Teoría del Bostero 4
Pobres Ricos
—Yo suelo empezar mis cursos de cultura popular leyendo un fragmento de una entrevista que le hicieron a Marcela Tinayre, donde le dicen vos, que sos tan paqueta, tan fina, ¿por qué sos tan mal hablada? Es que a mí me encantan las cosas populares, dice ella. Yo sé que por educación y todo eso yo soy muy elegante, pero también adoro las cosas populares, por eso soy tan mal hablada y tengo una platea en la cancha de Boca, dice. O sea que ahora “ser popular” es tener una platea en la cancha de Boca. ¿Qué ha pasado con esta explosión de bosterismo, que es al mismo tiempo una identidad tan clásicamente estigmatizada —negro, paraguayo, bostero— y un lugar ocupado cómodamente por clases medias y clases medias altas?
Se pregunta y me pregunta Pablo Alabarces, que pese a dedicarse a estudiar el fenómeno fútbol es hincha de Vélez. Hubo tiempos en que ser hincha de Boca era una condición realmente popular: la mayoría eran obreros o cabecitas negras o inmigrantes. Esa pertenencia no sólo definía la identidad imaginaria del club y de sus seguidores; era, también, algo real. Ahora, en cambio, es más una construcción cultural que una realidad sociológica.
—Hoy la clase alta se apropió del fútbol y le gusta el fanatismo. Antes eso no era así; a mí, cuando chico, por ser futbolero, me decían que era un negro de mierda. Me acuerdo de la hinchada cantando: «Yo soy del Abuelo, peronista y bostero».
Dice Gianni Buono, el fotógrafo y estudiante, que tampoco tiene tantos años. Artemio López desconfía:
—Esa asimilación entre Boca y el peronismo se puede justificar por la masividad, lo popular que tienen los dos. Por sector social, por carnaval, por fiesta. Pero yo lo veo muy forzado. Me parece que en todas las populares hay sectores que se pueden asociar al peronismo, no sólo en la de Boca. Aunque ahora, para empezar, habría que saber qué significa «peronismo».
Aunque nos lleven la contra
todos los cuadros de la A,
será siempre Boca Juniors
el orgullo nacional.
Dale campeón, dale campeón.
Dale campeón, dale campeón.
Ahora, con la confusión de las clases tradicionales, la conformación social de los hinchas de fútbol ha cambiado. Ya no es un espectáculo reservado a la clase baja y media —como cuando yo era chico y decirle a alguien «futbolero» equivalía a decirle negro de mierda. Mora hay ricos con aspiraciones de plebeyo, y si un señor de plata se quiere «encanallar», si se quiere mezclar con los sentimientos populares, Boca es la mejor opción. River no tiene gracia: sería redundante, casi kitsch, meterse en lo popular —el fútbol— para mantener una identidad de clase media. En cambio Boca sí produce la diferencia, el encanallamiento verdadero.
—Ay, qué divertido, viste. Somos taaan populares.
La cancha de Boca es, ahora, un ejemplo perfecto de esta sociedad muy dividida: uno de los pocos lugares en que esta sociedad convive con un objetivo común. La cancha es una puesta en escena de la sociedad: todos estamos supuestamente en el mismo lugar para desear algo juntos, pero algunos están en palcos con mozo y televisión adonde llegan en sus 4 x 4 y otros están colgados del paraavalanchas después de tomarse cuatro colectivos desde José C. Paz. Y entre unos y otros, a veces, no hay veinte metros de distancia: es, de algún modo, el sueño menemista de una alianza entre los más ricos y los más pobres con un supuesto fin común: la patria capicúa.
En la cancha conviven los dueños de los palcos de más de 100 000 dólares, los plateístas que están justo debajo —en esa zona que yo llamo Gorlero, 1500 pesos por año—, los de las plateas A y B —a 700—, los de la tercera bandeja de plateas —que cuestan la mitad y donde el clima cambia—, los hinchas de las populares periféricas —la tercera bandeja de la tribuna Norte, las dos de la Sur— y finalmente los miembros de la barra, en la segunda bandeja de la Norte. Son territorios con habitantes muy diversos. Y en cada uno, por supuesto, también hay mucha mezcla.
—Yo disfruto mucho del fútbol por la pasión popular. Me gusta ir a la cancha y voy a la popu porque me encanta disfrutar de la masa, de poder tener un objetivo común…
Dice Barisonzi, que vive en un boating de San Isidro:
—Esa sensación de compartir con gente totalmente distinta a vos y que sienta la misma sensación, es muy fuerte e impresionante.
Somos la mitad más uno,
somos el pueblo
de Carnaval.
Boca, te llevo en el alma
y cada día
te quiero más.
Mi hijo y yo entramos a nuestras plateas de tercera por la calle Irala, detrás de la vía: estaciono mi coche en una esquina somnolienta, caminamos tres o cuatro cuadras sin ver un policía, entramos sin apretujones. Alguna vez he ido por el otro lado: colas de morochos contra la pared, los caballos de la montada caracoleando en el asfalto, requisas, revisaciones, gritos: el clima tenso de la amenaza en las calles angostas. Alguna vez pensé que esas dos entradas a la cancha son la mejor muestra de las dos Argentinas que estos treinta últimos años supieron conseguir. Y todos vamos a la cancha para tener la sensación de que queremos algo juntos. Aunque, de vez en cuando, las diferencias se pronuncien:
Que grite la platea,
la popular también,
que si no gritan todos,
parecemos River Plate.
Para no caer en el peor de los pecados —para no parecer River Plate— tenemos que producir esa alianza, la identificación de todos: ese momento mágico en que las clases desaparecen, esa disolución de nuestras diferencias en el objetivo común de que ganen los nuestros, aunque no ganen nada. Ese momento en que todos declinamos nuestras diferencias para pasar a ser, por un rato, bosteros. Bosteros, por encima de todo.
Alabarces me dice que Boca sería un lugar perfecto para ese «plebeyismo» que, dice, ahora domina nuestra sociedad:
—El plebeyismo es uno de los grandes temas de la cultura argentina contemporánea: hacer profesión de fe de la ignorancia, la desaparición del lugar de lo culto. Son tiempos populistas y neoconservadores: el momento en que las derechas dejan de ser elitistas y viran a populistas. En la Argentina eso aparece a fines de los ochentas, con el menemismo: ese plebeyismo es lo que en términos políticos uno llamaría populismo neoconservador. Y eso se combina con el momento en que desaparece el pueblo, lo popular, y aparece la gente. Como esa homogeneización no tiene componente de clase, digamos, no hay resistencia a incorporarse a una corriente cultural que no te estigmatiza: no es que por ser de Boca pasaste a ser groncho, no hay estigma. En ese contexto ser de Boca es perfecto.
—El problema es que se pierde ese contenido de resistencia que parecía tener el hecho de ser de Boca. Ser de Boca, de algún modo, quizá sólo imaginario, era situarse afuera, en el límite, en los márgenes.
—Sí, ser de Boca tenía ese contenido político, eso de ser profundamente plebeyo en un momento en que ser plebeyo era una forma de resistencia —y eso sí se borró por completo. Si el plebeyismo ahora pasa a ser hegemónico, entonces el plebeyismo bostero no distingue a nadie.
—A mí me intriga pensar cómo se arma en el imaginario bostero esta mezcla: por un lado somos los de abajo, los de la garra, los huevos, los que siempre tenemos que pelearla porque todo se nos hace cuesta arriba. Y por otro, al mismo tiempo, somos los más grandes. Conciliar la sensación de tener el poder de la mayoría y de estar siempre peleándola de abajo es una alquimia complicada.
—Bueno, eso es muy peronista, de lo que era el relato imaginario del peronismo, de aquel peronismo que era la resistencia, el hecho maldito del país burgués. Boca, entonces, venía a ser el hecho maldito del fútbol burgués que, encima de todo, ganaba. Eso funcionaba en épocas de peronismo proscripto que la corre de atrás pero se disuelve ahora, cuando todo argentino es un peronista que después se agrega otro adjetivo. Y ahora me parece que ese contenido de resistencia está absolutamente disuelto por la impronta de Macri, la idea del marketing, de la empresa exitosa, la bolsa de valores, la exportación a China.
—Pero, en el imaginario, en el tipo de juego, en ponga huevo y corazón, la idea se mantiene. Esa es la contradicción interesante, me parece. Seguimos viviendo de ser algo que no somos. Y, al mismo tiempo, ser de Boca es ser parte de uno de los pocos espacios donde la mayoría sí gana: donde el pueblo —en la tribuna— y el esfuerzo —en la cancha— se ven recompensados. Si te descuidas, te voy a terminar diciendo que ser de Boca es mantener una utopía.
Rematé, enfático. Pero por suerte no se descuidó, y no se lo dije.
¿Cómo no voy a ser,
cómo no voy a ser
hincha de Boca, vago y atorrante?
¿Cómo no voy a ser,
cómo no voy a ser,
si soy de Boca y tengo aguante?
Don Alberto J. Armando inventó una frase que se instalaría en nuestra cultura: que los hinchas de Boca somos «la mitad más uno». Y siempre creimos en esa definición, aunque no necesariamente como una descripción cuantitativa. Ahora Artemio López y su consultora Equis han hecho una encuesta de «adhesiones a equipos de fútbol», o sea: de cuántos hinchas tiene cada equipo. La encuesta es impresionante: casi diez mil casos, diez veces más que lo habitual, con un margen mínimo de error.
Y la conclusión más notable es que Boca, sin ser la mitad más uno, tiene una gran mayoría de las adhesiones: 40,3 por ciento contra 32,8 del segundo —un club llamado River Plate. Detrás, con menos del 5 por ciento cada uno, Independiente, Racing y San Lorenzo, en ese orden.
—No puede ser que el 75 por ciento del país sea de Boca y River, es imposible. Yo he hecho muchas notas y buscado muchos datos y nunca me da más del 50 por ciento. Si no sería Uruguay, y esto no es Uruguay.
Dice Alejandro Fabbri, adalid antiBoca —y antiRiver. Pero Artemio sostiene sus números, y el club maneja cifras parecidas. O sea que, descartando al 10 por ciento que se declara neutro, habría en la Argentina más de trece millones de bosteros —contra menos de once millones de gashinas.
Los trece millones de bosteros estamos distribuidos con bastante regularidad en el territorio de la patria. Por edades, las proporciones se mantienen, aunque Boca y River tienen más hinchas más jóvenes —y Racing, Independiente y San Lorenzo menos; sus hinchas son más viejos. Es un efecto, seguramente, de la hegemonía creciente de los dos supergrandes —gracias a la televisión y al resto del negocio: ahora los chicos se hacen más de Boca o de River que antes. La famosa concentración menemista —versión AFA.
—A mí me preocupa el fenómeno del exitismo, que lleva a que cada vez más los chicos argentinos sean de Boca o de River. Eso es triste y estresante, porque finalmente todo se juega entre dos, o estás en la gloria o estás en el cadalso, no hay matices. Y en la medida en que los chicos quieran ser cada vez del equipo que gana, la diferencia de recursos se profundiza, es un círculo vicioso… Un chico que va al colegio y convive con todos chicos de Boca o River que siempre ganan, no va a seguir siendo de San Lorenzo que no gana nunca. Anda a explicarle; el papá no lo puede sujetar más.
Dice Mauricio Macri, y a mí me sorprende porque fue él quien dijo, cuando asumió, hace nueve años, que quería construir un Boca hegemónico).
—¿Pero ese no es el triunfo del Boca hegemónico que vos prometiste?
—Por una parte sí, pero yo quería un Boca hegemónico con protagonistas sólidos, que el segundo fuera siempre otro, no siempre River. A ese fenómeno lo único que lo detiene es la regionalización. Lo único que puede hacer que el chico deje de decir soy de Boca o de River porque gana es soy de Talleres porque es cordobés. Eso funcionaría, está bueno.
Dice el presidente Macri: que se le fue la mano.
Hinchada, hinchada,
hinchada hay una sola,
Hinchada es la de Boca:
las demás son de las bolas.
—En los últimos años, la menemización del fútbol apuntó a la concentración: a que los dos poderosos sean más poderosos.
Insiste Fabbri, casi enardecido:
—Es la uruguayización: reducir el fútbol a Boca y River, concentrar el fútbol como se concentró la riqueza, la economía. Como se privatizaron todas las empresas públicas, se vaciaron las asociaciones civiles que eran los clubes chicos y medianos, que cumplían funciones sociales, públicas en la sociedad. La clase media que los mantenía se empobreció o se fue, los resultados deportivos no llegan y entonces los pibes se hacen de los equipos grandes, el producto de las entradas ya no se reparte como antes, la televisión también les paga menos. Y encima les vaciaron las inferiores, les llevan a los pibes desde chicos. Entonces, ¿qué campeonato podés tener? No hay manera, es imposible.
—Yo siempre dije que me resultaba infinitamente más antipático River que Boca, a partir de ese tipo de cuestiones, esa idea de que es el que más títulos gana, el que tiene la plata.
Dice Pablo Alabarces:
—Y en cambio en los últimos años me apareció una poderosa antipatía por Boca. Hay una frase de Alessandro Portelli, un historiador italiano que trabajó sobre la cultura futbolística en Italia. ¿Por qué a Berlusconi no lo quiere nadie? Porque el tipo traiciona un mandato fundamental, que es que el que gana tiene que dejar algo para el resto, no puede llevarse todo. Eso es lo que empezó a ocurrir con Boca en el último tiempo, eso de me llevo todo y no dejo nada para los pobres, a mí me resulta antipático porque pienso en esa historia de pobres que la corren de atrás y digo hermano, recordá tus orígenes, Por eso creo que la identidad bostera hay que pensarla históricamente. Estos diez últimos años son la etapa del cambio. Se volvió macrista, con la famosa frase de «quiero un Boca hegemónico», y lo que es hegemónico tiene que perder contenido resistente, no puede ser las dos cosas al mismo tiempo. El fútbol como capitalismo puro, el fútbol de mercado no permite que las tradiciones románticas del fútbol argentino sobrevivan.
—Sí, Boca cambió. No es lo mismo que antes.
Dice Nicolás Cohén, casi treinta, buen pasar, un hincha que ha seguido a Boca por muchos países:
—Boca se hizo un club más elitista, es un club caro para ir a verlo. Tiene las plateas más caras de todo el fútbol argentino y no es fácil conseguir entradas. Está manejado de esa manera. Entonces cuando no es un partido importante la gente no va a la cancha, no va porque hace frío, por ejemplo. No es la misma gente que iba antes. Una platea preferencial vale 1500 pesos por año, es un montón de guita, y a eso sumarle 20 pesos mensuales de la cuota, la más cara del fútbol argentino. Ahora Boca es un club para los que tienen plata. Boca le vende entradas a empresas, para gente que no es de Boca. A Boca ahora lo puede disfrutar sólo gente que tiene dinero, porque si vas a la popular estás como una sardina. Es verdad.
Y su amigo el Mono Fridman dice que para él la preferencial —la avenida Gorlero— no es la cancha:
—No, es el teatro Colón. Están todos bien vestiditos, todo fifí…
—A veces uno se pregunta si Macri, por origen y estilo, no tendría que haber sido de River…
Me dice Mario Silva, y Macri se ríe cuando yo se lo digo. Mauricio Macri me recibe en una pausa de campaña en su comando de campaña: un caserón imponente que otro empresario le prestó:
—Como decía aquel, yo soy millonario pero de Boca. La verdad es que eso es una vieja leyenda, que estamos muy orgullosos de haber revertido. Cuando llegamos a Boca los de River eran ricos, lindos, olían bien, educados, inteligentes, creativos; los de Boca éramos sucios, decadentes, antiguos, olíamos mal, no teníamos futuro, solamente se nos reconocía la pasión y la incondicionalidad con nuestro equipo.
Contesta el presidente, y dice que su propósito fue demostrar que eso no era así:
—Desde el momento en que empezamos a transformar nuestra casa, que es nuestro estadio, de algo decadente en algo lindo, en algo que mantuviese su estética pintoresca de la Bombonera pero que estuviese también conectado con la modernidad, con la convocatoria a la familia, a los chicos, a las mujeres, creo que hicimos un proceso de cambio cultural fenomenal. En poco tiempo dimos un giro de 180 grados y pasamos a ser el estadio fashion adonde toda la gente quería ir, adonde llevamos los mejores recitales para que todo el mundo le perdiese el miedo a la cancha de Boca. E hicimos permanentemente cosas que tuviesen que ver con la creatividad y la modernidad, todas las cosas del merchandising, la sala de conferencias para la prensa, las porristas, que al principio todo el mundo decía qué horror y después todos los clubes los imitaron, todas cosas que demostraron que Boca podía ser símbolo de lo creativo y lo moderno.
Mauricio Macri habla con ese acento que antes se llamaba barrio norte; dejando de lado muchas sílabas. Pero se ve que está entusiasmado, que le gusta hablar de Boca:
—Nuestro desafío era mostrarles a los chicos que no tenían por qué hacerse de River, que Boca podía representar los valores que ellos querían, la modernidad, la innovación, la estética joven… Y eso, acompañado con los éxitos deportivos, nos permitió revertir las encuestas que decían que River venía creciendo más que Boca. Ahora Boca ha vuelto a crecer a mayor velocidad que River. En proporción hay un poco más de gente ABC1 en River que en Boca, pero la realidad es que Boca tiene hinchas en todos los niveles. Esta leyenda descalificatoria no daba para más y la logramos revertir. Y eso tiene mucho que ver con que los jóvenes ahora estén entusiasmados, y en eso también ayudó mucho ligarnos a una marca de avanzada como Nike.
—¿Lo que queremos es ser más ABC1?
—No, queremos ser algo que atraiga a todos. A veces el tipo más pobre quiere identificarse con algo que lo haga pensar que está en el primer nivel, le importa más que al que ya lo tiene. Entonces que Boca haya vuelto a ser valioso en todos los aspectos, y no sólo porque era una tradición popular, sirvió para captar y atraer más locura hacia Boca en todos los niveles.
—Y con esa modernización no se pierde un poco de esa mística y ese carácter popular?
—No, yo creo que los hemos potenciado infinitamente. En serio te lo digo: el éxito lo que consigue es potenciar toda esa idea.
La encuesta de Artemio López también está discriminada por estratos socioeconómicos, y sus cifras mantienen viva la vieja percepción: un 46,6 por ciento de los pobres son de Boca —bastante más que la media general del 40,3— y un 41,4 de la clase media en situación de riesgo. Y desde ahí empieza la caída: de la clase media, sólo el 31,2 es de Boca, y de la clase más alta el 28,9. El estrato superior es el único sector de la sociedad argentina donde River tiene más hinchas que Boca.