30

–¿Q estaba haciendo hoy Nicholas Adler en casa de Margaret?

Angélica cogió la toalla que acababa de tirar al lado de la gran bañera y se rodeó con ella.

—¿Cómo te atreves a entrar aquí sin ni siquiera llamar a la puerta?

Alexander la miró como diciendo: no es nada que no haya visto antes, y continuó como si ella no hubiera hablado.

—Te he hecho una pregunta, Angélica.

—Y yo te he hecho otra —dijo Angélica, que no estaba de humor para amilanarse.

Acababa de pasar una hora tomando el té con Nicholas y se había sentido como una horrible farsante. El hecho de que tuviera que casarse con él no le aliviaba en absoluto. De pie frente a ella, con los ojos relampagueantes de indignación, estaba el hombre al que amaba de verdad.

Quizá pudiera llegar a olvidarlo y quizá incluso pudiera aprender a amar a Nicholas… quizá.

Alexander suspiró y se pellizcó el puente de la nariz.

—Esta es mi casa y aquí hago lo que me place. Ahora contéstame, si eres tan amable.

—Invité a Nicholas a tomar el té; eso estaba haciendo allí.

Aunque Alexander no se movió, Angélica tuvo la impresión de que se estaba reprimiendo.

—¿Acaso tratas de volverme loco? —El tono apagado de la pregunta debería haberla advertido de que la indignación de Alexander estaba en su punto de ebullición, pero Angélica no hizo caso.

—No alcanzo a entender qué tiene que ver eso contigo.

Alexander dio un paso hacia ella y, para vergüenza suya, Angélica retrocedió. No tenía miedo de él, tenía miedo de sí misma. Si Alexander la tocaba, era muy probable que se viniera abajo y le suplicara que reconsiderara todo.

—Angélica, eres mía. Si tomas el té con otros hombres, ¡por supuesto que es asunto mío!

—¡Yo no soy tuya! —La exclamación, casi un grito, sorprendió a los dos, pero Angélica continuó—: Y el hombre del que estás hablando me pidió en matrimonio y yo acepté.

—Es eso, ¿no, Angélica? ¡Te vas con él porque yo no puedo casarme contigo!

—¡No quieres casarte conmigo! Hay una diferencia, Alexander.

Alexander se alisó el pelo con la mano y se paseó por la alfombra.

—No puedo casarme contigo, Angélica. Escúchame —dijo, deteniéndose y señalando una otomana que había a los pies de Angélica—. Siéntate un momento y escúchame.

Angélica se dejó caer de mala gana, apretándose la toalla y maldiciendo su parcial desnudez.

¿Por qué tenían que tener aquella conversación en aquel preciso momento? El no ir vestida la hacía sentirse indefensa.

—Ya te habrás enterado de que nuestra raza se está extinguiendo —comenzó Alexander.

Angélica asintió con la cabeza.

—Y de que solo somos fértiles cuando cumplimos los quinientos años.

—Alexander, ve al grano —dijo Angélica con impaciencia.

—Los vampiros no pueden procrear con humanos, Angélica. Tengo la obligación de engendrar hijos y no puedo tenerlos contigo. He de casarme con una mujer vampiro.

Su explicación la dejó sin habla. Los vampiros no podían tener hijos con los humanos… ella nunca tendría un hijo de Alexander. Nunca sería madre ni tendría a un hijo en brazos.

Angélica siempre había querido tener hijos, y al enfrentarse a la posibilidad de no tenerlos nunca, se dio cuenta de lo mucho que deseaba tenerlos.

Y aun así, aun así, quería, no, necesitaba a Alexander mucho más. Una vida sin hijos podía ser difícil, pero una vida sin Alexander sería insoportable.

Sus ojos revelaban tristeza al mirar al hombre abrumado que tenía delante. Veía que se preocupaba por ella, se reflejaba en su rostro… y quizá eso le dolía más que ninguna otra cosa. Él se preocupaba; la quería, pero no lo bastante. No la quería lo bastante.

—Te quiero, Alexander —dijo con suavidad—. Y no sé si tú me quieres a mí. Nunca lo has dicho, pero quizá si lo hicieras, incluso si tú… no me quieres lo suficiente.

La expresión de Alexander permaneció inalterable, sin parpadear siquiera. Era como si no la hubiera oído y ella no podía soportarlo.

—Déjame, por favor; tengo que vestirme para un baile y se me está haciendo tarde.

Alexander la miró un momento antes de dar media vuelta y salir.

Angélica sintió que la habitación se había quedado helada. Siguió sentada inmóvil en la otomana mientras el espejo mostraba un rostro que debía pertenecer a alguna otra persona. Era el semblante de alguien sin esperanzas; alguien vacío.

Angélica se dirigió hacia el espejo apretando la toalla contra su pecho.

—¿Qué estás haciendo? —La pregunta rebotó en las paredes y volvió a ella con una fuerza que le hizo aflojar la mano. Su mirada siguió el trayecto del blanco tejido mientras se deslizaba por su cuerpo y caía a sus pies.

Las lágrimas nublaron su vista y bañaron sus mejillas, desoyendo su deseo de ser fuerte.

—Deja de llorar, tonta. Recupera la compostura, por el amor de Dios. —Si al menos las lágrimas escuchasen, pensó mientras se frotaba las mejillas con las manos.

Un punto oscuro en el espejo llamó su atención y Angélica alargó la mano para limpiarlo.

—¿Qué? —El punto se movió cuando tocó el espejo y Angélica se miró la cintura. Allí, encima del ombligo, había una marca negra.

—No puede ser.

Aturdida, Angélica fue a la mesita de noche y recogió el grueso libro negro. Indiferente a su desnudez, se sentó y pasó las páginas hasta que encontró lo que estaba buscando.

«Y cuando la mujer vampiro llega a la mayoría de edad y se queda embarazada, verá la marca de nuestros antepasados en su estómago».

Angélica miró el dibujo que había al final de la página y cerró los ojos.

El dibujo era una media luna con un círculo dentro, la misma marca que acababa de ver en su cuerpo.

Angélica se frotó la señal con el dedo. Primero despacio, luego más deprisa.

—Vamos —murmuró, frotando con más fuerza y dejando marcas rojas en la piel, pero la infamante señal no desaparecía.

Embarazada. La palabra resonó en su cabeza una y otra vez hasta que le entraron ganas de reír a carcajadas. La ironía no tenía precio. Alexander no iba a casarse con ella porque aseguraba que los humanos no podían tener hijos vampiros y allí estaba ella… ¡embarazada!

¿Y ahora qué se suponía que tenía que hacer? No podía casarse con Nicholas en ese estado.

Tendría que contarle a Mijaíl cómo estaba su economía.

¿Y si caía enfermo? ¡Maldita sea! No pensaba casarse con Alexander después de aquel rechazo… la mataría estar con él sabiendo que solo la quería porque iba a tener un hijo suyo.

Pero ¿y si Mijaíl caía enfermo? Quizá pudiera casarse con Nicholas a pesar de todo.

Su madre estaba embarazada cuando se casó con su padre; pero no, ella no podía hacerle eso a Nicholas. Al menos su madre estaba embarazada de un hijo normal.

¡Señor, Señor! ¡Iba a dar a luz a un vampiro!

Angélica perdió el equilibrio y cayó al suelo. Y le entraron ganas de vomitar.