Teoría del Bostero 5
Elogio del Aguante

Es pura envidia. Todos nos envidian.

Dice Rubén Baza, con desdén.

—Yo prefiero ser paraguayo y boliviano y no ser uno al que le hicieron la cancha los militares, como River. Porque en la cancha de River debe haber una de muertos terribles, desgraciadamente. Pero nosotros no… nosotros somos hinchas de Boca porque queremos estar contentos, queremos ser grandes en la vida, y para ser grande en el fondo tenés que ser hincha de Boca.

Dice Rubén, cuya grandeza actual está en su almacén de Ciudad Oculta. Y otros vecinos bosteros de la villa se defienden de la acusación de que los hinchas de Boca sean pobres y villeros:

—No, eso lo dicen porque nos quieren tirar abajo, pero nada que ver.

Dice Marcelo Cristaldo, su vecino, que estudió para técnico electrónico y trabaja de changarín: es pobre y dice que si le dicen pobre es una forma de «tirarnos abajo».

—Sí, nos quieren tirar abajo porque no pueden entender lo que es ser hincha de Boca. Ellos no se pueden dar cuenta de la suerte que tenemos. Nosotros sí tenemos aguante, papá, no como ellos.

Ultimamente tantas cosas se resumen con una palabra: aguante. Aguante es una palabra nueva —no tiene más de treinta años— que nunca me gustó: «aguante es la síntesis de esta Argentina, la peor de todas las palabras: el lema de la victoria menemista. El resultado de estos años fue reducirnos a la posición de aguantar, de acurrucamos y parar los golpes. La resistencia que no era resistencia: sólo bancársela. Aguantar no es hacer, no es proyectar, no es buscarse la vida: es soportar. Recién vamos a volver a ser algo cuando la palabra aguante desaparezca por fin de nuestro léxico», escribí, exaltado, hace unos años. Aunque, me parece, la palabra tiene otras acepciones que la redimen: aguante también es una idea bastante noble, soy el mejor desodorante y nunca te abandono, yo te aprecio y te apoyo, estoy acá, pase lo que pase estoy acá. Y para estar soporto lo que sea y pongo el cuerpo:

Dale Bo,

dale Bo.

Esta es tu hinchada,

la que tiene aguante,

la que te sigue siempre

a todas partes

y la que nunca

te va a abandonar

El aguante es el tema fundamental de todos los cantos, la idea central que el bostero tiene de sí mismo. Los hinchas de los otros clubes —y sobre todo los gashinas— son amargos, no tienen nuestro aguante:

—No hay hinchas como los de Boca.

Dice Martín Benrura —y lo respaldan diez o veinte millones de argentinos convencidos.

—Creo que los de Racing se nos parecen en algo, que tiene mucho que ver con el sufrimiento. Hay equipos que se hacen más fuertes en la derrota, y Boca es el máximo exponente de eso, por lo menos antes de la era Bianchi. Los hinchas de River o Independiente, clubes donde hay seguramente muchos fanáticos, por lo general siguen al equipo cuando está en la buena, y en la mala no acompañan.

—Y sí, los hinchas de Boca somos más hinchas que los otros. Porque a Boca lo seguimos… Fijate cuánto estuvimos sin salir campeones y vos agarrás El Gráfico y ves las recaudaciones de las canchas y Boca siempre sale primero, ¿viste?

Dice Marcelo Cristaldo en Ciudad Oculta. Es bueno tener una fuente de orgullo que no dependa de cosas tan variables, tan incontrolables como once o doce jugadores —y su técnico y sus contrarios y los árbitros y toda esa patota.

Somos de la gloriosa

banda de Boca Juniors,

la que llena las canchas,

la más grande del mundo.

A pesar de los gases,

los palos recibidos,

siempre estaré a tu lado,

Boca Juniors querido,

Boca Juniors querido.

—Todos los hinchas creen que son distintos de los otros.

Me dice Martín Souto, treinta y pocos, conductor del programa El Aguante, futbolero furioso e hinchólogo graduado:

—Todos: ninguno te va a decir ah no, nosotros somos igual que los demás. Los hinchas de los equipos chicos dicen que los hinchas de los equipos grandes no entienden nada, que ser de River o de Boca es fácil Eso yo no lo creo, porque la exigencia para tu equipo también es muchísimo mayor. Pero ellos dicen que si sos hincha de equipo grande ganas todo, festejas todo, no sabés lo que es irse a la B, ser cuatro en la cancha de Sportivo Tecagamosapiñas. Y que te escondés detrás del poder de tu club en la AFA, en la sociedad. Todas esas cosas por ahí son ciertas para el club, pero me parece que no cambian al hincha. Argumentos que tienen que ver con ah, ustedes son muchos… Tiene que ver con esa cultura del aguante violento que siempre está alrededor del fútbol, que es más fácil ser de equipo grande porque podés ir a cualquier cancha y no te va a pasar nada porque son muchos. Y que encima lo que le pase a tu equipo le importa a todo el mundo; en cambio, si sos de Sacachispas los demás ni se enteran. Pero no es más fácil ni más difícil en el sentimiento. Aunque ahí hay una idea piola: los hinchas de equipos chicos se sienten más hinchas porque son más importantes. Es como tener acciones: si sos de Boca tenés una millonésima parte; en cambio el hincha de Tristán Suárez por ahí es el dos por ciento de la hinchada, porque son cincuenta. El pibe sabe que si no va se siente su ausencia, que los jugadores miran a ver si están los hinchas, que el tipo tiene que ir sí o sí.

Aunque todos los hinchas tienen —tenemos, en algún momento— esa sensación: que somos necesarios. Ahí está la gracia.

Qué alegría, qué alegría,

olé, olé, ola.

Vamos Boca todavía

que vamos a ganar.

Como esta hinchada loca

seguro que no hay:

no hubo en la Argentina,

no hubo en el Mundial.

Porque tenemo aguante

no hacemos la amistad;

gashinas vigilantes,

Las vamo a reventar.

Las corridas de toros son distintas. Muchas veces he discutido con argentinos sobre corridas de toros, y el argumento en contra se repite: que el toro tiene muy pocas chances de ganar. Entonces yo trato de contarles que las corridas de toros no son una competencia entre un toro y un torero sino una puesta en escena donde se trata de producir placer estético: que la faena del torero cree belleza y dé gusto a los espectadores. Y que si funciona todos ganamos, y que si no perdemos todos. Es lo contrario de cualquier partido.

En el fútbol no todos pueden salir contentos. O, mejor: en la cancha la alegría de unos es la pena de otros, y viceversa. En la cancha se pone en escena esa realidad casi excluyente: que existe una cantidad determinada de felicidad —de riqueza— de la que todos quieren apropiarse, y que si algunos se la llevan otros no la consiguen. Muchos políticos se la pasan postulando que el mundo es como una corrida de toros, pero el mundo contemporáneo es claramente fútbol. El fútbol es un aprendizaje de la desigualdad; para que unos ganen otros pierden. El fútbol, también en ese sentido, es toda una visión del mundo.

Ponga huevo, huevo los xeneizes,

ponga huevo, huevo sin cesar,

que esta tarde,

cueste lo que cueste,

esta tarde tenemos que ganar.

—A mí lo que me gusta es que Boca siempre gana, bueno, casi siempre.

Dice Bruno del Río, muy flaquito, obrero con trabajo.

—Y por eso el tipo de juego que más me gusta era el de Bianchi, porque daba resultados en poco tiempo.

El fútbol también puede ofrecer esa ilusión: el resultado rápido, lo que no necesariamente se construye. Porque lo bueno del fútbol es que no siempre gana el más mejor. Intervienen tantos factores que también los peores —o los no mejores— tenemos la esperanza de ganar. Es difícil definir «mejor» —y es una discusión eterna—, pero si fuera por calidad de jugadores, por elegancia de juego y esas cosas, Boca no ganaría tan a menudo. Por suerte hay tantos factores que intervienen en cualquier partido: habilidad, organización, entusiasmo, trampa, solidaridad, suerte, astucia, convicción, disciplina, indisciplina, fuerza, maña y tantos más. Si sólo fuera por alguna forma de la lógica, jamás podríamos ganarle al Madrid o al Milan.

—La verdad que lo que más se disfruta es eso de ganar 1 a 0 en el minuto 92 con un penal injusto. Es una boludez pero es verdad.

Dice Ricardo Kristal. En su vida, Ricardo prefiere las construcciones laboriosas: desde chico empezó a trabajar en el oficio de su padre —la ropa de cuero— y ahora, menos de treinta, ya tiene un local propio. Pero el fútbol existe para ser distinto de la vida —o no del todo:

—Supongo que el placer radica en la revancha de todo lo que sufriste antes. Como el otro día contra River, con los penales. Yo de movida hubiera querido ganarlo 5 a 0, mirarlo tranquilo con mi hijo, fumarme un cigarrillo, pero terminé tomándome cinco cervezas, con un pedo infernal, sufriendo como un condenado, transpiraba frío, me iba a explotar el corazón. Después lo disfruté como la puta madre porque cuando el otro considera que es injusto lo gozas mucho más. Así es más trágico, más telenovela.

Dice, y me sorprende la idea de que lo inmerecido sea más placentero: mucho más que aquello laboriosamente construido o lo que se consigue por mera superioridad «natural». Ganar por fuera del sistema de méritos sería más sabroso. Aunque lo contrario también puede ser válido:

—Y, sí, Boca siempre te hace sufrir, siempre conseguimos todo a fuerza de sacrificio y sufrimiento. Siempre ganamos cagando, o incluso en los penales, siempre con el culo a cuatro manos, pero así después lo valorás mucho más.

Dice Martín Caulo: ganar como una construcción hecha de malos ratos, sobresaltos. En cualquier caso, se trata de ganar: de la manera que sea —con la ilusión de hacerlo por afuera o por adentro—, el fútbol te mete dentro de un sistema de valores muy preciso. El fútbol te entrena para que sepas que lo que importa es ganar: lo único que importa. Una vez más, una visión del mundo. No hay —muchos— más valores: en eso los bosteros somos impecables. O casi impecables:

—Siempre me acuerdo de la primera vez que mi viejo nos llevó a la cancha a mi hermano y a mí. Yo debía tener ocho o nueve años y me puse loco cuando vi la Bombonera.

Dice Marcos Zumbo, el kiosquero de Pompeya:

—En esa época para mí Boca era imbatible, pero no porque ganara siempre, sino porque yo lo pensaba así porque era pibe. En esa época me ponía más loco que ahora: no soportaba que perdiéramos. Ahora no. Hoy sabés que se puede ganar o perder.

Porque aprender la vida también es aprender a perder: la educación del fútbol. Entonces, si perder a veces es inevitable, hay que inventarse formas de perder partidos que no te hagan perder otras cosas: el respeto, el orgullo, maneras de la identidad:

—Si se gana no importa tanto cómo, da lo mismo. Pero cuando se pierde, bueno, depende de cómo se pierda.

Dice Julio Lozano, el disquero, y toma mate; la pared de su cocina está pintada azul y oro con un corazón rojo:

—Perder hay que perder dejando todo. El equipo rival también juega, y puede jugar incluso mejor, pero si los jugadores dejan todo en la cancha para ganar, por mí está bien. Por eso siempre digo que Boca sólo depende de Boca, que es invencible.

—¿Invencible?

—Y, Boca sólo se puede vencer a sí mismo. Esto tiene que ver con la decisión de cómo querés jugar el partido, con qué actitud. Boca pierde partidos cuando no es Boca, cuando no tiene la actitud que tiene que tener.

El fútbol, está claro, es una actividad que se justifica por el deseo de ganar. Pero los hinchas de Boca también marcamos nuestra diferencia diciendo que no nos importa: ganamos, perdemos, a Boca lo queremos.

Las gashinas son así,

lo más amargo de la Argentina:

cuando no salen campeón

esas tribunas están vacías.

Yo soy de Boca señor,

cantemos todos con alegría:

aunque no salga campeón

el sentimiento no se termina.

Y dale Bo, y dale dale Boca,

y dale Bo, y dale dale Booo…

Que queremos ganar, por supuesto, que nos gusta más que comer con los dedos, pero ganar es muy fácil y cualquiera lo hace; perder nos da la chance de mostrar cómo somos.