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Wedge Antilles hizo que la sonrisa llena de orgullo desapareciera de sus labios en cuanto inició la inspección de su ala-X.
—Recién remodelado, y el acabado es realmente impecable… Estupendo —dijo mientras deslizaba los dedos por la parte inferior del cono de proa, y después subrayó esa valoración con una firme inclinación de la cabeza para que quienes no podían oírle pudiesen determinar lo que estaba diciendo y pensando.
El ritmo del trabajo se había frenado considerablemente por todo el cavernoso hangar cuando Wedge entró en él para inspeccionar su nave. Su escuadrón ya había salido de la zona y le esperaba en el lado oscuro de Folor, por lo que le habían dejado solo con el personal técnico. Aparte del ala-X de Wedge, tres ala-X más en los que se estaba trabajando y unos cuantos cazas de otros modelos seriamente dañados, había poco que pudiera absorber la atención de las dotaciones. Mientras hacían una gran exhibición de enrollar cables y clasificar herramientas, todas le observaban e intentaban percibir la forma en que el comandante del Escuadrón Rebelde reaccionaba a su trabajo.
Wedge siguió avanzando hacia estribor, y se fijó en lo limpios que las dotaciones habían dejado los lanzadores de torpedos protónicos. Otro asentimiento. El volumen y la velocidad del zumbido de fondo de las conversaciones se incrementaron un poco, pero Wedge lo ignoró y prosiguió su lenta circunvalación del aparato.
Hubiese podido citar docenas de razones para llevar a cabo una inspección de su caza antes de volar en él, y todas ellas hubiesen sido irreprochables, sólidas y militarmente correctas. El caza estelar le había acompañado a lo largo de siete años de encarnizadas batallas con una cantidad de fallos mínima. La inspección le permitiría detectar cualquier posible problema antes de salir al espacio, y eso le ahorraría una larga espera hasta la llegada de un equipo de rescate.
Y, lo que era todavía más importante que eso, el que inspeccionase personalmente su nave constituiría un buen ejemplo para el resto del Escuadrón Rebelde. Wedge quería combatir la creencia de que el que fuesen pilotos de elite hacía que estuvieran por encima de la clase de obligaciones y deberes prosaicos y rutinarios con los que tenían que cargar los otros pilotos. La mayoría de su gente no era así, pero no quería que el aura de pereza generada por una persona se fuera extendiendo lentamente al resto del escuadrón. Los pilotos no estaban allí para verle, pero Wedge sabía que la nueva de su inspección acabaría llegando hasta ellos. «Y si sé hacer bien esto, entonces lamentarán haberse perdido el espectáculo…».
Se detuvo durante unos momentos para contemplar las hileras de cazas TIE, bombarderos e interceptores pintados sobre el flanco de la nave. Dos grandes Estrellas de la Muerte enmarcaban la colección de naves, y los cazas ssi-ruuk habían empezado a formar una nueva hilera justo encima de la franja roja que bisectaba el fuselaje. «Llevamos mucho tiempo luchando…, y todavía tendremos que seguir luchando durante mucho más tiempo».
Wedge oyó un rápido parloteo detrás de él, y un instante después Emetrés se encargó de traducírselo.
—El jefe Zraii pide que le disculpe por no haber podido representar todas sus victorias en el espacio de que disponía. Las naves de color rojo valen por un escuadrón de victorias, lo cual significa una docena.
Wedge empezó a fruncir el ceño mientras se iba volviendo hacia el androide.
—No sé si lo sabes, pero tengo una cierta idea de cuántas naves hay en un escuadrón.
—Sí, señor, por supuesto. Ya lo sé, pero dado que normalmente los verpinianos cuentan en base seis y que los humanos lo hacen en base diez, el doce, que para un verpiniano es conocido como «cuatro puños», contiene un cierto potencial de confusión que requería una explicación.
El humano alzó las manos en un gesto de rendición.
—Magnífico. Y ahora dile que puede agrupar las victorias por docenas o por montones. Me da igual cómo lo haga, ¿entendido?
—¿Montones muy grandes, señor?
—Una docena de docenas, Emetrés.
—¿Ciento cuarenta y cuatro? ¿Cuatro alas?
—Sí, o cuarenta y ocho puños en verpiniano.
Los ojos de Emetrés se apartaron de Wedge para volverse hacia el insectoide de color marrón que los había estado siguiendo.
—Señor, si hubiera sabido que dominaba el verpiniano de una manera tan fluida…
—Basta, Eme. No domino el verpiniano, pero siempre he tenido bastante buena cabeza para los números. Deja que termine esta inspección, ¿de acuerdo?
Wedge hizo una profunda inspiración de aire y lo dejó escapar muy despacio. «Voy a tener que hablar con Luke y averiguar cómo se las arregla para aguantar a su unidad 3PO… Eh, un momento: eso no servirá de nada. No tengo una hermana cerca para hacer que cargue con el androide».
Fue hacia los motores de estribor e inspeccionó las toberas de refrigeración y lo poco del extractor centrífugo de desechos que consiguió localizar. Después de haber echado un vistazo a los motores, Wedge examinó las lentes de los proyectores del escudo deflector y vio que habían instalado un juego nuevo. Los escudos se encargaban de proporcionar al ala-X la mayor ventaja de que disponía sobre los cazas TIE, y contribuían a su reputación de ser capaz de soportar un gran número de daños antes de quedar fuera de combate. Durante los ejercicios de adiestramiento todos los sistemas láser serían empleados a potencia reducida, pero aun así ver que el equipo del escudo deflector se hallaba en tan buen estado dejó muy complacido a Wedge.
Prestó una gran atención a los cañones láser gemelos montados sobre los extremos de los estabilizadores de la nave. Wedge ejerció presión sobre el de abajo y sintió un ligero desplazamiento antes de que el actuador, que no se hallaba activado, prohibiera cualquier movimiento sucesivo. Eso era una buena noticia, ya que cualquier libertad de desplazamiento superior a un par de centímetros significaba que los cañones láser podían perder la alineación mientras estaban siendo usados.
—Emetrés, pregúntale a Zraii para qué punto cero ha ajustado estos cañones láser.
El androide y el técnico mantuvieron un rápido intercambio de chasquidos y zumbidos.
—Dice que los ha ajustado para un punto cero de 250 metros, comandante.
—Perfecto.
Antes de despegar para atacar la Estrella de la Muerte, los ala-X habían sido reconfigurados de tal manera que su cero —el punto en el que convergían los cuatro haces— era de casi medio kilómetro. Eso les permitía ser empleados de manera muy efectiva para acabar con objetivos de superficie estacionarios. En el combate espacial, donde las distancias se encogían y los objetivos se movían mucho, mantener el punto focal más cercano incrementaba las probabilidades de apuntarse impactos letales sobre el enemigo. Los cañones láser seguían siendo capaces de acertar a otro caza a más de un kilómetro de distancia, pero siempre eran más temibles en las distancias cortas comunes en los combates individuales entre pilotos.
Los cilindros de los cañones, los supresores de fogonazos, los acopladores de puerta y los difusores de energía parecían estar en perfecto estado. Wedge se inclinó para pasar por debajo de los cañones y fue hacia la popa del ala-X. Transmisores de energía, generadores del campo deflector, toberas de escape, indicadores de células alimentadoras… Todo parecía estar perfectamente. El examen del lado de babor tampoco encontró ningún defecto.
La inspección de Wedge terminó con su regreso a la proa de la nave, después de lo cual dirigió una inclinación de cabeza al técnico verpiniano.
—Tiene tan buen aspecto como si acabara de salir de la fábrica, o quizá incluso todavía mejor.
Emetrés tradujo sus palabras y el verpiniano empezó a emitir zumbidos. Wedge no podía entender lo que le estaba diciendo, pero la afable palmada que el insecto-hombre depositó sobre su brazo unos instantes después le indicó que el entusiasmo que había creído oír era de naturaleza muy positiva.
—¿Qué le has dicho, Emetrés?
—Le dije que usted opina que esta nave es superior a lo que era en su fase de premoldeamiento. Eso es un gran elogio. El técnico ha estado diciendo que le encanta restaurar antigüedades como ésta, y que por eso se ha tomado la libertad de llevar a cabo ciertos ajustes menores que mejorarán el funcionamiento general.
—Oh, maravilloso —dijo Wedge, sonriendo y procurando hablar en un tono lo mis jovial posible.
Los verpinianos, con su fascinación por la tecnología y una capacidad visual que les permitía detectar detalles microscópicos —como las fracturas causadas por la fatiga de los materiales— sin necesidad de utilizar equipo de aumento, figuraban entre los mejores técnicos de apoyo de la galaxia. Pero también eran famosos por su afición a modificar las naves de las que cuidaban. Wedge nunca había tenido problemas con ellos en ese aspecto, pero abundaban las historias sobre naves en las que los controles habían sido reconfigurados hasta el punto de obtener lo que un verpiniano opinaba era una alineación mucho más eficiente…, sin caer en la cuenta de que la inmensa mayoría de pilotos no sólo carecían de visión microscópica, sino que tampoco pensaban en base seis.
Sin dejar de sonreír, Wedge subió por la escalerilla que un ayudante técnico había apoyado en el flanco del ala-X. El piloto se detuvo junto a la cabina y echó un vistazo a su unidad astromecánica. Aparte de identificarla como uno de los androides R5 terminados en una especie de maceta, Wedge no la reconoció. El R5 era un modelo de androide astromecánico más moderno, pero en realidad Wedge prefería los androides astromecánicos R2 terminados en cúpula, como el que utilizaba Luke, debido a que ofrecían un perfil de blanco más reducido al enemigo.
—Aunque pensándolo bien, si se encuentran lo suficientemente cerca para darte tú absorberás los disparos antes de que hagan impacto en la cabina, ¿verdad?
El graznido lleno de pánico del androide hizo que los labios de Wedge se curvaran en una nueva sonrisa.
—No te preocupes. Aún falta bastante tiempo para que empiece el tiroteo…
Wedge se dejó caer en el asiento de pilotaje y se llevó una agradable sorpresa. Una de las mejoras de Zraii había consistido en una remodelación del acolchado de su asiento de eyección. «Esto hará que esos largos saltos hiperespaciales resulten un poco más cómodo…». Wedge se puso el arnés de seguridad y después activó sus sistemas. Todos los monitores e indicadores cobraron vida de la manera esperada.
—Los sistemas de armamento dan luz verde y están en condiciones operativas.
La unidad R5 informó de que todos los sistemas de vuelo y navegación estaban funcionando correctamente, por lo que Wedge se puso el casco y activó su unidad de comunicaciones.
—Aquí Jefe Rebelde solicitando permiso para despegar de la autoridad del Control de Tráfico de Folor.
—Rebelde Uno cuenta con permiso para despegar. Que tenga un buen vuelo, comandante.
—Gracias, Control.
Wedge activó sus generadores de haces repulsores accionando un interruptor y manipuló delicadamente la palanca de control de tal manera que su caza se elevó de la cubierta del hangar en una ascensión tan impecable como decidida. Utilizando los pedales del timón de cola para mantener sincronizados los generadores de impulso ascensional, Wedge evitó las oscilaciones y los bamboleos. Quería que todos los presentes quedaran convencidos sin lugar a dudas de que los controles estaban siendo manejados por una mano experta y firme. Sabía que su manera de despegar circularía por toda la red de rumores de la base, y que servida de tema a todas las conversaciones hasta que algo realmente digno de ser comentado lo sustituyera.
Añadiendo un poco de impulso hacia adelante, introdujo el ala-X en la burbuja magnética de confinamiento atmosférico y la atravesó para salir al exterior desprovisto de aire. Una vez fuera, puso los motores de impulsión fusial Incom 4L4 a máxima potencia y se alejó velozmente de la gris y escarpada superficie lunar. Después elevó ligeramente el morro del ala-X, haciendo que el caza avanzara hacia el horizonte en un suave arco.
La pantalla de datos que había delante de él le informó de que los motores estaban funcionando a un ciento cinco por ciento de eficiencia, un incremento que Wedge atribuyó a las manipulaciones del verpiniano. Disminuyendo el nivel de propulsión a un setenta por ciento primero y a un sesenta y cinco por ciento después, Wedge redujo la velocidad y accionó un interruptor situado sobre su hombro derecho. Los estabilizadores se abrieron y adoptaron la forma de cruz que había dado su nombre al ala-X.
Echó un rápido vistazo a la esquina superior izquierda de la pantalla, y vio que la designación oficial asignada a su unidad R5 era «Mynock».
—¿Te llamas Mynock porque consumes mucha energía?
Una salva de graznidos y silbidos fue traducida bajo la forma de una línea de texto que desfiló rápidamente por el borde superior de la pantalla.
—En una ocasión un piloto dijo que aullaba igual que un mynock cuando estábamos en combate. Un vil infundio, comandante.
—Puedo entenderlo. A nadie le gusta que lo tengan por una rata del espacio. —Wedge meneó la cabeza—. Necesito que hagas un pequeño ajuste en el compensador de aceleración. Quiero una gravedad de cero coma cero cinco.
El androide astromecánico se apresuró a obedecer y Wedge enseguida empezó a sentirse más a gusto dentro de la cabina. Para combatir los efectos de la gravedad negativa y positiva que acompañaban a las maniobras, el caza estelar disponía de un compensador que creaba una bolsa de gravedad neutral tanto para la nave como para el piloto. Eso evitaba un montón de problemas con la circulación y las pérdidas de conocimiento de los pilotos, pero Wedge siempre había tenido la sensación de que le aislaba de la máquina y le impedía ser consciente de su auténtica situación.
Volar con toda la gravedad negada era, para él, como tratar de recoger granos de sal llevando guantes espaciales. Quizá fuera posible, pero resultaría mucho más fácil sin la interferencia. Volar requería utilizar todos los sentidos, y el compensador eliminaba la mayor parte de las sensaciones cinéticas.
«Y eso mata piloto…». Wedge estaba convencido de que algunos pilotos habían muerto innecesariamente porque no podían sentir dónde estaban. Jek Porkins, un tipo muy corpulento que siempre mantenía su compensador al máximo de potencia, acabó chocando con la primera Estrella de la Muerte mientras estaba intentando salir de un picado. Sus repetidos «Puedo hacerlo, puedo hacerlo…» desaparecieron entre un estallido de estática cuando su ala-X se estrelló contra el juguete del Emperador. Si Porkins no hubiera estado volando bajo los efectos de la compensación, hubiese podido darse cuenta de que no estaba saliendo del picado y quizá habría dispuesto de tiempo para hacer alguna otra cosa.
«Volar sin usar la compensación al máximo es otra de las cosas que necesitamos enseñar a estos chicos». Wedge se rió de sí mismo. Dejando aparte a Gavin, todos los integrantes del Escuadrón Rebelde tenían casi su edad o eran más viejos. Wedge pensaba en ellos como chicos porque no hablan tomado parte en la clase de combates en los que habían participado él y Tycho. «Y con lo que les enseñaremos, tal vez sobrevivan más tiempo de lo que consiguieron sobrevivir los demás…».
Wedge describió un nuevo rizo cuando el ala-X llegó a la línea del terminador y la luz del día fue sustituida por la oscuridad. Presionó un botón de la consola para convertir su pantalla en un sensor táctico y captó una docena de estelas. La pantalla informó de la presencia de once ala-X y un Adiestrador Z-95XT, la versión benigna del hermano pequeño del ala-X, e identificó las naves.
Wedge sintonizó la frecuencia táctica del sistema de comunicaciones que compartía con Tycho.
—¿Va todo bien, Tycho?
—Afirmativo. Todos los sistemas funcionan correctamente. Pero ha habido algunos gruñidos acerca del orden de preferencia a la hora de comer. No me sorprende. Pasando a Tac-Uno.
—Recibiendo. Wedge pasó a la frecuencia compartida por el resto del escuadrón y captó la última parte de un comentario hecho por Rebelde Nueve, Corran Horn.
ellip; cerdos ciegos que se revuelcan en el barro, y que tardan una eternidad en hacerlo todo.
—Estoy seguro de que aquellos de tus camaradas que pilotan un ala-Y se sentirán muy complacidos al saber lo que opinas de sus naves, Rebelde Nueve.
—Lo siento, señor.
—Me alegro. El comandante de la unidad redujo la velocidad y suministró a los generadores de sus haces repulsores la energía suficiente para contrarrestar la gravedad de la luna. La referencia a los ala-Y, su baja velocidad y la naturaleza escasamente potente de sus sensores había sido oída en los campamentos rebeldes desde los primeros días de la lucha contra el Imperio. Los ala-B habían sido desarrollados para contrarrestar los defectos del ala-Y y sustituirlo en el servicio activo, pero la producción aún tenía que satisfacer la demanda, por lo que todavía había muchos ala-Y en servicio.
Su reputación de «cerdos perezosos» había llevado a que el campo de prácticas de tiro y bombardeo de Folor acabara siendo conocido como «el comedero de los cerdos». Originalmente el mando de la Alianza lo había llamado la «Trinchera» para conmemorar el recuerdo de los pilotos que murieron en el desfiladero artificial de la Estrella de la Muerte, pero los pilotos no veían que hubiese ninguna razón para insistir en tanta ceremonia. Los ala-Y practicaban sus trayectorias de bombardeo dentro de las curvas y los giros del desfiladero lunar, mientras que los pilotos de los cazas preferían los toneles, rizos y cambios de altitud exigidos por el cinturón de satélites que orbitaba la luna.
—Hoy quiero que todos hagáis un poco de trabajo básico en el campo de tiro. Hemos instalado blancos láser para proporcionaros un cierto número de desafíos de vuelo y puntería. Vuestra ejecución será puntuada tanto en lo referente a la precisión como a la velocidad, y si os dan perderéis puntos. Si sufrís un fallo de equipo, salid del campo y luego tendréis ocasión de volver a intentarlo en cuanto se haya solucionado el problema. No queremos perderos ni tampoco queremos perder el equipo, así que intentad no hacer ninguna estupidez. ¿Alguna pregunta?
La voz de Horn surgió del receptor del casco del comandante.
—Nuestros cañones láser están ajustados a doscientos cincuenta metros, señor, y como punto cero eso resulta un poco demasiado corto para misiones de ataque contra la superficie.
—Pues entonces supongo que tendrá que hacerlo muy bien y disparar muy deprisa, ¿verdad, señor Horn?
—Sí, señor.
Wedge sonrió.
—Bien, bien… Entonces quizá le gustaría ir el primero. El señor Qrygg será su compañero de ala.
—Sí, señor. —El entusiasmo que impregnaba la voz de Horn no tuvo nada que envidiar a la energía de la maniobra ejecutada por su ala-X—. Pasando a la modalidad de ataque de superficie.
—Buena suerte, señor Horn. —Wedge desactivó su unidad de comunicaciones—. Mynock, consigue un resumen de sensores del R2 de Horn y envíaselo al capitán Celchu en Tac-Tres. Va a recibir una serie de datos de Rebelde Nueve, capitán —añadió, sintonizando la frecuencia de Tac-Dos.
—Serán muy interesantes de ver. Se lo está tomando francamente en serio.
—Cierto, Tycho: ese chico se lo toma todo muy en serio. Quiere establecer una marca que los otros no puedan llegar a igualar. —Wedge asintió lentamente—. Me parece que hoy necesita recibir una lección distinta. Bien, esto es lo que vamos a hacer…