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Serguéi se paseaba por el recibidor lleno de frustración. Lady Joanna no se había presentado con información desde hacía más de veinticuatro horas. Empezaba a creer que no acudiría nunca, lo que significaba que su tiempo se acababa.
—¿Cómo has podido fracasar tan lamentablemente? Te encargué un trabajo, un simple trabajo. Solo tenías que matar a ese muchacho; eso habría sido suficiente para indignar a Alexander.
No salió ninguna respuesta del rincón de la habitación donde había una figura sentada en las sombras.
—Ahora el muchacho está demasiado bien protegido. Tenemos que apuntar más alto. Esa mujer nos ha estropeado los planes. Según nuestra Lady Joanna, está bajo la protección del príncipe y vive bajo su techo. Debe de ser la esposa de Alexander, y debe morir. —Serguéi miró al asesino de vampiros y sintió un odio intenso; tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para que no se le notara.
—Esto no puedes hacerlo tú solo. Yo te traeré a esa zorra. Lo único que tendrás que hacer es matarla. ¿Crees que podrás?
Unos ruidosos arañazos llenaron la habitación cuando el asesino se puso en pie y cogió la daga que había en la mesa situada entre ellos; era un sí.