27
Corran volvió la cabeza hacia el ventanal del centro de descanso de la base de Noquivzor. Pequeñas colinas y llanuras en las que no había ni un solo árbol rodeaban al edificio, alejándose kilómetros y kilómetros en todas direcciones. Suaves brisas calientes se deslizaban sobre los pastizales dorados y le hacían cosquillas en la nuca. «Si Erisi no estuviera en el centro médico, flotando dentro de un tanque lleno del bacta de mejor calidad que puede llegar a proporcionar su familia, iría a dar un largo paseo con ella y disfrutaría del paisaje. Pero a pesar de que todo esto es muy hermoso, ahora me resulta bastante difícil pensar en disfrutar de cualquier cosa…».
El corelliano se obligó a sonreír cuando un hombre que llevaba el uniforme de la infantería dejó un tazón de lum encima de la mesa delante de él.
—Gracias, teniente.
El recién llegado asintió.
—Llámeme Page.
Corran empujó hacia el teniente la silla que había al otro lado de la mesa.
—¿Para qué es el lum?
—Pues normalmente es para beberlo —dijo Page—. Mi gente y yo estábamos en la Devoniana. Usted y su compañero de ala dispersaron a los bizcos que venían hacia nosotros, así que estamos en deuda con ustedes.
El piloto levantó el tazón, tomó un sorbo de la potente cerveza y dejó que su quemadura se deslizara a lo largo de su garganta.
—Le agradezco la bebida, pero también tendrá que invitar a una copa a Ooryl cuando salga de su inmersión en el bacta.
Page asintió.
—Será un placer. ¿Estaba muy grave?
—Perdió la mitad del brazo derecho. El traje se cerró alrededor de la herida y eso evitó que se asfixiara, pero acabó quedando francamente helado. —Corran dejó el tazón cubierto de escarcha sobre la mesa y se estremeció—. El bacta es para la exposición, claro. Todos los pilotos que acabaron fuera de su vehículo están recibiendo el tratamiento, aunque ninguno de ellos se encuentra tan mal como Ooryl. Los androides médicos no saben si podrán colocarle una prótesis. Nunca habían tenido que atender a un gandiano, y no disponen de miembros adecuados para usarlos como sustitutos.
—El Escuadrón Rebelde lo pasó bastante mal.
—Dos pilotos muertos, tres fuera del vehículo y uno que acabó volando herido.
—He oído hablar de él. El shistavaniano, ¿verdad?
—Un tipo muy duro —dijo Corran, y asintió—. Shiel no pensaba presentarse para recibir cuidados médicos, pero Gavin le obligó a ir. El resultado final es que disponemos de dos tercios de los efectivos, pero sólo si conseguimos encontrar ala-X para sustituir a los que perdimos. Si no, nos quedamos por debajo del cincuenta por ciento.
El oficial de infantería recorrió con la mirada el concurrido interior del pabellón, y después se inclinó hacia adelante y bajó la voz.
—La misión ya era un auténtico cebo para vaporizadores antes de que Kre'fey ordenara que los ala-Y volviesen a casa.
—¿En serio? —El piloto clavó la mirada en el tazón—. Un segundo antes de que los cañones hicieran pedazos a la Modaran se me ocurrió pensar que el que los cañones no hubieran disparado hasta entonces no significaba que no pudieran hacerlo.
—Creo que eso ya se nos había ocurrido a todos salvo al general Kre'fey. Estaba ciego a esa posibilidad. —Page meneó la cabeza—. Todos sabíamos que quería tomar Luna Negra para que el Consejo le otorgara el mando de la invasión de Coruscant. Dentro de tres semanas la órbita de ese planeta hará que atraviese la lluvia anual de meteoritos, y yo quería utilizar esa lluvia como cobertura para que mis comandos llevaran a cabo un reconocimiento de superficie de la base. Hubiéramos acabado con esos cañones iónicos.
—Eso tiene sentido. ¿Y por qué Kre'fey no lo aprobó?
—La única luna del planeta, y me refiero a la Luna Negra que le ha proporcionado su nombre de código al sistema, se habría interpuesto en nuestro vector de entrada y de salida. Hubiese actuado como un crucero Interdictor natural, lo cual vuelve las cosas mucho más peligrosas.
Corran se encogió de hombros.
—Los cañones iónicos ya las volvieron lo suficientemente peligrosas, gracias.
—No me diga. —Page sonrió—. Hubiéramos acabado con ellos, créame. Y también hubiésemos descubierto la existencia de la base utilizada por esos escuadrones de bizcos que se añadieron al combate durante la última fase de la batalla.
—Los bothanos ni siquiera sabían que estuvieran ahí.
El teniente de infantería torció el gesto.
—Y hubieran debido saberlo, porque son unos auténticos expertos en el arte de infiltrarse en las redes de comunicaciones imperiales.
—Pues esta vez nos fallaron. —Corran titubeó al ocurrírsele una idea—. O puede que los registros correspondientes a esas fuerzas no formen parte de los expedientes de la guarnición oficial.
Page frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir?
—Cuando estaba en la Fuerza de Seguridad de Corellia participé en un barrido de los cuarteles generales de una contrabandista. Esa mujer era muy lista y siempre se había mantenido lo más lejos posible de los almacenes de brillestim, por lo que no podíamos acusarla de nada. Pero esa vez encontramos un par de kilos de brillestim en un almacén de su propiedad. La contrabandista dijo que no sabía nada y nos acusó de haberlos colocado allí, y al final acabó resultando que realmente no sabía nada. Uno de sus ayudantes había estado robando pequeñas cantidades de brillestim de los envíos y las había escondido allí hasta que consiguiera encontrar una forma de venderlo por su cuenta.
—¿Me está diciendo que el Imperio no sabe que esos interceptores estaban ahí?
—Para los contables imperiales, un escuadrón sólo es un error de redondeo. —Corran se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en la mesa—. Y los bothanos no sabían absolutamente nada sobre cualquiera que fuese la fuente de energía que utilizaron para volver a levantar los escudos y reforzarlos después de que los hubiéramos derribado, ¿verdad? Quienquiera que esté a cargo del sitio donde se encuentra Luna Negra podría estar dirigiendo cierta operación particular y querer que sus superiores imperiales no sepan nada sobre ella.
Page asintió lentamente.
—Los datos sobre la operación encubierta permanecen ocultos incluso para los imperiales, por lo que los bothanos no tenían ninguna forma de descubrir su existencia.
—No sin poner los pies en la superficie.
—Teníamos datos de inteligencia sobre el espectro de luz visible de la galaxia, pero los infrarrojos y los ultravioletas nos despistaron. —Page golpeó suavemente el tablero de plastiacero con los nudillos—. Si nos hubieran proporcionado todos los datos de fondo necesarios sobre Luna Negra, quizá habríamos podido formarnos una cierta idea de cuál era la información que realmente necesitábamos.
—Comprendo la necesidad de mantener un nivel lo más elevado posible de seguridad operacional…, pero ya puede apostar a que la auténtica situación de Luna Negra no será desclasificada hasta que todos llevemos unos cuantos años muertos.
Page asintió.
—Aun así, las simulaciones de un ataque sólo son tan fiables como las bases de datos a partir de las que han sido estructuradas. Un fallo de inteligencia hace que la gente muera.
Corran se pasó una mano por la cara.
—Bueno, ahora ya tenemos una cierta idea de qué es lo que no sabemos sobre Luna Negra. Hay un mínimo de dos escuadrones de bizcos y un generador, escondidos en algún lugar de ese mundo…, y alguien los mantiene escondidos tanto a nuestros ojos como a los de los oficiales imperiales.
—La información de los ficheros de exploración imperial es claramente inútil.
—Cierto. Y por lo tanto eso significa que… —El delicado trino musical del comunicador que había encima de la mesa interrumpió el comentario de Corran. El corelliano lo cogió y abrió el canal—. Aquí Horn.
—Aquí Emetrés, señor.
—¿Le ocurre algo a Ooryl?
—No, señor.
—¿Es que Erisi va a salir del bacta?
—No, señor.
Corran frunció el ceño.
—¿Y entonces por qué me llamas?
—Señor, el caso es que Silbador me pidió que le informara de que ya ha completado los cálculos de las corrientes de viento que le había solicitado.
—¿Corrientes de viento?
—En Luna Negra, señor. Dijo que había descubierto algunas cosas muy interesantes.
—Estaremos allí dentro de un segundo. Fin de la transmisión. —Corran alzó la mirada hacia Page—. Puede que sea el equivalente a levantar los escudos después de que hayan bombardeado la base, pero realmente quiero saber algo más sobre el mundo del que acabamos de tener que huir. ¿Y usted?
—Tenía amigos a bordo de la Modaran. No me gustó nada verlos morir.
—Bien, pues vamos. —Corran le dirigió una rápida sonrisa—. Tal vez, y sólo tal vez, consigamos encontrar una manera de volver y hacer que esos imperiales lo paguen muy caro.
**
Wedge no estaba seguro de haber oído bien al general Salm.
—¿Acaba de decir que quizá sea una suerte que no consiguiéramos tomar Luna Negra?
Salm asintió lentamente y señaló el cuaderno de datos que había encima de su escritorio con una copa que contenía coñac abrax de color azul pálido.
—Inteligencia nos ha informado de que el Destructor Estelar de la clase Imperial-II Eviscerador salió del sistema de Venjagga siguiendo un curso que lo habría llevado a Luna Negra unas seis horas después de que iniciáramos nuestra operación. Sus seis escuadrones de cazas TIE constituyen una fuerza perfectamente capaz de enfrentarse a nuestros cazas, y el Eviscerador hubiese hecho pedazos al Emancipador. Lo más probable es que hubiéramos perdido nuestra fuerza de ataque y Luna Negra.
El corelliano se quedó boquiabierto.
—¿La misión hubiese tenido que enfrentarse a un Estelar Imperial-Doble situado a seis horas del objetivo? ¿Cómo ha podido llegar a ocurrir eso?
—No lo sé. Corazón de Hielo ha estado trasladando ciertos recursos de un lado a otro, y algunos almirantes tienden a enviarlos todavía más lejos para escapar a su control. Es posible que el Eviscerador fuera desplazado al azar.
Wedge frunció el ceño.
—O Corazón de Hielo supo adivinar dónde era más probable que atacáramos.
—O… —Salm contempló a Wedge por encima del borde de su copa—. O alguien le dijo a Corazón de Hielo dónde íbamos a hacer acto de presencia.
—Tycho sabía tan poco sobre nuestro destino como el resto de nosotros…, y después estuvo ahí fuera, rescatando pilotos extravehiculares sin disponer de cañones láser o torpedos para defenderse.
Salm alzó una mano abierta.
—Calma, comandante, calma… No estaba acusando a su oficial ejecutivo. No confío en él, pero sé que esta vez era totalmente inocente.
—¿Repasó las grabaciones de los monitores de Tycho?
—Repasé las de todo el mundo. El número de llamadas fue demasiado elevado para mi gusto, pero no había nada incriminatorio. Yo no sabía adónde íbamos antes de que despegáramos, así que doy por sentado que nadie más lo sabía, pero siempre hay filtraciones. —El general dejó su copa de coñac encima del escritorio y después fue hasta el pequeño bar instalado en uno de los ángulos de su alojamiento—. ¿Le apetece beber algo, comandante Antilles?
—Preferiría que me llamara Wedge.
Salm pareció reflexionar durante unos momentos, y después acabó asintiendo.
—Muy bien, Wedge. ¿Una copa?
—¿Cuántos años tiene el abrax?
Salm sonrió.
—No lo sé. Mi ayudante lo consiguió en el mercado negro, así que sus conjeturas son tan válidas como las mías. Pero la botella tiene los hologramas impositivos de la Antigua República.
Wedge se encogió de hombros.
—Bien, en ese caso correré el riesgo…, y gracias.
El general Salm le sirvió una generosa dosis del líquido color aguamarina.
—Siéntese, por favor.
El mobiliario de los alojamientos del general era tan espartano como el de los de Wedge, con cajas de munición y viejos sillones eyectores constituyendo los mejores objetos disponibles para usar en calidad de mesas y asientos. El armarito de los licores de Salm consistía en el estuche de plastiacero de un casco provisto de inserciones de espuma para mantener a salvo las copas y un par de botellas. Wedge reclamó uno de los sillones de eyección y alzó su copa de coñac.
—Y también debo agradecerle que acudiese en nuestro rescate ahí fuera.
—El Ala Defensora paga sus deudas.
Los dos hombres hicieron entrechocar suavemente sus copas y bebieron. Los potentes vapores del licor abrieron la totalidad de los pasajes nasales de Wedge. El corelliano permitió que el charquito de líquido permaneciera sobre su lengua durante unos momentos más, y luego lo tragó. Un delicado centro de calor apareció en su estómago, y empezó a desplegar lentas ondulaciones para ir disipando una parte de la fatiga acumulada en sus miembros.
El general se inclinó hacia adelante y curvó los dedos de ambas manos alrededor de la copa.
—Quiero preguntarle qué tiene intención de incluir en su informe acerca de lo que hice ahí fuera.
Wedge no intentó ocultar su sorpresa.
—Salvó mi unidad, general. He pensado que quizá podría recomendar que le tuvieran en cuenta para la concesión de la Cruz Corelliana. No soy su oficial superior y eso significa que no puedo presentar directamente su candidatura, pero…
Salm meneó la cabeza.
—No estoy hablando de eso.
—¿De qué está hablando entonces?
La frente de Salm se llenó de arrugas.
—Desobedecí una orden directa de salir del sistema.
Wedge parpadeó, sintiéndose cada vez más confuso.
—Si hubiera vuelto al Mon Valle, toda su ala habría sido aniquilada.
—Ahora lo sabemos, pero cuando se emitió la orden no lo sabíamos. —Salm hizo girar el coñac dentro de su copa—. El general Kre'fey y yo hemos tenido unos cuantos enfrentamientos, y puede que usted ya lo haya deducido a partir de lo que ocurrió en la reunión. Cuando Kre'fey me ordenó que me fuera, pensé que quería robarme todo el mérito por la operación. Inicié un vector de salida del sistema, pero me acerqué lo suficiente al Emancipador para poder alegar que su masa nos impedía efectuar el salto a la velocidad lumínica. No quería marcharme y la proximidad del Destructor Estelar me proporcionaba una excelente excusa, pero las transmisiones de datos efectuadas por los ordenadores de a bordo revelarán la verdad.
—Y eso le colocó en una posición que permitía que el Emancipador le protegiera tanto de los sensores de superficie como de los bizcos que venían hacia nosotros. —Wedge se encogió de hombros—. Si me hubieran dado esa orden y se me hubiese ocurrido que ese truco podía permitirme seguir en la zona, es justamente lo que habría hecho.
—Ya lo sé. —Salm se levantó y empezó a pasearse de un lado a otro—. Ése es el problema, comandante Antilles: lo que hice es exactamente lo que usted hubiese hecho.
—Y dio resultado.
—EI que diera resultado carece de importancia. No soy usted, ¿comprende? Mi gente no es su gente. —El rostro de Salm se convirtió en una máscara de frustración—. Lo único que mantiene con vida a mi gente cuando sale al espacio es la rígida observancia de la disciplina, y esa disciplina es aprendida a través de ejercicios de adiestramiento meticulosamente estructurados que los convierten en una unidad. Mi gente carece del talento natural que tanto abunda en su escuadrón, pero compensamos esa falta sabiendo cubrirnos los unos a los otros y vigilándonos las espaldas mutuamente.
—Tal como hizo con mi gente.
—Sí, lo hice…, pero para ello tuve que desobedecer la orden emitida por un oficial superior. Y usted tendrá que explicarlo de esa manera en su informe.
Wedge meneó la cabeza.
—No quiero ver cómo le castigan por hacer algo totalmente lógico y correcto.
—Pero es que no puede evitarlo, Wedge. Puede excusar una acción de alguno de sus pilotos, pero sólo Ackbar y el Alto Mando pueden perdonarme por este acto de motín. —Salm acabó de vaciar su copa—. Así pues, no se conforme con entregarle uno de sus mini informes habituales al almirante…, y cuéntele todo lo que ocurrió.
—¿Cómo, y fingir que lo comprendo? —Wedge apoyó la espalda en el acolchado del sillón—. Los interceptores surgieron de la nada, y de repente la base utilizó mucha más energía de lo que hubiera tenido que ser posible incluso en el peor de los escenarios. Si el Eviscerador hubiese aparecido de repente y hubiera lanzado dos alas de cazas a la batalla, hubiéramos perdido todas nuestras naves. Con el Destructor Estelar-II en el área Luna Negra no caerá, naturalmente.
—Probablemente tenga razón, aunque la presencia de un Destructor Estelar-II no constituye un obstáculo insuperable. —Salm se sirvió un poco más de coñac—. Cuando se quedan sin sus cazas, esas naves son vulnerables a la EAT.
Wedge rechazó la oferta de volverle a llenar la copa y sonrió. La EAT era la abreviatura que la jerga de la Alianza empleaba para referirse a la Enfermedad del Ataque de Trinchera, la táctica que había destruido a la primera Estrella de la Muerte. El Imperio había desarrollado las fragatas de la clase Lancero para evitar que la EAT acabara con sus grandes navíos de combate. Los ataques llevados a cabo por los cazas habían demostrado ser relativamente insignificantes a la hora de causar daños a los Destructores Estelares, pero la EAT era muy temida por los oficiales imperiales y éstos hacían cuanto estaba en sus manos para protegerse de ella.
—Oh, estupendo. Saldré al espacio con mi media docena de pilotos y vaporizaremos a los cazas del Eviscerador para que usted pueda acercarse tranquilamente y administrarle una dosis de EAT.
—Me encantaría, comandante, pero el Alto Mando querrá hacer un montón de preguntas acerca de Luna Negra y escuchar las respuestas correspondientes antes de que se inicien más operaciones en ese sector del espacio.
El avisador de la puerta emitió una suave nota musical, pero antes de que Salm pudiera decir nada el panel se retrajo y Corran Horn entró a toda pisa, seguido muy de cerca por un teniente de infantería.
—No se lo va a creer, comandante…
La radiante sonrisa que había estado iluminando el rostro de Corran murió en cuanto vio a Salm.
Los dos hombres se pusieron firmes.
—Perdone, general, pero…
—Descansen, tenientes. —Salm entrelazó las manos detrás de la espalda—. ¿Qué significa esto?
La mirada de Corran fue de Wedge a Salm para acabar volviendo a Wedge.
—Emetrés acaba de informarme de que el comandante Antilles se encontraba aquí, señor. No mencionó que éstos fueran sus alojamientos, general.
Salm miró a Wedge.
—¿Sus oficiales entran en su alojamiento sin haber recibido una invitación previa?
—Hasta el momento nunca lo han hecho. Quizá debería empezar a utilizar un poco de esa disciplina de la que me estaba hablando antes, general Salm. —Wedge se levantó y fulminó a Corran con la mirada—. ¿Trae noticias sobre nuestros compatriotas ingresados en la unidad médica?
—No, señor.
Wedge ya se había dado cuenta de que Corran estaba ardiendo en deseos de hablar, y comprendió que el piloto corelliano no podría seguir conteniéndose durante mucho tiempo.
—Más le vale que se trate de algo realmente bueno, señor Horn.
—Sí, señor. —Corran volvió la mirada hacia Salm—. Con el permiso del general…
Salm asintió.
—Adelante.
La sonrisa de Corran volvió a florecer.
—Si realmente queremos conquistarla, Luna Negra es nuestra.
—¿Qué?
El joven oficial corelliano asintió.
—Silbador, mi androide astromecánico, recogió muchos datos mientras estábamos ahí fuera y ha estado pasándolos por los programas que usábamos en la Fuerza de Seguridad de Corellia para analizar las bases de los contrabandistas y saber dónde podíamos encontrarlos.
El rostro se Salm se endureció.
—Estamos hablando de una base imperial, no del escondite de algún bandido.
Page meneó la cabeza.
—Discúlpeme, señor, pero el androide ha descubierto un montón de paralelismos con las bases de los contrabandistas, y eso nos proporciona algunas opciones nuevas. Silbador también indicó la situación de Luna Negra a partir de una carta estelar, y está obteniendo muchos más datos de los que nos proporcionaron en nuestras reuniones. Luna Negra puede caer.
Wedge meneó la cabeza.
—Buen trabajo, caballeros, pero ahí fuera hay un Destructor Estelar Mark II de la clase Imperial que debemos incluir en el escenario. Y eso lo cambia todo, ¿verdad?
Salm alzó una mano.
—Quizá no, comandante.
—¿No?
No del todo. —Salm se cruzó de brazos—. ¿Quién más está al corriente de esta información aparte de ustedes dos, tenientes?
Horn reflexionó durante unos segundos antes de responder.
—Que yo sepa, sólo la conocemos Page, mi R2, la unidad 3PO y yo mismo.
—Quiero que confirme ese hecho. A partir de ahora se encuentran bajo juramento de mantener en secreto dicha información. Si cualquiera de esos datos llega a ser conocido por alguien más, tendrá que empezar a llevar a cabo misiones en solitario contra las fortalezas de los ssi-ruuk. ¿Ha quedado claro?
—Sí, señor.
Wedge sonrió.
—Me parece que eso es toda una muestra de clemencia por su parte, ¿no, señor?
—Tal vez lo sea, pero creo que ahora saben que hablo en serio. —Los labios de Salm se curvaron en una sonrisa llena de confianza y determinación—. Bien, caballeros, vamos a ver qué es lo que han descubierto… Luna Negra fue elegida como el mejor paso que podíamos dar para echar a andar por el camino que lleva a Coruscant. A menos que no quede otro remedio, no hay ninguna razón por la que debamos renunciar a ese objetivo.