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«Aquí vienen, tan inevitables como los impuestos y tan lentos como los papeles…». Con su ala-X instalado en el interior de un tubo de lava congelada en la ladera de un volcán, Corran contempló cómo las parejas de interceptores iban describiendo pautas de búsqueda sobre la superficie lunar. Los pilotos imperiales habían transferido la cantidad suficiente de energía a sus sensores para que incluso teniéndolos directamente centrados hacia abajo, éstos desprendieran unas radiaciones tan intensas que era inevitable que fueran registradas por los receptores pasivos del ala-X.
Silbador había detectado diferencias en las firmas energéticas de cada unidad sensora, y había aislado una docena de interceptores distintos. «Eso significa que diez bizcos no han vuelto de su persecución. Teniendo en cuenta que el Escuadrón Rebelde sólo ha dispuesto de quince minutos para actuar, no cabe duda de que ha hecho un trabajo realmente magnífico».
Corran extendió el brazo y golpeó suavemente el panel de transpariacero de la parte posterior de su cabina.
—Silbador, ya llevan casi media hora con ese patrón de búsqueda. ¿Todavía no has conseguido encontrar la solución?
El androide replicó con un trino sarcástico.
—Eh, sólo era una pregunta. —Corran conectó los motores, transfirió energía al control de armamento y armó dos torpedos protónicos—. Listo cuando tú lo estés.
Un reloj de cuenta atrás apareció en su consola e inició el lento descenso de cifras. Los bizcos siguieron con su pauta de búsqueda en forma de parrilla, acercándose cada vez más a su posición en su incesante avanzar y retroceder. En cuanto Corran vio lo que estaban haciendo, pidió a Silbador que cronometrara las pasadas. Estas se mantuvieron constantes tanto en velocidad como en duración, lo que indicó a Corran que los pilotos habían hecho exactamente lo mismo que habría hecho él en su caso: habían programado el patrón de búsqueda en sus ordenadores de navegación, y estaban permitiendo que el piloto automático se encargara de llevarla a cabo.
«Lo cual significa que sabemos dónde estarán dentro de treinta y cinco coma tres segundos… —El joven corelliano asintió sombríamente—. Estoy muerto, de acuerdo. Pero ellos morirán antes que yo, y no cabe duda de que eso ya es una pequeña victoria…».
Y de pronto Corran comprendió que estaba furioso porque sabía que iba a morir. A primera vista esa emoción parecía bastante lógica, pero las emociones rara vez lo eran. Si alguien le hubiese descrito su situación actual y le hubiera preguntado qué sentía, Corran habría respondido diciendo que estaba aterrorizado. Pero la realidad era un poco distinta, porque la ira se imponía al miedo.
Hizo una profunda inspiración de aire y se obligó a relajarse. «El miedo y la ira no me van a servir de nada en esta situación». Corran sabía que abandonar su escondite para hacer bajar a los interceptores y poder llevarse consigo a unos cuantos más de ellos cuando muriera no era el curso de acción más adecuado. Corran ignoraba si los pilotos eran clones, voluntarios, reclutas alistados a la fuerza o mercenarios…, y en realidad eso carecía de importancia. La única razón de que disponía para justificar el enfrentarse a ellos era la misma que le había impulsado a lanzarse sobre los bizcos en Borleias.
«Quiero impedir que el Imperio siga causando más muertes. No soy un vengador: estoy aquí para proteger a otros… Corran sonrió. No hubiese sabido explicar por qué, pero de repente le parecía curiosamente adecuado que él, hijo y nieto de hombres que habían protegido a otros en la Fuerza de Seguridad de Corellia, los hubiera seguido al seno de la Fuerza de Seguridad y hubiera acabado allí, con la Rebelión. Su vida, la de su padre y la de su abuelo habían estado consagradas a proteger a otras personas. —Y ahora los chicos del suelo y los pilotos de los bombarderos de Salm disfrutarán de esa misma clase de protección…».
La cuenta atrás llegó al cero.
Corran apretó el gatillo.
Dos torpedos protónicos surgieron de los tubos de lanzamiento instalados en los flancos del ala-X. Los torpedos habían sido programados para llegar a cierto punto en cierto tiempo, por lo que Corran no necesitaba disponer de una fijación de blanco sobre la pareja de bizcos que estaba pasando por delante de él. Un kilómetro los separaba del ala-X y los torpedos pasaron del tubo de lanzamiento al blanco en menos de medio segundo.
El primer torpedo se abrió paso a través del interceptor más próximo y detonó. La explosión vaporizó al bizco, reduciéndolo a sus moléculas componentes. El segundo torpedo llegó a rebasar el objetivo, pero estalló en cuanto hubo recorrido la distancia programada. La detonación aplastó el ala de estribor del caza imperial. El interceptor inició una vertiginosa espiral de caída, chocó con un monolito de basalto y estalló.
Corran aumentó el nivel de impulsión y mantuvo la palanca de control firmemente sujeta mientras su caza salía disparado del tubo de lava. Una vez fuera de él, el joven corelliano tiró de la palanca de control y empezó a ascender. Vio que otros interceptores interrumpían sus patrones de búsqueda, pero ninguno de ellos mostró la reacción inmediata de avanzar hacia él. «Sus sensores siguen estando orientados hacia el suelo».
Corran pasó el control de armamento a la posición de los cañones láser y los ajustó para el fuego cuádruple. Eso disminuiría su velocidad de disparo, pero haría que un buen impacto significara la destrucción del blanco y Corran necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener. Invirtiendo el ala-X, lanzó un rápido vistazo a los interceptores mientras sobrevolaba el cráter del volcán. Localizando un par de objetivos que se estaban dirigiendo hacia el punto en el que habían caído los primeros bizcos, Corran elevó el caza sobre el estabilizador-S de estribor y describió una gran curva.
Ejecutó un picado y niveló la nave en un pequeño valle entre el volcán y un cráter meteorítico. Ascendiendo en el último segundo, Corran se elevó sobre la gran llanura lunar y lanzó dos haces de fuego láser contra la quilla de un bizco. El caza estelar le complació derritiéndose en una neblina metálica que se condensó al instante para caer sobre la luna bajo la forma de una fina lluvia.
Silbador emitió un trino lleno de orgullo.
—Y tienes toda la razón: Horn ha conseguido colocarse por delante del chico del bacta.
Un veloz serpenteo permitió que Corran esquivara la represalia del compañero de ala del bizco. Niveló su nave durante un segundo, y después ejecutó un brusco viraje hacia la derecha. Volvió a nivelar el ala-X cuando se encontraba a noventa grados de su trayectoria original, y luego ascendió y ejecutó un giro a babor que dejó el morro del ala-X dirigido hacia el interceptor que había estado intentando mantenerse pegado a su cola. Corran giró, disparó, fundió unas cuantas planchas del blindaje del bizco y ejecutó un nuevo viraje hacia la derecha.
Después el joven corelliano respondió a la pregunta de Silbador meneando la cabeza.
—No, me parece que no he acabado con él. Pero le he hecho unas cuantas quemaduras.
Corran hizo que el ala-X ejecutara una segunda maniobra de inversión y presionó el pedal izquierdo para volver a atravesar su propia trayectoria. Lanzas de verdosa luz láser hendieron la tenue atmósfera de la luna mientras los interceptores convergían sobre su nave. Silbador mostró un total de nueve en el monitor, e hizo que los enemigos más cercanos parpadeasen en rojo. Un chirrido de estática brotaba de los auriculares del casco de Corran cada vez que algún que otro impacto ocasional debilitaba sus escudos, pero la energía transferida de los láseres enseguida bastaba para reforzarlos.
Corran echó una mirada a su indicador de combustible.
—Está claro que podemos enseñarles unas cuantas cosas sobre el volar, pero ya va siendo hora de cambiar algunas de las reglas. —Viró hacia la izquierda, ascendió y luego niveló el ala-X, dejándolo invertido, y después dirigió el morro de su caza hacia el cono del volcán—. ¡Vamos a ver si estos chicos siguen siendo tan valientes en un sitio del que solían salir chorros de fuego y lava!
El androide astromecánico se apresuró a hacer aparecer un mensaje en la consola.
—Sí, invitarlos a entrar en la caldera volcánica sería una buena idea. La falta de espacio los perjudicará bastante más que a mí, de la misma manera en que perjudicó a todos esos cazas TIE que Wedge destruyó en Rachuk…
Corran hizo que el caza descendiera hacia el cráter y dejó la impulsión a cero. Después activó los haces repulsores y fue aumentando su potencia hasta quedar suspendido en el centro de la arena de obsidiana.
Mientras dirigía el morro de su caza hacia el cielo, Corran echó un rápido vistazo a la réplica con la que Silbador había contestado a su afirmación anterior.
—Sí, un nivel de probabilidades de nueve contra uno no parece muy justo…
El ala-X tembló violentamente, como si un niño titánico lo hubiera agarrado con su puño invisible. Silbador dejó escapar un trino lleno de preocupación, y Corran sintió cómo su estómago intentaba volverse del revés. «¡Un rayo tractor! Ahora sí que todo ha terminado…».
El androide astromecánico emitió un gemido quejumbroso.
Corran leyó el mensaje que acababa de aparecer en su consola y meneó la cabeza.
—Eh, no ha sido culpa tuya. El que me dijeras qué tal estaban las probabilidades no es la razón por la que han decidido nivelarlas. —Corran volvió a colocar el control de armamento en la posición de torpedos en el mismo instante en que el primer interceptor dejaba atrás el borde del cráter del volcán—. Sensores hacia adelante, Silbador. Ya va siendo hora de recordarles que dejar atrapado a un piloto del Escuadrón Rebelde no lo convierte en un cadáver…, y que sólo sirve para volverlo mucho más mortífero.