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Corran hizo un vano intento de pillar al vuelo la llave hidráulica con la mano derecha cuando la herramienta cayó de la cubierta del motor de estribor del ala-X. Las yemas de sus dedos rozaron el extremo del mango de la llave hidráulica, haciendo que saliera despedida hacia la cubierta de ferrocreto del hangar. Medio segundo después, cuando su rodilla derecha resbaló de repente y le hizo perder el equilibrio, Corran comprendió que no haber logrado coger la herramienta era el menos grave de sus problemas. Intentó meter la mano izquierda en el hueco del compartimiento motriz abierto, pero tampoco lo consiguió, y su fracaso le dejó condenado a precipitarse al vacío, con la cabeza por delante, en pos de la llave hidráulica.

Todavía estaba intentando prepararse para la agonía de dolor causada por un cráneo fracturado cuando se sorprendió al sentir cómo un estallido de dolor florecía en el otro extremo de su cuerpo. Antes de que pudiera entender qué había ocurrido, su todavía convulsa mano izquierda consiguió agarrarse a la capota que no había encontrado antes, abortando así su larga caída al suelo. Corran volvió a izarse a lo alto del estabilizador-S y se quedó acostado sobre el estómago durante unos momentos, considerándose muy afortunado.

Las reprimendas de Silbador fueron ganando volumen a medida que el dolor se iba disipando en el trasero de Corran. El joven corelliano pasó la mano por encima de su nalga izquierda y detectó la presencia de un pequeño desgarrón en su traje de vuelo, y el descubrimiento hizo que se echara a reír.

Sí, Silbador, he tenido mucha suerte de que hayas reaccionado lo suficientemente deprisa para cogerme. Pero ¿crees que la próxima vez tu pinza podría arreglárselas para pillar un poco menos de mi persona y un poco más de mi traje de vuelo?

Silbador se apresuró a emitir una estridente réplica que Corran prefirió ignorar.

El piloto giró sobre su trasero, sintiendo sólo una pequeña punzada al hacerlo.

—Bueno, ¿sigo necesitando la herramienta o ha bastado con el último ajuste?

La voz electrónica del androide pasó de los agudos a los graves en una excelente imitación de un suspiro.

—No, está muy claro que sigo necesitándola. —Corran frunció el ceño.

—Tendrías que haber cogido la llave en vez de cogerme a mí, Silbador. Yo puedo volver a trepar hasta aquí arriba sin ayuda, pero ella no.

Mientras pronunciaba esas palabras y empezaba a deslizarse hacia el borde delantero del estabilizador-S, Corran cayó en la cuenta de que no había oído cómo la llave hidráulica chocaba con el suelo. «Qué extraño…».

Un instante después asomó la cabeza por encima del borde del ala y vio a una sonriente mujer de cabellos castaños que estaba alzando la llave hidráulica hacia él.

—Es tuya, ¿verdad?

Corran asintió.

—Sí. Gracias.

La mujer le pasó la llave hidráulica, y después subió a la carretilla que Corran había utilizado antes para encaramarse a lo alto del estabilizador-S.

—¿Necesitas ayuda?

—No. A pesar de lo que pueda decir el androide, ya casi he conseguido arreglarlo.

—Oh. —La mujer extendió la mano hacia él—. Me llamo Lujayne Forge.

—Lo sé. Te he visto por aquí.

—Has hecho algo más que eso. Pilotaste uno de los incautos a los que tuve que enfrentarme en el escenario del Redención. —Apoyó su esbelto cuerpo en el flanco del caza, intersectando las letras de colores verde y blanco que indicaban que el ala-X era propiedad de la Fuerza de Seguridad de Corellia—. Dejaste fuera de combate al Korolev.

Corran cerró el receptor de la llave hidráulica sobre el remache primario de ajuste del extractor centrífugo de residuos y la empujó hacia la izquierda.

—Eso fue pura suerte. Nawara Ven ya había derribado los escudos con sus cohetes. El mérito fue más suyo que mío. Aun así, lo hiciste bastante bien.

Los ojos castaños de Lujayne se entrecerraron de manera casi imperceptible.

—Sí, me imagino que sí. Pero de todas maneras me gustaría hacerte una pregunta.

Corran se irguió.

—Adelante.

—Tu manera de perseguirme con ese bombardero… ¿Lo hiciste meramente como parte del ejercicio, o había algo más en ello?

—¿Algo más?

Lujayne pareció titubear, y acabó asintiendo.

—Verás, me estaba preguntando si habías decidido acabar conmigo como fuese meramente porque soy de Kessel…

Corran parpadeó, muy sorprendido.

Lujayne se rió y después golpeó suavemente la insignia de la Fuerza de Seguridad Corelliana con un nudillo.

—Estuviste con ellos, y enviaste gente a Kessel. En lo que a ti concierne, en Kessel sólo había prisioneros o contrabandistas que deberían haber estado prisioneros. Y cuando los prisioneros y los contrabandistas liberaron el planeta de la tiranía de los imperiales, entonces…, bueno, a tus ojos eso no cambió nada, ¿verdad?

Corran depositó la llave hidráulica en un lugar seguro y alzó las manos.

—Eh, un momento… Estás llegando a un montón de conclusiones de una forma demasiado apresurada.

—Quizá. Pero dime una cosa, Corran. ¿Sabías que soy de Kessel o lo ignorabas?

—Bueno, lo sabía.

—Y ahora dime que eso no tiene absolutamente ninguna importancia para ti.

—No la tiene, de veras.

—Oh, apuesto a que no.

La decidida tensión de su mandíbula y la forma en que cruzó los brazos delante del pecho indicaron a Corran que no le creía. Había una considerable cantidad de ira en sus palabras, pero también un poco de dolor y pena. Corran podía enfrentarse a la primera emoción, porque cuando se movía por esos ambientes no había conocido a ningún contrabandista o criminal que no estuviese lleno de ira. Pero el dolor y la pena no resultaban tan usuales, e hicieron que Corran se sintiera bastante incómodo.

—¿Qué te impulsa a pensar que el que procedas de Kessel hace que te considere como una especie de enemiga?

—La forma en que te estás comportando. —La expresión de Lujayne se suavizó un poco y una parte de la ira desapareció de ella, pero eso sólo sirvió para permitir que una fracción todavía mayor de preocupación y pena se hiciera repentinamente perceptible en sus palabras—. Tiendes a mantenerte alejado de los demás. No estableces ninguna clase de relaciones con el resto de nosotros…, dejando aparte un pequeño círculo de pilotos a los que consideras tan buenos como tú. Siempre estás observando y escuchando, y siempre estás evaluando y juzgando. No soy la única que se ha dado cuenta de ello, porque otros también lo han notado.

—Forge… Lujayne, me parece que estás haciendo metros de lo que apenas son unos cuantos micrones.

—No lo creo, y no quiero ser juzgada por cosas sobre las que no poseo ningún grado de control. —Su mentón se alzó, y sus ojos destellaron con un repentino apasionamiento—. Mi padre se ofreció voluntario para ir a Kessel formando parte de un programa de la Antigua República que enseñaba a los prisioneros cómo volver a funcionar dentro de la sociedad en cuanto los hubieran puesto en libertad. Mi madre era una de sus alumnas. Se enamoraron y mi padre se quedó en Kessel: siguen viviendo ahí, junto con la mayoría de mis hermanos y hermanas. Los dos son buenas personas y su programa con los prisioneros fue concebido para facilitar tu trabajo haciendo que los criminales adquiriesen otras capacidades, de tal forma que no tuvieran que volver al crimen una vez hubieran quedado en libertad.

Corran suspiró, y sus hombros se encorvaron.

—Eso me parece magnífico. De veras, es lo que pienso… Ojala hubiera miles de personas como tus padres haciendo esa clase de trabajo. Pero aunque hubiera sabido todo eso, habría seguido queriendo acabar contigo durante el ejercicio.

—Oh. Así que el que yo venga de Kessel no tuvo nada que ver con ello, ¿verdad?

Corran estuvo a punto de responder a su pregunta con una negativa automática, pero se contuvo y resultó evidente que Lujayne percibió su vacilación.

—Quizá, y sólo quizá, tuvo algo que ver con mi forma de pilotar. Supongo que decidí que si eras de Kessel y podías pilotar una nave, eso quería decir que tenías que ser una contrabandista, y que era importante para mí que fuera capaz de hacerlo mejor que tú.

Lujayne asintió, pero su expresión no pasó de la preocupación al triunfo satisfecho como Corran había esperado que ocurriría.

—Lo creo, y puedo entenderlo. Pero sigue habiendo alguna cosa más, ¿no?

—Oye, si mi manera de volar impidió que hicieras un buen papel en el ejercicio…, bueno, en ese caso lo siento. Pero ahora realmente no dispongo de tiempo para hablar de esto.

—¿No dispones de tiempo o no quieres hablar de ello?

Silbador dijo algo en un graznido electrónico que no podía sonar más tranquilo y despreocupado.

—No te metas en esto, ¿de acuerdo? —La frustración hizo que Corran apretara los puños—. Estás decidida a hacer una montaña de esta pequeñez, ¿verdad, Forge?

Lujayne meneó la cabeza al mismo tiempo que una sonrisa iluminaba su cara.

—Si hubieras llegado hasta este punto en un interrogatorio, ¿te darías por vencido precisamente ahora? Corran dejó escapar una carcajada que tenía bastante de bufido.

—No.

—Bien, pues entonces explícate.

A Corran no se le pasó por alto que la voz de Lujayne contenía algo más que una simple petición de que le explicara su conducta durante el escenario del Redención. Durante una fracción de segundo se acordó de las ocasiones en que Iella Wessiri, su compañera en la Fuerza de Seguridad, le había planteado exigencias similares. «Iella era una conciliadora. Siempre estaba intentando poner paz entre los miembros de la unidad… Eso es lo que Lujayne está intentando hacer ahora, lo cual significa que he conseguido caerle bastante mal a algunos de los pilotos que están intentando incorporarse a la unidad».

—Volviendo al ejercicio, lo único que quería era averiguar hasta qué punto sabías pilotar una nave. Ya he conseguido hacerme una idea de qué nivel pueden alcanzar algunos de los otros pilotos con respecto a mí, pero no me había enfrentado contigo. ¿Y sabes una cosa? No lo haces nada mal, Lujayne…

—Pero no soy tan buena como tú y Bror Jace.

Corran sonrió, y después intentó ocultar su reacción con un fruncimiento de ceño.

—Cierto, pero sigues siendo francamente buena. Me gustaría pensar que el resto de los pilotos serán capaces de llegar a hacerlo igual de bien. Incluso estaba dispuesto a hacer el papel de enemigo contra el joven Gimbel en su escenario del Redención mañana, pero Jace se ofreció voluntario antes de que yo tuviera ocasión de hacerlo.

—Se llama Gavin, Gavin Darklighter.

—Bueno, pues contra Gavin…

—¿Y no querías tener que ponerte a las órdenes de Jace?

—¿Lo querrías tú?

Lujayne sonrió.

—Pudiendo elegir, supongo que no. Después de ti, es el más frío y distante de todo el grupo.

Corran sintió una vaga incomodidad.

—Soy mucho más accesible que Jace.

—Ah, ¿sí? Pues por lo menos él se ha dignado compartir algunas horas de diversión con nosotros en el centro de descanso. Comparado contigo, Jace es un archivo de datos abierto a todo el mundo.

Corran se volvió hacia la izquierda y señaló al androide astromecánico con un dedo.

—Ni se te ocurra decir algo. Lujayne enarcó una ceja.

—Oh… Así que tu androide también cree que deberías relacionarte un poco más con la gente, ¿verdad?

Un sonido que se encontraba a medio camino entre un bufido y un gruñido surgió de la garganta de Corran, pero carecía de la potencia y la convicción suficientes para llegar a ser amenazador.

—A veces Silbador puede volverse realmente insoportable. Su gran problema es que desde que dejé la Fuerza de Seguridad me he visto metido en situaciones en las que tenía que ir con mucho cuidado. He utilizado una serie de identidades que no me permitían mostrarme muy abierto con la gente. Por ejemplo, y de eso hace muy poco tiempo, pasé más de un año como ayudante confidencial de una sucesión de oficiales imperiales altamente incompetentes que gobernaban un mundo del Borde. Un paso en falso, una grieta en mi identidad…, y me hubieran descubierto. Y cuando pierdes la costumbre de confiar en las personas y de pasar un rato de diversión con ellas, entonces…

—Comprendo.

—Gracias. —Corran la obsequió con una sonrisa llena de gratitud—. Y además, ahora estoy aprendiendo un montón de cosas nuevas y he estado intentando concentrarme en el pilotaje. Eso no resulta nada fácil: hay toda una jerga nueva a la que acostumbrarse, y tipos de especies que apenas sabía existieran y con los que ahora tengo que trabajar y con los que incluso he de compartir mi espacio vital.

—Eso puede resultar difícil. Estoy compartiendo mi habitación con una rodiana.

—Pues lo siento por ti, pero apuesto a que tendrá muchas menos rarezas que mi compañero de habitación. —Un piloto gandiano acababa de entrar en el hangar, y Corran atrajo su atención con un silbido—. ¿Podrías venir aquí, Ooryl?

La carne gris verdosa del piloto contrastaba agudamente con el vivo color naranja de su traje de vuelo, y las protuberancias nudosas de su exoesqueleto creaban bultos en lugares extraños debajo de la tela mientras caminaba.

—¿Puede Ooryl ser de alguna ayuda?

—Desde que nos asignaron el mismo alojamiento ha habido algo que no acabo de entender, pero no se me había ocurrido hablar de ello contigo hasta ahora. —Corran frunció el ceño—. Espero que no te importe. Podrías tomártelo de una manera personal, y no quiero hacer que te sientas incómodo.

El gandiano se limitó a contemplarle con sus ojos multifacetados.

—Qrygg también esperaría poder evitar cualquier incomodidad, pero puedes preguntar.

Corran asintió, esforzándose para conseguir que su inclinación de cabeza resultara lo más afable posible.

—¿Por qué hablas de ti mismo usando la tercera persona verbal?

—Qrygg lamenta muchísimo no entender tu pregunta.

Lujayne sonrió.

—Lo que quiere decir es que nunca pareces referirte a tu persona usando el pronombre «yo».

—Y además alternas los nombres que usas.

Los segmentos bucales del gandiano se separaron con un chasquido en lo que Corran había acabado decidiendo era la mejor imitación de una sonrisa humana de la que era capaz un gandiano.

—Ooryl entiende.

—¿Y?

Ooryl se cruzó de brazos, y después sus tres dedos subieron y bajaron sobre las placas deltoides de su armadura en un suave repiqueteo.

—En Gand se cree que los nombres son importantes. Cualquier gandiano que no haya logrado nada es llamado gandiano. Antes de que Ooryl recibiese el nombre de Ooryl, Ooryl era conocido como gandiano. En cuanto Ooryl consiguió dejar su huella en el mundo, Ooryl recibió el apellido Qrygg. Más tarde, y a través de superar las dificultades del vuelo y la astronavegación, Ooryl se ganó el derecho a ser llamado Ooryl.

La mujer frunció el ceño.

—Eso sigue sin explicar por qué no usas los pronombres para referirte a ti mismo.

—Qrygg pide disculpas. En Gand sólo a aquellos que han conseguido grandes cosas les está permitido utilizar los pronombres para la autodesignación. El uso de los pronombres lleva consigo la presuposición de que todos los que oyen las palabras sabrán quién es el que las pronuncia, y esta presuposición sólo es cierta en aquellos casos en que quien habla ha alcanzado tal grandeza que su nombre es conocido para todos.

A Corran el sistema le pareció curioso, pero también inexplicablemente satisfactorio. «Siempre parece que quienes utilizan el pronombre «yo» con más frecuencia son aquellos que tienen menos logros para justificar ese uso. Los gandianos han formalizado un sistema que debería habérsenos ocurrido hace mucho tiempo».

—Así que Ooryl es el equivalente de Corran, y Qrygg desempeña la misma función que en mi caso le corresponde a Horn.

—Exactamente.

—¿Y entonces por qué algunas veces te refieres a ti empleando el apellido familiar, y en otras ocasiones empleas tu nombre?

El gandiano bajó la mirada durante unos momentos, y sus segmentos bucales se cerraron.

—Cuando un gandiano ha ofendido a otros, o se siente avergonzado de algunas acciones, eso disminuye los logros alcanzados en la vida. La reducción del nombre es un acto de contrición, una forma de pedir disculpas. A Ooryl le gustaría pensar que Ooryl no será llamado Qrygg con mucha frecuencia, pero Qrygg sabe que las probabilidades de que así sea son escasas.

Silbador soltó un estridente zumbido dirigido a Corran.

—La gente seguiría sabiendo que me llamo Corran aunque utilizáramos ese sistema —dijo Corran, poniendo los ojos en blanco—. Y cualquier androide que quiera conservar su nombre a estas alturas ya hubiese utilizado su pequeño programa de diagnóstico, y me habría dicho si el extractor estaba correctamente ajustado o no.

Lujayne le miró.

—¿Estás teniendo problemas con el motor?

—Nada grave. —Corran señaló el agujero—. Hace algún tiempo tuve que sustituir un extractor, y es importante mantenerlo lo mejor ajustado posible durante los primeros cincuenta parsecs.

Lujayne asintió.

—Hasta que se haya asentado correctamente en la estructura, ¿eh? Pues parece como si estuvieras trabajando en los soportes de sustentación cuando en realidad lo único que deberías hacer es colocar un espaciador en el eje.

—¿Entiendes de este tipo de reparaciones?

Lujayne se encogió de hombros.

—La reparación de deslizadores de superficie figuraba entre las capacidades profesionales que enseñaba mi padre. El T-47 utiliza prácticamente los mismos sistemas de extracción de residuos y restos para el motor. Lo que estás haciendo dará resultado, pero tendrás que seguir efectuando ajustes durante los próximos seis meses. Puedo medir un espaciador y hacer que te lo reduzcan al tamaño adecuado en cosa de media hora.

—¿De veras?

—Claro, si es que realmente quieres la ayuda.

Corran frunció el ceño.

—¿Y por qué no iba a quererla?

—Me deberías un favor, y tendrías que confiar en mí.

Confiar en alguien a quien no conocía haría que Corran se sintiera un poco incómodo, pero no hasta el extremo de que fuese incapaz de hacerlo.

—Comprendo. Pero creo que puedo confiar en ti.

—Entonces, trato hecho.

Ooryl alzó la mirada hacia Lujayne.

—¿Necesitarás un espaciador y unos calibradores láser? Ooryl los obtendrá, si así lo deseas.

—Sí, por favor.

Corran apoyó la espalda en el timón.

—Te agradezco la ayuda.

Lujayne sonrió maliciosamente.

—Espero que sigas pensando lo mismo una vez sepas en qué consiste mi favor.

—Adelante.

—Después de que hayamos reparado tu ala-X, vendrás conmigo al centro de descanso y conocerás a algunos de los otros pilotos que tienen bastantes probabilidades de entrar en el escuadrón. A estas alturas todos nos hemos hecho una idea muy clara de la situación: Gavin todavía es una incógnita, pero Bror Jace cree que probablemente conseguirá eliminarlo de la competición. Algunos de nosotros nos encontramos en la franja inferior de lo que pensamos serán puntuaciones aceptables, pero esperamos lograrlo. Bien, el caso es que nos reunimos ahí abajo, intercambiamos historias y nos vamos conociendo los unos a los otros. Como no cabe duda de que lograrás formar parte de la unidad, deberías pasar un rato con nosotros.

Corran asintió.

—De acuerdo. Lo haré, pero ése no es el favor que te debo.

—Si prefieres verlo así…

—Desde luego. —Corran le sonrió—. Estoy en deuda contigo por algo más que el mero hecho de que me hayas echado una mano con ese motor. Pedirme que me haga amigo de unas personas a las que ya debería estar empezando a conocer no constituye un favor que te esté haciendo a ti, sino un favor que me estaré haciendo a mí mismo. Pero antes quiero dejar clara una cosa… Supongo que no tendré que aprender a llevarme bien con Bror Jace, ¿verdad?

—¿Por qué tendrías que ser el primero en conseguirlo?

—Perfecto. —Mientras Ooryl volvía con la pieza y la herramienta, Corran le guiñó el ojo a Lujayne—. Bien, vamos a dejar arreglado este motor y luego podremos tratar de averiguar si existe alguna forma de «reparar» mis relaciones con el resto del Escuadrón Rebelde.