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Kirtan Loor estaba internando evitar que una sonrisita de satisfacción echara a perder la expresión ceñuda e impasible que tanto se había esforzado por conseguir. Quería tener un aspecto implacable y, además, necesitaba serlo.
Temía que fracasaría en ambos aspectos, pero le echaba la culpa a su impaciencia por enfrentarse con una vieja némesis a la que por fin se le había hecho morder el polvo. Lo que había sido una mancha en su historial no tardaría en desaparecer. Y, lo que era todavía más importante, quienes se rieron de él y le ridiculizaron descubrirían que le habían subestimado…, y que al hacerlo habían causado su propia perdición.
Kirtan mantuvo la cabeza erguida mientras avanzaba por el pasillo del Incontenible. El crucero ligero no había sido construido pensando en gente de su altura, por lo que sintió cómo sus negros cabellos rozaban el techo. Un hombre más cauteloso hubiese encorvado ligeramente los hombros para disminuir las probabilidades de golpearse la cabeza con el soporte de un mamparo o un iluminador. Kirtan, al que en una ocasión le habían dicho que parecía un Gran Moff Tarkin más alto y más joven que el original —sin que le faltara ninguno de los detalles de su modelo, desde la frente crecientemente despejada hasta la delgadez, pasando por las facciones muy marcadas en un rostro de esbeltez casi cadavérica—, siempre hacía cuanto podía para subrayar el parecido.
Tarkin ya llevaba casi siete años muerto, pero el parecido aún le proporcionaba una cierta medida de respeto a Kirtan. En un navío imperial, el respeto no era algo que un oficial de inteligencia tuviera muchas ocasiones de acumular, por lo que Kirtan intentaba hacerse con las máximas reservas posibles. El brazo militar del Imperio nunca había digerido demasiado bien que el gobierno estuviera siendo dirigido por la antigua supervisora de los servicios de inteligencia del Emperador, y la mayoría de sus integrantes descargaban su disgusto sobre sus sirvientes de menor rango.
Kirtan inclinó la cabeza y entró en la antecámara del bloque de celdas del Incontenible.
—He venido a entrevistar al prisionero que se llevaron del Viento Estelar.
El teniente de guardia echó un vistazo a su cuaderno de datos.
—Acaba de volver de los servicios médicos.
—Lo sé. He visto el informe. —Kirtan lanzó una rápida mirada a la compuerta que los separaba de las celdas—. ¿Se le ha dicho algo al prisionero sobre los resultados de los exámenes?
El rostro del teniente se oscureció.
—No se me ha dicho absolutamente nada sobre los resultados. Si el prisionero padece alguna clase de enfermedad, quiero que se vaya de aquí antes de que infecte a…
El oficial de inteligencia alzó una mano.
—Cálmese, ¿quiere? Si continúa así, conseguirá que su cilindro de rango salga volando de su bolsillo en cualquier momento.
El teniente levantó una mano para examinar sus tiras e insignias de rango, y se sonrojó al descubrir que todas seguían en su sitio.
—Guarde sus pequeños juegos para la escoria rebelde, ¿de acuerdo? Tengo cosas muy importantes que hacer.
—Por supuesto, teniente. —Kirtan le dirigió una sonrisa más propia de un depredador que de un camarada, y después se volvió hacia las celdas—. ¿En cuál está?
—En la número tres. Espere aquí mientras le proporciono una escolta.
—No voy a necesitarla.
—Eso es lo que usted cree, pero el prisionero tiene un índice de cuatro en la Escala de Hostilidad. Ese índice significa que cualquiera que desee interrogarle deberá ir acompañado por dos oficiales.
Kirtan meneó lentamente la cabeza.
—Lo sé. Yo le adjudiqué ese índice, y puedo manejarle.
—Acuérdese de eso cuando esté metido dentro de un tanque bacta intentando quitarse sus huellas dactilares de encima.
—Lo recordaré, teniente.
Kirtan entrelazó las manos a su espalda y echó a andar por la pasarela hexagonal. Sus negras botas crearon un rítmico canturreo sobre la estructura metálica, y Kirtan calculó meticulosamente sus pasos para conseguir que el sonido resultara lo más regular e impresionante posible.
La entrada de la celda número tres se abrió con un siseo de gases presurizados. Una claridad amarillenta se esparció por el pasillo y Kirtan tuvo que doblarse por la cintura para poder pasar por la abertura. Una vez dentro de la celda, se incorporó. Entrecerró los ojos, pero enseguida cambió de parecer. «Siempre me han dicho que cuando hago eso parece como si me doliera algo…».
El prisionero, corpulento y mayor que él, sacó las piernas de la litera y se incorporó hasta quedar sentado.
—Kirtan Loor… Ya me imaginaba que serías tú.
—¿De veras? —Kirtan inyectó sarcasmo en la voz para ocultar su sorpresa—. ¿Cómo has podido imaginártelo?
El prisionero se encogió de hombros.
—De hecho, confiaba en que serías tú.
«¿Qué…?». El oficial de inteligencia soltó un resoplido.
—Lo que quieres decir es que sólo yo podía ser capaz de averiguar tu paradero.
—No. Lo que quiero decir es que sabía que incluso tú serías capaz de encontrar una forma de dar conmigo.
Kirtan no pudo evitar retroceder de manera casi imperceptible ante el veneno que había en la voz del prisionero, y su nuca chocó con el dintel de la entrada. «Ésta no es la forma en que se suponía que debían ir las cosas». Entrecerró los ojos y bajó la mirada hacia el prisionero.
—Vas a morir, Gil Bastra.
—Es exactamente lo que pensé en cuanto vuestros cazas TIE empezaron a disparar.
Kirtan se cruzó de brazos.
—No entiendes hasta qué punto es desesperada tu situación. Pensaste que habías sido más listo que yo y que el Imperio, ¿verdad? Fuiste muy cauteloso, pero no lo suficiente. En estos mismos instantes estás muriendo.
Un fruncimiento de ceño unió las abundantes cejas grises de Bastra.
—¿De qué estás hablando?
—Cuando capturamos el Viento Estelar ordené que se te sometiera a una evaluación médica. Quizá hayas olvidado que siempre recuerdo lo que he visto y oído, y al hacerlo también has olvidado cómo te burlaste de mí por haber utilizado el skirtopanol para interrogar a un contrabandista que estaba colaborando con la Rebelión. Entonces me dijiste que el contrabandista murió durante el interrogatorio porque Billey, su jefe, hacía que su gente se administrara dosis de lotiramina. Esa sustancia metaboliza la droga de interrogatorio y puede inducir amnesia química o, en algunos casos, la muerte. Bien, Bastra… —añadió, curvando los labios en una sonrisa helada—. Los resultados del examen médico muestran que hay niveles bastante elevados de lotiramina en tu sangre.
—Pues entonces supongo que tendrás que matarme a la manera antigua. —Bastra sonrió, y la blancura de sus dientes destelló en su rostro curtido y cubierto por una barba de varios días—. Dado que Vader era el último Jedi, supongo que incluso tendrás que ensuciarte las manos para hacerlo.
—Lo dudo.
—Nunca llegaste a derramar ni una sola gota de sudor haciendo algún trabajo en Corellia, ¿verdad, Loor? —Bastra se echó hacia atrás hasta apoyar la espalda en el mamparo—. Creo que no habrías encajado ni aunque te hubieras esforzado por conseguirlo. Siempre fuiste tu peor enemigo.
—No había nacido para encajar. Tú pertenecías a la seguridad corelliana, y yo era un agente de la inteligencia imperial asignado a tu departamento. —Kirtan se obligó a calmarse y relajó los puños. Después se llevó las manos a los costados y tiró de los extremos de su guerrera negra—. Y ahora eres tu peor enemigo, porque padeces blastonecrosis acelerada.
—¿Qué? Estás mintiendo.
—No, no estoy mintiendo. —Kírtan permitió que un poco de piedad se infiltrara en su voz—. La lotiramina resulta altamente efectiva a la hora de ocultar las enzimas indicadoras de la enfermedad. Aquí, en esta nave, disponemos de unas instalaciones médicas muy superiores a cualquiera de las que puedas encontrar entre los rebeldes. Eso nos permitió detectar la presencia de las enzimas.
Los hombros de Gil Bastra se encorvaron y su cabeza canosa se inclinó. Sus manos se entrelazaron encima de su abultado estómago.
—La fatiga, la pérdida del apetito… Pensaba que sólo me estaba haciendo viejo.
—Así es, y además te estás muriendo. —El oficial de inteligencia se acarició distraídamente el puntiagudo mentón con una mano de largos dedos—. Respecto al primer problema no puedo hacer nada, pero siempre hay formas de curar la blastonecrosis.
—¿Y lo único que he de hacer para ser curado es entregar a mis amigos?
Kirtan bajó la mirada hacia la silueta gris del hombre inclinado delante de él, y se sintió momentáneamente invadido por los molestos recuerdos de cómo había temido el juicio que Gil Bastra pudiera llegar a emitir sobre él y sobre su trabajo. Bastra no había sido su supervisor directo, pero se encargaba de asignar a los oficiales para que trabajaran con el servicio de inteligencia, y la falta de respeto de Rastra se había reflejado claramente en el personal enviado a trabajar con Kirtan. Cada vez que Kirtan creyó controlar la situación y empezó a sentirse superior, Bastra siempre había conseguido encontrar alguna forma de obligarle a fracasar y dejarle en ridículo.
«¿Es ésta otra de esas veces?». Kirtan expulsó esos pensamientos de su cabeza y asintió lentamente.
—Todavía dispones de más energías y recursos para luchar de lo que quieres hacerme creer. Sé que creaste las nuevas identidades para tus aliados, y que además hiciste un trabajo magnífico. De hecho, sólo cometiste errores en lo referente a tu propia cobertura. Aun así, sabia que te harías con un carguero y te dedicarías a recorrer la galaxia, porque eso era lo que realmente querías hacer. Ya eras demasiado viejo para cambiar tu forma de vida y convertirla en algo totalmente distinto y ajeno que te permitiera no ser detectado. Decidiste correr el riesgo, y has perdido.
La cabeza de Bastra se fue irguiendo poco a poco. Bastra vio que el viejo fuego aún ardía en sus ojos azules.
—No te daré nada.
—Oh, por supuesto. Ya sé que no lo harás. —El oficial de inteligencia dejó escapar una risita—. Pero olvidas que aprendí el arte de interrogar de varios grandes expertos, tú entre ellos. Te sacaré alguna información. Cuando lo haga, y sé que tarde o temprano lo haré, Corran Horn, Iella Wessiri y su esposo serán míos. Es inevitable.
—Estás sobrestimando tus habilidades, y subestimas las mías.
—¿De veras? No lo creo. Te conozco lo suficientemente bien para saber que sólo cederás bajo una presión extrema. Puedo llevarte hasta los límites de tu resistencia y lo haré, y luego puedo sumergirte en un tanque bacta hasta que estés listo para seguir siendo interrogado. —Kirtan juntó las manos—. Pero no eres más que un eslabón de la cadena que me proporcionará a los demás. Corran Horn es demasiado impulsivo y cambiante para dejarse atrapar por cualquier papel que hayas creado para él, y además sé que ese papel ha tenido que resultarle terriblemente restrictivo.
Un prolongado suspiro hizo temblar el pecho de Bastra.
—¿Y cómo sabes eso?
Kirtan se golpeó suavemente la sien con la punta de un dedo.
—¿Acaso piensas que he olvidado vuestra terrible discusión? Decidiste protegerle porque su padre había sido tu socio cuando empezaste, pero eres un hombre vengativo, Gil Bastra. Sea cual sea el papel que hayas creado para Corran, estoy seguro de que le oprimirá a cada día que pase…, meramente para recordarle que le debe la vida a un hombre al cual odiaba.
La grasa onduló debajo del mono de vuelo gris del prisionero cuando éste se echó a reír.
—Me conoces muy bien.
—Desde luego.
—Pero no lo suficiente —dijo Bastra, obsequiándole con una sonrisa que era toda dientes y desafío—. Soy vengativo…, lo bastante para tirar de los hilos de tal forma que un oficial de inteligencia caído en desgracia tuviera que pasarse el resto de su carrera corriendo de un lado a otro de la galaxia en un intento de capturar a tres personas con las que había trabajado en el pasado. Estoy hablando de tres personas que habían escapado de su pico curvado, y que pudieron escapar porque ese oficial siempre tenía la nariz tan estirada hacia el cielo que era incapaz de darse cuenta incluso de los errores más obvios que cometían esas personas.
Kirtan utilizó el desdén para ocultar su sorpresa.
—Te he atrapado, ¿no?
—Y has necesitado casi dos años para hacerlo. ¿Nunca te has preguntado por qué? ¿Nunca te has preguntado por qué siempre aparecía una nueva pista justo cuando estabas a punto de darte por vencido? —Bastra se levantó. Aunque el prisionero era casi treinta centímetros más bajo que Kirtan, el oficial de inteligencia se sintió extrañamente empequeñecido por su presencia—. Quería que fueras detrás de mí. Cada segundo que dedicabas a seguir mi rastro y cada momento en el que yo parecía más fácil de atrapar que los demás me convenían, porque sabía que te dedicarías a ir detrás de mí. Y mientras me estuvieras persiguiendo, no perseguirías a los demás.
Kirtan dirigió un dedo tembloroso hacia el rostro del prisionero.
—Eso no importa, porque se te puede aplastar…, y se te aplastará. Te arrancaré todo lo que necesito para encontrar a los demás.
—Te equivocas, Kirtan. Soy un agujero negro que está atrayendo a tu carrera hacía su corazón. —Bastra volvió a sentarse en la litera.
—Acuérdate de eso cuando haya muerto, porque me pasaré toda la eternidad riéndome de ti.
«Esto no puede continuar. ¡No voy a consentir que siga humillándome durante más tiempo!».
—Me acordaré de tus palabras, Gil Bastra, pero tardarás mucho tiempo en poder reír. La única eternidad que conocerás será tu interrogatorio…, y te garantizo, y te lo garantizo personalmente, que irás a tu tumba habiendo traicionado a aquellos que confiaban ciegamente en ti.