Terminadas las guerras interiores, conquistado el desierto y alambrada la pampa, desapareció el centauro indomable llamado gaucho y nacieron sus hijos de poca alcurnia: el peón de estancia en el campo y el compadre y el compadrito en el arrabal. Las enormes extensiones que esperaban ser cultivadas requerían mano de obra y se aceptó la tesis de Juan Bautista Alberdi «gobernar es poblar». Pero es conveniente recordar que esta consigna no era nueva. Cuando se había iniciado el proceso de la Independencia los argentinos sumaban menos de un millón de personas. El país estaba vacío. Debe ser motivo de orgullo que, tan pronto como el 4 de septiembre de 1812, se firmó el primer decreto para el fomento de la inmigración; esa fecha se celebra ahora como el «Día del Inmigrante», aunque pocos saben por qué.
No hubo en América latina otro país tan decidido a recibir gente como el nuestro. En 1824 Bernardino Rivadavia creó una Comisión de Inmigración y destinó el antiguo convento de la Recoleta para albergar durante quince días a los recién llegados. En 1853 la flamante Constitución Nacional aseguró beneficios «para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino». En 1870 se inauguró el Asilo de Inmigrantes sobre la calle Corrientes, junto a los muelles. Y poco después Nicolás Avellaneda firmó la ley 817 de Inmigración y Colonización, por la cual los inmigrantes debían ser alojados durante unos días y ayudados a conseguir trabajo. Funcionó una política impetuosa con infrecuente coherencia, pese a que abundaron irregularidades, estafas e injusticias motivadas por la especulación y los prejuicios.
De esa forma confluyeron los descendientes del gaucho y los recién llegados de Europa. Se tuvieron recíproca prevención. Al miedo lo encubrían con desdén, chistes o silencios. Tanto unos como otros cargaban frustraciones y nostalgias. El inmigrante desarraigado y el descendiente del gaucho muerto no sabían cómo descubrir que los unía el dolor. Ocultándose de miradas impertinentes, por ahí soltaban lagrimones sobre las piedras de su destino cruel.