Sacar ventaja en forma indebida dio lugar a la palabra ventajero. No importa si el beneficio es ilegal. Es beneficio.
Muchos argentinos incrementaron nuestra mala fama en el exterior mediante infinitas avivadas de poca monta: no solo robar los ceniceros del restaurante o quedarse con los cubiertos del avión, sino con las toallas de los hoteles y algunos objetos de quioscos. La ganancia es mínima, pero es grande el placer de la transgresión. Una especie de resarcimiento por injusticias de las que ni se tiene memoria. A veces las cosas subieron de tono, en especial con los exiliados que buscaban la forma para llamar por teléfono a larga distancia sin pagar. Ser «ventajero» empujó hacia delitos que ya no eran de poca monta: muchos se vanagloriaron de «reventar» tarjetas de crédito ajenas, «pinchar teléfonos» y «clavar» garantes. De ahí surgió la siguiente pregunta:
—¿Cómo se hace para meter 2.500 argentinos en una cabina telefónica?
—Muy fácil. Basta con decirle a uno solo que puede hablar gratis a Buenos Aires.