Teoría del Bostero 6
Es para Vos

—Yo la verdad prefiero cogerme a una gashina.

—¿Qué?

—A River, boludo, no te asustés. Sí, a mí lo que más me gusta en la vida es cogerme a las gashinas.

En el momento culminante siempre pasa lo mismo. Supongamos que la pelota entra; una tarde cualquiera, cualquier partido, la pelota por fin se digna entrar al arco. Entonces llega, primero —oíd mortales—, el grito sagrado, los saltos, los abrazos. Los sigue la voz de guerra sin floreos, tan primaria: y dale, y dale, y dale Boca dale. Y, después, enseguida, es para vos:

Es para vos,

es para vos,

gashina puta

la puta que te parió.

Aun en el momento del más puro gozo —¿sobre todo en el momento del más puro gozo?—, los primos aparecen: como si ese gozo no estuviera completo si no se lo restregamos en la cara.

—A mí me gusta que gane Boca pero, la verdad, la verdad, lo que más me gusta es que ellos pierdan.

Dice Juan Martín Ceppi y ellos, de más está decirlo, es River Plate:

—A veces miro el diario para ver cómo salió River: si perdió, estoy tranquilo. Entonces doy vuelta la página siguiente para ver cómo salió Boca.

—¿Y si Boca perdió?

—No me importa tanto como ver perder a River. Porque entonces ya sé que el que me puede cargar o jorobar no viene de ese lado.

Pero no es sólo una política de supervivencia; es, sobre todo, que la identidad se construye por oposición y, en este caso, el opuesto en el que nos miramos para ver cómo somos —al no ser como ellos— son los primos.

—No existen, hermano, qué le van a hacer. River no existe.

Existe, existe mucho, y es curioso que el insulto consista en postular lo contrario: una rémora de la época en que la solución para los enemigos consistía en hacer que no existieran —dicen algunos—: Un recuerdo de la dictadura. Pero el gran rival no puede no existir: es necesario. River existe, está tan presente en el corazón de su pueblo bostero que está claro que, si no existiera, tendríamos que inventarlo. Un partido cualquiera del año pasado, en la Bombonera, mi hijo y yo nos pusimos a contar los cantos de la tribuna que no decían la palabra gashina: eran tan pocos. Casi todo, de una u otra forma, les hablaba: puteadas, sarcasmos y desprecios —maneras de entenderse. Porque, para empezar, les reconocemos la pertenencia a la misma familia: ellos también son grandes, los únicos que están a la altura, los que forman, junto con nosotros, el Olimpo al que ninguno más accede. Los que necesitamos para ser.

dale alegría, alegría a mi corazón

es lo único que te pido al menos hoy.

La copa Libertadores es mi obsesión:

tenés que dejar el alma y el corazón.

Ya vas a ver:

no somos como los putos de River Plate.

Lo que nos diferencia es, por supuesto, nuestro entusiasmo, nuestras ansias de participar en la batalla. River tiene mejores jugadores, más técnica, más plata —supuestamente. River es un residuo del país que no fue: de cuando nos creíamos ricos y elegantes y capaces de todo. Boca, en cambio, es la adaptación a esta realidad confusa, dividida: la idea de que nada nunca va a ser fácil, que para ganar algo hay que pelearlo.

—A River le dicen el millonario porque si quieren tener a Beckham van y lo traen.

Dice Bruno del Río, obrero y pobre, contra toda verosimilitud. Aunque después dice que bueno, no, no tienen tanta plata:

—Pero Boca no es así. Boca sale con los pibes de la reserva o trae del interior jugadores nuevos. Entonces para ganar nosotros tenemos que poner más huevo, claro.

Su descripción de Boca tampoco es ajustada —pero define la imagen que a veces tenemos de nosotros mismos. Los dos clubes declaran ingresos de unos cien millones de pesos por año —y sus presupuestos se parecen mucho— pero la imagen siempre fue otra: que nosotros no tenemos la vaca atada y ellos sí. No sólo en el tema de la plata: en nuestra postura frente al mundo. Sí, somos los mejores, pero porque nos pelamos el orto, porque la peleamos como perros. No podemos descansar, no podemos descuidarnos ni un momento. No tenemos esa ventaja —que sería un privilegio de los ricos, los rentistas.

—Pero ellos son unos turros, se aprovechan.

Dice Martín Bentura. Martín tiene veintimuchos, una larga barbita pelirroja, el pelo al ras y un escritorio de empleado en una oficina del Estado. El escritorio está rodeado de afiches bien bosteros:

—Ellos cuando tienen que jugar con equipos más chicos tiran caños, rabonas, bicicletas, les rompen el culo a todos, pero cuando tienen que jugar por cosas importantes arrugan hasta acá.

Ellos son lo que su nombre indica: unos gashinas. Alguien me cuenta un chiste: a River le dicen Lady Di.

—¿Por qué?

—Porque sale muerto del túnel.

Cómo me voy a olvidar,

gashina puta, que te espera,

cómo me voy a olvidar:

vas a morir en la Bombonera.

Es mi ilusión

volver a verte

para volver a cogerte.

Una vez más

vas a cobrar

y no te salva ni toda la Federal.

Marcelo Cristaldo, el changarín, dice que lo que le gusta de Boca es, precisamente, que no es como River:

—Porque River agarra a un equipito y le hace cinco goles. A mí eso no me gusta, me molesta. Boca no. Boca hace dos goles, digamos, y si ve que el otro no tiene para hacerlos, entonces lo respeta, no se agranda con los chiquititos.

La última estribación de la —supuesta— solidaridad de clase: River sería un rico que se aprovecha de los pobres, un grande que se la agarra con los chicos. Metete con los de tu tamaño. En cambio nosotros conseguimos seguir creyendo que no, que entendemos la lucha de los pobres —y por eso nos solidarizamos perdonándolos— porque no tenemos nada garantizado de antemano, «comprado» con nuestra riqueza simbólica o incluso material. Nosotros somos el pueblo —de carnaval.

—La filosofía del fútbol es un invento argentino.

Me dijo, hace años, el español Manuel Vázquez Montalbán, un gran cronista. Y después descubrí que lo había escrito en un artículo donde citaba a Valdano, Menotti, Cappa, Galeano, y decía que «estos teóricos han intentado incluso definir lo que es un fútbol de izquierdas y un fútbol de derechas. Si les creemos, esta distinción existe y es bien bonita. Así, jorge Valdano afirma que “el fútbol creativo es de izquierdas, mientras que el fútbol de pura fuerza, marrullero y brutal es de derechas” ». No me gusta que Valdano lo haya escrito en madrileño pero, además: si aceptamos esa definición Boca jugaría un fútbol de centro derecha y no sólo Boca: la mayoría de los clubes populares —Peñarol, Atlético de Madrid, la Roma— se definirían por su fútbol derechista, contra el fútbol izquierdista de los equipos burguesitos como River, Nacional o el Real Madrid. Es raro. ¿Los ricos hacen fútbol de izquierda, los populares de derecha? ¿O todo el invento es un pequeño despropósito?

Boca no tiene marido,

Boca no tiene mujer,

pero tiene un hijo bobo

que se llama River Plate.

Hasta que, más allá de cualquier política, aparece la ideología. Una versión de la paternidad: ser padres es derrotar, vapulear; ser hijos es estar sometidos, no poder sacudirse ese dominio.

Vamos, vamos los xeneizes,

vamos, vamos a ganar,

que nacieron

hijos nuestros,

hijos nuestros morirán.

—River siempre ha tenido grandes planteles que técnicamente han estado por encima de Boca. Pero ¿por qué son hijos nuestros? Porque para ganarle a la camiseta de Boca la calidad no alcanza, hay que poner algo más.

Dice Ernesto Secchi. En todos los partidos oficiales que jugaron, Boca le ganó a River 75 veces, River a Boca sólo 67. Boca lleva varios años ganándole todos los partidos importantes. De dónde viene un verbo que sólo nosotros sabemos usar con propiedad: el verbo gashinear. Yo gashineo, tú gashineas, él gashinea, ellos gashinean. Aunque, en bostero, el verbo no tiene primera persona. El verbo es todo para ellos: River se achica y enloquece contra Boca y pierde contra Boca. Y, aun cuando no fuera así, siguen siendo hijos nuestros. Y entonces, las relaciones peligrosas, el incesto:

Decime River

qué tengo que hacer:

me duele la pija

de tanto coger.

Lo cual, en este caso, no refiere al amor sino al espanto. Y además, suponemos, ellos nos envidian mucho: «El hincha de Boca ama alocadamente a Boca y odia a River. El hincha de River odia profundamente a Boca y le simpatiza River. El nivel de intensidad con el que los bosteros amamos a Boca es similar al grado de odio que tienen las gallinas con nosotros», dice el editorial de una página de internet que se llama —lo juro— hijosnuestros.com. «Está demostrado en los cantitos de las hinchadas. Boca tiene ese que dice “Boca te llevo en el alma y cada día te quiero más”. River contrarresta con un “Boca, qué asco te tengo… etcétera”, pero no con un “River te llevo en el alma”. Hay un montón de cantitos que la Doce canta a favor de Boca y que son contestados por las gallinas, pero muy pocos son los cantos de los Borrachos del Tablón en los que sean abiertamente a favor de River. Eso demuestra mucha envidia».

—Debe ser triste ser hincha de River, tener que gritar por el millonario sin un peso en el bolsillo, tener que simular que te importa el toque y la elegancia cuando lo único que querés es ganarle dos partidos seguidos a Papá. Menos mal que soy bostero, hermano, menos mal.

Dice Gabriel Azcorbe, veintidós, motoquero, y de verdad se lo nota aliviado. Debe ser horrible no poder disfrutar de ese placer que sólo nosotros conocemos cada vez que les pasamos por encima y podemos gritar que somos el pueblo de carnaval —aunque la cosa sea más complicada. Ese placer que nos da confirmar una y otra vez que River, con encomiable esfuerzo, concretó aquella idea que trajeron nuestros abuelos inmigrantes; que en esta tierra sus hijos podrían hacerse ricos. Nosotros, viejos xeneizes, tenemos un hijo millonario.

Nuestro enemigo es River, pero para todos los demás —suponemos— el enemigo somos nos. Alguna vez pensé que era delirio de grandeza; si lo es, es un delirio muy grande de grandeza. La gran mayoría de los hinchas de Boca está de acuerdo: estamos solos contra el mundo.

—Sí, todo el mundo le quería ganar a Boca. Y le digo que los demás le tenían más bronca a Boca que a River, más bronca que a ningún otro.

Dice todavía don Francisco Varallo. Así que la sensación viene de lejos. Nihil novum sub sole, decían los latinos —por no decir, como todo el mundo, que no hay nada nuevo bajo el sol.

—Es así. Boca es el equipo más odiado.

Dice Mario Silva, con una sonrisa de placer:

—Ahí sí se establece una diferencia con los hinchas de Boca: cuando Boca pierde no festejan sólo los hinchas de River; festeja el país entero.

Martín Bentura, el de la barba larga:

—Boca juega siempre contra todos. Si Boca pierde con River te vienen a gastar los de Argentinos Juniors, cualquiera te quiere gastar. «Y vos qué tenés que ver, callate la boca». Y eso a los de River, fíjate, no les pasa. ¿Será porque los de Boca somos un poco insoportables? Quizás sea porque todos presienten que Boca es el más grande y por eso están en nuestra contra. O porque querrían ser como nosotros y no pueden, o les da vergüenza.

Nunca hicimos amistades,

nunca las vamos a hacer:

amistad hacen los putos,

que no paran de correr.

—Boca despierta adhesiones en una proporción más importante que River pero, sobre todo, suscita mucho más rechazo.

Dice Artemio López, por un momento más sociólogo bostero que bostero sociólogo. Hasta que vuelve:

—Los de River son unas gallinitas buenas, en cambio para todos los demás Boca es la peor mierda. Lo cual es muy bueno, porque nos da la mística que podríamos perder por ser la mayoría. Lo que es muy masivo deshace cualquier mística; lo que nos la mantiene es el rechazo del resto, que es intenso, muy intenso. En ese sentido me parece muy sabio esa de nunca hicimos amistades, nunca las vamos a hacer… Ese canto no es patoterismo: es una búsqueda desesperada de la identidad, de la mística que forma una identidad. No podemos hacer amistades porque somos esta cantidad enorme de gente que, si encima le caemos bien al resto, ya no somos más nada.