Teoría del Bostero 12
Manchas de la Pelota

Sospechamos, sí: siempre sospechamos. Otra forma de participación es la sospecha. Para nosotros, hinchas, mirar un partido incluye todo el tiempo la suspicacia, los recelos. Los hinchas sospechamos que casi todo es material de compraventa: que los curros dominan el fútbol y la vida de sus protagonistas —como se supone que dominan todo el resto.

—Sería inocente pensar que, en una sociedad como la nuestra, que sufre una crisis ética tan grande, la corrupción no va a llegar al fútbol. Si hay médicos que te operan sin que tengas nada, habrá algún réferi que se haga el vivo, por ejemplo. Pero de ahí a que esté generalizado hay un largo trecho.

Me dice el presidente Macri. Y Alejandro Fabbri, periodista de larga data, me dice que el gran tema del fútbol es la corrupción arbitral y que todos la esconden:

—Es más fácil buscar cadáveres adentro de la muralla china que saber cómo es el mecanismo de la corrupción en el fútbol. Acá nadie te dice nada, todos son cómplices: todos alguna vez arreglaron a un árbitro, a un juez de línea, o se hicieron una vaquita entre cuatro equipos para cagarlo a este. Y lo que muchos boludos no tienen en cuenta es que todos son hinchas de un equipo: los árbitros, los jueces de línea, los que los designan, los dirigentes, los funcionarios de la AFA, los periodistas, todos son hinchas de un equipo, y actúan en consecuencia.

Y todos comentan que la corrupción está por todos lados. Que «La mayoría de los técnicos pide guita», por ejemplo, para comprar un jugador: como los jugadores están cambiando de club todo el tiempo, hay muchos técnicos que les exigen un porcentaje para pedirlos o aceptarlos en el equipo que dirigen.

—Bueno, en la elección del entrenador, que es una decisión fundamental, estratégica, que condiciona todo el resto, aparece, más allá de las ideas y los gustos que uno tiene, una cuestión muy delicada: la imagen que uno tiene de la transparencia de los actos de ese entrenador.

Me dice Carlos Heller, que no esconde su nombre:

—Un fenómeno bastante frecuente es que la mayoría de los entrenadores piden jugadores que son representados por determinados representantes o empresarios. Es muy curioso, ¿no? Te vas dando cuenta de que a fulano da la casualidad de que siempre le gustan los jugadores del mismo empresario… Yo siempre trataba de pedirle a los entrenadores que si querían cubrir un puesto me dieran tres nombres, no uno, y que después me dejaran trabajar a mí. Pero no siempre lo lograba. Este es un rema, cuando uno no quiere sentirse comprometido con cosas que no le gustan. Entonces algunas elecciones terminan yendo en contra de la opinión del público, y eso puede traer problemas. A mí me ha pasado que querés protegerte las espaldas con alguien confiable como tipo y no tomar riesgos con alguien que no le tenés confianza. Pero ahí a veces tenés que ir contra la corriente y se complica.

—Y lo complica la opacidad del ambiente futbolístico, supongo, porque el público en general no sabe que fulano es un transero, y entonces no entiende por qué no lo llevás a dirigir a Boca.

—Claro, y porque además algunos entrenadores tienen una prensa que los levanta muchísimo, que parece raro que tengan tanta prensa a favor…

Me dice Carlos Heller, su sillón, su escritorio, su ironía colgándole del labio y que, en cambio, no le parece que los jugadores sí puedan venderse:

—Yo he escuchado tantas cosas fantasiosas… y en mi actuación no las vi. Por ahí yo soy un tonto que no las vi, pero a mí me parece muy difícil. Un jugador que va a menos, ¿qué futuro tiene? El entrenador del club A mañana entrena al club B: ¿quién va a contratar a un jugador que sabe que cuando estaba en el equipo contrarío se vendió y que había que ir por ahí porque te iba a dejar pasar? ¿Cuánto demora que esto se sepa, en un medio de rotación acelerada?

Me va a empezar a parecer que esta rotación, que los hinchas detestamos, es una gran ayuda para la transparencia. Pero tampoco importa tanto: los hinchas sospechamos —sabemos— pero no queremos saber nada. Porque lo que nos importa del fútbol es la ilusión de la competencia, de demostrar que los nuestros son mejores; que nosotros lo somos.

—Tenemos que tener un lugar donde creérnosla, y el fútbol es ese lugar. Por eso uno nunca cambia de equipo. Por eso a mí no me interesa mucho que me cuenten los negocios del fútbol… Yo no sé lo que hay atrás de todo eso ni me interesa, me pone de mal humor. Quizás se arreglen los partidos, y vos o yo podríamos saberlo si quisiéramos, pero no nos interesa mucho revolver ahí. Prefiero preservar ese espacio; si no estaríamos fritos.

Me dice Artemio López, sociólogo bostero o viceversa.

—Sí, parece que a nadie le importa. El fútbol es el lugar de la impunidad. ¿Hubo que arreglar al árbitro? Y bueno, ganamos: lo que importa es que ganamos.

Dice Alejandro Fabbri, y su colega Martín Souto dice que él se encontró con muchas cosas pero que «conocer toda la mierda del fútbol no le quitó pasión»:

—A mí no me da lo mismo, como periodista o como persona, saber que hay tipos que viven de negociados, de corruptelas, de cagar gente; no me da lo mismo saber que hay técnicos que le piden guita a sus jugadores para comprarlos o para ponerlos, que hay partidos decididamente arreglados, que por supuesto hay corrupción en el arbitraje, Pero a mí eso no me quitó pasión. Yo creo que los que dicen no, yo no le doy más bola al fútbol porque es todo un negocio no le dan más bola porque su mujer les rompe las pelotas o porque se cansaron del fútbol o porque les gustó el ballet o porque su equipo no gana ni un envido con treinta y tres. Si hay algo que no está desarrollado en el periodismo del fútbol es la investigación, porque a la gente no le gusta saberlo.

Quieren desenmascarar al político, quieren que lo gasten al político, pero no quieren que lo gasten al ídolo o que lo investiguen. Y la gente sabe que es todo un negocio pero quiere jugar a creerse que no. A la gente le gusta creerse que todo lo mueve la pasión y el resto le chupa un huevo.