No podemos cerrar este capítulo sin referencias al sindicalismo argentino que, por diversas razones, fue precoz y estrechamente encadenado al movimiento peronista. Este hecho singular le brindó fuerza, protagonismo y, también, una costosa desnaturalización.

En efecto, los dirigentes sindicales de las últimas décadas se caracterizan, en su mayoría, por gozar de privilegios irritantes, enriquecerse en una forma desproporcionada a sus ingresos, vincularse con sectores corruptos y usar demagógicamente a sus dirigidos para mantener cuotas de poder. Son escasas y heroicas las excepciones.

Durante el primer peronismo fueron obsecuentes con la pareja gobernante, bajo pena de ser expulsados o metidos en la cárcel. En los tres lustros de casi total prohibición del peronismo, se convirtieron en su columna vertebral y hasta llegaron a entenderse con la dictadura de Onganía. Al regresar el líder, oscilaron entre el socialismo y la reacción, con suerte diversa. Fueron perseguidos al caer el régimen de Isabel, con el que se aliaron y al que también asediaron para obtener ventajas sectoriales. Con el retorno de la democracia volvieron a ganar espacio a costa del país: ordenaron catorce paros generales infecundos y perturbadores. En su mayoría, luego, apoyaron a Carlos Menem en las elecciones internas para la designación del candidato presidencial. Durante los diez años y medio que este ejerció el poder, los otrora ruidosos sindicalistas se llamaron a un silencio increíble: no convocaron a protestas significativas cuando se polarizaba la riqueza, se vendían los bienes del Estado, se producían escándalos de mega corrupción y creció hasta niveles inéditos la pobreza y la exclusión social. En la calle, el bar o los taxis se insistía, con rabia e impotencia, en que estaban demasiado ocupados en contar los billetes que les llovían por su silencio o sus negocios.

A poco del cambio gubernamental se sintieron de nuevo llamados a la guerra santa, para no perder su rol de representantes y «defensores» de la clase trabajadora. No miden el recurso de huelga por los beneficios que reporta al pueblo, sino por el poder que ganarán los mismos dirigentes. Incluso se transparenta la sórdida competencia que libran entre sí, a ver cuál es más macho y, de esa forma, conquistar espacio en los medios.

Los sociólogos que han estudiado el movimiento sindical argentino siempre coinciden en su perplejidad. ¿Cómo —se preguntan— sujetos tan reaccionarios, hipócritas y corruptos pueden engañar con éxito a millones de trabajadores? ¿Será también la dirigencia sindical —rama teratológica del movimiento peronista— otro de los fenómenos «incorregibles» que hacen atroz el encanto de ser argentinos?