Teoría del Bostero 9
Esta es Tu Hinchada
Decir hincha de Boca es una vaguedad, una descripción que describe muy poco. Dice, por supuesto, que la persona descripta prefiere que —dado el caso de un partido de fútbol— gane el Club Atlético Boca Juniors antes que cualquier otro, pero muy poco más. Entre un tipo que no puede aguantar los días que faltan hasta el domingo porque se va a levantar temprano, se va a poner los calzoncillos de la cabala, va a comer rapidito y se va a ir para la cancha y el tipo que si lo llaman unos amigos quizá vea el partido con ellos por la tele y el tipo que va a zappear a la noche Fútbol de Primera para ver cuándo hablan de Boca y se va a alegrar con un triunfo y el tipo que se va a enterar el lunes al mediodía por un comentario en el laburo y va a decir ah qué bueno y el tipo que ni siquiera eso pero si por causalidad le preguntan de qué cuadro es hincha va a contestar de Boca, las diferencias son casi tan fuertes como las semejanzas: ser de Boca se puede vivir de formas muy diversas. Hay militantes, afiliados, simpatizantes, votantes eventuales. En general lo primero que cualquiera piensa cuando piensa en hinchas es una cantidad de señores —y unas pocas señoras— reunidas en la famosa Bombonera. Y nada es menos cierto.
Un partido de primera en estos días convoca entre treinta y cuarenta mil personas. El mejor, el más terrible Boca-River, puede llevar unos sesenta. Si se considera que buena parte de los concurrentes son siempre los mismos —socios, abonados—, es probable que cada año pasen por los veintitantos partidos que se juegan en la Bombonera unos trescientos o cuatrocientos mil. O sea: un tres por ciento de los que se dicen hinchas de Boca. Y, en cada partido, los que están en la cancha no llegan, ni de lejos, al medio por ciento.
—No, yo nunca fui a la cancha a ver un partido.
Dice Marcelo Cristaldo:
—Es por lo de mi vieja, de esa vez que pasó lo de la Puerta 12, la avalancha, en River. Mi vieja siempre me contaba que ellos iban a ir ese día. Y después no sé qué paso y no fueron: le regalaron la entrada a un vecino. Y fue que el vecino esa vuelta falleció en la avalancha. Entonces, desde esa vez, mi vieja nos inculcó el miedo de ir a la cancha y a mí me quedó para siempre. Sólo voy a los entrenamientos a la Bombonera, eso sí, siempre que puedo voy.
La violencia —el miedo a la violencia— es la razón que más hinchas aducen para decir por qué no van a la cancha —o dejaron de ir.
—Por ahí, cuando era más chico no me importaba tanto, ahora sí. La verdad es que pasé situaciones muy malas: que te corre la policía de un lado, que la barra enemiga del otro, que te afanan los de tu mismo equipo. Yo no quiero saber nada más con eso. La verdad, no me interesa.
Dice Mario Silva. La estadísticas informan que viajar en un tren suburbano es mucho más peligroso —hay un muerto por día; en el fútbol hay, si acaso, uno por año—, pero es cierto que los medios no paran de alborotar con el rema de la violencia en las canchas y es verdad, también, que tomarse el tren para ir a trabajar no es una elección. Ir a la cancha, es obvio, debería ser un placer: si no se lo percibe así, no tiene demasiado sentido.
—No, yo ni en pedo voy a la cancha, con los quilombos que hay. Dice Juan Carlos Troncoso. Juan suele andar en piquetes para reclamar comida para el comedor de su barrio, y dice que siempre que pasa cerca la mira, piensa que alguna vez querría ir, cuando deje de haber tanto quilombo. Juan tiene cincuenta bien cumplidos, cinco hijos:
—Yo no voy por los quilombos que hay, muchos problemas, Pero mirá que yo soy bostero en serio, bien, bostero. Nosotros tenemos los muñecos de Boca, banderines, a veces compramos láminas en la vía pública, y las pegamos todas en la pieza.
Dice Juan, piquetero. La posesión de objetos auriazules —el marketing boquense— es una forma relativamente nueva de mostrar adhesión, fidelidad.
—Los tipos que viven en la mayor marginación, con las mayores limitaciones, en las villas más humildes, son los que vos ves que calzan las zapatillas Nike. Porque el tipo busca un valor que lo haga sentir que no está tan marginado en la sociedad como lo está, por esta cosa injusta que se ha dado en la Argentina.
Me dirá, en su sede de líder político, el presidente Macri, y le preguntaré si ese valor tiene que ver con Boca y él me dirá que por supuesto:
—Por supuesto tiene que ver con Boca porque Boca ha potenciado también a Nike. Pero te lo digo para que veas cómo funciona, para alguien que no tiene nada, sentir que pertenece a algo valioso: le da una satisfacción interna muy grande, ¿no? Es como aquel que trabaja en una empresa que piensa que es importante y, aunque esté en un lugar inferior y disconforme con su salario, hay algo que lo compensa que es decir yo pertenezco a este lugar que todo el mundo le dice ah, trabajás ahí, qué bárbaro. Esto es igual: pertenecer a algo valioso, que Boca se haya transformado en algo valioso, no sólo en su país sino en el mundo entero, es muy importante para ellos. Y vos ves que tienen ese orgullo por su equipo, por tener su tarjeta de crédito, su gorra, su camiseta diferente, qué sé yo, un estadio moderno: son cosas que destaca aun aquel que vos decís qué le puede importar. Si vos le preguntás a los hinchas más humildes, ellos rescatan esas cosas.
Dice Macri y una propaganda en la Bombonera lo sintetiza bien:
—Si llevas a Boca en el corazón, ahora también podés llevarlo en la billetera.
Dice la Voz del Estadio para vender una tarjeta de crédito de Boca: si llevas a Boca en el corazón, ahora también podés llevarlo en la billetera, dice, muy precisa.
Fuera de la violencia —del miedo a la supuesta violencia— un hincha puede no ir a la cancha porque vive muy lejos o porque no tiene con quién ir o porque no se le ocurre la idea o porque no sabe cómo se hace y lo asusta esa ignorancia o porque sabe que es muy difícil conseguir entradas o porque supone que es muy difícil conseguir entradas o porque le gusta mirarlo en la casa o el bar con los amigos o porque le da pereza o porque no le gusta o para no pelearse con su esposa o porque sus padres no lo dejan o porque tiene que quedarse con sus hijos o por otras mil razones o porque no tiene plata. Muchos me dijeron que no iban porque no tenían plata:
—El hincha de Boca vive el fútbol, lo siente, y eso no depende de que vaya o no a la cancha. Yo hace un montón que no voy a la cancha, como quince años.
Dice el kiosquero Marcos Zumbo:
—Le vengo prometiendo a mi hijo que lo voy a llevar y al final todavía no pudimos. Es que hoy a la tribuna no iría, y a la platea, para llevar a mi hijo, me tengo que gastar un fangote, que no tengo.
Y después estamos, por supuesto, los que vamos. Los que vamos somos la punta del iceberg, la vanguardia movilizada, los que nos creemos, con toda injusticia, los hinchas de verdad.
Por qué será,
que te sigo a todas partes campeón,
por qué será,
que no sé vivir sin vos.
Carnaval toda la vida,
el xeneize, la pasión,
si no te veo
se me parte el corazón.
Pero, más acá o más allá de la injusticia, los que vamos sabemos que hay pocas cosas mejores que entrar a la tribuna, chocarse de pronto con la luz y los colores, gritar cuando salen, gritar un poco más, saltar, emocionarse, dar más gritos, sentir que uno también está colaborando: formar parte.
—A mí me gusta ganar, como a todos, pero te diría que más todavía disfruto del espectáculo del fútbol.
Dice Norberto Guardia, inmobiliario:
—Digo, desde que salís de tu casa con tu hijo o con un amigo, te encontrás en la calle para ir a la cancha, la sensación de la gente de caminar para el mismo lado, comenzar a cantar todos juntos y todo eso que es el fútbol… Todos estos rituales que te dan una alegría inmensa. Eso de compartir algo con tanta gente, de estar en la tribuna y contagiarte tanto hasta el hecho de abrazar a un tipo que no lo conoces, que nunca más lo vas a ver de nuevo.
Hay quienes dicen que un partido de fútbol es una ceremonia religiosa: que hay veintitrés oficiantes en un cuadrado de pasto y alrededor unos miles de fieles chupacirios y más allá otros millones de fieles más distantes.
Y que todos esos fieles presentes seguimos fielmente su ritual, que todos gritamos uuuh en el mismo momento en que la pelota no termina de cumplir con su promesa, o puteamos al oficiante de negro cuando su pito suena o no, o gritamos como locos desgañitados desgreñados cuando la pelota se va a ciertos lugares donde campea una red. Pero que los fieles distantes hacen exactamente lo mismo, porque conocen el rito, el protocolo, y lo repiten en los lugares más inverosímiles: que son millones de personas que hacen, al mismo tiempo, los mismos gestos, dicen palabras similares, se encuentran sin verse en una acción común.
Es ese placer raro —raro por inexplicable y por escaso— de saber que quiero lo mismo que todos esos aquí alrededor, y muchos más que no veo, que jamás sabré. Lo primero que ofrece el fútbol es esa posibilidad de formar tribu, bandería, de compartir sentimientos con otros. Yo sé, sin duda, que el que está al lado quiere lo mismo que yo: que gane Boca y todo el año es carnaval. Entonces la cancha —el fútbol— es, antes que nada, el placer de esa comunión, de esa voluntad compartida con millones. ¿Cuántas más cosas se pueden hacer con tantos más, en la sociedad contemporánea? ¿Dónde más se pueden encontrar ecos del unísono perdido?
Aunque a veces me incomoda —no siempre, por suerte; algunas veces, cuando me paro a pensarlo— que lo que se festeja es el festejo en sí: uno festeja una victoria que sólo sirve para festejar la victoria y no sale de ahí. A veces estoy en la cancha gritando con otros cincuenta mil y de pronto me da una especie de nostalgia de momentos en que cantar lo mismo con muchos otros significaba empujar con todos ellos en una dirección que nos iba a cambiar las vidas. Acá en cambio es como una identidad que se agota en sí misma. Uno es de Boca y por eso sigue a Boca y es de Boca porque sigue a Boca y quiere que Boca gane así puede ganar más y así sucesivamente. Si alguien era peronista —dios no lo permita—, por ser peronista salía a la calle o votaba a un gobierno que hacía determinadas cosas. Si ganaba Perón, ganaba Perón —y todos los que lo votaban esperaban ganar con él, cambiar con él su vida. Si gana Boca gana Boca. Y estamos felices porque ganó —porque hemos decidido adherir a un símbolo que puede producirnos esa felicidad. La identidad futbolera es circular: no produce hechos que producen efectos reales sobre los que los producen. Por eso a veces pienso que es «improductiva».
Digo: no hay por qué comparar esos y estos unísonos, pero no puedo evitarlo. Y la diferencia de este con algunos otros es que aquellos postulaban un futuro. Este también, claro: que vamos a salir campeones. Que vamo a salir campeones, que vamos a salir campeoooo…