28
–Buenos días, Herrings, ¿está mi hermano? La boca abierta de Herrings y su expresión sorprendida hicieron que Angélica se diera cuenta de que debía de haber cometido un error.
—Herrings, ¿ocurre algo?
—Excusadme, princesa, es que no sabía que habíais salido de la casa. He debido confundirme.
Angélica recordó, demasiado tarde, que a Herrings, al igual que a su hermano, le habían hecho creer que ella seguía viviendo en casa. Lo que no sabía era cómo se las arreglaban los hombres de Alexander para mantener la farsa todos los días.
Angélica, sintiéndose ligeramente culpable, trató de tranquilizarlo.
—No te preocupes. Acababa de salir cuando recordé que tenía que hablar con Mijaíl. Está dentro, ¿verdad?
—Me temo que el príncipe Belanov salió esta mañana temprano para ocuparse de unos asuntos. Regresará enseguida.
—Eso está muy bien. —Angélica estaba tan feliz aquella mañana que no le importaba tener que esperar horas a que regresara su hermano. Alexander había accedido a dejarla ir a su casa con la condición de que Kiril la esperase al otro lado de la puerta, que era donde el leal Kiril estaba en esos momentos.
Al pensar en Alexander, sintió que se le calentaban las entrañas. Habían vuelto a hacer el amor al amanecer, antes de que él se fuera.
Vente conmigo. Sus palabras de la noche anterior se agitaban dentro de su cabeza, dándole ganas de bailar de alegría. Cierto que no era una proposición de matrimonio en toda regla, pero eso no tardaría en llegar ahora que le había demostrado que quería estar con ella.
—Herrings, por favor, cuando llegue Mijaíl dile que le estoy esperando en la sala de música.
—Sí, princesa —dijo Herrings con una inclinación de cabeza.
Angélica acababa de terminar una sonata de Chaikovski cuando oyó que se abría la puerta.
—Mijaíl, gracias a Dios, me estaba haciendo vieja esperándote.
—Soy yo, querida —dijo Lady Dewberry en un susurro.
—¡Lady Dewberry! Me alegro mucho de verte. Al no saber de ti en toda la semana, pensé que te habías ido a tu casa de campo sin decirnos nada —dijo, levantándose para coger a su tía del brazo y acompañarla hasta una silla cercana.
—No querida. No me sentía muy bien debido al clima, eso es todo —dijo su tía, sorbiéndose la nariz mientras se sentaba en la silla que le ofrecía Angélica.
—Siento mucho oír eso, tía. ¿Quieres que te pida un té?
—No, no, no hace falta, cariño —dijo, aclarándose la voz y respirando hondo, como si tratara de tranquilizarse—. He venido a contarte algo que deberías saber hace mucho tiempo.
A Angélica le sorprendió la frialdad con que hablaba su tía. Nunca había visto una expresión tan seria en el rostro de la mujer.
—¿Qué es, tía?
Lady Dewberry comenzó a hablar con mirada ausente.
—Ya te conté que tu madre pasó dos años en esas horribles tierras altas. Lo que no te dije es que se casó estando allí. Graham era un hombre muy guapo, con un encanto diabólico y tu madre muy joven. No pudo hacer nada por oponerse a él y al cabo de un año de su llegada se casaron. Entonces tu abuelo estaba en las Américas, felizmente ignorante del enorme error que su hija mayor estaba cometiendo, pero yo lo supe. Estuve en su boda.
»Tu madre no dejaba de insistir en que era muy dichosa. Graham era señor de un hermoso castillo. Aún veo la cara de tu madre mientras me enseñaba la inmensa habitación que me habían preparado…
Angélica procuró no moverse cuando su tía dejó de hablar. No conocía esa historia y la verdad era que le resultaba increíble, pero una sensación inexplicable que surgía de su interior la incitaba a saber más.
—Yo tenía razón. Todos mis recelos y sospechas resultaron acertados. Estaba loco. Al principio no nos dimos cuenta. Tu madre se negaba a admitirlo, pero yo lo sabía. Lo sorprendí saliendo a escondidas de la casa, a medianoche, para ir a los bosques. Lo vi… advertí a tu madre que aquel hombre le haría daño, pero no quiso creerme —dijo Lady Dewberry mirando a Angélica con ojos ardientes—. No me creyó.
Su tía se recobró y continuó con voz más calmada.
—Tuvimos suerte. Un día, Graham desapareció. Cuando tu madre perdió la esperanza de que volviera, decidió regresar a Londres conmigo. Entonces no supe la verdadera razón del regreso, pero seis meses después de casarse con Dimitri Belanov, la supe.
—¿Supiste qué? —preguntó Angélica. No podía creer lo que estaba oyendo.
—Volvió por ti, Angélica. Sabía que su única oportunidad de hacer una buena boda estaba en Londres y no quería que nacieras sin padre.
—¿Qué? —La pregunta brotó como un susurro.
—Oh, cariño —dijo Lady Dewberry alargando las manos y cogiendo la cara de Angélica—. Querida mía. Debes estar agradecida por ser tan maravillosamente normal. Somos tan afortunadas, tanto… Si hubieras conocido a tu padre… ¡era un monstruo!
Angélica apartó las manos de su tía y se puso en pie. Las palabras se atropellaban en su mente y no podía contenerlas. ¡Nada de todo aquello tenía sentido!
Alexander, pensó desesperada. Él sabría qué hacer… sabría lo que significaba todo aquello.
—Tengo que irme —dijo, dirigiéndose a la puerta a toda prisa, sin preocuparse por su imperdonablemente grosería.
—¿Adónde vas? Angélica, espera… —Su tía se puso en pie para seguirla, pero Angélica no se detuvo. No podía detenerse. Pasó rápidamente junto al sorprendido Herrings y encontró a Kiril esperando al lado de la puerta.
—Tengo que ver a Alexander —dijo y sin esperar respuesta, subió al carruaje. Kiril la siguió dentro.
—No la puedo llevar allí, princesa, Alexander…
—¡Por favor! —casi gritó la joven y Kiril se echó hacia atrás—. Por favor, Kiril, llévame con él.
Tras un momento de silencio, Kiril se asomó por la ventanilla y dio al conductor unas instrucciones que ella no pudo oír. Cuando el carruaje se puso en marcha, Angélica se recostó en el asiento y cerró los ojos.
No era posible. Su padre no era su padre. Graham… un terrateniente escocés era su padre, y era… ¿era un monstruo?
† † †
—¿Qué está haciendo ella aquí? —El tono airado de Alexander era palpable cuando se dirigió a Kiril, sin prestar atención a Angélica. Su primera reacción al verla entrar en el apartamento de la tercera planta de un edificio cercano a los muelles fue de felicidad. Su mera presencia le hizo desear que todo el mundo saliera de la habitación y besarla hasta que no le importara ser poseída en el suelo.
Y por esa misma razón, tenía que irse.
—Tengo que hablar contigo.
Kiril levantó las manos y retrocedió para que a Alexander no le quedara más remedio que mirarla a ella. Hermosa, le parecía condenadamente hermosa. Tras examinarla con más detenimiento, vio la señal reveladora de su preocupación.
—¿Qué ha pasado?
Angélica miró a los vampiros reunidos alrededor de la gran mesa cubierta de mapas.
—¿Podemos hablar a solas en algún sitio?
Alexander la cogió del brazo y la llevó a una pequeña antesala.
—Habla.
—Esta mañana fui a hablar con mi hermano, como te dije, pero Mijaíl no estaba en casa.
Conteniendo a duras penas la impaciencia, Alexander esperó a que continuase.
—Le estaba esperando cuando llegó Lady Dewberry y me contó… me contó que mi padre no es en realidad mi padre.
Alexander se llevó el dedo pulgar y el índice al puente de la nariz y se lo frotó, algo confuso.
—Angélica, lo que dices no tiene sentido.
—Mi madre estaba embarazada de otro hombre cuando se casó con Dimitri Belanov.
—Ya veo —dijo Alexander, tratando de entender por qué aquella noticia la ponía tan nerviosa. Sí, tenía que haber sido un golpe, pero, por lo que sabía, Dimitri Belanov estaba muerto, así que no era probable que cambiaran mucho las cosas. A menos que supiera quién era su verdadero padre y quisiera encontrarlo—. ¿Y sabes quién es tu verdadero padre?
—Solo sé su nombre, pero no se me ocurre cómo puedo descubrir quién es si está muerto. A menos que Lady Dewberry me lo diga…
—Angélica —la interrumpió Alexander, al que se le estaba acabando la paciencia. Le habría gustado mostrarse más sensible y cariñoso, pero tenía que encontrar a Serguéi y al asesino antes de que mataran a más inocentes, y en opinión de Alexander eso era algo prioritario—. ¿Podemos hablar de esto más tarde?
Ella pareció sorprendida ante su sugerencia y pronto entendió por qué.
—¿No te importa?
—Por supuesto que sí me importas…
—Me refiero a si te da igual.
¿Es que hablaba en un idioma diferente? Lo que decía no tenía sentido para él.
—¿Por qué no iba a darme igual, Angélica?
Angélica pareció aliviada. Rio brevemente y se encogió de hombros.
—Oh, no lo sé. Supongo que otros hombres se preocuparían si no supieran de quién es hija la mujer con la que piensan casarse. Después de todo, mi padre podía estar loco, o enfermo, o…
—¿Casarnos? —La palabra salió de su boca antes de que le diera tiempo a pensar. El silencio que cayó sobre la habitación fue la primera advertencia de que había cometido un error garrafal—. Angélica, no sé cuándo te he dado la impresión de que quería casarme —dijo Alexander con voz titubeante. ¡Maldita boca! No quería hablar de aquel tema. No en ese momento, no antes de que tuviera tiempo de hablar con ella sobre sus obligaciones para con su clan.
—Hiciste el amor conmigo.
Alexander se estremeció al percibir incredulidad en su voz.
—Sí, te deseaba Angélica. Y sigo deseándote.
—Pero solo para ser tu puta personal, ¿no? —Quiso ofenderle con el sarcasmo y lo consiguió. Alexander no sabía cómo habían llegado a aquel punto, pero al ver su expresión herida quiso acercarse a ella y abrazarla, aunque sabía que ella no iba a permitírselo. No en un momento en que estaba tan irritada.
—Angélica, sabes que eso no es cierto.
—¡Tonta, qué tonta he sido! —dijo alejándose de él—. ¿Por qué me pediste que fuera contigo a Moscú? —dijo, dando media vuelta—. ¿No hay suficientes mujeres en Rusia para ocuparse de tus necesidades, príncipe Kourakin?
Alexander también empezó a enfadarse. No quería decir nada de lo que pudiera arrepentirse más tarde, así que cerró los ojos y esperó en silencio a que pasara el arrebato de ira.
Abrió los ojos al oír el portazo. Angélica se había ido. Dio un paso para seguirla, pero se detuvo. Estaba demasiado alterada para hablar con ella racionalmente. Kiril la llevaría a casa y más tarde, cuando hubiera terminado su trabajo, se lo explicaría todo. Pero por el momento tenía que volver dentro y tratar de descubrir quién había estado pasando información a Serguéi. Era evidente que había alguien haciéndolo, pues era la única explicación de que no hubiera sido capturado hasta entonces.