25
–Me alegra de veras que no te importe. Cuando Kiril me trajo la nota de Nicholas esta mañana, no pude pensar en otra cosa que en pedirte que vinieras. —Angélica debía de haber hablado muy deprisa, pues se había quedado sin aliento. En busca de algo de dignidad, irguió los hombros, cogió su taza de té y bebió.
—Angélica, está bien que recibas visitas aquí y no voy a hacer que te sientas mal por eso. Mi casa es tu casa, querida, y tu Nicholas es aquí bien recibido —dijo la duquesa con la boca llena de panecillo tostado—. ¿Y por qué crees que es tan urgente que tenga que verte hoy?
Angélica dejó la taza sobre la mesa y observó el mensaje que había recibido.
—Quizá tenga algo que ver con su madre. Creo que está muy enferma, así que es posible que quiera contarme personalmente que tiene que ausentarse durante un tiempo.
—Suena razonable —dijo Margaret.
Probablemente esa era la razón de que Nicholas quisiera verla, y Angélica habría deseado sentir más pena por su marcha. A aquellas alturas debería estar decepcionada porque él no la cortejara con más aire; después de todo tenía que casarse a toda prisa. Pero ni aun así podía sentir la tristeza que de ella se requería.
Oh, sí, se sentía triste, pero no por lo que mandaban las apariencias. Desde que había despertado aquella mañana, solo podía pensar en Alexander. Acabaría por irse a Moscú, y eso hacía que el corazón le doliera inexplicablemente.
Eres tonta, ¿no es hora ya de que lo admitas? ¡Estás enamorada de él!
—Angélica, ¿me escuchas? —dijo la duquesa mirándola fijamente.
—Yo, no… estaba pensando…
La risa de Margaret llenó la habitación y ayudó a Angélica a relajarse. ¿Cuándo se había puesto tan rígida?
—Sí, ya veo que no has oído una palabra de lo que he dicho. Pero no importa. Mientras estabas perdida en tus pensamientos, yo me he dedicado a esos deliciosos pasteles —dijo riendo—. ¡Este diablillo me da mucha hambre!
Angélica vio a la duquesa poniéndose la mano con aire protector en el vientre y se preguntó si ella tendría un hijo alguna vez.
—Los vampiros recién nacidos ¿se parecen a los humanos?
La duquesa sonrió.
—Son iguales —dijo—. Nuestros niños no solo se parecen a los humanos, sino que son exactamente iguales.
—¿A qué te refieres? —preguntó Angélica, confusa.
La duquesa puso el pie descalzo sobre el sofá. Siempre había sentido afecto por aquella habitación de la casa de James y le alegraba que Angélica hubiera querido verla. Altos techos, altas ventanas y grandes sofás. Cuando estaba en aquella biblioteca se sentía como si estuviera al aire libre.
—Me refiero a que nuestros jóvenes no necesitan sangre ni tienen ninguna de las habilidades de nuestra especie. Esto comienza cuando llegan a la pubertad…
—Pero ¿cómo…? —preguntó Angélica con expresión sorprendida.
—Un momento —la interrumpió la duquesa levantando la mano. Angélica miró a la mujer, que cerró los ojos. Pasaron los segundos, pero no dio ninguna explicación.
—Excelencia, ¿os encontráis bien?
Margaret abrió los ojos y asintió con la cabeza.
—Te dije que me tutearas y me llamaras Margaret; y sí, me encuentro bien; se trataba de James.
—¿Qué?
—Estaba hablando con James. Está en camino.
Angélica siguió mirando a la mujer sin entender nada, hasta que Margaret cayó en la cuenta de que era necesaria una explicación.
—Perdóname, querida, olvidé que no eres de los nuestros. Verás, cuando dos vampiros están en sintonía, la distancia se vuelve insignificante. Podemos comunicarnos a pesar de todo.
—¿Así que puedes hablar con otros vampiros en cualquier momento?
—No, me temo que no —dijo Margaret con pesar—. Estar… en sintonía supone tener un vínculo muy fuerte. La mayoría solo tiene ese vínculo con la familia y, por supuesto, con su cónyuge, en el caso de que se tenga la suerte de encontrar uno.
—¿Cónyuge? —Era como si Margaret estuviera hablando en un idioma extranjero. Cada explicación suscitaba más preguntas.
—Supongo que es la expresión de los vampiros para referirse al amor verdadero.
Angélica recordó que Mijaíl había oído su llamada en el teatro.
—¿Es posible que yo pueda comunicarme de esa manera?
Margaret reflexionó un momento.
—Nunca he oído hablar de un humano que pudiera hacerlo —dijo—, pero con tu mente, ¿quién sabe?
—¿Excelencia? —dijo el mayordomo desde la puerta, interrumpiendo en seco la conversación.
—¿Sí? —inquirió la duquesa.
—Ha llegado Lord Adler. Está esperando a la princesa Belanov en el recibidor.
—Oh, sí, por supuesto. Gracias, Thomas.
Angélica notó un extraño revuelo en el estómago al levantarse para ir con Nicholas.
—Volveré enseguida.
Margaret le indicó con la mano que saliera y sonrió.
—Ve, ve. Luego vuelve y cuéntamelo todo.
Angélica asintió y se dirigió a la sala donde esperaba Nicholas.
† † †
—¡Angélica! —dijo Nicholas, adelantándose para llevarse su mano a los labios. Parecía algo aturullado, pero era comprensible si su madre corría peligro.
—¿Cómo está tu madre? —dijo, acompañándolo hasta un sofá y sentándose a su lado.
—Mejor, gracias, aunque me temo que no está totalmente bien.
Angélica vio encenderse y apagarse un destello de preocupación en su atractivo rostro.
Nicholas se arrellanó y la miró cálidamente.
—Estás preciosa, como siempre. Pensaba que eras demasiado inteligente para pensar que un color tan infantil como el rosa te sentaría bien, pero por increíble que parezca te queda fantástico.
Angélica arqueó una ceja.
—Es un color que llaman carne de doncella, no tiene nada que ver con el rosa.
Nicholas se echó a reír y ella se hizo eco de su alegría. Después de todo, era un hombre tan divertido que quizá hasta le echara de menos.
—Debes de estar intrigada por la urgencia de esta visita.
Angélica vio que se había puesto muy serio.
—Sí, desde luego.
Cogiéndole de nuevo la mano, Nicholas asintió solemnemente.
—Entonces supongo que no debo hacerte esperar más. Angélica, cuando esta mañana me levanté, supe que para mí no habría nadie más en el mundo.
Angélica se lo quedó mirando mientras se arrodillaba al lado del sofá y la miraba con una sonrisa medio burlona.
—Ni siquiera hablar con tu hermano esta mañana me resultó difícil… ¿quién iba a decir que un día estaría deseando hacer una cosa así?
Angélica recuperó por fin el habla y lo miró.
—¿Hacer qué, exactamente?
Nicholas se echó a reír, aunque no era la risa sincera y jovial a la que se había acostumbrado. Había inseguridad en ella, y esperanza.
—Te estoy pidiendo que seas mi esposa, Angélica.