La etapa aluvional incrementó el uso de la viveza. Los inmigrantes fueron objeto de muchísimas estafas. No hicieron la América enseguida, como prometían sus sueños o los sueños que les vendieron funcionarios inescrupulosos. Una cosa eran las bellas palabras de la Constitución y otra la difícil realidad. Las puertas estaban abiertas para que ingresaran y se pusiesen a trabajar. Pero solo como mano de obra barata. Se les retaceó la tierra porque ya estaba repartida. Sarmiento se escandalizaba: así como nuestra dirigencia era más generosa que la de los Estados Unidos en la recepción de extranjeros, era al mismo tiempo mezquina y errada en el otorgamiento de tierras, lo cual demoró el arraigo, perjudicó la cultura del esfuerzo y dañó el sentido de la responsabilidad.
La viveza se transformó en un deporte, porque empezaron a venderse buzones y tranvías. Durante una de las frecuentes plagas de langostas alguien inventó un aparato baratísimo y eficaz para matarlas. La modesta caja que terminaría con esa plaga contenía dos tablitas, una marcada con la letra A y otra con la B; las instrucciones decían: «Coloque la langosta sobre la tablita A y péguele fuerte con la tablita B»…
¿Ingenio? ¿Humor? Con graves consecuencias en todo caso. Hace unas décadas se difundió la proeza de un industrial que vendió una partida de zapatos al exterior y despachó unidades de un solo pie, total —pensaba— «cuando se den cuenta ya habré cobrado el dinero». O el caso de la piel de yacaré: vendía tanto que, para no frenar los beneficios del negocio, decidió imprimir los dibujos y relieves del yacaré sobre cuerina. También muchos cajones de fruta encubrían las podridas con una capa superior en buen estado. ¿Delincuencia? ¿Psicopatía?
Con frecuencia el vivo recurre a las agachadas para esquivar los cepos. Pero se ocupa de disimularlas: no quiere parecer débil ni cobarde. La viveza, justamente, es el arma que lo preserva: «madrugar antes de que te madruguen».
Bajo su máscara se agazapa un ser desamparado.
La viveza, por lo tanto, también puede ser interpretada como una reacción, una forma retorcida y neurótica de lucha. Explicaría los ingredientes de su falsa omnipotencia, hondo encono y estudiada habilidad para dar golpes sorpresivos que no dejen lugar a la respuesta. El vivo desprecia la ley que siempre lo despreció a él y se burla de los valores que jamás lo respetaron. Se le han sumado y sedimentado convicciones antisociales. Como señalamos antes, podemos entenderlo, pero no justificarlo.
Su tragedia se ahonda al advertir que está resentido de veras, pero —como dice Ezequiel Martínez Estrada—, se trata de un encono que no puede definir lo que quiere.