Es frecuente escuchar que un alumno consigue éxito porque es inteligente o tiene suerte. En consecuencia, tampoco su fracaso depende de él. La culpa está afuera, se debe a causas inmanejables.

Pero no se piensa así en otros países —ni se pensaba así entre nosotros—. El éxito dependía en primer lugar del esfuerzo y el trabajo sistemático, la «suerte» no participaba de esta ecuación. Si algo no marchaba como se deseaba, pues había que redoblar el esfuerzo. En cambio, en la Argentina de hoy suelen repetirse zonceras como «mi hijo no nació para las matemáticas» o «le cuesta porque no le gusta». La respuesta es: ¡le cuesta porque no la estudia, porque no se pela el traste ni se quema las pestañas! Por eso le cuesta.