habitación. Alexander asintió y los vampiros que le rodeaban retrocedieron hasta formar un círculo alrededor de tres hombres, una mujer y un muchacho que iba a dejar de serlo.

—En honor de la mayoría de edad de Christopher se han reunido los jefes de los cuatro clanes. El príncipe Alexander Kourakin, jefe del Clan Oriental; el Gran Visir Ismail Bilen, jefe del Clan del Sur; la condesa Isabelle DuBois, jefa del Clan Occidental. Todos han venido a honrar a Christopher y a su difunta madre —dijo James en medio del silencio que había caído sobre la asamblea de vampiros.

James asió a Christopher por los brazos y situó al muchacho de cara a él y a los otros jefes.

Muchos asistentes lo miraban con compasión al recordar el dolor de los primeros aguijonazos de la sed.

—Las leyes de los clanes de vampiros son claras. Fueron establecidas para la supervivencia de nuestra raza. ¿Las conoces? —preguntó James a Christopher como si ya fuera un adulto.

—Sí —respondió el muchacho con la voz un tanto trémula.

—Tenemos una política distinta de los humanos. Ellos tienen sus países y nosotros nuestros clanes, pero a diferencia de sus naciones, nosotros vivimos en armonía. Los clanes existen para fortalecer el poder de la ley. En todos los demás aspectos, somos uno. ¿Lo entiendes?

—Sí —dijo Christopher, con más fuerza que antes.

James hizo un gesto de aprobación y Alexander y Lord Langton se situaron a ambos lados de Christopher.

—Tú, Lord Henry Langton, padre de Christopher Langton, te has ofrecido como guía. ¿Consientes en cumplir tu deber tutelar hasta el momento en que los jefes lo declaren adulto? —preguntó Isabelle con mirada fija y escrutadora.

—Consiento.

—¿Entiendes que te haces responsable de Christopher Langton y que por tanto sufrirás los castigos que él merezca?

—Lo entiendo.

—Y tú, príncipe Alexander Kourakin, jefe del Clan Oriental, te has ofrecido como segundo. ¿Consientes en cumplir tu deber tutelar en caso de que Henry Langton no pudiera? —preguntó Isabelle, escrutando la expresión de Alexander con tanta intensidad como había hecho con Lord Langton, sin que su amistad con el príncipe se interpusiera entre ella y su deber.

—Consiento —respondió Alexander sin vacilar.

—Que todos los asistentes sean testigos. En todas las transgresiones que cometa Christopher Langton, su guía será el responsable hasta el momento en que el joven vampiro sea declarado adulto.

—Somos testigos —exclamaron todos a una, con voz que resonó con claridad entre las cuatro paredes, y dando un paso al frente.

Isabelle asintió con la cabeza y Lord Langton retrocedió hasta el círculo de observadores mientras Alexander volvía a su lugar entre los otros jefes.

—Y ahora te serán mostrados los dos lados de la ley, joven Christopher —dijo Ismail.

Hacía solo una hora que había llegado del Imperio otomano, acompañado por varios miembros de su clan. Sus ropas de vistosos colores y el aparato militar los diferenciaba de los otros clanes, aunque estaban mezclados con todos los demás, codo con codo con el resto de los vampiros.

—Si respetas las leyes, las leyes te protegerán. Cuidarán de ti. —Ismail miró a Isabelle, que dio un paso adelante.

Era una mujer que había matado a más hombres de los que podía recordar. En sus quinientos años y pico había sido pinche de cocina, pastora, esposa, reina y emperatriz. Había librado batallas y cantado en salones. Era un miembro respetado de la aristocracia francesa en el siglo actual, pero en aquel momento era una vampiro: la jefa del Clan Occidental y guardiana de la ley. Se adelantó y su largo cabello castaño le acarició los brazos cuando estrechó a Christopher contra sí. El muchacho había estado tenso antes de rendirse a su cálido abrazo. Entonces ella lo levantó en brazos, como si fuera un niño, y lo cubrió con su capa.

James se acercó a ellos y alargó los brazos. Isabelle le entregó al niño-hombre sin pronunciar palabra.

Christopher no hizo ningún ruido cuando lo pasaron a Alexander y luego a Ismail, que lo sostuvo un momento antes de dejarlo otra vez con los pies en el suelo.

Los abrazos habían sido simbólicos, eso lo sabía Christopher, pero le habían confortado.

Sentir la fuerza de los brazos de sus jefes y saber que eran capaces de protegerle de todo daño era una sensación agradable.

—Si no respetas las leyes, los guardianes de la ley te perseguirán. Infringir nuestras leyes significa poner en peligro a todos y cada uno de los miembros de nuestra raza. No habrá compasión ni excepción. La pena está establecida. —Ismail dejó de hablar el tiempo suficiente para señalar a dos vampiros, que se acercaron con un fardo de ropa.

—Hay dos crímenes por los que perderás la vida: asesinar un vampiro y beber sangre humana. Por estos crímenes serás perseguido y la vida de la que has abusado te será quitada. —Tras pronunciar la última palabra, Ismail miró a Alexander; este respondió situándose detrás de Christopher, que miraba el fardo que Isabelle tenía en las manos sin poder apartar los ojos.

Isabelle se adelantó y movió el fardo de ropa hasta que apareció la cabeza de una recién nacida. La niña estaba dormida, felizmente inconsciente de lo que estaba ocurriendo.

Christopher gimió cuando Isabelle puso a la niña a unos centímetros de su nariz y luego la retiró.

El olor a sangre era más fuerte en humanos recién nacidos y Christopher, que había estado sin beber durante quince días, cerró los ojos con fuerza para contener las quejas del estómago.

Se hizo el silencio mientras los vampiros observaban a Christopher forcejeando con los instintos de su cuerpo.

Christopher apretó los puños; los colmillos le crecían contra su voluntad. Las agudas puntas llegaron hasta el labio inferior incitándole, suplicándole que tomara lo que tenía delante.

—Abre los ojos —ordenó Ismail ásperamente.

Christopher obedeció sin ganas. Tenía las pupilas dilatadas, la vista agudizada hasta el punto de que podía ver las venas latiendo bajo la piel de la niña. ¿Qué más da si le doy un mordisco? Uno muy pequeño no le haría ningún daño.

La niña despertó, quizá al sentir los pensamientos de Christopher, y su llanto le produjo escalofríos. Miró al bebé con las lágrimas bañándole las mejillas y se odió a sí mismo por sus pensamientos. ¿Cómo podía haber pensado incluso en la posibilidad de hacer daño a una niña indefensa?

Christopher no se dio cuenta de que había estado temblando hasta que el temblor comenzó a desaparecer. Estaba avergonzado de sí mismo y sentía más culpa de la que había sentido en toda su corta vida.

Alargó los brazos y levantó la vista hacia Isabelle.

—¿Puedo cogerla?

Isabelle le sonrió y puso al bebé en sus brazos.

Christopher se asustó al notar una mano en el hombro, y entonces recordó la presencia de Alexander.

—Sigues aquí para asegurarte de que no le hago daño, ¿verdad?

Alexander no respondió e indicó por señas que retiraran a la criatura, a los mismos vampiros que la habían llevado.

—Lo has hecho bien, Christopher —dijo James—. Hemos llegado al final de la ceremonia. Has visto un lado de la ley y ahora has de ver el otro.

James se adelantó, pero Christopher lanzó una mirada a Alexander. El muchacho sabía lo que venía a continuación, su padre se lo había advertido varias veces, pero ahora que había llegado el momento estaba más asustado de lo que quería admitir.

—¿Christopher?

Christopher miró a James, que estaba tras él.

—Excelencia, quiero decir, jefe… yo… podría… —Se calló, asustado y vacilante, mirando a su jefe, luego a Alexander, luego a su jefe.

—¿Quieres que Alexander lleve a cabo la última parte de la ceremonia?

Christopher tragó saliva y asintió con la cabeza.

Alexander no esperaba aquella petición, pero no dio muestras de sorpresa. Obedeciendo la indicación de James, despejó su mente y rodeó a Christopher hasta quedar frente a él. Debido a que existían muy pocos niños vampiro, no había participado en muchas iniciaciones y nunca había representado el papel que le habían adjudicado en esta. Aunque lo que estaba a punto de ocurrir no se ajustaba del todo a sus convicciones, había que hacerlo. El muchacho tenía que entender que no había compasión para quienes quebrantaran las normas.

Alexander se quedó inmóvil un momento para que Christopher tuviera tiempo de respirar hondo y luego atenazó al muchacho por el cuello.

Christopher sabía lo que iba a suceder, pero no podía evitar que su corazón latiera a toda prisa mientras lo levantaban del suelo.

Pataleó en el aire cuando la presión en el cuello se le volvió incómoda, pero el movimiento solo sirvió para empeorar su situación.

¡No puedo respirar! ¡Me va a partir el cuello!, pensaba, sin orden ni concierto y se resistió con todas sus fuerzas, pero Alexander lo tenía tan bien agarrado que era imposible soltarse.

No te muevas, Christopher, no voy a hacerte daño.

Christopher abrió los párpados que había cerrado sin darse cuenta y miró los ojos grises que tenía delante. Tardó un momento en asimilar el mensaje del príncipe, y cuando lo hizo, dejó de forcejear.

Le dolía el cuello, pero sospechaba que era más porque había pataleado que por otra cosa.

En cualquier caso, pensó que la mirada de aprobación que recibió hacía que el dolor mereciera la pena. Cerró los ojos. El príncipe tenía razón. Ahora era un hombre y, aunque sintiera miedo, no iba a dejar que se notara.

Al calmarse, sus manos se relajaron y su cuerpo quedó laxo. Se encontraba bien, todo estaba bien. Era un vampiro. Era un hombre. Podía respirar. El dolor era mínimo. Conseguiría superar la iniciación, lo conseguiría.

Cuando abrió los ojos, vio la mirada del príncipe fija en la suya y reconoció su orgullo.

Alexander estaba orgulloso de él. Todo iría bien en su mundo.

Alexander dejó a Christopher en el suelo y dio un paso atrás. Siguió un silencio total cuando los jefes se levantaron, leyendo las mentes de los demás.

—Christopher, el vampiro —dijo James con orgullo.

—Christopher, vampiro —repitió el resto de la asamblea.

—Por nuestro clan, por nuestra raza, por los Elegidos. —El brindis señaló el final de la ceremonia. Cuando todos los asistentes hubieron felicitado a Christopher personalmente, tomándose su tiempo para memorizar su rostro, los invitados comenzaron a salir de la casa.

—Gracias por venir —dijo Alexander mirando a Isabelle y a Ismail.

—De nada —dijo Isabelle, sonriendo—. Somos nosotros los que hemos de darte las gracias. ¿Cómo va la investigación?

Alexander miró a James, que se había situado a su lado. Habían acordado no mencionar al asesino para no causar una alarma innecesaria. Si las cosas se les iban de las manos, Isabelle e Ismail serían los primeros en ser informados, pero por el momento no había razón para involucrarles cuando ellos también tenían mucho que hacer en sus propios territorios.

—Serguéi sigue en la ciudad y no va a irse. En contra de lo que creíamos, no ha huido. Está sediento de guerra.

—Bien —dijo Ismail con satisfacción—. Contra ti, no tiene posibilidad alguna, amigo mío.

Isabelle puso la mano en el brazo de Alexander y lo miró a los ojos.

Alexander había visto muy pocas veces a Isabelle después de la noche en que Helena murió, pero nunca se había preocupado por ella. Las mujeres de su raza parecían sobrellevar la depresión mejor que los hombres, e Isabelle era la mujer vampiro más fuerte que conocía.

—Tiempo.

Tiempo. Alexander sabía a qué se refería Isabelle, aunque él se había rendido ya hacía mucho a aquella gran fuerza. Ningún tiempo había caldeado el frío que había entrado en sus huesos en una época lejana. A pesar de todo, aceptó el sentimiento que ella le transmitió en silencio. Como jefa del Clan Occidental, Isabelle entendía el deber. Como mujer que nunca había perdido el contacto con sus emociones, comprendía el sufrimiento. Puede que fuera demasiado optimista, pero comprendía…

—Entonces nos vamos —dijo Isabelle, señalando a James con su elegante dedo—. ¿Estás totalmente seguro, mon cher, de que no vas a dejar que Margaret venga a mí y sea mía?

James la besó y luego se encogió de hombros.

—Lo siento, ma petite, pero mi amada me está esperando en casa con nuestro hijo en el vientre.

¡Non! —exclamó Isabelle con júbilo. La transformación de la mujer fuerte en muchacha feliz fue notablemente veloz—. ¡Tendremos que celebrarlo, James! ¡Una gran fiesta! ¡Ooh la-lá, el hijo del jefe del Clan del Norte está en camino! Será una gran celebración. ¡Grande! ¡Oh, pero tengo que hablar con Margaret enseguida, para hacer los preparativos!

—Sí, sí, Isabelle —dijo Ismail, tirándole de la mano y lanzando a Alexander y James una mirada nerviosa—. Si quieres que te lleve en mi barco, será mejor que pongas esa belleza en movimiento. Y no te portes mal en el barco, Isabelle, o te encerraré bajo llave en mi harén, te doy mi palabra.

Isabelle elevó los ojos al techo y salió de la habitación con Ismail cimbreando sensualmente las caderas.

—A ti, mon amie, te aviso que mantengas a las muchachas de tu harén lejos, muy lejos de mí. Si decidiera hacerte mi amante, no permitiría que tuvieras un montón de mocosas danzando alrededor y molestándome…

James no pudo por menos de cabecear mientras se alejaba la voz de Isabelle.

—¿Siempre ha sido así? No lo recuerdo.

—Definitivamente, sí —respondió Alexander—. Helena y ella solían organizar los escándalos que se convertían en legendarios. Creo que era una costumbre en ellas.

Los ojos castaños de James reflejaban sorpresa cuando el último de los vampiros salió de la habitación. Era la primera vez que oía a Alexander hablar de Helena en un siglo, pero antes de que pudiera comentarlo, Lady Joanna irrumpió en la habitación.

—Perdóname, príncipe, pero me temo que tenemos un pequeño problema.

El instinto de Alexander se agudizó al oler el peligro. Sus oídos recogieron los ruidos de los vampiros que estaban abandonando la finca. Uno, dos, tres… cuatro caballos tirando de un coche por el camino que llevaba a la puerta, un perro callejero aullando en la lejanía… Se volvió para concentrar su atención en la parte trasera de la casa. Algunos cacharros se movían en los ganchos de madera de los que colgaban, el suelo crujió y… ¿alguien corría?

—¿Dónde está Kiril? —preguntó a Joanna, que se mordió el labio con preocupación.

—Dijo que había oído ruidos y fue a investigar. Todavía no ha vuelto.

James volvió la cabeza en el mismo ángulo que Alexander y escuchó lo que el vampiro más joven no podía oír.

—Ya vuelve.

Alexander entornó los ojos tratando de reprimir la mala corazonada. Kiril estaba volviendo, desde luego, sus pasos eran inconfundibles, pero no caminaba solo.

—Príncipe.

Tres pares de ojos se fijaron en la adusta expresión de Kiril antes de mirar a su cautivo.

—La encontré huyendo por la cocina —dijo Kiril con voz calma, aunque le desconcertó la variedad de grados de sorpresa y horror que descubrió en los rostros de su público.

—Traté de leer su mente y ver… —Kiril no terminó la frase. Su falta de habilidad para leer la mente de Angélica le había resultado frustrante en extremo—. No coopera, y me temo que ha visto demasiado.