13

Corran se obligó a relajarse. El comandante Antilles había presentado el viaje como un ejercicio de astronavegación y saltos hiperespaciales, pero en lo más profundo de su ser Corran tenía la impresión de que se había callado muchas cosas. Estaba seguro de que si se hubiese tratado de una patrulla formal o de una misión de escolta, Wedge se lo habría dicho. El hecho de que no hubiera dicho nada parecía chocar con la peculiar exigencia de hacerse el equipaje e introducir sus pertenencias personales en los ala-X, y eso había hecho que Corran pensara que iba a tratarse de algo más que un simple ejercicio.

Como resultado de la puntuación obtenida en sus ejercicios, Corran había sido ascendido a teniente y se le había confiado el mando del Grupo Tres. En su nueva calidad de oficial, Corran había esperado que Wedge confiaría lo suficiente en él para ponerle al corriente de lo que estaba ocurriendo en realidad. Aun así, su pasado había hecho que sintiera un gran respeto por la seguridad, y eso suponía un cierto freno para su inquietud.

«Todas esas preocupaciones tuyas carecen de importancia. Ahora lo único que importa es llegar al final del ejercicio…». Después de alejarse de la superficie grisácea y repleta de cicatrices de Folor, Corran se puso al frente del Grupo Tres del Escuadrón Rebelde. Ooryl había vuelto a asumir la posición de estribor en tanto que Lujayne y Andoorni se encontraban a babor, ocupando una disposición similar delante y detrás. Dentro de la unidad disponían de señales de llamada para los aparatos Nueve, Diez, Once y Doce, aunque durante aquel ejercicio operarían como una unidad semi-independiente.

—Intentaremos hacerlo lo mejor posible. Grupo Tres. Silbador os enviará nuestras coordenadas de salto y los parámetros de velocidad. Haced que vuestros R2 las comprueben, e introducid la ruta después. —Corran echó un vistazo a su pantalla de datos para comprobar las posiciones de los dos primeros grupos y de Tycho Celchu, que ocupaba la retaguardia a bordo de una lanzadera de la clase Lambda capturada a los imperiales, la Prohibida—. Durante este tramo seguiremos al Grupo Uno, y luego seguiremos al Grupo Dos en el siguiente. Después de eso abriremos la marcha, así que más valdrá que estemos preparados.

Los miembros del grupo dirigido por el joven corelliano fueron indicando que estaban listos para saltar, por lo que Corran sintonizó la frecuencia de mando en su unidad de comunicaciones.

—Grupo Tres listo para saltar en cuanto reciba la indicación, Rebelde Uno.

—Perfecto. Atención todos los grupos: cinco segundos para la señal.

Una vez terminada la réplica de Wedge, Silbador inició la cuenta atrás de los cinco segundos. Corran contempló cómo éstos iban desapareciendo en el indicador digital. Cuando el indicador llegó al cero, conectó el hiperimpulsor del ala-X y se recostó en su asiento mientras las estrellas llenaban la pantalla visara. En el mismo instante en que el color amenazaba con abrumarle mediante su intensidad, su caza entró en el hiperespacio y dejó atrás la capacidad de la luz para maltratarle.

El primer tramo exigiría aproximadamente una hora e hizo que siguieran el plano del plato galáctico, moviéndose contra el sentido del giro de la galaxia. El curso los acercó de manera casi imperceptible al Núcleo, lo cual era bueno porque las bases de datos que contenían información sobre los peligros para la navegación irían mejorando progresivamente a medida que se dirigieran hacia el Núcleo.

«Y hacia Coruscan…».

Corran sabía que la capital imperial no era su objetivo —al menos no para aquel vuelo—, mas estaba seguro de que tarde o temprano acabarían poniendo rumbo hacia ella. Pero su preocupación más inmediata era trazar el curso para el tercer tramo del salto. Aunque Corran no había sido informado de su destino final, el comandante Antilles le había entregado una lista de veinte puntos de inicio y final de trayecto, y el corelliano había calculado las que le parecían las mejores rutas para ejecutar esos saltos. La dirección, velocidad y duración del primer tramo le permitieron eliminar todos los cursos entregados a Rhysati como solución para el segundo tramo salvo dos, y esa considerable reducción del número de puntos de final de trayecto significaba que Corran ya sólo tenía que dar los últimos retoques a dos planes.

Su primer curso, que llevaría a la unidad más lejos a lo largo del disco y la sacaría de la sección más poblada y avanzada de la galaxia, había sido trazado y calculado con mucho cuidado. Varios cúmulos de agujeros negros limitaban las opciones en lo que concernía a ese curso. Corran volvió a repasarlo, y acabó decidiendo que ya no podía ser mejorado.

—Muéstrame el curso hacia el sistema de Morobe, Silbador.

El androide astromecánico emitió un seco zumbido, y una larga serie de números y gráficos empezó a desfilar por la pantalla.

—Sí, ya sé que has hecho todo lo que podías. Congela la salida de datos ahí. —Corran golpeó suavemente el cristal del monitor con la punta de un dedo—. En el sistema de Chorax nos haces dar un rodeo de dos parsecs y medio. En ese sistema sólo hay una masa planetaria, y el sol tampoco es tan grande. Dado que el sistema de Chorax aparece casi al principio de nuestro tramo, si nos aproximas un décimo de parsec más entonces deberíamos salir del hiperespacio lo suficientemente cerca de los planetas habitables de Morobe como para no tener que ejecutar un salto intrasistémico a fin de encontrar la gravedad en el caso de que la necesitemos.

El androide dejó escapar un suave gemido.

Corran se rió.

—Tienes razón. Los datos que utilizaste para computar el curso indicaban que había que mantenerse más alejado del sistema, pero eso se debe a que estás utilizando datos procedentes de los comerciantes y ellos les tienen pánico a los piratas y contrabandistas que actúan en ese sistema. Somos un escuadrón de ala-X, ¿no? No tenemos por qué preocuparnos.

El que la astronavegación y los saltos hiperespaciales resultaran tan complicados hacía que en muchas ocasiones los cursos fueran trazados con el objetivo de pasar lo más cerca posible de los sistemas habitados, y eso incluso si éstos se hallaban habitados por inadaptados sociales e indeseables. Si un sistema de hiperimpulsión dejaba de funcionar a mitad del vuelo, o se negaba a volver a ponerse en marcha después de una corrección del curso entre dos saltos, encontrarse lo suficientemente cerca de unos mundos de los cuales se podía conseguir ayuda sin excesivas dificultades suponía una auténtica bendición. Tratar de localizar a una nave cuyo salto la había llevado a algún lugar aleatorio de la galaxia decidido por el error resultaba prácticamente imposible, como habían aprendido todos los que habían intentado encontrar a la legendaria flota Katana después de su desaparición.

El primer tramo del viaje terminó sin ningún incidente digno de mención. El Grupo Dos, con Rhysati dirigiéndolo, tomó el relevo del Grupo Uno y empezó a guiar al escuadrón en su nuevo curso. Antes de dar el salto a la velocidad lumínica, el comandante Antilles transmitió a Corran las coordenadas para el tercer salto.

—Así que va a ser Morobe después de todo…

Corran cargó el plan de vuelo por última vez, ignorando el gemido de disgusto de Silbador, y empezó a repasado. El curso parecía hallarse todo lo cerca de la perfección que podía llegar a estarlo dadas las naves que estaban utilizando. Una nave capaz de alcanzar mayores velocidades hubiese podido recortar todavía más la distancia que recorrer acercándose un poco más al sistema de Chorax. El incremento de velocidad le hubiese permitido resistir la influencia de la sombra hiperespacial producida por la masa de la estrella. Si no poseía esa mayor capacidad de resistencia, la nave se vería arrastrada de vuelta al espacio real y hacia el interior del sistema, y muy probablemente sería incapaz de escapar a la presa gravitacional del sol.

—Pero por suerte los ala-X disponen de propulsión más que suficiente para sacarnos de aquí.

Corran echó un vistazo a las lecturas del nivel de combustible de su reactor. Los hiperimpulsores apenas consumían combustible, mientras que los motores sublumínicos lo devoraban. Prepararse para ejecutar un salto a la velocidad lumínica consumía una gran cantidad de combustible, aunque no tanto como librar un combate con otro caza, pero nada de lo que habían hecho durante el viaje hasta aquel momento había planteado grandes exigencias a los motores o al suministro de combustible.

«Cuando ejecutemos mi salto, todavía estaremos en el ochenta y siete por ciento de una carga máxima. Eso es más que suficiente para llegar al sistema de Morobe y volver a casa…».

El escuadrón emergió del hiperespacio y Corran inclinó la palanca de control hacia babor.

—Escuadrón, vamos a seguir un vector de doscientos treinta grados y efectuaremos una depresión de doce grados. Voy a transmitiros el plan de vuelo. —Empujó la palanca de control hacia adelante hasta que el morro del ala-X descendió ligeramente—. Pasaremos a la velocidad lumínica dentro de cinco segundos.

El salto al hiperespacio para aquel tramo pareció efectuarse de manera más fluida y menos trabajosa que los dos anteriores. Corran sabía que esa sensación era meramente ilusoria, y dedicó unos momentos a pensar en ella. De repente se le ocurrió que la razón por la que se sentía más cómodo durante aquel salto que en los anteriores era que lo controlaba. Los errores en el cálculo de un salto hiperespacial podían resultar fatales, y a Corran siempre le había costado muchísimo dejar la responsabilidad de su vida en las manos de otra persona.

—Pero dado que yo hice los cálculos, ahora no he de preocuparme por un error en este tramo. —El estridente zumbido del androide astromecánico le hizo sonreír—. De acuerdo, de acuerdo… Tú hiciste los cálculos, y yo no te ayudé en nada.

Los zumbidos de Silbador se volvieron más apremiantes. El androide astromecánico empezó a mostrarle datos sensores, pero nada de lo que apareció en la pantalla de la cabina tenía absolutamente ningún sentido para Corran.

—Hay otra masa estelar en el sistema de Chorax. Eso es imposible, a menos que…

El sistema de seguridad del hiperimpulsor entró en acción automáticamente antes de que el joven corelliano pudiera transmitir una advertencia a los otros miembros del Escuadrón Rebelde. El caza atravesó una pared de blancura incandescente y entró en la periferia del sistema de Chorax.

Para encontrarse en pleno centro de una encarnizada batalla espacial…

Corran desplazó la palanca de control hacia babor y luego la empujó hacia adelante.

—Rebelde Once, estrella de dispersión. —Confiaba en que Ooryl le siguiera en su veloz movimiento hacia abajo y hacia la izquierda, lo cual despejaría el camino para que el resto del escuadrón entrara en el sistema—. Coloca los estabilizadores-S en posición de ataque. —Corran extendió el brazo derecho y accionó el interruptor correspondiente—. ¿Todavía no has identificado esas naves, Silbador?

El pequeño androide respondió con un pitido lleno de nerviosa urgencia.

—Me conformo con cualquier dato que puedas proporcionarme.

Corran ya sabía que aquella nave tan grande era un crucero Interdictor imperial. Su cuarteto de pozos proyectores de gravedad le permitía crear una sombra hiperespacial aproximadamente equivalente a la de una estrella de dimensiones medianas. Los lnterdictores habían demostrado ser muy efectivos a la hora de tender emboscadas a los contrabandistas y piratas…, y la presencia de uno de aquellos cruceros triangulares de seiscientos metros de longitud en el sistema de Chorax no resultaba totalmente inesperada.

Pero no se encontraba allí para tenderles una trampa. Intentando huir del crucero, que Silbador identificó como el Áspid Negro, había un yate estelar de la clase Batido modificado. El yate, de unas tres veces la longitud de su ala-X, tenía una tosca forma triangular que quedaba suavizada por la delicada curvatura descendente de sus alas. Parecía de un origen casi orgánico, como si hubiese debido estar nadando por el espacio en vez de estar desplazándose gracias a la impulsión de sus motores iónicos gemelos.

Corran había visto muchos yates modificados durante sus años de servicio en la Fuerza de Seguridad de Corellia, y aquél incluso le parecía vagamente familiar. Normalmente los yates eran modificados para transportar contrabando. Corran no sentía ningún aprecio especial por los contrabandistas, pero el Imperio le caía todavía peor. «El enemigo de mi enemigo es mi amigo…».

Silbador dejó escapar un seco pitido electrónico. Corran echó un vistazo a su pantalla, y después activó el comunicador.

—Cazas TIE. Bizcos… Quiero decir interceptores. Parece que hay una docena de ellos. —Alzó la mirada hacia el techo de su cabina y sintió una punzada de pánico cuando descubrió que sus ojos no podían ver lo que sus instrumentos le estaban mostrando con tanta claridad en el monitor—. ¿Cuáles son sus órdenes, Rebelde Uno?

—Entablen combate con ellos, pero tengan cuidado con los cañones del crucero —respondió la voz firme y tranquila de Wedge.

—Entendido. Rebelde Diez, acompáñame.

Ooryl indicó que había entendido la orden de Corran mediante un doble chasquido de su comunicador. Al igual que había ocurrido con la orden del comandante Antilles, aquella acción no delató el más leve nerviosismo. El repentino sabor entre acre y amargo que se extendió sobre la lengua de Corran le sorprendió, porque ya se había enfrentado a los imperiales tanto en la vida real como en un sinfín de batallas de simulador. Aun así, nunca se había sentido como se estaba sintiendo en aquellos momentos. El nerviosismo no era nuevo, pero encontrarse tan cerca de perder el control sí suponía una novedad para él.

«Intenta calmarte, Corran. —Su mano subió rápidamente y rozó la moneda que colgaba de su cuello—. Los compañeros de tu escuadrón y los tipos de ese yate confían en ti».

La maniobra que acababan de ejecutar los había hecho descender, por lo que el Interdictor y sus TIE se estaban aproximando por encima de su línea de visión. Corran tiró de la palanca de control y accionó el interruptor que derivaba toda la energía disponible hacia el escudo delantero.

—Toda la energía al escudo delantero, y cambio a los torpedos protónicos.

Una caja de puntería apareció en la pantalla y Corran maniobró el ala-X para dirigir la mira hacia el interceptor. El indicador de alcance mostró un rápido descenso de números a medida que el ala-X se aproximaba al caza imperial.

«Calma, calma… Deja actuar a tus instintos, igual que si esto fuera otro ejercicio de adiestramiento». Corran empujó con suavidad la palanca de control hacia la izquierda y consiguió dejar perfectamente enmarcado al interceptor que venía hacia él. La caja de puntería pasó al rojo y un estridente pitido llenó la cabina. Corran apretó el gatillo, y el primer torpedo salió disparado hacia su objetivo.

Otro torpedo pasó junto al ala-X de Corran y avanzó hacia un interceptor. Las dos naves imperiales se apresuraron a frenar, pero el torpedo de Ooryl redujo su objetivo a una masa de llamas y restos metálicos. El proyectil de Corran falló su blanco, por lo que el corelliano volvió a conectar los sistemas láser e igualó sus escudos.

—Buen disparo, Diez. ¡Un bizco menos! —Acariciando la moneda que llevaba debajo del traje de vuelo, Corran tragó saliva y conectó su unidad de comunicaciones—. Cúbreme. Voy a por el mío.

Fijando la palanca en la posición de máxima impulsión, Corran hizo que el ala-X se irguiera sobre sus estabilizadores de babor y luego describió un veloz picado que lo colocó encima de la cola del interceptor. El joven corelliano sintonizó sus cañones láser exteriores para que dispararan en tándem y lanzó una ráfaga de energía que abrasó el blindaje de las alas dobladas del interceptor, pero no consiguió destruirlo.

El interceptor se desvió hacia la izquierda, y después ascendió en un veloz giro que acabó colocándolo por encima de la línea de vuelo de Corran. «Si continúa con esa maniobra, pasaré por delante de él y terminaré teniéndolo en la cola…». Corran desplazó la palanca de control hacia la izquierda, describiendo un amplio viraje hacia babor que alejó levemente su caza del interceptor, pero aun así permitió que la nave imperial acabara colocándose detrás de él.

—Ooryl no puede darle, Nueve.

—Ya lo sé, Diez. No te preocupes.

Manteniendo un ojo clavado en el indicador de distancias, Corran hizo que su ala-X siguiera describiendo el largo rizo. «Vamos, vamos… Sabes que quieres acabar conmigo, ¿verdad? ¡Si dispusieras de torpedos protónicos ya me habría convertido en una nube de iones libres, pero no los tienes!».

—Sí, Silbador, sé muy bien qué es lo que estoy haciendo. —Recuperando un poco de confianza en sí mismo, Corran se encogió de hombros—. O por lo menos eso creo…

El piloto del interceptor reaccionó al instante y siguió volando en una trayectoria recta para llegar rápidamente al mismo punto del espacio al que Corran podría llegar lentamente mediante su gran rizo. Viendo que su presa se aproximaba a toda velocidad, Corran ejecutó un centrado y tiró de la palanca de control, estrechando considerablemente el ángulo de su maniobra y haciendo que su cuerpo se hundiera en el asiento de pilotaje.

El ala-X atravesó la línea de vuelo del TIE a veinte metros escasos por detrás de la estructura de bola-y-ala de la nave. Desplazando la palanca de control hacia estribor, Corran hizo que el caza girase 180 grados. Después tiró de la palanca hasta dejarla pegada a su esternón, elevando el morro del ala-X en otro giro que invirtió su curso anterior. Nivelando el caza, se lanzó sobre la cola del TIE después de que su prolongado giro en forma de S le hubiera permitido rebasarlo por una considerable distancia.

«Una distancia letal…». Corran alineó el interceptor en las miras y lo hizo pedazos con dos andanadas láser. Mientras las nubes de fragmentos de la nave desintegrada pasaban junto a él para perderse por el espacio en un vertiginoso girar, Corran activó su unidad de comunicaciones.

—Diez, informa.

—Diez en cobertura. Vector de noventa grados.

—Tengo tu ala, Diez.

Corran desplazó la palanca de control hacia la derecha y vio cómo el ala-X de Ooryl avanzaba velozmente por delante de él para entrar en la estela iónica de un interceptor. El primer disparo del gandiano hizo surgir chorros de chispas y fragmentos de blindaje de la bola central del caza. «¡Uno más y ya será tuyo, Ooryl!».

—¡Nueve y Diez, virad a babor! ¡Salid de ahí!

Ooryl obedeció la orden de Wedge al instante. Su repentino viraje le hizo atravesar la línea de vuelo de Corran, obligando al corelliano a tirar de la palanca de control para desviarse hacia estribor. Corran niveló el caza e inició un viraje hacia babor, pero el estridente gemido de Silbador llenó la cabina. La palanca de control chocó con el pecho de Corran, dejándole atrapado en su asiento de eyección mientras el androide elevaba el morro del ala-X. Una marea roja se fue infiltrando en los límites del campo visual de Corran, y la presión que la palanca estaba ejerciendo sobre su esternón hizo que empezara a resultarle difícil respirar.

La enorme extensión del casco del Áspid Negro llenó su pantalla visores «¡Por todas las almas de Alderaan!». El haz azulado de energía surgido de un cañón iónico cayó sobre el ala-X con un estridente siseo y abatió sus escudos. Silbador aulló y la palanca de control se aflojó durante un momento, permitiendo que Corran reaccionara.

Empujó frenéticamente la palanca hacia babor, haciendo que el ala-X describiera un veloz viraje que colocó al Interdictor debajo de sus pies. Después empezó a tirar de la palanca para mostrar su popa al crucero y alejarse de él a toda velocidad, pero un instante después sintió cómo un extraño cosquilleo recorría todo su cuerpo cuando otra andanada iónica rozó los estabilizadores de estribor. Los alaridos del androide astromecánico se interrumpieron de repente, y Corran se vio impulsado hacia el lado izquierdo de la cabina y chocó con él.

El joven corelliano supo lo que había ocurrido sin necesidad de volver la mirada hacia las estrellas que giraban a su alrededor igual que motas de polvo en un tornado de las arenas de Tatooine. El haz iónico había dejado fuera de combate a sus motores sublumínicos de estribor, con lo que el par de motores de babor seguiría funcionando a plena potencia sin encontrar ninguna oposición. Eso había colocado al ala-X en una rotación incontrolable, con la popa persiguiendo a la proa en un incesante girar.

«Pero al menos ahora les costará bastante acertarme…».

Además de desactivar a Silbador, el haz iónico había dejado fuera de combate al compensador de aceleración y a todos los sistemas electrónicos de la cabina. Corran sabía que lo único que podía hacer era apagar los motores y tratar de volver a conectarlos. A menos que dispusiera de alguna clase de energía. —«O hasta que ese crucero me envuelva en un rayo de tracción…»—, el ala-X seguiría dando vueltas igual que un giróscopo. Corran tenía que apagar los motores.

Pero decírselo era mucho más fácil que hacerlo. El panel de desconexión de emergencia estaba colocado en el lado derecho de la cabina. Dado que Corran estaba siendo incrustado contra el lado opuesto por la fuerza centrífuga, el panel quedaba fuera del alcance de sus dedos desesperadamente estirados. Apretando los dientes hasta hacerlos rechinar, Corran usó su codo izquierdo para apartarse de la pared de la cabina e intentó golpear el panel.

La palanca de control volvió a su posición original, dejándole nuevamente atrapado. Corran la rodeó con la mano derecha e intentó desplazada hacia adelante. El dolor empezó a irradiar del punto en el que la palanca de control había hecho que la moneda de Corran intentara abrirse paso hacia el esternón. «Ve despidiéndote de toda esa tremenda buena suerte…». La palanca hacía que le resultara bastante difícil respirar, añadiendo así otra complicación innecesaria a su apurada situación.

Una sensación de urgencia empezó a hervir dentro de él, imponiéndose al pánico en vez de reforzarlo.

—Suéltame. De. Una. ¡Vez!

Corran redobló sus esfuerzos para mover la palanca de control. Al principio ésta se resistió, pero Corran se negó a dejarse abatir. Concentrándose con todas las fibras de su ser, empujó hasta que la palanca empezó a ceder. Centímetro a centímetro, el corelliano la obligó a irse apartando de su cuerpo. «Si, ya puedo moverme…».

Corran desplazó la palanca todo lo posible hacia la izquierda, y luego la usó para alejarse del lado de babor de la cabina. Con su mano izquierda situada sobre el extremo de la palanca, fue elevando el codo centímetro a centímetro, dejando atrás con una serie de arañazos a una sucesión de interruptores y diales que habían muerto junto con el resto de la nave. En cuanto su brazo quedó situado por encima del extremo de la palanca, Corran se lanzó hacia la derecha, permitiendo que la palanca se deslizara por debajo de su axila, y golpeó el panel de desconexión con el codo derecho.

El palpitar de los motores de babor murió, dejándole a solas con el sonido de su propia respiración en la cabina. La nave seguía girando y la rotación no mostraba señales de frenarse, pero sin fricción o algún otro tipo de resistencia en el vacío del espacio, seguiría girando eternamente. Corran se relajó un poco, dejándose invadir por el alivio que sentía al haber podido desconectar los motores, y como recompensa obtuvo una nueva colisión con el lado de babor de la cabina. Su casco chocó con un mamparo, dejándole un poco aturdido. Junto con el mareo inducido por los giros, el golpe le hizo desear que alguien disparara contra él y pusiera fin a su desgracia.

Pero ese destello de desesperación sólo duró unos segundos, y se disipó cuando otro chispazo de dolor surgió de su esternón. «Quizá nos maten, pero se lo voy a poner lo más difícil posible…». Corran deslizó la mano derecha por encima de su pecho, más allá del medallón y de su hombro izquierdo, y accionó tres interruptores. Desplazando la mano un poco más lejos, levantó una placa de plastiacero que cubría un botón rojo y luego presionó ese botón y esperó que todo saliera lo mejor posible.

Lo que quería oír era el regreso del zumbido palpitante del motor, pero lo que consiguió fue nada. «Los circuitos de ignición deben de haberse quemado. Tiene que haber algo más que pueda hacer». Sin los motores, carecía de energía. Las células de energía primarias y las células de energía de reserva para los láseres probablemente contenían la energía suficiente para permitirle disponer de las comunicaciones, las toberas de control de dirección y un uso limitado de los sensores, pero acceder a ellas desde el interior de la cabina planteaba ciertos problemas. «Después de todo, no puedo limitarme a aterrizar y hacer unas cuantas conexiones manuales…».

Corran dejó escapar una carcajada.

—No, pero puedo efectuar un descenso manual.

Levantó la pierna izquierda y golppeó una pequeña placa del muro de la cabina con el talón. La presión hizo surgir una barrita instalada en una especie de surco. Corran centró el pie en la barra y la empujó. La barra se alzó debajo de su pie, y Corran volvió a bajarla una y otra vez.

Una serie de chasquidos metálicos procedentes del morro de la nave llegó hasta sus oídos. La barra estaba conectada a un pequeño generador que producía la corriente suficiente para desplegar el tren de aterrizaje del caza. Extenderlo no afectó en lo más mínimo a los giros, pero la recompensa que Corran esperaba obtener no llegaría hasta que el tren de aterrizaje hubiera quedado totalmente fijo y desplegado.

Con un último estremecimiento que Corran percibió a través de la nave, el tren de aterrizaje ocupó las posiciones correspondientes al despliegue completo. El monitor de la cabina volvió a encenderse, y la palanca de control empezó a parecer nuevamente viva debajo de su mano izquierda. Riendo a carcajadas, Corran la empuñó con la mano derecha y la desplazó hacia el lado de estribor de la cabina. La rapidez de los giros empezó a disminuir.

Corran acarició suavemente el medallón con la mano izquierda. Un descenso llevado a cabo sin disponer de energía resultaría seriamente dañino para la inmensa mayoría de formas de vida, por lo que extender el tren de aterrizaje del caza abría un circuito que permitía que las células de energía primarias y de reserva alimentaran las toberas del estabilizador para llevar a cabo maniobras sencillas y activar los sistemas de los haces repulsores. El truco de las células de energía tendía a ser usado principalmente por los técnicos para trasladar de un lado a otro las naves que estaban siendo reparadas o se hallaban estacionadas en las instalaciones de mantenimiento, va que conectar los motores de fusión para disponer de una capacidad de maniobra máxima en recintos cerrados generalmente estaba considerado como muy nocivo para casi todos los seres vivos.

Corran volvió a probar suerte con el sistema de arranque, y obtuvo los mismos resultados que antes. Los diagnósticos le dijeron que había perdido uno de los estabilizadores laterales Incom fi-invertidos de estribor, y que el motor nunca se pondría en marcha mientras los niveles de energía estuvieran fluctuando locamente en todos los circuitos. «Me he quedado sin motores, pero quizá tenga sensores y comunicaciones…».

Conectó esos sistemas, pero no obtuvo nada de los sensores y el comunicador emitió un montón de estática que ocultaba las voces.

—Aquí Rebelde Nueve. No me iría nada mal que alguien me echara una mano…

Mientras esperaba una réplica, Corran conectó los circuitos de lanzamiento de los torpedos protónicos. Sin sensores, su capacidad para acertarle a algo había quedado prácticamente reducida a cero, pero por lo menos podría efectuar uno o dos lanzamientos. «Y probablemente los voy a necesita…».

El Áspid Negro se encontraba por encima de él y un poco a estribor. El Escuadrón Rebelde se había reagrupado para formar una pantalla entre el Interdictor y el contrabandista. Corran no podía ver cuántos ala-X seguían estando en condiciones de luchar, y los ocasionales reflejos de la luz del sol en los paneles solares de quadanio de los cazas TIE le indicaron que algunos de los interceptores aún existían, pero parecía haber muchos más ala-X que cazas TIE, y eso era una buena señal.

El Interdictor se aproximó un poco más al combate, con sus cañones iónicos y sus baterías láser escupiendo haces verdes y azules. Los chorros de energía fueron llenando el espacio de nudos y bucles a medida que los artilleros intentaban centrar sus miras en los escurridizos ala-X. Aunque le habían dado con bastante facilidad, Corran sabía que su maniobra para evitar la colisión le había mantenido en un punto dado el tiempo suficiente para que los artilleros pudieran acertarle, y eso únicamente porque se había acercado mucho más al Interdictor de lo que hubiese debido.

Oyó el confuso chisporroteo de una orden por el comunicador, pero no logró entenderla. Un instante después vio una serie de lanzamientos de torpedos protónicos llevados a cabo por los ala-X justo delante de su proa. Los torpedos cayeron sobre la gran nave desde una multitud de ángulos. Por sí sola la potencia de cada uno de los torpedos difícilmente podía suponer una amenaza para el Interdictor, pero el daño combinado de semejante andanada sería lo suficientemente elevado para derribar su escudo delantero. El muro cóncavo de energía brilló con un enfermizo resplandor amarillo antes de implosionar, y Corran estuvo seguro de que había visto cómo varios torpedos estallaban sobre el casco del Interdictor.

—¡Sí, Rebeldes! —Corran dejó escapar una carcajada—. Oh, Silbador, vas a lamentar haberte perdido esto…

El Interdictor elevó el morro para alejar su vulnerable popa de los ala-X. Sus sistemas de derivación podían reparar el escudo dañado proporcionándole más energía, pero eso requeriría desconectar los pozos de los proyectores gravitatorios. Eso, a su vez, permitiría que los ala-X y el yate lograran escapar, con lo que el enfrentamiento se convertiría en una derrota prácticamente segura. «Siempre que no cuentes a los TIE, claro…».

La gran nave ejecutó un giro que se combinó con el rizo para invertir el curso del crucero.

—Está huyendo. ¡Han conseguido asustarlo! ¡Sí! —Un instante después el júbilo de Corran desapareció de repente cuando comprendió que eso significaba que el crucero venía hacia él, y que los TIE supervivientes estaban avanzando detrás del crucero como otros tantos mynocks que persiguieran a un carguero lento—. Tienes mucha suerte de no estar viendo esto, Silbador. Va a ser bastante desagradable.

—Rebelde Nueve, ¿me recibes?

—Te recibo —dijo Corran sin reconocer la voz—. Estoy funcionando con energía parcial. Silbador no responde, y me he quedado más ciego que un ala-Y.

—Aquí Rebelde Cero. Unos bizcos van hacia ti. Tengo dos contactos.

—Oh, más buenas noticias… Gracias, Cero. Bien, considérate en tu casa. —Corran estiró el cuello para ver dónde estaban Tycho y la lanzadera, pero no consiguió localizarlos—. Estoy totalmente desnudo, así que te rogaría que me los quitaras de encima.

—Imposible, Nueve. Sintoniza tus sensores en 354,3.

—¿Qué? —Corran frunció el ceño mientras veía cómo el TIE se iba aproximando—. Eh, te recuerdo que me he convertido en un hutt paralítico.

—Ya me lo has indicado, Nueve. Sintoniza tus sensores. Corran introdujo el código de frecuencia en el teclado que había debajo de su mano izquierda.

—Hecho, Cero.

—Buena cacería, Nueve.

La pantalla de puntería de Corran cobró vida de repente, y su monitor empezó a mostrarle datos de telemetría procedentes de la Prohibido. Más allá del diagrama, Corran vio cómo los TIE intentaban librarse de la lanzadera, pero Tycho consiguió mantener sus miras centradas en el primer interceptor a pesar de que estaba pilotando una nave más lenta y menos ágil.

La caja de puntería pasó al rojo y Corran canturreó una imitación de la nota de centrado de Silbador. Después apretó dos veces el gatillo de su palanca de control, enviando dos torpedos contra el primer enemigo.

—Ya me he ocupado de la vanguardia, Cero. Pásame al número dos.

La pantalla emitió un parpadeo, y después Corran describió un viraje y lanzó dos torpedos más contra el TIE enmarcado en rojo dentro de su pantalla táctica. Los pilotos imperiales estaban tan concentrados en su intento de despistar a la lanzadera que los seguía que no tuvieron ninguna posibilidad de reaccionar ante los torpedos que acababan de ser disparados contra ellos.

El primer piloto murió sin haber podido llegar a ejecutar ni siquiera la más básica de las maniobras de evasión. Los torpedos protónicos se abrieron paso a través de la bola de la cabina, haciendo pedazos la nave y convirtiendo el combustible de los motores iónicos en una enorme bola de fuego. El segundo par de torpedos atravesó aquella bola de llamas y arrancó un ala a su objetivo. El segundo interceptor salió despedido en una loca serie de giros a través del espacio. Fragmentos del fuselaje revolotearon por el vacío y luego el TIE estalló en una deslumbrante explosión, ocultando la imagen del lnterdictor en el mismo instante en que éste alcanzaba la velocidad lumínica.

—Unos disparos magníficos, Nueve.

Corran meneó la cabeza.

—Y un pilotaje todavía más magnífico, Nueve. Yo me encargué de la parte más fácil.

—Las victorias son tuyas, Corran. Tres presas confirmadas, y eso te conviene en el mejor del día.

El piloto corelliano se encogió de hombros.

—Bueno, puede que hoy no haya sido un día tan desgraciado después de todo…

—Me alegro de que pienses eso, Nueve.

—¿Por qué, capitán?

—Eres el que ha obtenido más victorias. Eso quiere decir que cuando lleguemos al sitio al que vamos, todas las rondas de bebidas correrán por tu cuenta.